𝐈𝐦𝐩𝐨𝐬𝐭𝐨𝐫𝐞𝐬
Mi aterrada mirada se cruzó con la de Narumi.
Ambas nos quedamos en un momento de silencio, intentando decidir cómo actuar ante le presencia de la otra.
—¿Narumi? —preguntó su compañera al fondo de la habitación, mas la joven no movió ni un músculo—. ¿Naru...?
La enmascarada no logró completar sus palabras pues, víctima de un impulso o quizá de la confusión que aquello me creaba, lancé una bola de nieve al rostro de Narumi, siendo eso lo único que se me ocurrió para distraerla.
La nieve se deshizo en el rostro de la pelinegra provocando que esta se girara antes de alertar a su compañera.
—¡Despertó! —exclamó antes de ir detrás de mí.
Apresurada, resbalaba y tropezaba entre la nieve y el lodo.
Aquella escena me parecía casi surreal pues nada tenía sentido. Ahí estaba con mi antigua compañera, mi protectora y amiga, persiguiéndome como si fuera alguna clase de rehén a la fuga. Ya no podía confiar en nadie, tan solo permanecía un objetivo en mi mente: escapar.
—¡Levana! —me llamaba Narumi detrás de mí, pero no me detuve.
Terminé adentrándome en lo que antes era la plaza principal del pueblo.
Todo estaba tan destrozado como el día en el que escapé del lugar, parecía que el tiempo había se había congelado en el momento en el que lobo apareció.
Mis ágiles piernas intentaron escabullirse entre lo los restos de las casas y tiendas intentando perder a Narumi de vista, sin embargo un estruendo me detuvo.
"Flash".
Destellos esmeralda comenzaron a cegarme impidiéndome el paso. Retrocedí desconcertada.
Lo primero que reconocí fueron aquellas runas con sus gemas grisáceas y rotas, las cuales caían antes de materializar aquellos destellos.
—¡SABÍA QUE HABÍAS SIDO TÚ! —rugió una voz conocida antes de aclarar mi mirada.
Una joven de piel oscura se encontraba frente a mí, echando fuego por los ojos y empuñando su espada lista para atacar.
—¿Meena? —pregunté incrédula.
Cautelosamente levanté mis manos indicándole que no pensaba atacarle pues la joven que comenzaba a desenvainar su espada al ser acompañada de las demás cortesanas que había dejado en Courtest.
—¡Ilunatha! —me maldijo con aquella palabra tan despectiva para los bendecidos y encantadores.
—¡Levana! —llamó Narumi.
—¿¡Narumi!? —se sorprendió Rosalina al llegar y reconocer la figura detrás de mí.
—¡YUE! —se anunció con alegría la chica de la máscara de fénix, contrastando con la escena.
Se encontraba por encima de un tejado, caminando de puntillas, tan grácil como una bailarina antes de dar un salto hacia el suelo, aterrizando sin siquiera inmutarse.
—¡Cállate Yue! —le reprendió Narumi a su compañera.
La joven Aghatense se desprendió de su máscara para darles un vistazo a sus antiguas compañeras antes de mostrar ante los espectadores su espada doble, y con una risotada, como si aquello no fuera más que un juego, dio un golpe en el suelo de sus armas, levantando así una barrera de fuego.
Aquella barrera funcionó para separar a las recién llegadas de nosotras.
El calor del fuego golpeó mis sentidos con violencia. Estaba demasiado cerca del borde, lo cual me obligó a retroceder justo a tiempo para esquivar un golpe de la espada de Meena, la cual intentaba atravesar la barrera a ciegas.
Narumi tomó mi brazo con fuerza, arrastrándome lejos junto a Yue, aprovechando el momento para escapar de nuestras antiguas compañeras.
¿De dónde habían salido esas runas? ¿Por qué todos las utilizaban? Parecía que cada integrante de la corte había arrastrado sus secretos hasta llegar ante aquel enfrentamiento.
Me solté del agarre de la pelinegra en cuanto su fuerza comenzó a menguar, al llegar a la orilla del bosque, justo donde había despertado.
—Eres una de ellos —reclamé en cuanto esta me encaró frunciendo el ceño.
—¿Una de "quienes"? —pronunció cuidadosa sus palabras como si se hubiera ofendido.
—Vi sus máscaras, son las mismas que portaban quienes nos atacaron en el palacio blanco —la enfrenté—. ¡Nos han traicionado! Incluso tienen a uno de los príncipes oculto en una cabaña.
