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𝐋𝐚 𝐃𝐨𝐧𝐜𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐲 𝐞𝐥 𝐋𝐨𝐛𝐨

Es casi imposible encontrar a un bendecido; un ser capaz de desarrollar sus habilidades más allá que cualquier mortal; Algunos les confunden con brujas o magos, y si bien la magia es uno de sus dones, no es lo único que les rige, siendo estos los únicos capaces de ver el hilo que marca el destino de cada persona, e incluso, poder manipularlo a su conveniencia.

Mas todo poder tiene sus límites y consecuencias, así pues, los bendecidos no pueden ver su propio hilo del destino, no pueden manipularle, tampoco pueden revelar la fortuna de aquellos hilos que llega a observar. Los bendecidos vive entre la dicha y el pesar, pues deben guardar en silencio el destino de todo aquel en su vida, y es bien sabido que al final, el único destino que nos espera a todos es la muerte.

—Levana, debes concentrarte —me reprendió el hombre frente a mí.

Fruncí la frente, intentando deshacerme de aquellos pensamientos que inundaban mi mente.

Mis ojos permanecían cerrados, mientras un delicioso aroma a sándalo inundaba el lugar, la calidez del fuego danzante sobre las velas lograba acariciar mi piel, sin embargo, no podía concentrarme. ¿Qué es en realidad un bendecido? ¿De dónde vienen? Y lo más importante ¿Por qué deben esconderse?... Mejor dicho ¿Por qué debemos escondernos?

Levana —reprochó nuevamente—. Puedo ver que no te concentras.

—¿Por qué debo aprender a utilizar mi magia en secreto, Bóreas? —pregunté de golpe.

Las velas que formaban un círculo a mi alrededor se apagaron con un fuerte viento invernal en cuanto mis ojos se abrieron. Bóreas con una expresión cansada en su rostro, suspiró.

—Ya habíamos hablado de esto antes —replicó.

Los bendecidos son altamente temidos, y al mismo tiempo, codiciados. Es por ello que suele esconderse el don a toda costa, algunos incluso ni siquiera llegan a acercarse a alguna práctica mágica, otros, aprenden tan solo lo básico en secreto.

A lo largo del tiempo, los bendecidos han muerto a manos del pueblo, pues las personas temen que alguien más vea su destino, le temen a lo desconocido. Otros más, fueron recluidos, atrapados por reyes, duques, o cualquiera que deseara algún tipo de poder, ya que podemos manejar la vida y el destino de cualquiera a nuestro antojo. 

Aunque claro, todo tiene un precio, en nuestro caso, al intervenir un destino pagamos con lo mismo: nuestra propia vida. El precio de nuestras acciones varía, pueden ser días, meses, años o una muerte instantánea, todo depende de cuánto tiempo el hilo de otro esté en nuestras manos o si este llega a ser cortado o atado. Era una regla simple y clara: Una vida por otra.

—Hace tiempo tú mismo eras un famoso encantador en el palacio ¿Por qué no puedo hacer lo mismo? Nuestra vida sería más fácil con algo de dinero extra.

—Siempre buscan bendecidos entre los encantadores, la magia es la primera señal de un bendecido. Además, ser un encantador no es tan fácil como piensas.

—Pero puedo manejarlo...

—¿Y si te descubren, Levana? Aún no sabes cómo dominar tu magia, un humano normal necesita años de estudio y práctica para poder manifestarla, pero tú la manifiestas aun sin poder controlarla. Es peligroso, y lo sabes.

No respondí, simplemente asentí mientras estudiaba el rostro de Bóreas. Era extraño ver cómo envejeció tan rápido en pocos años, imaginaba era producto del trabajo y la tristeza que podía sentir que cargaba con él. Bóreas había cuidado de mí desde que tengo memoria, aquel hombre era para mí como un padre, sin embargo, no me permitía siquiera indagar en su pesar.

Cuando era niña le pregunté por aquel sentimiento que le hundía, mas este simplemente se limitó a decir "Es por el otoño, pero ya pasará al llegar el invierno". Aquellas palabras eran verdaderamente confusas para mí, pues su significado oculto era algo que claramente que no podía entender.

¿A qué se refería? Me preguntaba constantemente. Vivíamos en Daus, por el amor a las estrellas, el invierno jamás llegaría ni se iría.

