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𝐇𝐢𝐥𝐨𝐬


El exterior era ya un campo de batalla.

Los enmascarados impostores se habían triplicado en número. 

Por un lado estaba Narumi con un pequeño grupo de encantadores, luchando por no ser acorralados y por el otro, estaban el resto de cortesanas, quienes claramente habían estado buscando a Asra, hasta verse rodeadas por sus enemigos.

En medio de todo se encontraba la cabaña que el príncipe había derrumbado, mientras resurgíamos de los escombros.

¡Lo encontramos! —alertó Rosalina al ver a Asra de pie entre aquel desastre.

—Nuestra prioridad es el príncipe —ordenó Meena a sus compañeras—. En cuanto esté a salvo, nos largamos de aquí.

Asra notó su presencia enseguida y ofreciéndome su mano, me instó a seguirle hasta llegar a Meena y su equipo.

Negué con la cabeza.

Nuestros destinos no podrían ser ya más diferentes.

Fui expulsada de la corte, Asra se había comprometido y sin mi padre ya no tenía razones por las que regresar a Courtest.

Narumi por otro lado nunca me había dejado atrás y, aunque la desesperación había empujado sus acciones, no podía culparla.

La bruma escarlata estaba arrancando vidas por todo Aghat. 

Sabía que no podía obligar a Asra a ayudar, así como él no podría impedir que yo intentara hacer lo mismo.

Su mirada parecía rogar por una explicación ante mi negativa, como si se aferrara al último atisbo de esperanza que guardaba.

Tomé su mano pensando que aquella sería la última vez, ayudándome este a incorporarme. No perdí de vista aquellos ojos esmeralda ni un segundo, mientras sentía cómo la vida se me iba al tomar aquella decisión.

Mil escenarios se arremolinaron en mi mente, agravando el agudo dolor que comenzaba a expandirse por mi pecho.

Recordaba la primera vez que en la que nos encontramos a las puertas del castillo de Nadhera.

Sus rimas y versos complementando los míos.

La noche en la que descubrió mis secretos y la manera en la que tomó mi mano para ayudarme a huir.

Reviví la emoción que me provocaban sus acertijos, sus invenciones, nuestros encuentros el jardín a media noche, el laberinto y las estrellas que deseaba nunca dejar de ver.

Y por las estrellas, juré que jamás olvidaría su semblante formal al conocer a mi padre con aquella sonrisa encantadora y el brillo en su mirar.

Contuve la respiración.

¿Quién diría que languidecería tanto por aquel beso robado?

Como deseaba que todo hubiera resultado diferente, que las promesas que hicimos hubieran sido suficientes, que aquel beso entre las estrellas y la nieve no hubiera sido el último.

Su nombre luchaba por salir de mi boca, mas quedó atrapado y sellado en mis labios.

"Asra", me prometí no volver a pronunciar aquella dolorosa palabra.

A nuestro alrededor el caos seguía reinando. 

Yue, Narumi y su equipo apenas podían responder los ataques de los impostores, mientras Meena y las cortesanas lograban avanzar cada vez más hacia nosotros.

Entre la batalla pude reconocer a los encantadores de Courtest, los mismos que habían sido aprisionados por los habitantes y liberados por mí.

Parecían ser resguardados por un montón de enmascarados de desgarrados ropajes, mas sus máscaras relucían intactas, sin astillas, grietas o alguna imperfección.

—Perdóname —articulé mi mano de la de Asra—. Pertenecemos a caminos distintos.

Y creía realmente lo que decía, no podía seguirle más. Se casaría con Charlotte, mientras yo había comenzado una lucha en la cual él no podría seguirme. En cierta manera, habíamos elegido bandos opuestos.

Asra se negaba a dejarme ir, tomándome por el brazo y aferrándose a mí como si temiera perderme, sin saber que ya me había perdido.

Vete, no te seguiré, no tengo nada por lo que mirar atrás —exclamé con dolor—. Tomaste tu decisión y yo la mía.

En la batalla no había tiempo para despedidas y a pesar de ello, ahí estábamos agonizando el uno por el otro.

Meena logró llegar al príncipe, tomándolo de su camisa para arrastrarlo hacia las cortesanas, ignorando mi presencia.

Un grito de dolor de Narumi me sacó de aquel estupor que me daba su partida, estaban perdiendo la batalla contra enemigos que no tendrían ni un ápice de piedad si de asesinarlos se trataba.

¡Levana! —gritó Asra soltándose del agarre de la morena en un intento de llegar hasta mí.

"Tic, toc, tic, toc" No podía desperdiciar más segundos lamentándome.

