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𝐈𝐧𝐟𝐨𝐫𝐭𝐮𝐧𝐢𝐨

Inconscientemente corrí al único lugar en el que me sentiría segura: mi hogar.

Pasaba por las calles esquivando personas aquí y allá intentando encontrar alivio una vez frente a aquel viejo y pesado portón de madera.

Los recuerdos de los días junto a Bóreas se cernían en mis pensamientos como la lluvia intentando apagar un fuego.

Me perturbaba que Courtest fuera tan parecido al pequeño pueblo en el que había crecido, aquello tan solo me traía reminiscencias de la masacre que había arrasado con todos tiempo atrás, sin embargo, en aquel momento ya no había espacio para más dolor, tan solo podía evocar a aquella pequeña niña que fui en el pasado, temerosa e insegura refugiándose en los brazos de su padre.

"Vamos mi valiente copo de nieve, es hora de despertar", solía decir Bóreas por las mañanas.

El hombre no paraba nunca de trabajar, era tan activo como si de un joven mozo se tratara y tan vivaz como nadie en el mundo. Recordaba la primera vez que me llevó de visita a Courtest, yo apenas contaba con seis o siete años. La edad y el cansancio ya comenzaban a notarse en el rostro del hombre, mas lo único que le importaba era cuidar una inquieta Levana, emocionada por descubrir que habría en la capital.

"Recuerda llevar tus libros y pergaminos no queremos atrasarnos, dicen que se avecina una ventisca", repetía incesante. "¿Cómo que has perdido tus botas escarlatas? ¿Sabes lo difícil que fue conseguirlas? No pasa nada... lleva una capa o el frío te calará hasta los huesos"

Era razonable y compasivo incluso en aquellos momentos en los que cometía un error, aunque la pequeña niña de blancos cabellos no podía evitar romper en llanto cada que este le corregía. Temía que mi padre me abandonara, pues era lo único que tenía, mas nunca supe en qué momento ese temor se incrustó en mi corazón.

Por suerte habría encontrado mis preciadas botas escarlatas antes de partir. Amaba aquellos zapatos pues fueron un regalo especial de parte de Bóreas. No importaba si me paseaba por el frío lago o la nieve, aquellas botas siempre me mantendrían cálida siempre y cuando las portara.

"¿Cómo es?" pregunté preocupada por la ventisca, pues no recordaba haber visto una antes.

"Es como ver la nieve caer", mintió para no asustarme "No te preocupes, estoy contigo, yo te guío, lo sabes bien"

Aquella promesa siempre la cumplía, siempre encontraba una solución, siempre me mantuve a salvo a su lado.

"Estaré contigo siempre que seas amable con aquellos que no pueden contar con un par de botas como tú".

Aquellas palabras no tenían mucho sentido para mí en aquel entonces, mas con el tiempo descubrí que, no se refería en sí a las pequeñas botas escarlatas que tanto me gustaban, sino a la protección que me daban. Proteger a los desprotegidos.

Él hacía lo mismo conmigo, cuando el frío arreciaba colocaba su bufanda a mi alrededor y cuando lloraba, me abrazaba fuerte entre sus brazos mientras tarareaba su canción.

Era la tranquilidad que mi padre me brindaba aquello que tanto añoraba, me arrepentía de haber aceptado la invitación al palacio, me arrepentía de no ser lo suficientemente valiente como para enfrentar a Akai y Kanei.

Mis pasos me llevaron hacia una pequeña plazuela escondida, al final de la calle se encontraban un grupo de casas adaptadas a servir como tiendas, una de ellas era mi hogar. Ya estaba cerca.

Sin embargo, antes de siquiera poder encontrar el letrero en el que anunciaba el negocio de mi padre "Borealis Duka" un encanto de Meena me alcanzó.

Los recuerdos se desvanecieron, pues mis piernas se paralizaron como si estas hubieran sido enredadas por cuerdas.

La inercia que había ganado al correr me hizo caer en seco, pudiendo amortiguar el golpe únicamente con mis manos.

Meena llegó a mi lado, seguida por Narumi, mas no pude prestar atención a las palabras de mis compañeras, pues había caído a los pies de un grupo de personas que parecían absortas en una discusión. Cuando levanté mi mirada me encontré con la sorprendida mirada del príncipe Altair y sus concejales, quienes nos observaban a las tres cortesanas con cierta desaprobación.

Levana... —gruñó Meena indicando que le levantara, ya que seguía observando a mis contrarios, embobada, como si yacer en el suelo fuera para mí lo más natural del mundo.

