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𝐋𝐚 𝐋𝐮𝐧𝐚 𝐲 𝐄𝐥 𝐀𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫

—No tienes que hacerlo si no quieres —habló Bóreas intentando que me retractara de mi decisión.

Aquella noche había aceptado la invitación del concejal, a pesar del dolor reflejado en el rostro de Bóreas.

Él mismo sabía que era imposible negarse, debía aceptar o mandarían guardias por mí, reclutar plebeyos a base de su habilidad mágica como cortesanos no era normal, quizá estarían buscando protección para el próximo rey, o tal vez, escondían algo más elaborado. Sin contar con la amenaza que la doncella me había hecho.

Amaba a Bóreas como si fuera mi propio padre, pues crecí viéndole de tal manera, daría mi vida por salvar la suya, y en cierto modo, lo estaba haciendo.

El consejero explicó el objetivo de la corte. Habría tres representantes por reino, siendo cada uno de diferentes provincias. La corte contaría con nueve representantes en total: tres de Perang, tres de Aghat y tres más por Fitore. 

Este sería el comienzo de un intento de paz ante la eterna guerra a la que estábamos sometidos. Mas algo no cuadraba, sería coherente buscar nobles, lords, ladies, duques, marqueses, etc. Pero no plebeyos...

¿Qué era lo que planeaba la familia real? Tan solo podía hacer conjeturas.

El concejal prometió recompensas por formar parte de la corte, dinero que sería enviado a Bóreas por cada semana que permaneciera dentro del palacio, un título nobiliario, pues sería nombrada "Lady" y, lo que seguramente muchas personas estarían desesperadas por buscar; mejorar nuestra calidad de vida.

—Nunca viene mal tener unas cuantas monedas más en el bolsillo—me excusé—. Nos ha ido bien por ahora, pero no sabemos por cuánto durará, no puedes trabajar por siempre, es hora de que haga algo para ayudar.

Me había dado la libertad de explicar aquello claramente, sin metáforas o rimas, esperaba que la tensión de la situación fuera suficiente para complacer a Akai.

—Dinero nunca faltará —expresó preocupado mientras terminaba de arreglar mi vestido—. No quiero que pongas en peligro tu vida por mí, estoy seguro de que buscan bendecidos entre encantadores.

Me detuve ante sus palabras, en el fondo sabía que tenía razón, pero no podía echarme para atrás. Aquel día partiría hacia Nadhera. Los enviados de Fitore llegaríamos un día antes que los de los otros reinos, un día completo para instalarnos y recibir a nuestros nuevos invitados... Un día extra lejos de mi hogar.

—La ausencia de las rosas se resiente más en invierno, pero la primavera pronto llegará, y con ella mi regreso —hablé con lágrimas amenazando con desbordarse de mis ojos—. Será solo una temporada...

Apenas tenía fuerza para seguir y, Bóreas hacía más difícil el poder marcharme.

Esperaba no quedarme en Nadhera por siempre, con suerte la paz sería negociada y la corte disuelta. Si las estrellas estaban a mi favor, regresaría a casa con la vida resuelta para ambos y, quizá, Akai estaría tan complacida que no volvería a buscarme.

Bóreas no luchó más en contra de mi decisión, simplemente se acercó, arregló el cuello de mi capa con una amarga sonrisa en el rostro y me entregó un pequeño paquete envuelto en simple papel.

—Estaré esperando tu regreso —prometió—. Este es un regalo, ábrelo una vez dentro del palacio, espero te sea de ayuda.

El carruaje ya esperaba afuera, no podía demorarme ni un minuto más. Agradecí con un nudo en la garganta antes de darme la vuelta y marcharme.

Afuera el día resplandecía como no lo había hecho en antes, los fríos colores de mi vestido y capa incluso llegaban a desentonar con los cálidos rayos que el sol ofrecía.

Portaba los colores representativos de Daus; un vestido blanco con una capa del color del cielo y bordados de plata. El broche de mi capa era un copo de nieve, a petición de Bóreas. Un broche encantado el cual protegía a su portador.

Con un último vistazo, me despedí de Daus, de mi casa y de Bóreas. No había marcha atrás.

Entré al solitario carruaje e intenté no sentirme incómoda y ajena a todo lo que me rodeaba. Los caballos se echaron a andar enseguida y miles de escenarios comenzaron a inundar mi cabeza ¿Qué pasaría al llegar? ¿Quién me recibiría?

Poco o nada sabía de modales ante la realeza. Podía distinguir cómo referirme dependiendo del título ostentado, ya fuera, majestad, alteza, excelentísima e ilustrísima, gracias a todos los libros que durante mi vida había leído, lo cual era de ayuda.

