𝐋𝐚𝐬 𝐄𝐬𝐩𝐢𝐧𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐑𝐨𝐬𝐚
Los meses pasaron desde aquel horrible suceso.
Bóreas, a su llegada, se encontró con un pueblo totalmente masacrado y una aterrada chica escondida dentro de la casa.
No pude decirle qué había pasado o explicar siquiera cómo habían muerto todos excepto yo, las palabras simplemente se negaban a salir de mi boca.
Mi actitud cambió desde entonces, solía ser más callada, y cuando hablaba, lo hacía con frases enrevesadas y confusas en cuanto la doncella aparecía. Sin dudas, aquello llegaba a causar molestia en las personas.
Bóreas nunca cuestionó mi nuevo lenguaje, aunque por mi parte, sabía que en el fondo ni siquiera él lograba entenderme del todo.
Parecía que, además de mis palabras, mid acciones también eran parte de la diversión de Akai, pues la doncella aparecía de cuando en cuando aplaudiendo mi actuar o para quejarse si se aburría, siempre acompañada de su fiel lobo.
Bóreas y yo no podíamos quedarnos en aquel pueblo fantasma, por lo que tuvimos establecernos en Courtest, la capital de Daus.
Y, aunque me mantuviera lejos del aterrador lugar en el que la masacre se llevó acabo, me costaba conciliar el sueño, gracias a aquellas grotescas escenas que inundaban mi mente, a veces siendo tan persistentes que llegaban a mantenerme despierta hasta el alba.
—Levana, estaré ocupado lo que resta de la tarde ¿Te molestaría ir al mercado por algo de cenar? De regreso puedes comprar esas bayas de luna que tanto te gustan como postre —pidió Bóreas con voz amable interrumpiendo mis actividades.
No hacía gran cosa, tan solo limpiaba los estantes de su tienda y por las noches, llevaba el inventario, puesto que mi experiencia con atención al cliente no había sido muy grata.
Asentí ante su petición sin pensarlo dos veces. Recibí unos cuantos lotus que traía consigo y me preparé para partir.
No podía quejarme, contaba con una capa nueva, más vestidos de los que podía usar en una semana y calzado decente.
Resultó que Bóreas era uno de los encantadores más hábiles de Daus, por lo que sus objetos y amuletos eran muy codiciados y en la capital no faltaban ingresos en la tienda. Todo parecía ir mejor para ambos.
—¿Por qué mi pequeña rosa está tan callada hoy? —escuché la voz de la doncella a mi espalda.
Estaba siguiéndome, incluso entre las calles de Courtest no me dejaba tranquila, y aquel no era un buen momento para servirle de entretenimiento.
—Las estrellas brillan, mas su luz no es bien recibida en el día —murmuré.
No era momento para juegos. Me hallaba cerca del mercado, por lo que alguien podría verme, y parecería aún más extraña si me escuchaban hablar sola de aquella manera tan peculiar.
Subí la capucha de mi capa, intentando ocultar mi cabello y rostro y, apresurando el paso intentando alejarme de Akai.
—No vaya a ser que la amenazante tormenta apague el candor de la rosa —contestó elegantemente.
Me recordaba su sentencia.
Como prometió, debía darle lo que quería o se llevaría mi vida, mas debía admitir que, para aquel entonces, poco me importaba si yo vivía o moría. Bóreas parecía estar estable y contento en Courtest, por lo que podría perecer con la tranquilidad de que no le faltaría ni recursos, ni compañía.
Además, comenzaba a cansarme de aquella dinámica.
—Puede la furia de la tormenta marchitarme, pues mis alabanzas ya no serán para ella —hablé cansada.
La doncella rio; sin embargo, no parecía complacida.
—Muy bien entonces... —murmuró antes de desaparecer.
Seguí mi camino, nerviosa.
Akai se había ido, pero no me había llevado con ella ¿Me habría librado tan fácilmente de su presencia? No, seguramente no era tan sencillo, nunca lo era.
Decidí intentar enterrar todos esos pensamientos lejos en mi cabeza, quizá solo se había marchado sin más para volver a molestar más tarde, no dudaba que tuviera mejores cosas que hacer.
Fue entonces que, al doblar una esquina en dirección al centro de la ciudad, me sorprendió el lobo que abalanzándose sobre mí.
Caí en seco al suelo.
El aire en mis pulmones salió expulsado al sentir el agudo golpe en mi espalda. No pude evitar gritar con todas mis fuerzas y cerrar los ojos esperando lo peor. Kanei había venido por mí.
Aquella escena quedó marcada en mi mente; las fauces sangrientas del lobo, las grandes garras, aquel pelaje oscuro como la noche... Sin embargo, los segundos pasaron y sus dientes jamás llegaron a desgarrarme, no sentía mi cálida sangre brotar, ni el ensordecedor dolor de la muerte a manos del lobo.
Abrí lentamente los ojos, con temor a lo que pudiera encontrarme.
Para mi sorpresa, en lugar del lobo, una inquietante escena fue la que me recibió; En medio del camino, justo delante de mí, yacía un carruaje deshecho y astillado, junto a la montura de un caballo que parecía se había descontrolado.
