𝐄𝐥 𝐃𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐭𝐚𝐫
Caí rendida frente a Kanei, con las esperanzas desechas y vacías.
Quizá Akai tenía razón, quizá me había dejado engañar y manipular por todos, quizá aquellas palabras que me había dicho en el campo de entrenamiento eran verdad.
"Son más parecidos de lo que piensas".
No se refería a Asra y a mí, sino a él y Navani.
Ambos habían dejado todo por seguir a un miembro de la familia real de Perang, ambos habían construido un mundo para dejarlo en pedazos sin mirar atrás, ambos estaban atados por el mismo destino.
La historia se repetía.
Pegué las rodillas a mi pecho, tratando de contener el derrumbe que había comenzado en mi cabeza.
Estaba destrozada, herida, traicionada. No pude hacer nada más que esconder mi rostro mientras sollozaba. No creían en mí, dudaba que alguien en algún momento lo hubiera hecho a excepción de Narumi, y ahora ella también había desaparecido.
—No puedo creer que me dejé enredar por sus mentiras —mascullé con dolor.
El lobo seguía mirándome fijamente como si este fuera un cachorro escuchando atentamente las palabras de su ama.
—Qué tontería fue el pensar que él realmente me amó —me lamenté entre lágrimas.
Kanei postró la daga que llevaba consigo a mis pies, mientras yo seguía temblando de impotencia, de dolor y tristeza. En una noche lo había perdido todo.
—En cierto modo siempre lo supe, mis manos son más torpes que hábiles... Sin importar cuántos hilos del destino me esmerara en tejer o cuánto poder pudiera en ellas retener, no sería lo suficiente para mantenerle a mi lado —levanté la mirada para encontrarme con mi compañero, quien seguía con sus ojos estáticos sobre mí, como si esperara algo más—. No importa ya... ¿Quién querría a una lunática, sin familia? Una cobarde desestabilizada quien lleva a la muerte adonde quiera que va. Ni siquiera tengo el valor para controlar mi don.
El dolor comenzaba a convertirse en rabia mientras recapitulaba todos y cada uno de mis días en el palacio. Había sido utilizada, manipulada, ilusionada para después ser desechada. Ese era el destino de los encantadores, esa era la condena de los bendecidos.
—Debí escuchar a Akai, seguir sus advertencias, si le hubiera prestado atención nada de esto habría pasado.
Mi furia crecía conforme pronunciaba las últimas palabras.
Ímpetu, violencia, impulso y poder. Todos estaban tras una cosa; dominar sobre los demás sin importar el cómo, sin importar el costo.
Aquello me recordaba a las palabras de la doncella: "La humanidad es cruel". Tenía razón.
De una u otra manera el poder en manos de un mortal termina en arrebatos, furor y tiranía. ¿Sería yo igual que ellos? ¿Sería que la ira que me dominaba pudiera llegar a tomar el control?
—Deja el drama. Sigues siendo la misma criatura crédula e ingenua —gruñó Kanei—. Te traicionaron y utilizaron como un animal de circo y aun así lo único que haces es llorar porque un simple humano nunca te amó.
Le dediqué una mirada asesina mientras el lobo reía cruel ante mi dolor, como si fuera mero entretenimiento el verme caer en pedazos.
A lo lejos el viento soplaba, llevando con él los aterradores alaridos de Courtest. El pueblo estaba sufriendo tanto o más que el mismo palacio. Los enmascarados habían destrozado casas y comercios sin distinción. Todos los atacantes eran soldados bien entrenados, mas algunos de ellos poseían dominio del éter; magia en pocas palabras.
Por lo que los habitantes no tardaron en culpar a los indefensos encantadores originarios del lugar. Les estaban dando caza, atrapándolos para condenarlos a morir entre las llamas que pensaban ellos mismos habían provocado.
Si no hubiera aceptado unirme a la corte del palacio quizá estaría sufriendo el mismo destino que ellos.
—Ya no más —gruñí, lo cual llamó la atención de Kanei.
Tomé la daga frente a mí mientras observaba su filo y el brillo de esta a la luz de las llamas.
No era justo que por el miedo de otros tuviéramos que sufrir, mientras la familia real hacía oídos sordos a nuestros gritos de súplica ¿Cuántos años no habían pasado ya con el mismo problema? Nos utilizaban en sus ejércitos, en sus amenazas por el poder y en su lucha continua entre reinos. A sus ojos solo éramos peones desechables. Pero había llegado el momento de cambiar.