Ignoré sus gritos, empuñando mi daga al momento en el que comenzaba a avanzar hacia la batalla que Narumi comenzaba a perder, los enemigos eran tantos que ni manipulando hilos del destino lograría acabar con ellos.

—Kanei —llamé a uno de mis mayores temores, sabiendo lo que estaba punto de sufrir a cambio de salvar a Narumi.

El lobo atendió a mi llamado.

¡LUMINA NO! —exclamó Asra sabiendo lo que aquello significaba.

Le fulminé con la mirada ¿De qué rayos estaba hablando?

Kanei hizo una reverencia al llegar ante mí degustando ya el sabor de la guerra.

¿No le reconoces aún? —preguntó Kanei divertido.

No hubo respuesta. Asra había llamado ya la atención de los impostores, quienes dejaron malheridos a sus antiguos oponentes, yendo directo hacia las cortesanas, dispuestos a llevarse al príncipe con ellos.

La batalla nos envolvió. Asra tiró de mi brazo separándome del lobo, quien confiado, no tardó en desaparecer.

Los enemigos no tardaron en dar batalla con el príncipe portando sus cartas, listo para defenderse. Tres de ellas volaron por los aires invocando guardianes de amatista, justo como el que había utilizado en la pelea contra Navani.

Aquello definitivamente era de ayuda, sin embargo no era suficiente para nivelar la balanza, aún nos ganaban en número.

Todo fue tan efímero que duró tan solo un par de segundos, pues las cortesanas no tardaron en rodear al príncipe, siendo Dilaila quien logró acercarse lo suficiente para golpear a Asra justo debajo de su mentón, haciéndole caer inconsciente.

¡Llévenselo ahora! —ordenó Meena intentando controlar la oleada de enmascarados que nos asediaba—. Los contendré por un tiempo.

El equipo regresará entero —renegó Elizabeth con su escudo hecho de rayos de sol agrietándose.

Meena dejó caer su espada para estirar sus brazos como si frente a ella hubiera un telar, tomando entre sus manos decenas de hilos dorados.

Eran hilos del destino.

¡MEENA, NO! —exclamé sin que esta me escuchara.

Los presentes parecieron congelarse en su lugar, como si fueran marionetas esperando a ser controladas por sus hábiles manos.

Las cortesanas observaron atónitas mientras Meena comenzaba a temblar, producto del dolor que sostener aquellos hilos.

—¡Váyanse! —ordenó Meena.

ES MÍA —escuché gruñir Kanei al notar lo que Meena había hecho para detener a sus enemigos.

El lobo corrió hambriento abalanzándose contra la morena, quien comenzaba flaquear.

Kanei iba a devorarla, era el precio que debía pagar por manipular tantos hilos a la vez.

Podía verme reflejada en las acciones de la Perangní. Sin la ayuda de Akai hubiera sido yo quien estuviera sosteniendo aquellos hilos, a punto de morir desgarrada por las fauces del lobo.

Kanei ¡La cacería ha comenzado! —exclamé obligándolo a volver a mí, forzándolo a envolverme en aquella niebla oscura para así formar nuevamente parte uno del otro.

Sabía que el lobo huiría si no seguía sus impulsos, no se quedaría a negociar con aquel torrente de vida esperándole para ser cosechado, debía forzarlo a quedarse conmigo, encerrarlo en una prisión en la que le fuera imposible escapar.

El vínculo que nos conectaba era mi daga, por lo que no podría huir si esta dejaba de funcionar como un catalizador.

El lobo pareció percatarse de lo que por mi mente pasaba, oponiéndose a cada movimiento que daba, provocándome tanto dolor como si mis músculos se desgarraran uno a uno.

Fue toda una odisea tomar la daga que mi padre me había regalado, y luchando contra la influencia de Kanei, partirla a la mitad, aprisionándole conmigo.

"Debe pagar el precio de sus acciones" se quejó Kanei intentando arrastrarme hasta la morena.

Aquella lucha sería la que decidiera quién tendría el control.

"Sigues siendo la misma criatura ilusa de siempre" Instó luchando por tomar el control.

Di un paso hacia la Morena.

—Digas lo que digas, no me cambiarás —murmuré para el lobo.

"No tienes la fuerza"

Kanei tenía razón, nuestra batalla interna me doblegaba a tal punto de dejarme sin fuerza física, pero aún contaba con mi ingenio, cosa que jamás pudo arrebatarme.

Tenía que evitar que Meena dejara caer los hilos, pues aquello llamaría inmediatamente a Akai, quien a falta de su compañero, le arrancaría la vida sin dudarlo.

En cambio, si yo sostuviera los hilos, Akai no tendría más remedio que perdonarme, siempre que Kanei estuviera conmigo, pues no podría tomarnos a ambos.