—Levana, no somos lo piensas.
—¿Me dirás que no fueron los mismos que causaron las explosiones? ¿Que los enmascarados que arrancaron tantas vidas en el baile no eran sus aliados? —las palabras brotaron de mi boca como una violenta cascada dejando crecer gota a gota la furia que tanto había contenido—. ¿¡Negarás que fue su culpa que mi padre esté muerto y yo exiliada!?
—¡NO SOMOS LO MISMO! —Interrumpió Narumi ofendida—. Observa bien esto.
Mi contraria gruñó, tomando sin delicadeza alguna la desgastada tela de su ropa.
—Los atacantes en el palacio blanco presumían telas nuevas, ropajes blindados, a medida y oscuros como la noche, no estos desgastados harapos. Sin embargo, sus máscaras carecían de honor y esencia, estaban rotas, astilladas y maltratadas mientras que las nuestras siguen intactas —protestó dejándome sin habla—. Eran tantos como para conformar un ejército, mientras nosotros somos tan solo unos cuantos. Lo único que buscamos es encontrar una oportunidad para nosotros, una oportunidad para sobrevivir, mientras que los impostores destruyen y matan haciéndose pasar por otros.
—¿De qué estás hablando?
—Aghat muere gracias a la bruma escarlata, recorre nuestros campos y devasta nuestras ciudades. Nuestro impero ha caído, el emperador Izar ha pedido ayuda a Fitore y a Perang, pero ambos reinos nos han dado la espalda, solo intentamos arreglar lo que Fitore ha provocado —explicó más tranquila—. Te escuché hablar con el príncipe antes del viaje a Courtest, si pudo crear algo tan sorprendente como la máquina que nos transportó entre las islas, podrá ayudarnos a encontrar una solución.
—Narumi, secuestraste a un miembro de la familia real —le reclamé.
—¿Puedes culparme? Izar intentó razonar con Navani, yo misma traté de llegar hasta Altair para convencerle de ayudar, pero se negarán, así todos en el imperio mueran, están demasiado enfrascados en pactar la paz con Perang. No confían en nosotros, pero Perang es el verdadero enemigo.
—¿Por qué he de creerte después de todo lo que he visto? —le contradije con la misma dureza con la que este me había respondido.
Mi confianza estaba ya completamente rota, había pasado por tanto solo para descubrir que la única amiga que me quedaba parecía no era quien yo pensaba.
Narumi hundió su mano en uno de sus bolsillos para inmediatamente mostrar lo que ahora más temía, pues me recordaba a Kanei; mi daga
—¿Quién crees que te trajo hasta aquí en primer lugar?
La pelinegra extendió su mano, ofreciéndome el arma con la punta de la afilada hoja apuntando hacia ella.
Pude atacarla si así lo hubiera querido, aquello era una ofrenda de paz, mas el miedo fue el que ganó en mis acciones.
No le clavé la daga como lo dictaban los instintos del lobo, en cambio, la tomé entre mis manos y salí huyendo. No quería formar parte de todo ese enredo, no quería más riesgos ni involucrarme en guerras ajenas.
Narumi no intentó impedirlo, aunque escuché a Yue mascullar algo que con el viento se perdió.
Pocos fueron los pasos que alcancé a dar antes de frenarme en seco. El sol comenzaba a dar los primeros rayos de luz en el horizonte mientras mi mirada se aclaraba acostumbrándose al alba, dejando atrás la oscuridad.
Pude notar cierto brillo entre las sombras del bosque, como decenas de ojos expectantes ante la escena que se desarrollaba frente a sus miradas.
El fulgor de los primeros rayos de sol descubrió de entre la maleza, las oscuras e impolutas telas que Narumi había descrito, acompañadas de máscaras rotas, agrietadas y sin vida.
Un segundo fue suficiente para darme cuenta de lo que estaba pasando, nos habían estado siguiendo y rodeando. Lo que había dicho la pelinegra era real, los impostores seguían siendo enemigos.
Uno a uno los contrarios surgieron de entre las sombras arma en mano, listos para atacar. Estábamos rodeadas.
—Mierda, las siguieron hasta aquí —renegó Narumi entre dientes mientras sostenía en alto sus shuriken—. Yue avisa a Naisha y a los demás —ordenó a su compañera quien inmediatamente siguió sus órdenes.
