𝐋𝐚𝐭𝐢𝐝𝐨𝐬
"Escucho un fuerte palpitar..."
La voz de Kanei fue lo único que se me cruzó por la mente al sentir el agudo dolor en mis costillas en el momento en el que salí disparada en contra de una de las paredes del salón de baile.
Mi mundo entero se desvaneció en una deslumbrante luz para luego sumirse en una oscuridad interminable. Al mismo tiempo, una melodía siniestra comenzó a resonar en mis oídos, ahogando todo lo que me rodeaba. Era como una nota solitaria tocada en una cuerda tan tensa que parecía a punto de romperse. Una melodía eterna en una lucha sin fin.
"Tap... tap... tap... tap..."
Los segundos se deslizaban con una lentitud insoportable, hasta que finalmente fui consciente de mi situación. Me encontraba indefensa, tendida en el suelo, mientras aquel sonido poco a poco dejaba de ser una melodía para convertirse en los latidos de mi propio corazón.
Entreabrí los ojos, asustada y desorientada. El humo apenas permitía ver unos pocos metros frente a mí. Escombros se encontraban esparcidos por todas partes, el fuego se extendía con ferocidad y los gritos se iban aclarando a medida que recobraba la conciencia.
En medio de las llamas, pude distinguir dos figuras que parecían danzar al compás de cada latido de mi corazón. La primera se movía con agilidad y gracia dando saltos aquí y allá, mientras que la segunda emanaba ansiedad e impulsividad, arrancando los últimos alaridos a sus víctimas. Akai y Kanei habían comenzado su cacería.
Intenté gritar, pero ningún sonido logró salir de mi boca, la garganta me quemaba, mis ojos ardían mientras mis costillas sucumbían ante el dolor. Me hubiera desplomado nuevamente en un abrir y cerrar de ojos si no fuera por aquella sombra que me tomó con fuerza del brazo ayudándome a incorporarme.
—¡De pie, no hay tiempo para recuperarnos, debemos encontrar a Altair! —reprendió Meena, con su vestido hecho jirones y el rostro cubierto de ceniza, sosteniendo su espada en posición defensiva.
Mis párpados luchaban por cerrarse cuando ella me sacudió, devolviéndome a la realidad.
—Pelusa, quédate conmigo —me ordenó, aunque parecía más una súplica disfrazada de instrucciones.
Le agarré el hombro para tranquilizarla y hacerle saber que me encontraba más estable. Mi mente poco a poco se aclaraba, recordando la explosión.
Meena me arrastró con ella mientras buscaba mi daga, atada a uno de mis muslos debajo de mi vestido. Navani había tenido razón: planeaban atacar el palacio durante la celebración.
Nos adentramos entre los escombros, cubriéndonos la nariz y boca con un pedazo de tela arrancado de los harapos que ahora llevábamos. Buscábamos sobrevivientes, pero, sobre todo, buscábamos a algún miembro de la familia real.
No tardamos mucho en dar con Navani, quien comenzaba a reaccionar sosteniendo firmemente su hombro derecho pues todo su brazo se había roto.
—Altair... —logró decir con voz entrecortada, señalando un rincón sumido entre el humo y la ceniza.
Meena asintió sin perder un segundo y se apresuró a ayudar al príncipe. Yo la seguí a través del humo, que se volvía cada vez más espeso.
Altair aún estaba consciente, pero atrapado debajo de los pesados escombros. Narumi y Elizabeth ya estaban intentando liberarlo cuando llegamos. Sin embargo los ojos de Narumi no reflejaron alivio al vernos, sino temor.
—¡Cuidado! —exclamó al momento en el que lanzaba un shuriken en mi dirección.
Apenas pude esquivar aquel artefacto, siguiendo su trayectoria con la mirada hasta encontrarme cara a cara con Akai.
Su vestido relucía manchado de sangre fresca. La doncella sonrió mientras con un elegante movimiento, posaba uno de sus dedos en la frente de una figura alta y corpulenta que se alzaba sobre mí.
Era un hombre, vestido de negro de pies a cabeza. Portaba una máscara que cubría gran parte de su rostro, dejando algunos huecos maltrechos debido a que estaba rota en la parte superior, exponiendo su frente. El shuriken golpeó justo donde Akai había tocado al hombre, haciéndole trastabillar mientras dejaba caer el cuchillo que había estado sosteniendo.