Daus era el distrito conocido como "El eterno invierno". Las temperaturas normalmente permanecían tan frías, que nevaba sin importar la época del año. Por lo que sabía, éramos el único distrito en diferenciarse por ello, a pesar de ser Fitore un reino muy variado, pues por un lado, Daus podía ser helado mientras que en Nadhera, la capital, predominaba más un clima templado, y entre más al oeste se avanzara, más calor se podría sentir. La provincia más lejana de Daus; Sunce, llegaba a diferenciarse por sus desérticas y abrazadoras temperaturas.

—Debo partir pronto —admitió Bóreas—. Tan solo necesito saber que estarás bien en mi ausencia.

Bóreas era comerciante y, al intentar mantener en secreto mis poderes, pocas veces me había llevado con él, ya que los viajes podían ser largos y algunos incluso peligrosos.

—Estaré bien —le tranquilicé—. Ya me he quedado sola antes.

Un dejo de duda cruzó por su rostro, aunque quizá aquello podría ser interpretado como preocupación, no comprendía del todo esa falta de confianza que él siempre tenía al dejarme sola.

—Evitaré practicar con mis encantos hasta que vuelvas —añadí intentando calmarle—. No me meteré en problemas, lo prometo.

Él sabía que cumpliría mi promesa, solía ser una chica tranquila. Generalmente pasaba mi día ayudándole en su tienda Borealis Duka, en la cual se dedicaba a comerciar artículos mágicos. Gracias a esto mi conocimiento teórico en el tema de encantos y amuletos era amplio. A pesar de ello, en la práctica, como Bóreas había mencionado antes, todo era muy diferente... 

No hacía falta decir que era complicado controlar mi magia, pues incluso podía salía disparada sin poder hacer algo para evitarlo, era algo más que caótico, era desastroso.

Así, el hombre que me crió, partió al siguiente amanecer dejándome sola. No me molestaba del todo aquella partida, si bien le extrañaría, sabía que en unos días regresaría, además, durante su ausencia, tendría la oportunidad de colarme a la plaza central. Había escuchado que un grupo de teatro ambulante había llegado y harían algunas presentaciones.

No pude evitar sonreír y ahogar un pequeño grito de emoción que amenazaba salir de mi garganta. Pocas veces había acudido al teatro, pero lo que había leído y visto sobre ello, me encantaba. Bóreas se había encargado de consentirme en ese aspecto, a pesar de no poder asistir al teatro, cada que regresaba de un viaje llegaba con un regalo; un libro, generalmente guiones de las obras más famosas y populares de la capital.

Mi mente volaba al imaginar las interpretaciones de aquellas páginas, todo era tan místico y al mismo tiempo se sentía tan real. No esperé demasiado para salir de casa, tan solo lo suficiente para asegurarme de que mi padre no regresara.

Así fue como, cubierta con mi vieja capa azul y un par de botas sencillas, me escabullí dispuesta a dirigirme a la plaza. 

La obra que se presentaría sería una vieja leyenda de los tres reinos, "La doncella y el lobo". Conocía bien aquella leyenda, hablaba de la muerte y de cómo podía presentarse ante unos y otros.

—¿Levana? —habló la voz de una mujer interrumpiendo mis ensoñaciones.

Conocía aquella voz, era la señora Oduna, costurera del pueblo, quien me llamaba perpleja al ver que salía sola de casa.

—Buenos días, señora —le saludé fingiendo la sonrisa más grande que pude esbozar.

"Estoy muerta", pensé.

Durante mi niñez, Bóreas solía encargar mi cuidado a la amable señora Oduna cuando este salía de viaje, y aunque ahora no estuviera a su cuidado, era evidente que le informaría sobre todo lo que hiciera mientras este no estaba.

—¿A dónde te diriges, mi niña? —preguntó curiosa.

—Pensaba pasar al mercado por algo de comida y un poco de pan —mentí mientras maldecía para mis adentros.

—En ese caso te acompañaré, justo me dirigía para allá, podemos pasar por l a panadería, el panadero, siempre me regala una hogaza pan —admitió algo emocionada—. Los años ya han pasado por mí, pero aún así, sigo encantando a los hombres...

No pude evitar sentirme extraña ante la conversación e incluso incómoda, no quería escuchar sobre el cortejo de la señora Oduna y el panadero, sobre todo porque me perdería la primera parte de la obra si le acompañaba.