—Permítame ayudarle, Lady Levana —expresó Altair al instante, tomándome delicadamente del brazo, que sabía que no me había lastimado, para reincorporarme.

Enseguida arreglé mi cabello revuelto por el viento y la nieve, alisé mi vestido e hice una reverencia junto a mis compañeras como si aquel encuentro infortuito no hubiera pasado.

—Disculpe la interrupción alteza —hablé cuidadosamente.

Los concejales aún parecían molestos mientras que Altair había recuperado su temple tranquilo. Estaba dispuesta a retirarme antes de que Altair pudiera intervenir o intentar hablar conmigo como la última vez, mas sus palabras me frenaron obligándome a mantenerme a su lado.

—Lady Levana... —me llamó sin saber qué decir o cómo proseguir.

Me mantuve en mi lugar con una falsa sonrisa, entrelazando mis dedos nerviosa, mientras buscaba a Meena quien seguía con la cabeza baja.

Un silencio incómodo invadió el espacio que separaba ambos grupos mientras mis piernas comenzaban a temblar rogando por salir corriendo nuevamente.

—Alteza —le respondí en un intento de apaciguar mi ímpetu.

—Estaba a punto de ir en su búsqueda —pronunció al fin.

La tensión podía palparse en el aire, ninguno de los dos quería estar ahí, ambos desearíamos salir en direcciones opuestas y no volver a vernos jamás. Mas estábamos ahí, atados al suelo intercambiando sonrisas fingidas. No respondí a las palabras de Altair, pues mi mente se había quedado en blanco con una única orden en ella. "Huye"

—¿Le importaría acompañarme en mi recorrido por Courtest? —preguntó con aquellos impecables modales ensayados que tanto le caracterizaban—. Podría cumplir mi promesa de llevarla al teatro.

Inconscientemente comencé a negar con la cabeza, intentando zafarme de aquella situación.

—A decir verdad, Alteza, Madame Fontaine nos había encargado llevar una lista de víveres al palacio, es para la cena de mañana —me excusé.

—Si ese es el caso, mis concejales se encargarán de todo, desde buscar cada ingrediente en la lista hasta escoltar a sus compañeras al palacio —Altair no tardó en hacer un ademán indicándole a los concejales escoltar a Meena y Narumi.

Mis músculos se tensaron al ver que no tendría escapatoria.

Le dediqué una mirada nuevamente a Meena, esperando que esta pudiera salvarme, sin embargo, la morena no se dignaba a levantar el rostro todavía. El príncipe ofreció su brazo para que lo tomara, listo para marcharnos.

—¡Alteza! —exclamó Narumi antes de que aceptara la petición de Altair intentando inventar algo en su cabeza. Mas Meena le tomó por la muñeca, evitando que la joven avanzara.

Aquella escena era dolorosa para la peragní y las excusas solo estaban alargando su tortura.

—Agradecemos su ayuda y comprensión, Alteza —pronunció Meena antes de dedicarle una reverencia y marcharse derrotada junto a Narumi y los concejales.

Altair no pudo disimular la mueca de dolor que aquello le provocaba al momento en el que me vi obligada a tomar su brazo, alejándonos de aquellos que nos habían acompañado, adentrándonos en las gélidas calles de Courtest, fingiendo que todo estaba bien, cuando el mundo comenzaba a derribarse para ambos.

El tiempo pasó entre cortas charlas y largos silencios. Hablamos del clima, la arquitectura del lugar, lo hermosa que se veía la nieve caer y lo extraordinarias que eran las soleias adornando cada rincón del pueblo.

Las horas habían transcurrido tan rápidamente junto a Narumi y Meena que, para cuando comenzó el paseo con Altair, el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas. Mi corazón se estrujó al darme cuenta de lo tarde que era, pues no podría reunirme con Asra como le había prometido.

—¿Le preocupa algo, mi lady? —preguntó Altair al notar la inquietud reflejada en mi rostro.

—No es nada —mentí—. Tan solo extrañaba pasear por Courtest.

—Llevo algunas horas aquí y ya me arrepiento de no haberlo visitado antes —expresó él intentando aligerar el ambiente.

Solté una pequeña risa que más bien parecía un quejido mientras recomponía mi postura.

—Si le gusta ahora debería esperar a mañana —declaré con cierto rastro de emoción en mis palabras—. Al atardecer todos toman una soleia entre sus manos y, al susurrar una promesa de amor, esta se ilumina flotando hacia el cielo en busca de la persona amada.

