𝐔𝐧 𝐀𝐫𝐮𝐥𝐥𝐨
Un camino de humo comenzaba a alzarse en el cielo a lo lejos. Courtest ardía en llamas al tiempo en el que ecos de una muchedumbre enardecida llegaban hasta el palacio blanco, en donde el caos aún reinaba.
El brillante fuego en el pueblo no hizo más que empeorar la situación ¿Habrían colocado bombas entre las casas también?
Aquello claramente era un ataque, una declaración de guerra, pero ¿Quiénes eran aquellos enmascarados que habían iniciado la masacre?
—¡Señor Blanche! —un lamento llamó mi atención—. Por favor señor, tiene que despertar.
Busqué desesperadamente el lugar del cual provenía aquella desesperada voz que tanto reconocía. Era Asra llamando a mi padre.
Yaciendo en el césped se encontraba Bóreas con Asra a su lado, llamándole sin obtener respuesta.
El corazón se me cayó al suelo al ver la densa sangre corría por un lado de su cara mientras que la otra parecía intacta.
—¡Papá! —exclamé en cuanto mis ojos le encontraron corriendo hacia él para tomar su mano.
Asra se alejó en cuanto llegué, como si fuera yo una criatura peligrosa. Mas eso no me importó, toda mi atención estaba en Bóreas quien aún respiraba débilmente.
La explosión le había herido uno de sus ojos, rasguños y moretones comenzaban a aparecer por toda su piel mientras su respiración menguaba.
Un tararear llegó con la brisa, era un dulce murmurar como un réquiem al llorar.
En sueños atiendo tu llamar
Brindo consuelo a tu llorar
—¡Akai! —llamé por primera vez en voz alta sin importarme de las aterradas miradas a mi alrededor—. ¡Akai teníamos un trato!
Extingo tu dolor al fin...
Al oír tu respirar
Su tenebrosa y desolada melodía seguía siendo murmurada como si se hubiera atascado en mi cabeza.
Reconocía la canción, era la misma que Akai estaba cantando al lobo la noche en la que se suponía que Asra moriría. La doncella había hecho dormir a su compañero para ganar tiempo a mi favor.
Para los espectadores parecía que estaba hablando a la nada, a la noche, a las estrellas mismas, mas Akai respondió a mi llamado presentándose frente a mí, sin ser vista ni escuchada por ojos ajenos.
—No hay necesidad de gritar, pequeña criatura —aseguró la doncella tan templada como siempre.
—Los colores de la aurora se extinguen... —reclamé desecha en un mar de lágrimas—. ¡Prometiste mantenerlo con vida, pero está muriendo!
—En lo absoluto querida, sigue tan vivo como el primer día que nos vimos —respondió como si aquello fuera una plática tan trivial como preguntar por el clima—. Sin embargo, tu querido padre sufre...
Cierta expresión de compasión se atravesó por primera vez en el rostro de la doncella. Aquello me pareció dolorosamente irónico, sádico y cruel. Se presentaba como un ángel ante mí, siendo el demonio que me quitaría lo último que me quedaba. Sostuve con fuerza la mano de mi padre mientras le tomaba en mis brazos como si quisiera protegerlo del ser frente a mí.
—Has desgarrado nuestra carne, bebido de nuestra sangre y saciado tu hambre, llévate todo lo que has traído contigo, pero no te daré lo que una vez prometiste proteger —exigí más firme que nunca.
Las miradas seguían sobre mí en el infinito silencio de la noche. Seguramente les parecía una loca con sus desvaríos, alguien que había perdido el juicio a causa de la reciente explosión, alguien tan extraño como peligroso.
—Inocente criatura, la necedad te impide escuchar mis palabras. Ni yo, ni Kanei, robaremos la vida de tu padre. Sin embargo el daño que ha sufrido es grave, su interior está colapsando condenándolo a un tortuoso dolor, tanto que su cuerpo prefirió dormir a mantenerse consciente.
—Entonces le sanaré —repliqué empuñando mi daga mas Akai me interrumpió tarareando su canción mientras mis temblorosas manos apenas podían levantar el artefacto en alto.
—La magia, como todo en el mundo tiene sus límites —aclaró—. Me temo que tus talentos no serán suficientes para traerle de vuelta de su sueño eterno.
Kanei no le acompañaba, aquella era su noche de cacería, su banquete esperado, por lo que Akai lo único que podía hacer era esperarle llevando con ella su canción, protegiendo el palacio de las garras del lobo en lo que nuestra conversación se desarrollaba.
Y te encuentro todo desecho
Sobrehilando tu desesperar
Mas sé que lo mejor
No es amparar tu soledad...
Los espasmos en mis dedos apenas me dejaron deshacerme del catalizador para intentar encontrar la dorada hebra del destino de Bóreas. Si no podía sanarlo como encantadora, cambiaría su destino como bendecida.