Otro shuriken se clavó en su cuello, seguido de uno más en el pecho. Fue en ese momento cuando Kanei llegó, hundiendo sus enormes colmillos en la garganta de su presa.
Grité aterrada ante esa escena. Meena me sacudió nuevamente.
—¡Despierta no es tiempo de llorar! Debemos sacar a todos los que podamos de aquí.
Sin embargo, aquel hombre de la máscara rota no era el único enemigo presente. Estábamos rodeadas, siendo un obstáculo entre ellos y su objetivo: Altair.
—¡Pelusa, detrás de mí! —ordenó Meena, consciente de que entre todas las cortesanas, yo era la única que aún no controlaba mis poderes.
Uno tras otro, las figuras enmascaradas se revelaron a través de la cortina de humo. Las cuatro cortesanas empuñamos nuestras armas, aunque notaba que mi mano temblaba frente a mí.
Un montón de cuchillos fueron lanzados en nuestra dirección, Elizabeth creó un escudo al instante, bloqueando la trayectoria de los cuchillos al golpear su lanza contra el suelo.
Una oscura niebla nos rodeó después de esto, producto de un encanto de Narumi para darnos cobijo y ocultarnos por unos cortos segundos. Meena, por su parte, aprovechó las ventajas que le proporcionaba su equipo, avanzando rápidamente hacia su objetivo más cercano: una mujer alta de hombros anchos, cuya máscara aún permanecía intacta, con líneas rojas y blancas dibujando un rostro afilado, como el de un zorro.
Sus movimientos eran bruscos pero seguros. Meena lanzó un golpe directo al cuello, pero su contrincante lo bloqueó con facilidad, entablando un duelo de fuerza para decidir en cuál garganta terminaría la hoja de esa espada.
—¡Levana! —gritó Meena mientras sus rodillas cedían, luchando por resistir la abrumadora fuerza de su oponente.
Y allí estaba yo, con mi daga en mano, paralizada por todo lo que ocurría a mi alrededor.
—¡Levana! —exclamó Meena nuevamente, ya de rodillas.
Su contrincante arrebató la espada de Meena con total facilidad, preparándose para decapitar a la morena.
"Clank".
Una estrella de metal se clavó en la mano derecha de la mujer, otra en unos de sus ojos y una más en su cuello. La sangre que brotaba de sus heridas se tiñó de un verde esmeralda tan rápido que apenas pudo soltar la espada que había tomado y sujetarse el cuello desesperadamente en busca de aire. Los shuriken estaban envenenados.
Narumi emergió de las sombras empujando a la mujer para evitar que cayera sobre Meena.
—Por nada, Meribi —canturreó mientras le devolvía la espada.
—Mi héroe... —Meena puso los ojos en blanco mientras respondía con cierto sarcasmo, le costaba admitir que había sido Narumi quien le había salvado.
Narumi seguía luchando, lanzando shuriken con encantamientos aquí y allá. No pasó mucho tiempo antes de que Meena se uniera a ella, luchando espalda con espalda.
"Clack" la lanza de Elizabeth se rompió.
Estaba indefensa, tendida en el piso ante un hombre que poseía una habilidad extraordinaria con un hacha.
Corrí hacia la rubia quien se encontraba demasiado lejos como para poder alcanzarle con mis débiles piernas.
—აურორისა —exclamé deslizándome por el suelo mientras levantaba mi daga para crear un tremuloso escudo que nos cubriera, el cual comenzaba a resquebrajarse con cada golpe del hacha.
Me costaba mantener ese escudo sobre nosotras, mis costillas no dejaban de doler con cada respiración y mi mano temblorosa estaba a punto de ceder ante la fuerza del enemigo, que parecía estar sumergido en una clase de euforia, gruñendo como animal y lanzando cada golpe con más fuerza que el anterior.
"Clack, clack, clack" el hacha asestaba sin cesar.
Una tenebrosa risa se podía escuchar debajo de aquella máscara, el hombre disfrutaba ver el terror reflejado en los ojos de sus contrarios.
—¡Protege a Altair! —le ordené a Elizabeth, observando cómo el escudo estaba a punto de desaparecer.
Dibujé un círculo en el suelo con mi mano izquierda, iluminando dos anillos, preparada para invocar otro encanto.
—No podrás hacer nada sin haber aceptado tu verdadera naturaleza —escuché la aterradora voz de Kanei a mi lado.