Altair levantó las cejas con expresión incrédula, aquella tradición solo funcionaba en Daus por alguna razón, imaginaba que era por su cercanía con el bosque de la leyenda de Lumina.

—Espero no me esté engañando, lady Levana —dijo con cierto tono juguetón, ambos comenzábamos a relajarnos—. Sería la primera persona en poder mentirme en mucho tiempo.

Reí junto a él, la sorpresa no abandonaba su rostro junto a la curiosidad que comenzaba a sentir por aquella flor.

—No miento Alteza —respondí siguiéndole el juego—. Mañana al atardecer lo verá, incluso si se da prisa podría enviar más de una soleia, pues no son exclusivas del romance, se pueden enviar a padres, hermanos o amigos de igual manera.

—En ese caso me aseguraré de enviarle alguna a usted.

Los dos guardamos silencio al darnos cuenta del significado de aquellas palabras. Ambos, sintiéndonos como completos extraños, volteamos la cabeza al lado contrario del otro, con la excusa de admirar cualquier cosa que se nos pusiera enfrente.

Caminando si un camino definido, nos perdimos entre las calles, terminando así frente a un pequeño lago, en el cual los locales habían adaptado como pista de patinaje. Una idea surcó mi mente, lista para cambiar el rumbo de nuestra conversación.

—¿Sabe patinar, Alteza? —pregunté como si el incómodo momento que acabábamos de pasar no fuera nada.

—No en realidad —admitió con desánimo—. ¿Y usted?

—Me encanta patinar, sobre todo en esta época, pues el hielo es más firme que en verano.

—En ese caso deberíamos intentarlo —expresó algo más alegre, encaminándonos hacia el lago.

—Alteza, necesitamos un par de patines antes de entrar en el hielo —expliqué divertida señalando las cuchillas montadas en madera que todos los asistentes habían atado a sus zapatos.

Altair sonrió apenado.

Reí ante su rubor, era evidente que el príncipe no tenía idea de lo que estaba haciendo. Aquel gesto de desconcierto me llegó a parecer tierno, mas no pude evitar preguntarme si Asra sería reaccionaría así en una situación como esa.

Asra...

Le dediqué una mirada al camino que subía por la montaña hacia el palacio, seguramente me estaría esperando sin entender mi ausencia. La culpa me comía tanto por dentro que, por las estrellas, juraba poder sentir su presencia.

Las palabras de Altair me regresaron a la realidad, mientras sostenía orgulloso dos pares de patines de exquisita calidad. Lo que hubiera dado en años pasados por contar con unos como esos.

No tardé en asegurar las cuchillas a mis botas, mientras Altair parecía tener problemas con las suyas. Apenado, se vio obligado a aceptar mi ayuda antes de adentrarse tambaleante en la pista.

—Será más fácil si flexiona un poco las rodillas —le indiqué al ver cómo el pobre príncipe luchaba por mantener el equilibrio—. Puede tomar mis manos si le hace sentir más seguro.

—Es aún más difícil de lo que parece —expresó intentando mantenerse neutral como de costumbre, aunque su voz llegaba a temblar a causa de su desbalanceado avanzar.

Reí divertida, aquella era una faceta de Altair que seguramente pocos habían conocido.

Estiré mis manos hacia él invitándole a tomarlas para guiarle a través de la pista y darle seguridad al avanzar, sin embargo, antes de que este llegara a tocarme, resbaló golpeándose estrepitosamente contra el hielo.

—¡Alteza! —exclamé por inercia al momento en el que me detenía a ayudarle a reincorporarse.

Una dulce carcajada salió de los labios del joven mientras se ruborizaba por la vergüenza que aquello le causaba.

—Estoy bien, Lady Levana —me tranquilizó—. Por favor, no tenga apuro por mí.

Cierto rastro púrpura rodeaba sus botas como partículas casi imperceptibles, mas antes de que pudiera crear cualquier conjetura, fueron mis zapatos los que resbalaron provocándome una caída junto al príncipe.

—¡Lady Levana! —exclamó Altair aún intentando incorporarse.

Reí tal y como lo había hecho él.

—Tal parece que no es un buen momento para patinar.

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Aquel paseo con el príncipe fue de lo más extraño, apenas pudimos salir del lago, pues nuestros patines resbalaban incesantemente como si nuestras piernas hubieran perdido cualquier rastro de estabilidad. Me vi obligada a acercarme a Altair mientras este hacía lo mismo, ambos intentando ayudar al otro con todas nuestras fuerzas.