El concejal me había entregado un retrato del príncipe Altair, intentando asegurarse que pudiera reconocerle y comportarme. Suponía que al interesado concejal también le llegarían recompensas, todo dependiendo de mi utilidad en la corte.

Dediqué unos momentos para analizar aquel retrato. Era bien parecido, aunque demasiado serio. Tez pálida, cabello oscuro como la noche, ojos azules y un perfil griego. Aquel joven parecía una escultura hecha con sumo cuidado y perfeccionismo, no podía imaginar cómo sería verlo en realidad.

El viaje a Nadhera fue largo y tedioso, intenté hacer ejercicios simples con mi magia, solo cuando me aseguraba no tener la atención del cochero encima, pues me preocupaba no tener el suficiente control sobre ella.

Así pasaron los minutos, mientras me dedicaba a espiar un poco en la vida de aquellos que veía mientras avanzábamos.

Lo único que tenía que hacer era concentrarme, cerrar los ojos unos segundos y al abrirlos podría observar el destino de aquellos a los que prestara atención, incluso lograba saber si eran usuarios de magia, los conocidos "encantadores".

Comencé por analizar a aquel que manejaba el carruaje.

El destino de cada persona estaba representada por una carta del tarot, un oráculo conocido y utilizado por encantadores en las artes adivinatorias. En este caso mi objetivo parecía estar representado por el mundo. Su hilo del destino estaba frente a mí, dispuesto para poder manipularlo; sin embargo, no pensaba tocarle, pues una vez un bendecido toma un hilo, es arriesgado soltarlo, hacerlo seguramente me costaría parte de mi vida.

De cualquier manera no había nudo o rotura alguna.

"No tendrá demasiados problemas pronto", pensé.

Así pude pasar el tiempo, uno a uno veía la representación de los arcanos mayores en las personas. Sin embargo, el uso de mi magia llegó a agotarme. Los encantadores contamos con cierto uso del éter; una sustancia que parece correr en torno y a través de nuestro cuerpo, la cual nos otorga el manejo de todo lo que nos rodea, "magia" para simplificarlo. Mas manipularla era tan cansado como ejercitarse física y mentalmente.

Al ser una bendecida poseía una mayor resistencia a este gasto de energía, aunque, así como podía resistir, también podía desgastarme si no sabía controlarme. Fue así como el cansancio se apoderó de mi cuerpo obligándome a dormir.

Fue una piedra en el camino la causa de mi despertar, sacudió el carruaje provocándome un pequeño golpe en la cabeza. Molesta me incorporé dispuesta a volver a dormir, mas mis ojos se maravillaron al notar un imponente palacio a lo lejos.

Mi llegada a Nadhera fue minutos antes de que el sol volviera a salir por el horizonte, el cielo aún lucía el candor de la noche, algunas estrellas todavía presumían su luz y podía sentir la fresca brisa de la mañana rozar mi piel.

Observaba perpleja cómo recorríamos y atravesábamos las grandes murallas y espléndidos jardines adornados con toda clase de árboles y plantas.

Intrincados dibujos formaban parte de los jardines principales, en donde las flores eran las encargadas de colorear cada bloque y los caminos llegaban a convertirse en líneas. Si duda cada rincón era una obra maestra de la arquitectura.

El carruaje se detuvo justo frente a la entrada principal, en donde estaba situada una pesada puerta dorada con el escudo de la familia real.

Mis indicaciones fueron esperar a quien me recibiría al llegar, sin embargo, la entrada y los alrededores estaban sin señal de compañía. Me quedé al pie de la escalera, nerviosa ¿Qué se suponía que hiciera?

El cochero partió con los caballos, dejándome a mi suerte mientras me sentía abandonada por su falta de empatía al dejarme sin decir una sola palabra. 

Para distraerme y calmar mis nervios, me dediqué a admirar con cuidado la magnífica fachada frente a mí y los alrededores, colores amarillos y dorados predominaban, todo era tan cálido que mi propia presencia desentonaba con la escena.

—¿Te dejaron plantada tan pronto? —comentó Akai divertida

Aquello me recordó algo importante, no estaba sola, nunca lo estaría, jamás tendría privacidad, no mientras Akai y Kanei me siguieran.

—¿Es que este paraíso vestido de sol no está dispuesto a recibir un rayo de luna? —murmuré decepcionada.

—¿Acaso la luna ha llamado a la puerta? —respondió alguien a mi lado.

Escuchar aquella voz me hizo dar un sobresalto, se trataba de un joven, el cual se había tomado la molestia de admirar el paisaje justo como estaba haciéndolo yo.