Akai suspiró decepcionada, arrodillándose frente a mí de tal manera en la que podría mirarla directamente a los ojos.
—¿Estás segura de querer dar tu vida y revelar tu secreto ante todos los que miran? —preguntó señalando a su alrededor.
Asentí sin retirar mi concentración de mis manos.
—Levana... —murmuró Asra temiendo por mis acciones. Intentó acercarse, mas alguien le detuvo el brazo, la noche apenas me permitió ver el cobrizo cabello de la princesa Charlotte, quien le sostenía con fuerza mientras observaba la escena con terror.
—No sanará —aseguró Akai—. Tejes hilos para alargar la vida, para cortarla de tajo o cambiar su rumbo, más no hay rumbo por cambiar aquí y no hay vida que pueda ser tejida pues no ha sido cortada. Todo lo que puedo ofrecerte es cambiar su manera de partir.
Mi furia crecía mientras la impotencia se apoderaba de mí, tanto poder, tantos años huyendo para que al final ni siquiera la "bendición" con la que había lidiado por tanto tiempo pudiera salvar a mi padre. Por más que lo intentara, nada estaba a mi favor, sin importar cuanto sacrificara, sin importar cuanto me esforzara, el destino de un bendecido no cambiaría.
Mis lágrimas caían sin cesar mientras miraba fijamente a Bóreas frente a mí, podía sentir cómo algo en mí se rompía pedazo a pedazo, como si me arrancarán el corazón del pecho tan lenta y tortuosamente como para hacer aquel suplicio eterno.
—Es hora de aceptar, bendecida —aseguró Akai.
Mis manos se aferraban a la ropa de Bóreas con fuerza mientras la doncella hablaba.
—No puedo...
Aquello a lo que todos llamaban bendición en realidad era una maldición. Reí con ironía al darme cuenta de que aquello era lo que Kanei tanto insistía en que debía aceptar, estaba maldita. Destinada a destruir todo a mi alrededor, a traer sufrimiento y guerra, mi sola presencia era la condena de todos aquellos que amaba.
—Cumplí con mi parte del trato —mustié aferrándome a mis agonizantes esperanzas.
—Pienso respetar mi palabra, mas hay destinos peores que la muerte —señaló refiriéndose a la tortura por la que Bóreas atravesaba—. Está en tus manos liberarle de su tormento.
Akai no respondió más, siguiendo aquella canción que no había podido terminar noches atrás junto al lobo.
Cuando la esperanza te abandone
Y pronuncies al sufrir
"Te di todo, mis versos, mi canción
Tan solo déjame partir..."
Su canto parecía narrar las palabras de Bóreas al yacer en el jardín rogando por liberarse al fin. El viento se llevó las palabras mientras la canción retorcía mi tristeza como una daga en el pecho.
Temblaba mientras estos pensamientos cruzaban por mi mente, quería ser egoísta y mantenerlo conmigo, quería tenerlo entre mis brazos, aunque fuera un poco más...
—El lobo... ¿No vendrá por él? —pregunté temblorosa, alargando el tiempo que tenía antes de dar mi decisión.
Sabía que Bóreas había huido de Akai en un pasado, por lo que desperdició su única oportunidad de morir tranquilo, condenándose a esperar al lobo, con quien tendría una muerte violenta.
—Seré yo quien le acompañe, mientras dure mi canción —concedió amable la doncella, mas su melodía estaba a punto de acabar.
Y con mi arrullo pernoctes
Cuando no haya más por hilar
Sabré que lo mejor será...
—Ruego que sea lo mejor, por piedad —murmuré al escuchar las últimas palabras de su tonada.
—Sabré que lo mejor... —repitió antes de terminar.
Suspiré dolorosamente sosteniendo un gimoteo.
—Será dejarte... descansar —completé su canción en un tortuoso instante.
La doncella posó delicadamente una mano en el pecho de Bóreas mientras que este, tan tranquila y pacíficamente, dejaba de respirar.
Me derrumbé sobre él el sentir el último latido de su corazón.
Akai desapareció, llevándose así lo más valioso que tenía.
La tristeza me inundó a tal punto en el que no me importaba lo que sucediera a mi alrededor, incluso no pude notar cuando el cálido toque de la mano de Narumi sobre mi hombro apareció, siendo la única que se atrevió a contener mi llanto.
Una espesa niebla comenzó a levantarse al rededor, causando más angustia entre los sobrevivientes. Llenando el jardín de pavor cuando llegaron ecos desgarradores de Courtest, lugar que seguía siendo consumido en llamas, sucumbiendo ante las garras del lobo.