—Interesante experiencia —había concluido el príncipe una vez en la orilla—. Quizá todo sea más seguro en el teatro.

Mas no fue así. Altair había conseguido entradas para aquella famosa obra de la doncella y el lobo. Sin embargo, al entrar en el palco privado, destacando que en este solo se encontraban dispuestos dos elegantes asientos, pude oír un ligero replicar, como voces que flotaban en el ambiente, mas mis ojos no dieron con nadie en el interior del lugar.

Pocos minutos fueron los que pude disfrutar de la función, puesto que, en algún punto de la obra, mi asiento se desplomó como si de una hoja en otoño se tratara. Altair sorprendido, buscó una explicación hacia aquel fenómeno, pues la sólida madera de roble en su lugar seguía intacta. El príncipe no tardó en ayudar a incorporarme, asegurándose de que no hubiera sufrido daño alguno y cediéndome su lugar mientras él permaneció de pie a mi lado el resto de la función.

Aquello no terminó en tal incidente, pues las cortinas de aquel espacio comenzaron a desatarse de tal manera que parecían querer caer con insistencia sobre el príncipe cuando hablaba, y por más que este las atara, volvían a enredarle así este se cambiara de lugar.

Al salir del recinto encontramos un puesto de pequeñas soleias listas para el festival del día siguiente, por lo que sin dudar compré algunas pensando en llevarlas a mi padre, mas al observar a Altair admirándose por aquella flor le ofrecí algunas agradeciendo su amabilidad. Imaginaba que todas ellas irían dedicadas Meena en cuanto este llegara al palacio. Sin embargo las flores se prendieron en llamas como si las hubiera expuesto al fuego. Solté enseguida el ramo intentando apagar aquel incidente que todos los presentes observaron con extrañeza. Y no les culpaba, yo misma no sabía la causa de aquella repentina y, hasta cierto punto curiosa, mala suerte.

—Vaya destino, juntos tenemos la cualidad de hacer probable lo improbable —dije intentando aligerar aquellos incidentes. Altair estuvo de acuerdo conmigo.

Caídas, resbalones, aves atacando mi cabeza como si llevara semillas entre mis cabellos, aquel anochecer parecía maldito para ambos. Mas fueron estos mismos incidentes los que nos acercaron, dando cierto ambiente divertido a la situación. Incluso un cisne mordió la mano de Altair cuando este intentó alimentarle.

Nueve campanadas se escucharon a lo lejos para cuando ambos lucíamos tan desastrosos que bien podríamos aparentar haber vuelto de la guerra. Cansada le expresé al príncipe mis deseos de visitar a mi padre antes del baile de mañana, pues no había mucho por hacer para salvar aquel extraño paseo. Así que, intentando permanecer lo más pulcro posible después de aquel desastre, Altair se despidió elegantemente una vez estuve en la puerta de la tienda de Bóreas, para así marcharse rumbo al palacio.

Suspiré cansada en cuanto le perdí de vista.

"Vaya noche..." pensé.

Aunque no debía preocuparme más, al fin estaba en casa.

Arreglé mi cabello lo mejor que pude y alisé mis ropas. Un cálido aroma a incienso me dio la bienvenida al frente de la tienda que solía atender con Bóreas. Sonreí al notar aquella cálida luz de las velas que se repartían aquí y allá a través del lugar. Era como estar soñando. Sintiéndome al fin a salvo, me acerqué al mostrador para tocar la pequeña campana que anunciaría mi presencia.

"Ding" 

Un hombre mayor de blancos cabellos apareció desde la trastienda. Era Bóreas, la oscuridad debajo de sus ojos y aquellas arrugas en su rostro indicaban lo cansado que estaba, sin embargo una enorme sonrisa tiró de sus labios mientras que la luz regresaba a su mirar en cuando se percató de mi presencia. Me rendí ante aquella visión tan dulce como miel, tan cálida como un rayo de sol en invierno.

—¡Padre! —dije llena de nostalgia lista para arrojarme a sus brazos.

Sin embargo el semblante sonriente de Bóreas cambio en cuanto sus ojos dieron con alguien detrás de mí

—Es un honor recibir la visita de su alteza en este humilde comercio—expresó haciendo una reverencia.

Me detuve en seco al escucharle sin entender qué estaba haciendo.

Instintivamente miré sobre mi hombro, encontrándome a un joven en la entrada, sin saber cómo reaccionar ante la situación.

Enseguida reconocí aquellas ondas que caían sobre su frente y sus característicos ojos esmeraldas.

Era Asra.

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