𝐌𝐞𝐧𝐭𝐢𝐫𝐚𝐬 𝐅𝐮𝐠𝐚𝐜𝐞𝐬
Era mi segunda noche en Nadhera y parecía estar condenada a no dormir en aquel palacio. Aunque esta vez, la curiosidad no era la que guiaba mis pasos.
Había decidido utilizar el anillo que Bóreas me había otorgado para poder facilitarme el trabajo. Conocía bien cómo activarlo, era un hechizo cambia formas, difícil de forjar, fácil de utilizar una vez obtenido.
—ტრანსჶიგორუნნ —pronuncié con el amuleto delante de mí.
Aquellas palabras podrían sonar como "Transfigorum", la pronunciación era clave para activar el objeto.
Un par de anillos color azul brillante se dibujaron debajo del objeto. Dentro de los anillos, en el espacio que les separaba podían leerse mis palabras "ტრანსჶიგორუნნ" seguido de "აკტივო", y en medio de todo, una estrella de siete puntas. Bóreas había conjurado bien el hechizo.
Coloqué mi mano sobre el amuleto, intentando concentrarme lo mejor posible. Para lucir ante los ojos de los demás con la apariencia de alguien más, debía mantener clara la imagen en mi mente, "visualizar" para ser más específicos.
Decidí lucir como la princesa Navani, aunque me sería algo difícil mantener su apariencia, pues solo le había visto una vez. La ventaja de fingir ser la princesa era que no sería sorpresa para nadie que visitara a su hermano. Tan solo debía evitar hablar, puesto que, aunque lucía como ella, nuestras voces, postura y actitudes eran completamente diferentes. Incluso la manera de caminar sería distinta y por supuesto, debía alejarme de los espejos y áreas reflectantes a toda costa, pues no puedes engañar a tu propio reflejo.
Un destello azul me indicó que todo estaba listo al momento en el que desaparecía consumido por el artefacto que aún seguía bajo mi mano. Rápidamente lo coloqué en mi dedo medio, tomando así la forma de la princesa, y preparándome para salir.
Le eché un último vistazo a Akai, quien aún tarareaba aquella triste canción para Kanei preguntándome si aquello no sería una trampa.
Dudosa, apreté mis manos sintiendo el calor del amuleto sobre mi piel pues, mientras el encanto funcionara, se sentiría cálido a diferencia del frío metal que me indicaría que el encanto habría desaparecido.
Fui precavida al salir de mi habitación, cuidando que nadie pudiera verme salir o andar por los dormitorios de las cortesanas.
La paz que se respiraba se sentía extraña, como la calma antes de la tormenta, mis pasos y el latir de mi corazón eran el único sonido que inundaba mis oídos.
Decidí concentrarme en el plan, Akai había ayudado con indicaciones: cada miembro de la familia real tenía cierta área privada para cada uno, siento el príncipe Altair quien tomó el observatorio para sí mismo, la princesa Navani tomando los aposentos que antes eran de sus padres y el príncipe Asra contando con vista a los jardines y acceso a una biblioteca privada, separada de la de los consejeros, escribas o visitantes; la biblioteca real.
Por lo que sabía, sería más fácil acceder a sus aposentos desde los jardines, pues había guardias patrullando y resguardando cada entrada al área real y sería extraño ver a la princesa Navani por los pasillos fuera de sus aposentos sin haberla visto salir antes.
Los dormitorios, incluyendo el mío, se encontraban en la segunda planta, por lo que me apresuré a bajar a la primera planta, hacia los jardines.
La entrada al área del príncipe, como sospeché, se encontraba custodiada por guardas a ambos lados. Pude ver su reluciente armadura desde lejos, por lo que me dio tiempo de corregir mi postura, intentando imitar la de la princesa. Comenzaba a temblar para mis adentros y estaba segura de que una gota de sudor frío amenazaba por caer de mi rostro, aun así, no tenía vuelta atrás.
—Alteza —saludaron con una reverencia.
Por mi parte me mantuve sin expresión en el rostro, limitándome a asentir levemente con la cabeza. Los guardias esperaron a que hablara, mas no hubo sonido alguno que saliera de mi boca, en cambio, intenté endurecer mi mirada, esperando que esta fuera suficiente para dejarme pasar.
Ambos guardias se miraron dudosos uno con el otro tratando decidir qué decir.
—Disculpe Alteza, por ahora nadie puede pasar, órdenes de su hermano.
Altair, buscando cuidar de Asra, había limitado las visitas. Bufé molesta, algo que hizo temer a los guardias. Me había quedado sin opciones.
—¡Navi! —exclamó una mujer mayor saliendo de la penumbra detrás de los guardias—. Estaba a punto de ir a buscarte, Asra ha pedido verte.
El rostro de la mujer denotaba preocupación y tristeza, no tendría buenas noticias.
Asentí ignorando a los guardias que me había negado la entrada. La mujer caminaba apresurada algunos metros delante de mí, guiándome hacia la habitación del príncipe y una vez a su puerta, se detuvo para hablar.
—Me temo que no se ve muy bien... —explicó apenada—. El doctor dijo que para esta noche el dolor en su pecho habría desaparecido, pero...
Un quejido salió desde los aposentos, cierto terror se reflejó en la mirada de la mujer que tenía delante, quien por su uniforme, parecía ser parte de las doncellas del palacio.
Coloqué mi mano sobre el hombro de mi contraria, intentando tranquilizarla y dedicándole una sonrisa. Ella agradeció el gesto y me dejó pasar a la habitación.
Dentro la oscuridad reinaba, tan solo alumbraba una débil vela junto a la cama del príncipe. Cuidando de no hacer mucho ruido me acerqué a la luz sabiendo que debía actuar rápido, pues ya había gastado la mitad de mi tiempo.
