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𝐔𝐧 𝐁𝐚𝐢𝐥𝐞

Azul. 

Fue lo primero que noté al ver por primera vez al príncipe Altair en persona, el joven vestía un traje blanco con detalles azules, aunque su ropa no era lo que me indicaba el color, ni su aura. Este que no poseía dominio del éter a diferencia de su hermano, pero aun así podía notar cierta aura, y era azul.

Atenta observé al joven que apenas entraba en el salón, celebrado por nobles y demás asistentes. Su cabello negro contrastaba con su piel de porcelana, mientras que sus ojos cafés recorrían la habitación en busca de sus cortesanas. Podía notar la diferencia entre él y sus hermanos, siendo Navani quien contaba con una tez más cálida y Asra, asemejándose más a Altair con piel clara como el día pero con ciertos toques dorados como una tarde de verano. En cambio, el príncipe heredero no poseía ni un atisbo de calidez en su aspecto, era frío como la nieve en medio del invierno.

Su rostro, tal y como le había observado en el retrato que me había dado el concejal de Daus, permanecía con un semblante serio, como si de una estatua se tratara. Era atractivo, no podía negarlo, atractivo como una obra de arte, pero faltaba algo en sus ojos que me hacía dudar que siguiera vivo o quizá, sin esperanza.

Un par de suspiros fueron arrancados de los labios de las cortesanas cuando sus ojos se posaron en nosotras. Entre tales cortesanas se encontraba Narumi, siendo una dramática sin remedio.

Por mi parte no deseaba que el príncipe me mirara más de lo necesario, pues aquel vacío que le atormentaba llegaba a apoderarse de mí, ese sentimiento de desolación era justo lo que quería evitar.

Con voz firme y serena, Altair habló ante los asistentes, presentándonos una a una a las integrantes de su corte, agradeció nuestra presencia y declaró su protección sobre nosotras, cualquiera que nos insultara o dañara, estaría agrediendo a la corona misma. Y una vez terminado su discurso, pidió a sus invitados disfrutar de la velada, siendo él el primero en invitar a una dama a bailar.

Los murmullos no tardaron en crecer entre las cortesanas, algunas nerviosas, otras emocionadas, unas más apenadas. El príncipe había pedido bailar una pieza con cada integrante de su corte y la primera afortunada fue Lady Elizabeth, la cortesana del distrito de Korena, en donde se encontraba Nadhera, el príncipe había abierto la noche con la representante de su propio distrito.

Recordaba a Lady Elizabeth, una tierna joven con cabellos dorados como si de oro se tratara, fue la chica que fue atacada la primera noche, no me sorprendió ella fuera su primera elección.

La joven tímidamente aceptó la mano del príncipe, quien le guio al centro de la sala para comenzar un vals junto a demás parejas.

—Como me gustaría bailar... —suspiró Narumi.

—Estoy segura de que su alteza bailará contigo en cuanto pueda —indiqué.

Yo misma confiaba en mis palabras, era obvio que el príncipe se tomaría el tiempo de bailar con todas como había prometido, aprovechando el tiempo para hablar como lo hacía ya con lady Elizabeth.

—Tiene talento al bailar —admitió lady Daphne de Perang, quien recién se unía a nosotras—. El príncipe parece distante, pero al mismo tiempo cercano con aquellos a los que presta atención —razonó.

Observé la escena frente a nosotras, entre tantas parejas sobresalían Elizabeth y Altair, ella bailaba con gracia siguiendo la guía del príncipe mientras él le tomaba tan delicadamente entre sus movimientos que parecía ser el tesoro más preciado del reino. Por un momento envidié a mi compañera, no podía recordar alguna vez en la que me hubiera sentido así o en la que alguien me hubiera tomado de tal manera en un delicado baile, de cualquier manera no sabía bailar.

La pieza terminó, los asistentes aplaudieron mientras que el príncipe reverenciaba a la cortesana.

Antes de comenzar la siguiente pieza, sus ojos se posaron en nosotras mientras sus pasos le dirigían hacia dónde estábamos. Cierto pánico apareció entre mis entrañas. "Que no me lo pida a mí" repetía en mi cabeza.

—¿Me concedería esta pieza? —preguntó educadamente haciendo una reverencia y ofreciendo su mano—. Lady Narumi.

Respiré aliviada. Narumi tomó su mano encantada mientras le guiaba hacia la pista. Las cortesanas comenzaban a hablar entre sí nuevamente mientras yo retrocedía intentando perderme entre los invitados en un intento de retrasar aquel inminente baile.

Mis inseguros pasos me hicieron tropezar contra un Lord, quien me reconoció enseguida como parte de la corte gracias a mi vestido.

—¡Ah, mi lady! —exclamó tan alegre que parecía falso, y en cierta manera, lo era—. Es usted la cortesana de Daus ¿No es cierto?

Asentí sin saber bien qué decir, no conocía al hombre frente a mí, corpulento, canoso y en algunas partes de su cabeza relucían calvas que tristemente había intentado tapar. No tenía idea de su título, posición o la manera correcta para referirme a él.