Con las mejillas sonrojadas ya sea por la vergüenza o el frío, me detuve e intenté inventar una excusa para retirarme amablemente. Lo difícil sería hacerlo creíble.

—Sabe... acabo de recordar que tenía que ir a recoger bayas silvestres. Escuché que es temporada y hay algunos arbustos no muy lejos de aquí, son las favoritas de Bóreas y quería recibirle con una sorpresa.

Aquella inmóvil sonrisa seguía en mi rostro mientas encajaba mis uñas en las palmas de mis manos. 

"Por favor, que se lo crea".

—En ese caso puedo pedirle a Kai que te acompañe —respondió al instante, parecía que no me libraría de ella por nada del mundo—. Estoy segura de que estará encantado de dar un paseo contigo.

Kai era el hijo mayor de la señora Oduna, un chico alto, pelirrojo y de pocas palabras. Y aunque a simple vista el joven no parecía para nada tímido, no podía evitar preguntarme si su renuencia a hablar era simple elección o a causa de sus nervios, como fuera no podía culparle, por mi parte tampoco era de tomar el control de la conversación, por lo que nuestras interacciones habían sido más bien extrañas.

—No es necesario, pero le agradezco, debería darme prisa no quiero permanecer en el bosque demasiado tiempo... ya sabe lo que dicen, es un lugar bastante peculiar —me despedí mientras avanzaba de espaldas hacia el bosque sin dejar que la señora Oduna pudiera protestar—. ¡Suerte con el panadero! —exclamé antes de alejarme apresurada.

Distraída por alejarme lo más que pudiera de la situación, no pude percatarme hacia dónde conducía mis pasos, guiándome por mero instinto para segundos más tarde, detenerme intentando remembrar la ruta más rápida hacia la plaza. Mas mis esfuerzos fueron en vano, pues no reconocí el lugar donde me encontraba.

Frente a mí se alzaba imponente un viejo santuario, con la entrada adornada por un marco de madera roja y runas talladas, las cuales no pude leer ni reconocer. 

En su interior todo parecía estar por lo menos abandonado, era frágil y polvoriento, con toda la mugre mezclándose con la nieve y estructuras astilladas que parecían estar a punto de colapsar. 

Un escalofrío recorrió mi espalda en el momento, mientras buscaba algún indicio de cómo regresar, sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que dos voces llamaran mi atención.

—Calma, mi querido lobo, pronto podrás jugar tanto como desees —hablaba una voz dulce y suave, como el tranquilizante un murmullo de un río, aunque al mismo tiempo parecía vacía, carente de sentimientos.

—Podríamos actuar ahora mismo —respondió la segunda voz. Esta era grave y áspera, más que hablar, parecía bramar con desesperación y ansiedad, llena de emociones caóticas y enredadas que se sobreponían una sobre otra—. Hace mucho tiempo que no me dejas salir a jugar.

—Pronto podrás hacerlo, el tiempo será quien nos dé la señal.

No pude evitar asomar un poco más la cabeza entre la maleza para observar a los dueños de aquella conversación. Por el tono de su voz, sus palabras y el dramatismo con el que se manejaban, parecían ser actores ensayando la obra que pronto se presentaría en la plaza.

Al levantar la vista pude percatarme de cómo ambos interactuaban uno con el otro. A mi derecha estaba situada una bella doncella con de piel pálida y cabello negro como la noche, adornada por un vestido rojo, como salida de un cuento.

La elección de las telas que le envolvían me pareció peculiar, puesto que la temperatura en el lugar era bastante helada incluso para quien portara una capa. No podía imaginar lo que sentiría la joven al adornarse con prendas tan ligeras en medio del invierno.

Por otro lado, frente a ella, se encontraba un lobo. 

Un lobo real, con fauces afiladas, largas garras y un par de ojos inyectados en sangre que no reflejaban más que ferocidad. 

El corazón me dio un vuelco al verle ¿Utilizarían un aquel lobo ante el público? Eso sería demasiado peligroso, incluso si estuviera entrenado, aunque ¿En dónde estaba el dueño de la voz que interpretaba al animal?

Intentando escrutar la escena, decidí acercarme un poco más, cuidando de no llamar la atención. A mi pesar, mis planes se vieron frustrados al crujir una rama bajo mis zapatos. 

Los ojos de la doncella se posaron sobre mí tan rápidamente que parecía que ya se había percatado de mi presencia antes. 

