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𝐂𝐨𝐧𝐭𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐄𝐬𝐭𝐫𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬

—Tal parece que no soy el único que no ha pagado su deuda con el destino —habló Asra al fin.

Había aceptado su invitación al tomarle del brazo. Pude sentir su calidez en cuanto me acerqué a su cuerpo, era como quien se acercaba el fuego en una noche de invierno, era acogedor y tranquilizante. El joven guiaba un lento caminar disfrutando de la fresca brisa que la noche ofrecía, cierto cantar de los grillos eran nuestra orquesta en medio del silencioso laberinto.

Sin dudas prefería aquel tranquilizante ambiente, siendo nuestros pasos el compás de una silenciosa canción. Mis palabras se negaban a perturbar aquel plácido silencio en su compañía. Mas sabía que él moría por hablar, al igual que mi curiosidad.

—La deuda con el destino nunca se salda, solo se acorta —respondí—. Sin embargo, hay algo que me molesta más que mi trato con el destino.

El joven me miró atento, dejándome notar cierto brillo en sus ojos, brillo del cual su hermano carecía. Me sentí algo de pena por Altair al darme cuenta de ello, algo le había robado la esperanza. Sospechaba, tenía que ver con aquello que había marcado el corazón de Navani dejándole con furia contenida, sin embargo, para Asra, el menor de los tres; algo mantenía viva esa misma esperanza. Tuve que armarme de valor para confrontar al príncipe de mi propio reino y preguntarle por qué me había mentido.

—¿Por qué será que mi estrella me ha engañado cambiando su nombrar? Siendo que al final del día, por la noche, seguiré viéndole de la misma manera, así fuera sol o estrella —cuestioné.

El asunto de mentirme al decirme que era un escriba no me dejaría en paz hasta que le cuestionase ¿Por qué mentirme? ¿Por qué se había acercado cuando pudo pasar desapercibido? ¿Por qué su interés al verme por primera vez?

—No esperaba presentarme siendo tan descortés —respondió calmado—. Mas no he mentido, el sol y la estrella lo mismo, al igual que soy príncipe y escriba, uno no es excluyente del otro, sin embargo, atesoro celosamente más a uno que otro, pues para todos es fácil ver el sol durante el día, pero dígame luna mía ¿Logra ver la débil luz de una estrella de noche?

Aquel verso parecía ser más una súplica que una pregunta, imaginaba buscaba cierta libertad al ser tratado como escriba a diferencia de su título de príncipe. Me podía identificar con ello, su título, al igual que mis decisiones, habían marcado su vida desde joven con la muerte detrás de él, mas temía descubriera mi relación con la doncella y el lobo, pues ¿Qué pensaría al saber que hice trato con aquellos que le arrebataron a sus padres sin aviso alguno?

—Aunque le llamara sol de mis noches o estrella de mis días, no habría diferencia —reflexioné—. No es el nombre del astro, sino su compañía.

Mi respuesta pareció agradarle, puesto que su juguetona sonrisa se amplió, y no pude evitar imitarle. Aquella loca conversación continuó como si contáramos con nuestro propio lenguaje secreto, el cual solo ambos podíamos entender.

Las estrellas brillaban claras sobre nosotros mientras no podía despegar mi mirada de Asra, había cierto misterio en él que me llamaba a descubrir todo lo que su mente guardaba, mientras que al mismo tiempo, comenzaba a sentirme cómoda en su compañía, como si le conociera de tiempo atrás.

—Se verá entonces condenada a sufrir de mi compañía —admitió—. Como la estrella que se mantiene fiel a la luna, incluso cuando pierde su brillo al amanecer y como el sol que por el día le guía. Le debo mi vida, sin embargo, no cuento con nada más para ofrecer.

—Debo ser yo la agradecida, pues ha guardado mi secreto a pesar de la ventaja que este podría ofrecer para el reino, mas me pregunto, después de esta noche ¿Mantendrá su silencio o es este paseo un último adiós a la luna antes de condenarme?

La idea llevaba tiempo formulándose en mi cabeza, después de todo, el príncipe y yo aún éramos desconocidos, y si algo la vida me había enseñado, era a no confiar en aquellos de los que casi nada sabes.

—No se pasea con prisioneros, ni se oculta a traidores —contestó—. Mis acciones y palabras siempre han sido verdaderas, al igual que mi gratitud.