—ფოტენტიაჶორზა... —comencé a conjurar con movimientos temblorosos, ignorando al lobo.
Intentaba crear un amplificador, Asra me había enseñado cómo hacerlo, pero no logré completarlo, ya que necesitaba la ayuda de Kanei durante el conjuro y lo último que quería era tenerlo cerca.
—¡Terca criatura, intentas conjurar en mi nombre sin reconocerme! —mustió.
"¡Clisssh!" El escudo se rompió en pedazos.
—¡აკტივო! —bramé desesperada, deslizando uno de mis dedos alrededor de las letras formadas por los anillos.
Un grito de dolor resonó a lo suficientemente cerca para llamar la atención de Kanei, quien corrió ansioso en su dirección, perdiéndose entre el humo en busca de su presa.
El escudo había desaparecido y mi oponente estaba listo para atacar. Me moví rápidamente, esquivando un golpe que resonó con fuerza a escasos centímetros de mí. El conjuro que había realizado parpadeó un par de veces y luego desapareció. Había fallado.
Intenté atacar como Navani me había enseñado, pero al ponerme de pie solo recibí un golpe, después otro y otro más, la parte trasera del hacha golpeó mis rodillas haciéndome caer. Mi adversario me tomó por el cuello con una facilidad extraordinaria, listo para estrellar mi cabeza contra el suelo.
El furor se hizo presente en la voz del enmascarado mientras apretaba cada vez más mi garganta. Mis pulmones se contraían en busca de aire que ya no podía obtener mientras me retorcía violentamente en una lucha por liberarme de su agarre.
—¡Mírame, quiero ver cómo la luz abandona tus ojos! —ordenó con la voz de una bestia.
Un par de enredaderas treparon por las piernas del hombre mientras seguía distraído con aquellas palabras, para después dar un tirón y arrastrarlo lejos.
Aquello le dio tal sorpresa que su fuerza aminoró sobre mí, aunque aun así, logró arrojarme sin mayor dificultad, como si fuera una muñeca de trapo. Me estrellé contra suelo, jadeando, desesperada por respirar, con el dolor en el tórax aumentando, mas solo inhalaba el humo del fuego que nos rodeaba.
Rosalina había atrapado con sus plantas al hombre del hacha, condenándolo entre ramas de espino y enredaderas que no le permitirían escapar.
La pelirroja iba acompañada de Naisha, Dilaila y Daphne. Por otro lado Yue y Navani estaban ayudando a Meena y Narumi con todos aquellos enmascarados que les habían hecho retroceder.
Rosalina se apresuró a invocar más enredaderas, ayudando a levantar los escombros en los que Altair seguía atrapado.
—¡Son demasiados! —exclamó Navani blandiendo su espada con una sola mano entre los enemigos que nos rodeaban—. Saquen a Altair de aquí ¡Ahora!
Dilaila y Naisha ayudaron al príncipe a reincorporarse para sacarlo del lugar.
Daphne y Elizabeth se colocaron al frente intentando avanzar. Yue con un hábil movimiento de su espada doble lanzó dos llamaradas despejando el camino para nosotras.
Rosalina me ayudó a incorporarme antes de que Navani, Meena y Narumi se nos unieran cubriéndonos la espalda, logrando crear una barrera entre todas para proteger a Altair quien parecía tan débil que estaba a punto de colapsar.
Avanzamos por un momento que me pareció eterno mientras escuchaba el sonido de la carne desgarrarse y el gruñido eufórico de Kanei al cazar, lo cual provocó que mirara en todas direcciones, desesperada por encontrar a Asra o Bóreas. Rogaba a las estrellas estuvieran ya fuera de aquel lugar, pues era peor que un campo de batalla, era una sentencia de muerte.
Al alcanzar la salida comencé a toser descontroladamente a causa del humo y la ceniza que había inhalado. Rosalina se detuvo para ayudarme, sin embargo una flecha fue disparada desde el exterior, clavándose en el pecho de la pelirroja, cerca del corazón.
La joven se desplomó sobre mí, manchando mis manos con la sangre que comenzaba a emanar a borbotones de su pecho mientras intentaba sostenerla con la poca fuerza que me quedaba.
—Rosa... ¡Rosa! —bramé a causa del terror que toda aquella matanza causaba en mí.
