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Prólogo.

Era un día demasiado soleado de primavera cuando Rapunzel supo que sería la futura reina de Corona.

Mientras preparaba metódicamente un ungüento cicatrizante hecho de aloe vera y raíz de rapónchigo, miraba por la ventana como Corona resplandecía bajo el manto de las flores primaverales. Era su estación favorita del año desde que era una niña; los colores de las flores cuando brotaban y pintaban cada parte de la ciudad. Y era consciente que no era la única que gozaba de esa estación. El paisaje del reino de Corona era hermoso todo el año, pero en primavera aún resaltaba más su belleza. Su ciudad era tan bonita, tan pintoresca... los habitantes eran gente honrada y amable, siempre dispuesta a ayudar al vecino. Estaba orgullosa de ser la princesa de ese reino pacífico.

De pronto, una mujer esbelta de cabellera morena y rizada se acercó a su mesa contoneando las caderas y observó el trabajo de la chica.

- Princesa, concentrase en la mezcla –pidió la mujer esparciendo el ungüento entre sus dedos- le está quedando demasiado líquido.

-Disculpe, concejal Gothel –la princesa la dedicó una tierna sonrisa mientras se ponía un mechón rubio de su larga cabellera detrás de la oreja. La mujer le devolvía la sonrisa en un gesto conciliador.

Le gustaba trabajar con la concejal en su palacete, cerca del castillo de los reyes de Corona. Aunque los últimos diez años había servido lealmente en el consejo de sus padres, antes había sido una mujer de bosque, una curandera muy culta, que conocía todas las propiedades de las plantas de los cuatro reinos del Norte. Rapunzel era consciente que ese tipo de conocimiento tal vez no lo aprovechase una vez subiera al trono, pero disfrutaba escuchando hablar a Gothel y que le enseñara.

-Bien, bien, su alteza... ¿Podría decirme porque comerciamos con belladona y beleño en los demás reinos?

- Las dos son plantas que en pequeñas dosis son poderosos emolientes y solo en Corona se encuentran estas plantas –respondió Rapunzel, sabiéndose la tarea de memoria-. Pero también pueden considerarse venenos y solo los comerciantes autorizados pueden venderlos.

La concejal Gothel asintió con venerada aprobación a la respuesta de la princesa y su sonrisa se ensanchó aún más. Inevitablemente siempre buscaba la aceptación y la alabanza de los demás; de la concejal, de sus padres, de su pueblo... sabía que había nacido para gobernar, aunque deseaba que ese día aún tardase en llegar. Aún así tenía que estar preparada, quería hacer las cosas bien.

De pronto, la puerta del palacete se abrió, golpeando con fuerza la pared. El capitán de la guardia, un hombre alto y delgado, de mandíbula ancha y bigote oscuro bien cuidado entró entre jadeos. Se acercó a Rapunzel, que se quedó mirando al capitán con cierta curiosidad, e hincó la rodilla en el suelo.

-Mi reina...-dijo el capitán casi en un susurro.

El cuenco que Rapunzel llevaba en las manos impactó en el suelo, esparciendo el ungüento en el que había estado trabajando toda la mañana.

Dos palabras. Solo dos palabras y la princesa supo que sus padres habían muerto.


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