Si el príncipe se encontraba consciente de sus acciones ¿Sabría entonces del dibujo que había enviado por carta o sería una simple equivocación?

—¿Fue, entonces, usted el responsable de mostrarme trazos en vez de palabras a manera de bienvenida? —le cuestioné.

—Así como la luna, el sol cuenta con un lado oscuro, secretos que pocos conocen; secretos que solo él puede ver, misterios que ahora le debo.

Intenté negarme, pues no buscaba hacerle sentir que me debía algo, ya fuesen secretos, compañía o riquezas, mas el príncipe me interrumpió con una seña, colocando un dedo entre sus labios, indicándome callar. Habíamos caminado ya un buen rato a través del laberinto, me encontraba tan distraída que ni siquiera había podido contar las vueltas y giros que habíamos dado a través de él, sin embargo, frente a nosotros se encontraba el corazón del laberinto, un hermoso cerezo en flor; quien nos daba la bienvenida sobre plácido un prado verde.

—¿Dígame, suele ver estrellas? —preguntó mientras me guiaba hacia el cerezo.

Asra recargó su espalda en el tronco del árbol una vez pudo sentarse y a partir de ese momento no dejó de mirar las estrellas. Sus labios se movían en silencio, mas pude leerles con facilidad.

—Me gustan las estrellas —respondí—. Por las noches, de niña, creía escuchar su canto, mas me parece que son más cercanas a usted.

La melancolía se apoderó de sus labios mientras sus ojos brillaban en medio de aquella escena, podía sentir cómo amaba la noche y sus estrellas. Uno, dos, tres... Uno, dos, cien... repetía en silencio para sí mismo mientras observaba el cielo con detenimiento.

—Ellas saben todos mis secretos —comenzó a explicar—. Saben que no suelo hablar, pero me gusta escuchar. Conocen que aborrezco equivocarme, pero es inevitable al aprender, la ironía de mi miedo a la altura, y mi sueño de volar, guardan todas las esperanzas que se han roto y las lágrimas que con el tiempo aquí derramé.

—Alteza... —murmuré sin saber qué decir ante sus palabras, realmente me estaba diciendo todos sus secretos, uno a uno, como había prometido.

Me encontraba apoyada sobre mis rodillas, puesto que temía tropezar con el brumoso vestido al levantarme nuevamente, el joven parecía no preocuparse por aquello, como si dentro del laberinto todas las reglas y etiquetas del palacio se esfumaran, un lugar en donde los errores y verdades eran permitidos.

—Asra —me corrigió—. No soy un príncipe, aquí no.

El joven me ofreció su mano esperando que la tomase antes de recostarse en el césped acercándome a su lado para poder ver mejor las estrellas. Reconocí al instante su aroma a lavanda que, a partir de ese momento, no pude sacar de mis recuerdos

—Debo pedir perdón por mis modales —aclaró una vez estuvimos hombro a hombro con los ojos perdidos en el cielo—. Mas no resisto verles en una noche tan clara, me recuerda que de niño solía contarlas ¿Ve?

El joven estiró su brazo al cielo apuntando a los brillantes luceros que le adornaban en medio de la noche.

Uno, dos, tres... —comenzó a contar.

Uno, dos, cien... —completé su frase como le había visto antes nombrarlas.

Sus ojos se cerraron complacidos, pude notar la inocencia en su rostro y al mismo tiempo el dolor que años atrás se había llevado la misma.

—Nunca me consideré un romántico —siguió confesándose—. Pero vivo con el corazón, siento frío en los veranos, sin embargo, me siento cómodo cuando llega el invierno.

Reí ante sus palabras, era una risa dichosa, podía sentirme identificada con cada idea que escapaba de sus labios y aun así, seguía hablando con cierta emoción creciente por cada sonrisa que le regalaba

—Me aburre lo obvio, me divierte pensar desde otra perspectiva, creo en que la paz puede llegar en forma de cartas, sé que las palabras llegan a derrotar el poder.

—Si estoy en la corte es por pensar diferente, pensar que la paz llega con palabras —admití al recordar mi trato con Akai—. Imaginaba quedar atrapada sin esperanza, siendo el palacio mi prisión, esperanza que nunca pensé que volvería al contar estrellas.

Uno, dos, tres... La noche transcurrió.

Uno, dos, cien... Mi alma renació.

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