Sobre la cama, entre la penumbra, se encontraba un joven, portaba una ligera camisa de lino que dejaba parte de su pecho descubierto, en el cual se podían ver marcas oscuras, como venas que sobresalían de su piel pálida. Hubo un nuevo quejido, le costaba respirar.
—კალნნავირა —pronuncié al juntar mis manos para después separarlas, haciendo este ademán lo más cerca posible del príncipe.
Pequeñas partículas azules comenzaron a caer cerca de su pecho. Sus músculos se contrajeron enseguida arrancándole un suspiro para después relajarse, podía volver a respirar.
"Calmavita" era como se pronunciaba el hechizo. Había aplicado un calmante para evitar que el dolor que su cuerpo experimentaba le dificultara respirar.
Enseguida me dediqué a buscar el hilo del destino del príncipe, fue así como una hebra dorada apareció ante mis manos. La hebra estaba rota y pronto llegaría a su fin, eso significaba que moriría en pocos minutos, por lo que sin pensarlo mucho comencé a hilarla con una nueva.
Destellos azules chisporroteaban aquí y allá mientras mis hábiles manos tejían. La tarea era relativamente sencilla, lo difícil sería soltar la hebra y pagar el precio por perdonarle la vida. Akai no había mencionado nada sobre cuánto tiempo de vida me costarían mis acciones, por lo que podía imaginar en realidad era un favor o una sentencia de muerte.
En medio de mi tarea, el príncipe pareció despertar entre sueños.
—¿Navi? —preguntó con apenas fuerzas para hablar.
Me detuve al oír aquella voz, estaba segura de que le había escuchado en alguna parte. Mi vista se desvió hacia el príncipe que aún yacía sobre la cama, sus ojos esmeralda me devolvieron la mirada.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Era el joven escriba que me había recibido al llegar al Nadhera.
Ambos estábamos congelados, mirándonos mutuamente cuando sentí cómo el anillo en mi mano comenzaba a enfriarse.
Sin decir una sola palabra seguí tejiendo, esperando que por la mañana lo confundiera con un sueño o delirio a causa de su debilidad.
La nueva hebra comenzaba a recuperar color y ser tan brillante como la que antes se había roto, las marcas en el pecho del príncipe se fueron desvaneciendo y para cuando terminé, no quedaba rastro alguno de ellas.
El hilo seguía aún entre mis manos, venía la parte difícil. Con cuidado comencé a desprender mis dedos uno a uno, aunque con cada movimiento el dolor en mi cuerpo aumentaba. Mis rodillas se doblaron al desenredar mi mano derecha, mis músculos se contraían, sentía que agonizaba.
—¡Espera! —el príncipe tomo mi mano antes de que pudiera tocar el suelo.
Se había incorporado, incluso su piel había recuperado el brillo que presumía en el amanecer de nuestro encuentro. Me sostenía con tanta fuerza que era imposible pensar que hacía unos minutos se encontraba postrado muriendo lentamente.
—¿Quién eres? —preguntó mientras me ayudaba a sentarme al borde de su cama.
Le miré agotada, no podía responder a su pregunta, no sin que me encerraran para siempre en el castillo en la espera de volver a utilizarme, eso si salía con vida una vez soltara el hilo.
El príncipe Asra seguía aún expectante esperando una respuesta. Dos mechones de su revuelto cabello caían en ondas enmarcando su rostro, resaltando aún más el color de sus ojos.
Estaba cansada, asustada y tontamente me perdí en ese mar esmeralda durante un segundo buscando alivio. Aquel segundo fue suficiente para descuidar el encanto impuesto a mi apariencia.
Asra abrió los ojos, sorprendido al momento en el que yo retrocedía. Mi pálida tez y cabello blanco fueron revelados poco tiempo, mas él pudo reconocerme al instante.
La distancia se había hecho más grande entre nosotros, pero ninguno de los se atrevió a pronunciar palabra. El silencio reinaba en aquel incómodo momento, se había dado cuenta de que había utilizado la apariencia de su hermana para entrar a sus aposentos. Sonaba mal, sí, pero él había mentido primero.
Un conjunto de voces interrumpió el tenso intercambio de miradas, parecían acercarse cada vez más. Asra también les había oído.
Impulsivamente solté el hilo que aún faltaba. Hacerlo fue más fácil que antes y así se perdió en la oscuridad de la noche, dejándome notar un frío agudo en mi dedo medio: el encanto había terminado, volvía a ser Levana.
Miré a Asra por última vez asustada, no quería imaginar el castigo que tendría una cortesana por infiltrarse en una de las habitaciones reales en las primeras noches. El joven, cambiando de semblante, entendió lo que pasaba. Así su mano no tardó en buscar la mía mientras me guiaba por la penumbra.
—Por aquí —murmuró antes de buscar algo a través del muro frente a él.
Entrecerré los ojos intentando averiguar hacia dónde me llevaba.
—Alteza... —murmuré intentando hacer menos incómodo el hecho de tomar mi mano, mas él me silenció.
—¡Altair! —saludó detrás de la puerta, la señora me había dejado entrar en la habitación—. No te preocupes, Navi está con él ahora.
—¿Maia? —preguntó la princesa Navani quien, al parecer, llegaba junto a su hermano.
Una ligera brisa atrajo mi atención, Asra había logrado recorrer la pared dejando abierto un pasillo oscuro que parecía ser una salida improvisada de otra época.
"Clic" alguien intentaba abrir la puerta principal.
—Lleva a los jardines —murmuró—. Fingiré estar dormido antes de que puedan notar tu presencia.
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