Mi piel se erizó bajo su mirada, viéndome envuelta en un trance. La mente se me nubló mientras sentía cómo mi cuerpo comenzaba a perder energía poco a poco.

"Acércate", susurraba una y otra vez una voz al fondo de mi cabeza.

Mas mis pasos no obedecieron sus palabras.

—Bienvenida, dulce criatura —habló la doncella.

El lobo no tardó en colocarse frente a ella a manera de protección, podía escuchar claramente su gruñir como si se preparara para la caza.

—Calma Kanei —ordenó al lobo—. Debemos recibir amablemente a nuestra invitada.

El lobo dejó su posición de ataque mientras la doncella se esforzaba por esbozar una sonrisa amable, mas no fui capaz de moverme ni un centímetro.

El miedo me había invadido, no podía huir, mis músculos comenzaban a pesar mientras que mis pulmones protestaban por la falta de aire. 

Entre espasmos, mis piernas comenzaron a moverse solas, como si alguien más les controlara, pues solo me permitían avanzar, mas no retroceder.

—Espiar es de mala educación —renegó la doncella—. Muéstrate, criatura.

Su voz seguía siendo dulce pero letal. Salí al fin de la maleza y, en un abrir y cerrar de ojos estaba ante ella y el lobo.

—¿Puedo comerla? —habló la voz que había escuchado antes, parecía provenir del mismo lobo.

No pude evitar reflejar una mueca aterrada ante la situación, mis rodillas comenzaron a temblar a tal punto que temía caer ante ellos.

—Calma querido lobo, apenas se ha dado cuenta de quiénes somos. Di tu nombre criatura, estamos ansiosos por saberlo.

Mi nombre... la primera pregunta que hace la muerte, la primera y la última que escucharás en tu vida. 

En aquel momento recordé la leyenda, la doncella siempre pregunta el nombre de su próxima víctima, al responderle estás aceptando tu muerte ante su toque. 

En cambio, al lobo, no le interesa nada de eso. Si te rehúsas a responder las palabras de la doncella, el lobo se lanza con ferocidad, dando caza sin piedad a su presa. Debía dar una respuesta pronto, si no quería ser destrozada por el lobo.

—Mi nombre, amable señora, es el sonido del silencio, un verso sin importancia, un epíteto jamás escrito. Mi nombre son palabras que el viento simplemente se llevará al pronunciarlas —respondí con el corazón en la mano.

Seguramente aquella sería mi última conversación, la doncella había pedido mi nombre, no se lo había negado, sin embargo, tampoco lo pronuncié. Era como echar una moneda al aire ¿Quién tomaría mi vida, la doncella o el lobo?

—Es mi turno, Akai —rugió el lobo.

—No aún, Kanei —corrigió la doncella—. Tenemos a una artista entre nosotros ¿No es así criatura? Puedo ver cómo tiemblas debajo de tu capa y, aún así, decides recitarnos tus versos. Hace mucho que no sentía tal curiosidad por un humano, veo que perteneces a un pueblo de cobardes que me imaginan odiosa, mas al escucharte, no puedo evitar recordar cuando sus poetas me cantaron como a una diosa, sus místicos como una redención y el más grande de los sabios me llamó libertad ¿Qué otras palabras tienes para tu doncella?

Se me hizo un nudo en la garganta. ¿Me había salvado? Era imposible decirlo, pero parecía que mis palabras divertían a la doncella, quizá podía ganar más tiempo y así distraerle. La fría mirada de Akai seguía sobre mí, así que reuní todo el coraje que me quedaba e intenté hablar. Las palabras salvarían mi vida, aunque no tenía idea de cómo responderle.

—Es mi señora el toque amable entre los pobres, el descanso para los trabajadores, la estrella que alumbra la llegada del amanecer, dígame señora mía ¿Cómo podría interesarse por una simple rosa que muere en medio del invierno cuando hay todo un cielo por iluminar?

—Se han acabado los versos de nuestra poeta —suspiró la doncella con pesar—. Ahora que lo pienso ¿No nos habíamos encontrado antes, pequeña rosa?

Mis ojos se abrieron de par en par. Si me hubiera encontrado con la muerte antes, lo hubiera recordado. Jamás les había visto, tan solo les conocía por las leyendas y obras de teatro.

—Sí... esos ojos los recuerdo —murmuró Kanei—. Uno azul y uno marrón.