Cierta aura cubría cada centímetro del animal y carruaje, manteniéndoles tab inmóviles que parecían estar congelados en el tiempo.
A su vez mis dos manos, las cuales había levantado por encima de mi cabeza para protegerme, emanaban esta misma aura de un brillante azul.
A mi alrededor se habían reunido varias personas perplejas por aquella escena. Estaba usado magia, mas se necesitaba ser un poderoso encantador para poder manejar tal acontecimiento en un abrir y cerrar de ojos.
—Es una encantadora —escuché a alguien murmurar.
—Cualquiera hubiera muerto instantáneamente —murmuraban otros.
Apenada, me puse de pie y sin saber qué decir, hui a casa lo más rápido que mis piernas me permitieron.
Me llamaban encantadora, lo cual significaba que ninguno de los presentes me relacionaban con los bendecidos, hasta el momento.
Mas debía informarle a Bóreas, él sabría qué hacer. Quizá podría hacerme pasar por su aprendiz, después de todo era su hija, sería una excusa perfecta decir que me había entrenado por años, y así justificar tal hazaña.
Mi apuro fue tal que mis pasos apenas resonaron al llegar al lugar donde Bóreas aún trabajaba. Me detuve frente a él, más pálida de lo normal, con el miedo que sentía reflejado en mi rostro, el cabello revuelto y el corazón a punto de salirse de mi pecho.
—¿Qué pasó? —preguntó él apurado.
—U-una... Yo estaba... —comencé a balbucear sin saber bien cómo explicar.
El llamar de un golpe a la entrada me interrumpió. Aquel sonido hizo temblar hasta el fondo de mi alma ¿Me habían descubierto?
Bóreas, al notar mi actitud, pudo intuir que algo andaba mal, por lo que me hizo un ademán indicándome que permaneciera en la habitación de atrás, antes de salir hacia la entrada principal.
—Buena noche, encantador —saludó un hombre peculiar.
Iba bien vestido, con bordados de plata a través de su camisa, tonos azulados adornaban sus ropas, mientras a la altura del pecho, se encontraba el escudo real de Fitore. Era un concejal del palacio.
—Buena noche mi lord —saludó Bóreas, con una leve inclinación de cabeza—. Dígame, ¿En qué puedo servirle?
—Me gustaría mantener lo que he venido a tratar con discreción ¿Nos invitaría a pasar? —preguntó señalando a dos guardias reales que le acompañaban.
Me siguió mientras huía, no había duda, la pregunta era ¿Vino por el desastre causado, o por mí?
—Sí... Mi señor. Adelante —le invitó Bóreas poco convencido, y con un dejo de tristeza en su voz.
El hombre y sus acompañantes se adentraron en el lugar, y una vez en el centro de la sala, los dos guardias cerraron las pesadas puertas que antes manteníamos abiertas. Ambos permanecieron a cada lado de esta custodiándola.
—¿Puedo preguntar a qué debo tan ilustre visita? —dijo Bóreas mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo.
Verle sudar era extraño, pues Daus se volvía cada día más frío, así que aquella acción podía significar solo una cosa: Estaba nervioso.
Colé mi mirada entre las tiras de piel trenzada con cuentas, que adornaban el marco de la puerta, donde me encontraba.
La oscuridad me ofrecía un manto de protección, mas aún podía sentir cómo el corazón se me deshacía palabra a palabra.
La doncella cumpliría su promesa, pero no solo me llevaría a mí, por lo visto planeaba también llevarse a Bóreas.
—Verá, encantador, es de conocimiento público que todo el reino está de luto desde nuestra pérdida —comenzó a explicar.
No le veía sentido traer tal tema a la conversación si venía por el desastre del carruaje. Pues aquellas palabras eran referentes al fallecimiento del rey y la reina de Fitore a manos del príncipe de Perang.
La princesa Navani, hija de tales reyes, había sido comprometida con el príncipe Harí, en un intento de crear la paz entre los reinos; pues ambos al ser primogénitos, eran herederos al trono, Navani de Fitore y Harí de Perang.
Sin embargo, un día antes de la boda, Harí invadió Nadhera; la ciudad sagrada del palacio real. Esa noche los reyes murieron asesinados por el filo de la misma espada de la familia, la cual, habían entregado días antes a su futuro yerno.
Navani, como pudo protegió a sus dos hermanos menores, pero la guerra no hizo más que aumentar y cobrar cada vez más y más vidas. Esto fue hace diez años, cuando el príncipe Altair y el príncipe Asra contaban con catorce y trece años respectivamente.
Por mi parte, no llegué a enterarme mucho sobre el terror que se vivió en Nadhera, pues apenas tenía entre diez u once años, y lo único que me interesaba era jugar en la nieve.
—La princesa Navani abdicó al trono, dejando al príncipe Altair como el siguiente en la línea de sucesión —explicó el hombre—. Por semanas hemos buscado candidatos para formar parte de la nueva corte real del príncipe, antes de su coronación.
—Lo entiendo —respondió Bóreas pensativo—. Sin embargo, soy ya demasiado viejo para formar parte de la corte del joven príncipe, sin contar que solo soy un simple encantador —admitió.