Empuñé mi daga mientras retrocedía asustada. Era consciente de que no me atrevería a utilizar mi magia, todo lo que me quedaba era lo poco que Navani me había enseñado.
Una flecha voló, rápida y certera en nuestra dirección. Narumi no dudó en empujarme al suelo al mismo tiempo que esta respondía el ataque lanzando un shuriken en la dirección por la que esta había provenido, dejando una estela escarlata a su paso.
Mi mente parecía procesarlo todo como si de una puesta en escena se tratara; irreal y letal.
Narumi no dejaba de lanzar sus armas y encantos por un lado, mientras los impostores seguían atacando delimitando cada vez más el pequeño círculo en el que nos habían acorralado.
—LEVANA A LA CABAÑA ¡AHORA! —pude leer con apuro en sus labios, sin embargo seguía petrificada sosteniendo mi arma con mano temblorosa.
Una explosión se produjo en los alrededores, haciendo volar por los aires a algunos impostores dejando consigo un fulgor rojo pardo, apurándonos a actuar.
La pelinegra frente a mí parecía estar a punto de perder los estribos por mi falta de acción. Tomó una runa que guardaba en sus bolsillos, parecía ser la última que le quedaba, y con cierto vacilo, renunciando a su última oportunidad de escape, la rompió a mis pies envolviéndome en una brillante bruma de verdoso color.
Para cuando el brillo desapareció, los sonidos de la guerra y explosiones se veían amortiguados a lo lejos, materializándome dentro de la cabaña en la cual Asra seguía atado y desesperado, intentando liberar sus manos. La runa rota aterrizó junto a mí provocando un leve repique entre la madera del suelo.
—Entonces sigues aquí —pronunció con firmeza sin saber bien a quién se dirigía.
No respondí. No tenía idea de por qué Narumi me había enviado hasta ahí, quizá para proteger al príncipe, quizá para protegerme a mí misma, tan solo sabía que no podía quedarme de brazos cruzados mientras la dejaba sola en el campo de batalla, debía encontrar valor, aun si no me atreviera a usar mis poderes.
—Déjenla ir —ordenó Asra con firmeza.
Puse los ojos en blanco al escucharle, seguía con la idea de que me habían capturado junto con él.
Qué extraño era verle intentando hacerse el héroe cuando horas atrás me había echado del castillo sin siquiera decir una palabra.
—Me quieren a mí, ella no tiene nada que ver.
Contuve un suspiro al incorporarme. Mi silencio permaneció, mas mi ira de mi mente se veía contrariada por el impulso que mi corazón pedía a gritos. Quizá había alguna explicación para lo que había hecho, quizá no tenía elección. Ambos sabíamos que vernos era como caminar por una cuerda a punto de romperse por cada interacción que habíamos tenido. Aún así nos arriesgamos, fuimos impulsivos y seguimos viéndonos sin importarnos el peligro o lo dolorosa que sería la caída. Aunque en mis adentros guardaba la ilusión de que aquella cuerda permanecería sin romperse, y yo nunca caería al vacío.
Qué equivocada estaba.
Caí, peor no a su lado. Me había dejado sola, desprotegida en la oscuridad pagando las consecuencias de mi error.
Di un paso al frente. Contuve la respiración. Quizá era hora de aceptar que le había perdido.
Un paso más, aún sin respirar. Quizá aún no era tarde.
Me negaba a admitirlo, pero con él frente a mí, había algo en el fondo de mis pensamientos que seguía rogando una y otra vez "No me dejes así", aún contenía una esperanza.
Retiré la venda de sus ojos en un impulso por calmar aquella voz en mi cabeza, encontrándome frente a frente de nuevo con aquel mar esmeralda que poseía en la mirada.
La expresión de mi rostro debió ser fría como el hielo, pues el joven se quedó sin habla mientras me observaba, como quien duda si aquello era real o un simple engaño.
—Mi luna ¿Qué te han hecho? —preguntó al notar las lágrimas que luchaba por contener.
—No me llames así —le interrumpí—. No te pertenezco, ni tú a mí. Ya no más.
—Levana...
—No hables más. Cometí un error, dijiste que lo resolveríamos juntos, pero me abandonaste ¿Por qué? Asra ¿Por qué romperme así?