—Justo hablaba con una de sus compañeras, Lady Meena —mencionó antes de que notara la presencia de la morena junto a él.

Meena parecía incómoda, con una amplia sonrisa falsa y los ojos bien abiertos, ambos sostenían una copa entre sus manos, mas Meena parecía no haber tomado sorbo alguno.

—La pobre es muy penosa para bailar conmigo, pero estoy seguro de que usted no rechazará la invitación de un Duque.

Mi mirada se paseaba entre ambos intentando idear cómo salir de aquella situación, pero el hombre, sin previo aviso, me tomó con fuerza del brazo intentando arrastrarme hacia donde las parejas aún se encontraban bailando.

—De hecho, mi lord —comentó Meena rápidamente aferrándose al brazo que aún me quedaba libre—. Lady Levana había prometido ayudarme con mi vestido, ya sabe, problemas que solo una dama puede contarle a otra. Me temo que no podemos bailar ahora.

El Duque hizo una mueca de hastío intercambiando una furiosa mirada con Meena antes de retirarse sin decir nada más.

—¿Por qué dejas que cualquier noble te arrastre así, pelusa? —me reprendió.

—Yo solo...

—Olvídalo —me interrumpió—. Hablas tan bajo que no te escucho y eso me desespera aún más.

Sus palabras me hacían sentir aún más insegura de cierta manera, aunque una parte de mí insistía en encarar a mi compañera y demostrarle que no era tan débil o ingenua como creía.

Intenté rebatir sus palabras, pero la joven ya no me estaba prestando atención, mantenía la mirada fija en el príncipe y Narumi, echaba chispas de los ojos mientras mantenía los brazos cruzados, no parecía agradarle la escena.

—No creo ser yo la presa del león esta noche —hablé por fin, haciéndole saber que era consiente que su molestia no era hacia mí, por más que intentara encubrirlo.

Meena suspiró frustrada; sin embargo, sus hombros se relajaron ante mis palabras, significaba que mis palabras no estaban tan equivocadas.

—Lo sabrías si no te hubieras quedado dormida toda la mañana —reclamó—. Todas tendremos que bailar con el príncipe... Madame Fontaine dijo que era parte de una tradición, pero me niego a acercarme a un extraño y petulante noble.

—El león busca alejarse del emperador, en eso ambas coincidimos.

Meena me miró con un dejo de molestia en su rostro. La carta de destino del príncipe Altair sorprendentemente era el emperador, por lo que había decidido llamarle de tal manera.

—¿Siempre hablas así? —cuestionó, pero no respondí—. Como sea, parece que el cuervo disfrutó de su compañía.

Mi contraria se refería a Narumi, quien apenas se separaba del príncipe con una elegante reverencia.

—Madame Fontaine me ordeno bailar después de lady Naisha —admitió—. Quizá debería pasear por el jardín y desaparecer con esa excusa, dicen que hay un laberinto en el que es fácil perderse.

La prisión de Ícaro... —razoné.

—De nuevo hablando en voz baja —se quejó mi compañera.

—¡La prisión de Ícaro! —exclamé triunfante—. ¿Dónde se encuentra?

Meena levantó una ceja mientras se cruzaba de brazos, no parecía agradarle mi pregunta.

—No pelusa, esa fue mi idea, consigue otro lugar donde esconderte —bufó—. Eres tan chiquita que seguro puedes esconderte en algún rincón o debajo de la mesa.

— ¿El león no está dispuesto a negociar con una rosa? —pregunté perspicaz.

La joven reflejó algo de interés en mis palabras, aunque parecía seguir renuente a la idea.

—Te escucho.

—Guíame a la maravilla construida por dédalo —ofrecí—. Si lo haces volveré a tomar tu lugar, así el león podrá escapar.

Meena sonrió, aunque seguía dudosa de mi propuesta.

—¿No buscabas evitar bailar con él? —preguntó.

—Buscaba un laberinto —respondí.

Aquello le dejó aún más confundida.

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Tomé la mano del príncipe al momento en el que se acercó a nosotras, Lady Meena parecía aliviada ante mi respuesta, mientras yo intentaba no de temblar para mis adentros y sobre todo, no tropezar.

Altair me guio suavemente hacia el centro del salón donde, con delicadeza, me tomó de la mano y cintura. Las cuerdas de la orquesta comenzaron a sonar y sus pasos me intentaron guiar. La expresión en mi rostro debió ser alarmante, puesto que el príncipe, en un intento de tranquilizarme, comenzó a hablar.

—Lady Levana —habló con amabilidad—. No le esperaba ver tan temprano, Madame Fontaine me había indicado que usted sería la última en aparecer esta noche.

—Debo disculparme con su alteza —respondí con las mejillas ya encendidas en un reluciente carmín a causa de la vergüenza—. Incluso las rosas llegan a marchitarse sin un poco de aire fresco y libertad. Lady Meena me dio la posibilidad de llegar esa libertad antes de lo esperado.