Se me heló la sangre, mis ojos eran una seña con la que fácilmente se me podía identificar, en sí toda mi apariencia era extraña, cosa que me acomplejaba; piel extremadamente pálida, ojos de diferente color como había mencionado el lobo, y cabellos blancos como la nieve. Sin embargo, seguía sin recordarles. Debía encontrar las palabras necesarias para evitar que Akai dejara al lobo cazarme.

—Pide mi señora que le complazca, así lo intentaré... Será pues nuestro encuentro la despedida más difícil daré, no conozco su proceder, mas a mi entender, es mi doncella el mismo ángel que se materializa ante mí, dueña de las palabras que nunca tuve la oportunidad de decir, santa de las ideas que jamás entenderé, pecadora de las acciones que me quedaré sin cometer. Hable si es que mis versos le ofenden o acabe ya con mi tormento infernal.

—Akai, esto ya duró demasiado. Deja que la chica se vaya para dar inicio a la cacería —gruñó Kanei.

—Silencio mi fiel compañero, veo potencial en esta rosa de invierno. Dime pequeña flor ¿conoces al mercader del pueblo?

Hablaba de Bóreas, mas no pensaba dar una respuesta.

—El viento suele traer su presencia de cuando en cuando. Se dice que es tan raro verle como las auroras en primavera.

La doncella sonrió, me había delatado. Auroras... Auroras boreales; Bóreas.

—Entonces linda criatura, conoces su nombre... Ese mercader me debe algo, algo que vine dispuesta a cobrar.

—Ha llegado mi señora a iluminar el firmamento, sin embargo, al anochecer, le aseguro que ninguna aurora asistirá a su llamado.

Entre Akai y Kanei, la doncella era la sabia, esperaba ella pudiera entender mi mensaje, Bóreas no estaba en el lugar.

Akai —gruñó el lobo desesperado.

Kanei, el lobo era conocido por ser juguetón, lleno de energía y arrebatos, era impulsivo y no solía pensar demasiado al matar a sus víctimas.

—Oh querido lobo, me gustaría disfrutar un poco más de nuestra criatura poeta, pero en recompensa por tu espera te dejaré jugar...

La doncella hizo un ademán indicándole avanzar, el lobo no tardó en abalanzarse hacia el frente, pero a diferencia de lo que pensaba, no se fue sobre mí, sino que pasó de largo hasta perderse en el bosque.

—Te estaré observando frágil rosa, hace mucho no me divertía tanto, mas si el aburrimiento llega de nuevo a mí, vendré por ti. Canta, baila, recita para mí, pues estaré siempre detrás de ti.

Dicho esto, la elegante doncella siguió el mismo camino que había tomado su compañero tomándose su tiempo para avanzar. 

En cuanto la perdí de vista pude moverme.

Caí de rodillas llorando, mis manos y piernas flaqueaban, un quejido intentó salir de mi garganta, pero mi voz se negaba a salir de mi garganta ¿Qué acababa de pasar?

Como pude, me puse de pie, ayudándome de un árbol cercano. Intenté tranquilizarme, mas no pude quedarme ni un segundo más a causa del terror que me daba permanecer en aquel lugar.

Corrí con todas mis fuerzas por el camino que recorrido antes. Quería llegar al pueblo, refugiarme en casa, quería esconderme y jamás salir. Ni siquiera los rasguños y cortes que provocaban las ramas de los pinos y arbustos en mis brazos y piernas me importaban, apenas podía sentir mis pasos inestables.

Con lágrimas en los ojos logré salir del bosque, pero antes de siquiera pisar el pueblo, me horroricé al ver la escena ante mí.

Había fuego en las casas, los puestos del mercado desechos, y en el suelo, yacían los cuerpos destrozados de todos y cada uno de los pobladores.

El hedor a carne y muerte inundaron mis sentidos provocándome arcadas. 

Como pude, tapé mi nariz y, aguantando el vértigo que amenazaba con subir por mi garganta, avancé aterrada entre los ríos y charcos de sangre, en busca de sobrevivientes.

Nadie respondió a mi llamado.

La última imagen que pude observar fue el cuerpo sin vida de la señora Oduna, quien aún se aferraba a una dorada hogaza de pan, y a su lado, una máscara, que entre rojizos colores, dibujaba el feroz rostro de un lobo.

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