—Tengo voluntad —le repliqué al lobo

"¿Crees que después de esto no te rechazarán? Eres un monstruo para ellos"

—Te temen a ti, no a mí —alcancé a decir apenas.

El control del lobo era fuerte, aún así logré avanzar, jadeando y agonizando hasta acortar la distancia entre ambas. 

La morena parecía no soportar más la carga que llevaba en sus manos.

"NO" Exclamó el lobo.

—Meena estoy aquí —le llamé, sin embargo la joven parecía más bien ida, a punto de colapsar—. Meena —le llamé con apuro.

Los hilos comenzaban a caer de sus manos, mientras la mirada de Meena perdía poco a poco su brillo hasta volverse completamente opaca.

Akai hizo acto de presencia enseguida.

¡Meena! —chilló Rosalina al verla caer.

La pelirroja intentó asistir a su compañera, pero fue Elizabeth quien la detuvo.

Ninguna podía ver a la doncella o escuchar al lobo, pero me veían a mí y me temían como si yo misma fuera aquellos espíritus.

Dime tu nombre, valiente doncella —murmuró Akai al oído de la morena.

Estiré mi mano buscando entre el telar del destino el hilo de Meena. 

Lo sostuve con fuerza en mi palma antes de que esta pudiera responder.

Akai me miró curiosa, como si no se hubiera esperado el rumbo que estaban tomando mis acciones.

—Así que esto es lo que has elegido —sopesó al verme temblar por la lucha que aún sostenía con Kanei—. El lobo no durará mucho bajo control, su naturaleza salvaje siempre tiende a resurgir.

—No te los llevarás... A ninguno —jadeé de dolor intentando tejer un nuevo hilo para Meena.

Akai tomó mis manos, intentando evitar lo que estaba a punto de hacer.

Este no es tu destino —recalcó, presionando sus frías manos contra las mías.

Soy yo quien decidirá eso.

Mis temblorosos dedos alcanzaron a entrelazar un nuevo hilo con la dorada hebra de Meena, la cual estaba a punto de romperse.

Los segundos parecieron alargarse mientras cada hebra comenzaba a acomodarse hasta formar parte de uno mismo.

Un brillo cegador inundó el lugar al momento de unir ambas partes, seguido de una poderosa onda de energía, la cual arrojó por los aires a todos los presentes.

Mi cabeza se golpeó contra los escombros de una antigua cabaña y el mundo se oscureció.


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Eco.

Aquellos ecos de frases y promesas perdidas era lo único que retumbaba en una oscuridad infinita.


"Déjenla ir. Me quieren a mí, no a ella."

"¡Terca criatura, intentas conjurar en mi nombre sin reconocerme!"

"Construiría un reino solo para ti si me lo pidieras."

"Cuidaré a Levana en su ausencia".


El latir de mi corazón comenzaba a menguar.


"Tu éter es demasiado brillante como para ignorarlo".

"Es maravilloso lo que el conocimiento puede lograr, con o sin magia".

"El dolor solo será así de fuerte por un momento".

"Los guerreros encuentran en la muerte su dignidad".


Qué difícil se volvía respirar cada vez más.


"Ningún bendecido ha escapado de mis garras".

"Daus es famoso por su magia".

"En el albor de la guerra, como creada por una ventisca..."

"Las Ayras fueron olvidadas".


Las voces del pasado comenzaban a envolverme mientras mi fuerza me abandonaba.


"Fingiré estar dormido antes de que puedan notar tu presencia".

"Me encantaría preguntar si es que es un sol lo que sus ojos buscan".

"Debo partir pronto. Tan solo necesito saber que estarás bien en mi ausencia".

"Dime tu nombre, mercader..."


Qué poético se sentía perecer, como la hierba fresca al caer la nieve.


El caos reinó después de aquellas palabras comenzando a difuminarse mi pasado con recuerdos robados.

Recuerdos de otras vidas.

Vidas que había olvidado, pero permanecían al fondo de mi pensamiento, como una vieja canción de la cual uno nunca se podrá olvidar.

"Corre... depende de ti ahora" murmuraba mi voz distorsionada.

"Por favor resiste un poco más" apuraba alguien a lo lejos.

"Sé bien reconocer el final".

"Solo un poco más..." Aquella lejana voz, en un principio desconocida, comenzaba aclararse con cada palabra.

"Todo lo que importa es que estás aquí".

"No..." sollozó.

Pude reconocerle en un latido. 

Era Asra.

"Lucha por lo que está por venir. Adiós, Ahrak."

"¡LUMINA!"

El desgarrador grito del príncipe fue lo último en perderse, antes de rendirme ante aquel vacío infinito.

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