Ahí estaba yo, hablando en verso nuevamente. Había adoptado la mala costumbre de hacerlo cuando me ponía nerviosa, quizá era un escudo contra lo desconocido, mas el príncipe pareció complacido ante mis palabras.

—Con que no le gustan las fiestas —afirmó entendiendo mi excusa—. Podríamos dar un paseo por los jardines si lo prefiere.

—El emperador pertenece a su trono y la rosa el jardín —dije negándome a su invitación—. Un poco de sombra nunca le ha hecho daño a una flor, más bien me gustaría preguntar ¿Su alteza disfruta más del sol o la sombra?

Altair sonrió. Podía notar aquel aroma a sándalo de su carta, e incluso, estando ambos tan cerca, pude observar mejor sus facciones. Guardaba cierto parecido con su hermano, el príncipe Asra; sin embargo, también podía decir que eran tan diferentes que sería imposible confundirles, puesto que la formalidad y perfeccionismo de Altair contrastaban con el aire de libertad y misticismo de Asra.

—Ambos —respondió al fin—. Es importante mantener siempre un equilibrio y no puede haber sombra sin algo de luz ¿No le parece?

Asentí. Su respuesta me pareció más lógica que poética, aunque en cierto sentido contestaba mi pregunta.

El príncipe me hizo girar en un movimiento, a decir verdad, ni siquiera yo sabía que pudiera moverme tan grácilmente, a mis pies mi vestido llegaba a parecer una delicada cascada derramándose a mi pasar. Algunos aplausos de aquellos que observaban atentos no tardaron en aparecer. Sin embargo, en aquella vuelta había logrado pisar a su alteza, quien con sutileza disimuló mi error.

—Usted me recuerda a alguien —habló una vez volví frente a él—. Y eso hace que no pueda evitar sentir curiosidad ante sus palabras. Dígame ¿Le gusta el teatro?

—Las sagradas artes de la musa Melpómene siempre me han atraído ¿Y a usted?

—Me gusta, aunque hace tiempo no visito recinto alguno...

El terminar de la música interrumpió sus palabras, nos vimos obligados a hacer una reverencia el uno al otro, mas antes de retirarme, me ofreció su brazo para guiarme fuera de la pista de baile.

—Le invitaré al teatro algún día —prometió—. Si a usted le apetece.

—Estaré encantada de acompañarle —respondí al fin. Él asintió antes de una última reverencia menos pronunciada que la anterior.

—Esperaré ansioso hasta entonces, Lady Levana.

Pocos fueron los segundos que pudo robar de mi compañía, pues una vez entre los espectadores, se dedicó a buscar a la siguiente cortesana para bailar, parecía tener una agenda ocupada, y yo, en cierta manera, también la tenía.

Lady Meena había ya desaparecido, mientras me abría paso hacia el jardín entre los invitados intentando recordar sus indicaciones. Afuera era silencioso a comparación del bullicio que se podía escuchar dentro. La brisa fresca soplaba mientras la luna era la única luz alumbrando el sendero empedrado.

Seguí el camino sin saber bien hacia dónde me dirigía o Asra ya me estaría esperando, cierto revoloteó apareció en mi estómago ¿Por qué quería verme en aquel lugar apartado? Sabía que me había descubierto, puesto que él mismo había presenciado cuando tejía un nuevo hilo para él, mi pregunta era ¿Por qué no me había delatado? Tener una bendecida entre la corte era un tesoro que Fitore no podía desperdiciar en tiempos como este. Seguramente tenía preguntas para mí, al igual que yo las tenía para él.

El alboroto del salón llegaba a perderte para aquel punto, estaba tan lejos que la luz proveniente de la fiesta apenas podía notarse a la distancia, frente a mí se levantaba imponente un muro de setos de abelia, tan extenso que llegaba a perderse en la oscuridad, apenas una abertura sobresalía en medio de todo, era la entrada.

Eché una última mirada detrás de mí, asegurándome de que ningún curioso me hubiera seguido y una vez lista, di un paso al frente. El camino dentro del laberinto se iluminó con una tenue luz púrpura, reconocí el efecto en un instante: Asra.

El camino se cerró detrás de mí, ocultando el lugar por donde había entrado. Avancé unos cuantos metros delante de mí antes de toparme con un distraído príncipe, las pequeñas flores que adornaban los setos parecían haberle distraído, puesto que no dejaba de verles con cierta añoranza en su mirar.

—Debe ser la fortuna quien me sonrió al hacer que las estrellas guiaran mi camino para poder encontrarme con el sol en plena noche de fiesta —saludé llamando su atención al instante.

Intenté hacer una reverencia en cuanto su mirada se posó en mí, mas él me detuvo antes de lograr mi cometido.

—Es la luna quien nos deslumbra con su belleza en una noche como esta, mas no debería reverenciar al sol, puesto que uno no podría existir más sin el otro.

Una dulce sonrisa se dibujó en sus labios, lo cual me hizo sonreír de igual manera, el joven no tardó en ofrecerme su brazo invitándome a llegar a su lado.

—¿Le gustaría dar un paseo, luna mía?

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