Contuve la respiración mientras escuchaba aquella conversación, oraba a los dioses que tales hombres se marcharan de una vez.
—Justo a eso venía mi explicación, Señor Blanche —habló el concejal—. Verá, hace unos instantes presencié el magnífico poder de una señorita, mis guardias le siguieron hasta aquí. Tiene usted una hija ¿No es así?
—Levana Blanche, mi señor —Informó uno de los guardias detrás de él.
El mundo se detuvo al escuchar mi nombre, solo el palpitar de mi agitado corazón invadía mis sentidos.
—Que comience el show —rio una voz detrás mí.
Era la doncella, quien me miraba como si acabara de ganar alguna competencia, o un premio.
—¿No era la tormenta la encargada de marchitarme? —respondí resentida—. Incluso su fiel compañero intentó arrancar mis pétalos ¿O es que mis espinas son más afiladas de lo esperado?
—Nada es imposible para Kanei, mi criatura poeta —explicó emocionada—. Sé que no es tu vida lo que más temes perder, sino la de él.
La mano de la doncella apuntó hacia el recibidor, en donde Bóreas aún hablaba con el concejal y sus guardias.
—El mercader me debe algo ¿Sabes? Como te lo dije en su tiempo, hace años tuvo que elegir entre un insignificante bebé en medio de una ventisca o su vida ¿Y sabes qué respondió?
Medité sus palabras un momento, Bóreas seguía con vida, lo que podía significar que entregó al pequeño, pero tales acciones no parecían ser congruentes con el hombre que conocía.
—No es lo que piensas pequeña flor —se burló Akai—. Debía elegir uno u otro, mas no hubo elección, prefirió huir como los cobardes. Kanei le persiguió, pero ha sido de los pocos que han escapado de sus garras, sin embargo, años después ese dulce retoño que tanto protegió llega a nosotros por su propio pie ¿No te parece divertido?
—En lo absoluto —mustié.
—A mí, por el contrario, me encanta, estás llena de sorpresas rosa mía —celebró—. No pretendo llevarte ahora, prefiero llevármelo a él.
—Eso jamás —bramé.
—Shhhhh... Baja la voz, el señor concejal podría escucharte —me corrigió con aquel característico tono burlón—. Imaginé que esa sería tu respuesta, por lo que te propongo el mismo trato; entretenme, dame algo con el que pasar las largas tardes de verano y las aburridas noches de invierno, acepta lo que ofrece el concejal, y mientras tengas mi favor, tu querido protector estará a salvo.
—Desconozco verdadera la naturaleza de la propuesta de la que hablas —respondí—. Un azulejo volando hacia la aurora en busca de una rosa, cuando hay miles de flores en el campo.
Mis palabras tenían razón, era ridículo que un concejal del palacio buscara a una simple joven, cuando había cientos o miles de señoritas con mejor posición social, y más habilidades que yo, o al menos en eso podía excusarme.
—Escucha lo que dice, acepta tu destino o decide sobre otro, tus acciones serán la respuesta al trato que te propongo... Que comience el primer acto.
Y así, tan rápido como vino, desapareció. Dejándome sola nuevamente, con un nudo en la garganta y manos temblorosas.
Sacudí mi cabeza, intentando quitarme toda aquella presión que sentía. Debía escuchar atentamente las palabras del concejal si quería encontrar solución al problema en el que me había metido.
—La señorita Levana ha demostrado ser una doncella bastante hábil, parece ser una "encantadora" extraordinaria. No me extraña siendo la hija del mejor encantador de Daus —siguió explicando el concejal.
—Es usted muy amable con su humilde servidor, mi Lord. Pero Levana apenas es una aprendiz, se le dificulta materializar su magia.
—Al contrario, señor —le corrigió—. No miento al decirle que su hija dio una gran demostración del dominio del éter. Una doncella talentosa, fuerte, perfecta para formar parte de la corte real del próximo rey.
La voz del concejal reflejaba emoción, como quien encuentra oro en medio del lodo, en definitiva traía algo entre manos.
—¿Podría hablar con la joven? —preguntó.
Aquella pregunta parecía ser más una orden que una solicitud, y con los dos guardias bloqueando la salida, a Bóreas no le quedaba más que acceder a su petición, aún así, titubeó antes de llamarme.
—Levana, hija —llamó—. Ven un segundo, por favor...
La doncella tenía razón, esto debía parecerle divertido, pues la vida ya no se sentía real, me sentía como en un teatro, en donde la tragedia estaba a punto de comenzar.
Respiré hondo antes de mostrarme ante ellos. Intenté relajarme lo suficiente como para no demostrar temor, a pesar de ello, tuve que esconder las manos en las mangas de mi vestido, pues estas no dejaban de temblar.
—Ah, talentosa y al mismo tiempo tan hermosa como la nieve al amanecer —exclamó el concejal al verme entrar.
—Buena noche, mi lord —saludé con una inclinación de cabeza, al igual que Bóreas lo había hecho antes.
—Señorita Levana, tengo el honor de invitarle a formar parte de la corte real del Príncipe Altair, nuestro próximo rey.
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