—El mundo es oscuro, egoísta y cruel —reafirmó Kanei como si me leyera el pensamiento.
A lo lejos, pequeñas figuras emergían entre las llamas. Eran los mismos enmascarados que habían atacado el palacio, eran decenas de ellos apresurándose por el sendero. Se dirigían directo al castillo.
Una mueca de disgusto se dibujó en mi rostro, estaba lista para rendirme ante el odio y la rabia cuando una frase de Bóreas llegó a mi cabeza, frase que jamás dejaría de recordar.
"Estaré contigo siempre que seas amable con aquellos que no pueden contar con un par de botas como tú".
Ese par de botas que tanto me encantaban se habían convertido en algo más, en un símbolo de protección, pues sus palabras no se referían a mis botas, se refería a mi don.
—"Estaré contigo siempre que ayudes a aquellos no pueden protegerse como tú..." —murmuré poniéndome de pie al fin. Bóreas me había abandonado ya mas sus palabras seguían grabadas con fuego en mí. El lobo me miró paciente, preguntándose qué estaba haciendo ahora—. Protegeré a todos aquellos que ahora perecen a causa de esta maldición que llaman "don".
Kanei parecía dar saltos, ansioso, gruñendo y salivando ante el banquete que sabía que estaba punto de dar.
Miré por última vez el blanco palacio que se alzaba detrás de mí. Todos esos días atrapada sin saberlo, todos esos años persiguiendo un sueño perdido, todo este tiempo sin saber lo ciega que había sido.
Sin embargo ahora estaba ahí, alzándome decidida sobre la nieve derretida, entre la oscuridad pero por fin viendo con claridad.
Podía oír claramente las desesperantes campanadas que daba la guardia real, convocando a decenas de soldados a punto de salir al campo de batalla en el cual yo quedaría atrapada.
—Matarán a todos... —concluí algo vacilante al saber que los guardias del palacio no podrían controlar aquella invasión.
—Aún te compadeces de tus verdugos —se burló Kanei.
—Esta será la última vez que luche por ellos.
—No merecen compasión.
—Tampoco yo, y sin embargo estás aquí, ofreciéndome una segunda oportunidad cuando ya te he rechazado.
A Kanei no le gustó mi respuesta, no le agradaba en absoluto que guardara esa compasión que Bóreas había sembrado en mí desde pequeña.
Regresar al palacio y proteger a todos desde dentro no era una opción, los guardias no escucharían y volverían a echarme, en cambio si me quedaba afuera con Kanei me vería obligada a luchar, mas para ello tendría que aceptar el trato con el lobo.
—¡Es ahora o nunca! —presionó el lobo.
—Peleemos juntos, lado a lado como un igual.
Avancé decidida al encuentro de los enmascarados, con el viento acariciando mi cabello bajo la luz de la luna. El crudo contraste del palacio blanco en llamas con la poca nieve blanquecina que aún presumía el páramo junto con la niebla que los invasores llevaban con ellos me confería una visión casi espectral; Una doncella, levantándose entre la nieve agonizante, portando una daga en su mano acompañada del lobo. La doncella del invierno por fin había despertado.
—La cacería ha comenzado —pronuncié al fin las palabras que aquella bestia tanto anhelaba.
El lobo aulló eufórico causando escalofríos y terror a todo aquel que le escuchara para después hacer una elegante reverencia ante mí, concediendo poder a mis palabras.
—Tu destino ha sido marcado —pronunció disolviéndose en una bruma oscura la cual envolvió mi daga haciéndole brillar más que nunca. Esta al empuñarla transformó el color de mis ojos tiñéndoles de un brillante rojo sangre, justo como los de Kanei.
Respiré profundo al sentir cómo mi cuerpo dejaba de pesar, ignorando el dolor y mis heridas previas, no tenía golpes ni quemaduras. Sonreí mientras me movía con la agilidad de una bailarina mientras jugueteaba con el arma en el aire, me había convertido en el cazador en busca de su presa.
Mis enemigos al fin aparecieron con un claro mensaje. Una, dos... tres flechas volaron por los aires intentando dar con mi cabeza, mientras el cuchillo de una filosa espada amenazaba con atravesar mi pecho. Con un movimiento de mi daga recibí a los recién llegados derrumbándoles uno por uno tan silenciosamente que sus cuerpos el único sonido que producían era como el de la nieve al caer.