Me pareció algo divertida y a la vez tranquilizante aquella escena, dos personas lado a lado con la vista al frente sin nada que hacer más que hacer, solo admirar y existir. No pude evitar esbozar una sonrisa.

Era curioso no haberle escuchado llegar, incluso dudaba que sus pasos hubieran hecho ruido alguno al caminar.

Intenté identificarle por su vestimenta y obtener siquiera una pista de cómo saludarle. Sin embargo, sus ropas no me dieron respuesta alguna. Portaba una fresca camisa de algodón ceñida por una especie de cinturón de tela púrpura y pantalones que cualquiera podría utilizar en un día de trabajo. Ningún escudo, ni título, nada...

Mi acompañante me miró al momento en el que yo lo hice, sus ojos expectantes aún estaban a la espera de una respuesta, por lo que no me quedó más que seguir aquel juego de palabras que parecía interesarle.

—Es la luna frágil y delicada, puede llegar a confundirse en medio de tanta luz y opulencia —expresé señalando todo a mi alrededor—. Esto es más propio del sol, quien imaginaría le recibiría, pero ni una estrella se ha aparecido al anunciar su llegada.

Una vez dada mi respuesta me dediqué a estudiar el rostro de aquel extraño, con castaño cabello ondulado y el cual caía por su frente, grandes ojos esmeralda y tez clara con destellos dorados como el amanecer. Sin duda no le costaría robar suspiros a más de una dama.

—No seré el sol que opaque el candor de la luna, pero puedo ofrecerle la compañía de una estrella mientras la mañana espera —respondió con una encantadora sonrisa.

—¿No es el mismo sol una estrella? La diferencia entre uno y otro radica en los ojos que le observan.

—Me encantaría preguntar si es que es un sol el que sus ojos buscan, más no conozco el nombre de la luna.

—Será que la luna revele sus secretos, solo si la estrella los revela primero —contesté perspicaz.

No podía hacer nada más que sonreír a su lado, jamás me había sentido tan libre de intercambiar palabras con alguien, parecía que hablábamos el mismo idioma, un idioma que nadie antes había entendido.

El joven pedía mi nombre, sin embargo, debía saber quién era mi contrario antes de presentarme, pues entre tantos duques, condes y vizcondes, solo los dioses sabían si aquella plática en sí ya era una ofensa.

Aunque la curiosidad comenzaba a matarme por dentro ¿Quién era este joven que estaba dispuesto a conversar utilizando tan bellos versos?

Quizá podría darme una pista por la carta que le representaba. Fue así que en un abrir y cerrar de ojos di una breve mirada al destino de mi contrario; El mago, esa era la carta que le acompañaba.

Imaginaba, sería algún encantador o por lo menos, tenía potencial para ser uno pues un aura violeta, envolvía su figura. Sin embargo, lo que me llamó más mi atención fue el brillo que portaba, ya que era bien sabido que entra más brillante fuera el aura, más poderoso podía ser el portador.

La suya sin lugar a dudas cegaba a tal punto que tuve que apartar mi mirada.

—Puede la luna nombrarme a voluntad, no deseo ofenderle con el simple nombre de un escriba.

Así que eso era, un escriba del palacio. Mis músculos se relajaron al saberlo, al menos podía sostener una conversación tan informal como aquella.

A pesar de ello, el joven escriba se mantenía reacio a revelar su nombre y por mi parte tampoco quería darle el mío. Incluso temía informarle que era miembro de la corte del príncipe.

—Respetaré su deseo de guardar su nombre, mas temo que pueda estar en desventaja al usted conocer el mío —pronuncié cortésmente.

—En ese caso le llamaré luna —respondió haciendo una pronunciada reverencia.

El sol ya comenzaba a verse entre las montañas, y sus dorados rayos adornaban el cielo de tonos violetas y naranjas. Antes de que el joven pudiera continuar, las puertas frente a nosotros comenzaron a abrirse de par en par. Desde dentro del palacio una agitada doncella salía a darme la bienvenida.

—¡Lady Levana! —exclamó apresurada.

Horrorizada observé cómo, producto de su acelerado descuido, la chica iba dando de saltos y tropezones buscando llegar lo antes posible.

—Sea bienvenida a Nadhera —exclamó agotada una vez llegó a la puerta—. Mi nombre es Kora, su doncella.

La joven pelirroja hizo una torpe reverencia, temblando de nerviosismo y rebosante energía, mientras su respiración aún sonaba agitada.

—Disculpe la tardanza, tuvimos problemas con el itinerario.

—Tranquila, no pasa nada —intenté calmarle—. Ya me ha recibido el joven de a... aquí...

Al momento de señalar a mi derecha no pude notar más que un amargo vacío, pues el escriba se había marchado tan silenciosamente como había aparecido.

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