Pero la pelirroja no me escuchó, sucumbiendo ante el dolor mientras escupía sangre por la boca y su mirada se perdía entre la oscuridad y el fuego.
Navani la tumbó en el césped del jardín mientras el caos seguía reinando con todas las cortesanas horrorizadas buscando ayuda para la más pequeña del grupo.
—¡Un doctor! —suplicó Dilaila a los asistentes que apenas lograron salir con vida.
Altair, aún débil se acercó para inspeccionar la herida, pero nada pudo hacer al observar la pérdida de sangre de la cortesana.
Los gritos resonaban por todas partes, mezclados con órdenes y lamentos, mientras la vida se escapaba de aquellos grandes ojos grises. Kanei llegó a mi lado, ansioso por devorar a su presa.
—¡LEVANA! —Navani me sacó de aquel trance agitándome violentamente—. ¡LEVANA REACCIONA!
A duras penas podía comprender sus palabras; señalaba mi daga y luego a Rosalina desesperadamente.
—¡ERES UNA LUNAE, SALVA SU VIDA ANTES DE QUE SEA DEMASIADO TARDE! —gritó con todas sus fuerzas, mientras mis compañeras me llamaban junto con la princesa.
Sin embargo, no sabía cómo hacerlo. No tenía idea de cómo sanar a alguien sin tejer su hilo del destino, y esta vez no contaba con el favor de Akai para salir ilesa de tal proeza. Tejer su hilo con uno nuevo para evitar su muerte significaría entregar mi propia vida.
—Ambos sabemos que hay otra forma —gruñó Kanei a mi lado—. Criatura poeta, no confías en mí. Si creyeras en mis palabras, podrías salvarla.
Rosalina luchaba por inhalar con un último vestigio de fuerza, tratando de obtener el oxígeno que sus pulmones anhelaban, pero sus esfuerzos eran en vano. Akai tomó su mano, arrodillándose a su lado para murmurar algo que solo Rosalina pudo escuchar.
—Dime tu nombre, bella flor —pude leer en los labios de la doncella.
—Clava tu daga en su pecho —ordenó Kanei.
Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Quería que terminara con su vida de forma tan violenta para poder devorarla? Akai estaba a punto de reclamar a su víctima, solo faltaba que la pelirroja respondiera.
—¡Levana, haz algo! —exclamó una de mis compañeras.
—Clava tu daga —insistió Kanei.
El terror oprimía mi pecho, mi cabeza daba vueltas y apenas podía pensar entre todo lo que ocurría a mi alrededor. Rosalina comenzó a mover sus labios intentando dar una respuesta a la doncella.
—¡LEVANA!
—Hazlo ¡AHORA! —gruñó Kanei.
Sin pensarlo dos veces, levanté mi daga y la hundí violentamente en el pequeño cuerpo de Rosalina, quien se estremeció por la fuerza que ejercí sobre ella.
Un silencio sepulcral envolvió todo a mi alrededor mientras Akai desaparecía. Kanei rio complacido.
Rosalina cerró los ojos con un último aliento. Todas las miradas se clavaron en mí horrorizadas por acto.
Comencé a respirar agitadamente, las arcadas no tardaron en aparecer. Por las estrellas ¿¡La había asesinado!?
Estaba a punto de desfallecer cuando, de repente, un brillo azul comenzó a emanar del puño de la daga, recorrió la afilada hoja y se adentró en las entrañas de Rosalina, cubriendo su cuerpo entero. En un abrir y cerrar de ojos, Rosalina despertó, inhalando profundamente.
Mis manos seguían aferradas a la daga en su pecho, confundida e impactada por lo que acababa de presenciar. Retiré la daga con temor, mientras la pelirroja se recuperaba. No había dejado ni una sola marca en ella.
Dilaila la abrazó enseguida con lágrimas en los ojos, recorriendo con sus manos el rostro de la joven como si intentara asegurarse de que esta fuera real.
—Gracias... —expresó Rosalina aliviada.
Pero no logré escucharla por completo, puesto que la melodía que había escuchado al despertar seguía atascada en mi mente.
Debía apuñalar en el corazón si quería sanar a alguien con mis encantos.
Esa era la prueba perfecta de que, no importaba qué hiciera o cuánto lo negara, estaría atada a la doncella y el lobo hasta el último de mis días.
Atada a aquella melodía de muerte...
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