Pálidos destellos resplandecían disparados aquí y allá bailando junto con mis movimientos a través de los soldados que intentaban llegar a mí en medio de la difusa cortina de niebla que había envuelto el lugar.
Los únicos vestigios de aquella batalla eran el rechinar del metal, gritos, órdenes y súplicas... Todo aquello mezclado en una fría melodía que marcaba un compás a mis pasos, mientras ni uno solo de los enemigos llegaba a tocarme.
Aquellos que perecían lo único que podían observar era al lobo siguiéndome como si aquella fuera una sincronizada danza antes de clavar sus colmillos y desgarrar la carne de aquellos que atacaran.
Para cuando los soldados del palacio llegaron a la batalla solo quedaba uno más de mis enemigos de pie, Un hombre corpulento con cadenas las cuales usaba para golpear y atrapar a sus enemigos.
Era rápido y ágil de movimiento, pues en un dos por tres golpeó mis piernas haciéndome caer. Clavé mi daga en el suelo aprisionando una de sus cadenas. Un rayo de luz azul se disparó hacia el firmamento desde la empuñadura de mi daga para disipar las nubes que comenzaban a oscurecer el cielo.
El hombre se quedó petrificado sin dejar de ver mi arma pues esa misma luz que se había perdido en el cielo comenzaba a trepar por las cadenas convirtiéndolas en polvo. El hechizo trepó cada vez más rápido por sus brazos hasta llegar a su pecho en donde le puso fin a su vida.
Aquella visión me habría aterrado si no hubiera estado en la compañía de Kanei, quien disfrutaba el espectáculo.
Retiré mi daga de las cenizas en las que ahora se encontraba, con mi respiración agitada y cierto dejo de culpa que me gritaba por huir y arrepentirme de mi decisión mientras la niebla se disipaba.
Los restos de mi dorado vestido estaban quemados o completamente enlodados contrastado con mis manos presumiendo ríos de sangre que goteaban por mis dedos.
Recibí una aterradora mirada de todos los presentes mientras preparaban sus armas para atacarme, dudosos si enfrentarme sería la mejor idea.
No estaba loca, a diferencia de lo que creían, no les atacaría si ellos no lo hacían primero. Había arrancado ya suficientes vidas en una noche como para sumergirme más en aquel baño de sangre, tan solo buscaba llevarme a los míos de aquel maldito lugar.
—¿Levana? —preguntó Meena abriéndose paso entre los guardias quienes ya habían formado una barrera entre el palacio y yo.
Guardé mi daga antes de mirarle de frente, sabía que dijera lo que dijera me creerían un monstruo, no valdría la excusa de haberles protegido.
Aun así no les culpaba por ello, también me hubiera impresionado al verme cubierta de sangre, con lo que me desagradaba ese hedor a muerte y lo espesa que se sentía en mis manos, solo un monstruo podría disfrutar de aquello.
La diferencia era, que yo no lo disfrutaba.
Me las arreglé dedicarles una profunda reverencia a mis espectadores, como la que hacían los actores en el teatro después de concluir la más importante de sus obras.
El rechinar de los arcos no tardó en resonar con los soldados apuntando sus flechas hacia mi pecho.
—¡Alto! —ordenó Meena—. Ha protegido el palacio incluso antes de que pudiéramos hacer algo.
—Meena, sus ojos... —señaló Rosalina advirtiéndole que no se confiara de mí.
—¡Ja! —reí ofendida ante su advertencia.
Mis antiguas compañeras estaban tan ciegas como lo había estado yo, o quizá ni siquiera les importaba dejar de estarlo, de cualquier manera no tenía tiempo para averiguarlo.
—Kanei —llamé al lobo quien abandonó mi catalizador borrando aquel color escarlata de mis iris—. Tenemos mucho por hacer.
Di media vuelta, dispuesta a abandonar el lugar rumbo a Courtest, cuando una voz me detuvo.
—¡Alto en nombre del rey! —ordenó el capitán de la guardia real.
Ni siquiera me molesté en dejar de darle la espalda.
—No tenemos rey —respondí con la mirada perdida en Courtest—. Ni tampoco un reino.
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