El reclamarle no fue más que la señal que necesitaba para darme cuenta de lo imposible que era aquello y de lo falsas que fueron mis esperanzas, estaba rota y nada de lo que pudiera decir aliviaría mi dolor.
—No puedo deshacer lo que hice —murmuró apartando la mirada.
—Lo sé...
Todos los palacios y monumentos que le había creado en mi mente, todas aquellas palabras que nos murmuramos y las promesas que ante las estrellas hicimos, habían colapsado.
El silencio entre nosotros se alargó como si este fuera eterno. Ambos estábamos tan peligrosamente cerca como para sentir el calor que su piel emanaba, pero tan lejanos como para evitar perderme nuevamente en sus ojos.
"Clash".
El crujir de la madera al hacerse pedazos fue lo que nos sacó de aquel trance.
La débil puerta que nos separaba del exterior yacía hecha añicos pues la habían arrancado de una patada.
Un corpulento hombre con máscara de cordero entró en la cabaña.
Su caminar era errante y violento como si buscara algo vehemencia, algo que encontró al notar la presencia de Asra en el lugar.
Me incorporé interponiéndome entre ambos.
La imagen que cubría su rostro se desdibujaba astillada y descolorida, lo cual sabía, no era nada bueno.
Empuñé mi daga decidida.
No dejaría que aquellos impostores se lo llevaran. No si aún representaba una esperanza para Narumi.
—La doncella del invierno —siseó mi contrario antes de chascar la lengua con incredulidad—. Vaya que eres pequeña para el desastre que causaste en Courtest.
—Aléjate si no quieres terminar como tus compañeros —amenacé pareciendo más segura de lo que estaba.
Una profunda risotada surgió desde sus adentros, haciendo este una seña para dejar pasar a otros tres. Se produjo un nudo en mi garganta, sabía que estaría muerta sin mis poderes.
—Mátenla —ordenó con frialdad.
El cordero retrocedió dando paso a dos de sus compañeros, uno con la máscara de un tigre y otro con la de un toro.
Mi tembloroso puño les hizo intercambiar un par de miradas cómplices, como si se encontraran ante una niña indefensa.
"Al verte creerán que estás jugando, tu desventaja es tu tamaño y lo querrán aprovechar".
Las palabras de Navani resonaron en mi cabeza, tenía razón, sin magia no parecía muy amenazante.
"Sujeta firmemente tu daga, no pierdas el equilibrio. El primero en atacar siempre tiene la ventaja, intenta ser tú quien dé el primer paso".
El primer paso. Quien lo diera tendría la ventaja en una lucha cuerpo a cuerpo como esta, sin embargo eran dos contra uno, con otros dos esperándome detrás de los primeros.
No me lo pensé más y di el primer ataque directo a al yugular de uno de mis oponentes, ataque que este fácilmente bloqueó arrojándome al suelo con fuerza.
Asra forcejeó intentando desatarse, parecía no soportar ver aquella escena.
Me levanté con los huesos más adoloridos de lo que ya estaban, no me rendiría por un simple golpe.
Esta vez mi enemigo fue el primero en dar un golpe.
Un cuchillo afilado amenazó con dar en uno de mis costados, mas logré esquivarlo terminando dándome de tropezones con su compañero.
Ambos rieron, aquello era apenas un juego de niños para ellos, como si hubieran entrenado toda su vida para aquello.
Un golpe en la mejilla me derribó nuevamente. La nariz comenzó a sangrarme obligándome a escupir sangre.
El hombre con máscara de toro balanceó ágilmente su hacha, listo para asestar un golpe en mi cabeza. Se me heló la sangre.
—¿Y esta fue la que terminó con los hombres de Dante? —se burló el hombre mientras su compañero reía concordando con sus palabras.
—No era tan buen capitán después de todo.
—Basta de juegos —gruñó el cordero.
Levantó el hacha en lo alto, mientras observaba petrificada cómo estaba a punto de sucumbir ante su filo, negándome aún a utilizar magia.
Una carta violeta se clavó en una de las paredes al fondo.
Reconocí aquella carta justo en el momento en el que su magia contenida derribó toda la casa, aplastando en un abrir y cerrar de ojos a mis enemigos bajo los escombros. Fue un escudo lo que me mantuvo a salvo de sufrir el mismo destino.
Giré la cabeza sobre mi hombro, para encontrarme a Asra de pie, sosteniendo el escudo con las pocas fuerzas que le quedaban.
Había logrado liberarse.
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