De todos los asistentes de la realeza que habían presenciado la explosión, solo el emperador Izar había desaparecido, levantando sospechas en Navani y Altair sobre su paradero.
—¡Atención por favor! —llamó alguien intentando contener el pánico que crecía en los presentes—. Esta noche nuestro reino ha sido atacado, traicionado en busca de debilitarnos y robarnos todo lo que hemos logrado.
Sobre la niebla que buscaba tocar el cielo, se alzaba Altair, herido, pero orgulloso, pronunciando su discurso, sosteniéndose con la poca fuerza que le quedaba, demostrando que no caería tan fácilmente como Fitore en el pasado.
—Se ha derramado sangre de nuestras familias y amigos, cosa que no quedará impune —aseveró con cierta rabia en su voz, puesto que aquello también le recordaba cómo había perdido a sus padres—. Los cobardes que buscaban aprovecharse de nuestra hospitalidad han huido, junto con su líder: El Emperador Izar de Aghat. Pero no lograron su cometido, pues la alianza pactada entre Perang y Fitore es ahora más fuerte que nunca. El compromiso de mi hermano, el príncipe Asra Antenari de Fitore con la princesa Charlotte Aveline de Perang sigue en pie.
Levante el rostro en cuando sus palabras llegaron a mis oídos, sintiendo cómo se me aceleraba el pulso haciéndome imposible respirar.
—Que esta alianza sea un inicio de paz y armonía entre ambos reinos, quienes a partir de este momento, declaran la guerra en contra de Aghat —completó Altair acompañado de vítores por parte de quienes le escuchaban.
Un pelotón de guardias llegó enseguida, mientras retiraban a la familia real junto con los invitados de Perang para resguardarles.
—¡ASRA! —exclamé en llanto mientras intentaba llegar a él.
El príncipe me dedicó una dolorosa mirada llena de tristeza mientras se alejaba.
—¡Asra por favor...! —comencé a rogar mas los guardias me tomaron violentamente por los brazos arrastrándome en dirección contraria.
Forcejeé mientras Narumi se unía a mí intentando liberarme entre gritos y discusiones con quienes me llevaban hacia afuera de los muros del palacio.
—¡DÉJENLA! —reclamaba la pelinegra—. ¡Es una cortesana de su alteza, suéltenla!
—Ya no más —respondió con frialdad uno de los guardias—. Fueron órdenes del príncipe.
Dejé de forcejear, rendida al oírle. Estaba cansada, herida y desolada. Ya nada importaba ¿Por qué debía seguir luchando?
—¿Altair? —pregunté con la cabeza baja y un hilo de voz.
El guardia no respondió, tan solo negó con la cabeza.
Me echaron del palacio, arrojándome sobre la fría nieve que seguía derritiéndose afuera.
Las puertas se cerraron enseguida, mientras sollozaba hecha un ovillo deseando que Kanei llegara a destrozar mi carne entre sus fauces y acabar con mi miseria.
Los tortuosos minutos pasaron, mientras permanecía sola en la oscuridad, fundiéndome en la noche hasta que un alarido rebotó dentro del jardín, interrumpiendo mi llanto.
—¡Se han llevado al príncipe! —alertó alguien.
De nuevo, buscaban llevarse a uno de los príncipes... Asra o Altair ¿Qué más daba? Debía preocuparme por mí misma, ya había tocado fondo y aunque les ayudase, seguramente me desecharían nuevamente.
—Reunid a las cortesanas —ordenó uno de los guardias.
—Tres de ellas han desaparecido, capitán —respondió otro al instante—. Lady Yue, Lady Naisha y Lady Narumi.
—No... —fue lo único que mis temblorosos labios alcanzaron a pronunciar.
Narumi había sido la única que había estado para mí durante mi estancia en la corte, la única que a pesar de no entenderme se mantuvo a mi lado y consoló mis lágrimas.
¿Se la habrían llevado los enmascarados de Aghat? Seguramente le creían una traidora por pertenecer a la corte de Fitore.
La sangre se me heló al pensar lo que podrían hacerle. Había desaparecido junto con un miembro de la familia real. La joven ya no tendría protección ni por parte de Fitore ni por Aghat, pues los concejales le tomarían como cómplice de los enmascarados.
—¡Déjenme entrar! —golpeé con fuerza la puerta por la que me habían sacado—. Puedo ayudar... ¡Déjenme ayudar!
La cabeza comenzaba a dolerme mientras intentaba con todas mis fuerzas ser escuchada, mas nadie atendió.
—No pueden haberse llevado al príncipe Asra demasiado lejos ¡Manden un batallón ahora! —apresuró el capitán.
Una espesa bruma me rodeó, mientras Kanei se materializaba ante mí, llevando entre sus fauces una daga... mi daga.
—¿Lista para aceptar tu destino, bendecida?
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