𝐀𝐥𝐭𝐚𝐢𝐫
—¡ERES UNA TRAIDORA! —gritó Meena encarándome una vez estuvimos sin la compañía de Madame Fontaine y el príncipe.
Di unos pasos hacia atrás asustada intentando retener su ira o al menos, lograr que bajara la voz. Todas las miradas de las cortesanas estaban sobre nosotras.
—Meena, podemos hablarlo... —titubeé.
Un violento gruñido salió de su garganta antes de usar toda su fuerza para golpearme. Cerré los ojos con fuerza y por instinto, o tal vez suerte, pude esquivarla para inmediatamente escapar aterrada de los puños de la morena.
Mis piernas no dudaron en dirigirse al pasillo a toda velocidad mientras la perangní me perseguía como un león hambriento a su presa. Era fuerte e insaciable, con pesadas pisadas amenazando con alcanzarme
—¡Pelusa! —exclamaba furiosa con el odio más profundo reflejado en su voz.
Las demás cortesanas siguieron su paso con la intención de detenerle y razonar con ella.
—¡Meena! —le llamaban algunas.
—Alto, por favor —rogaban otras.
Los guardias se quedaron boquiabiertos al ver a toda la corte correr de un lado a otro gritando y empujándose entre sí, detrás de la más menuda de sus integrantes.
Mis zapatos resbalaron al girar una vez más resonando por el lugar y amenazando con hacerme perder el equilibrio.
—¡Ilunatha! —me llamó girando a la derecha justo como yo lo había hecho.
Aquella palabra era utilizada en Perang, Fitore y Aghat para insultar a los marginados, condenados e indeseables. Se componía de dos palabras "Iluna" que significaba miserable y "atha" que se traducía como maldito
Mis pasos fueron tan ligeros que casi parecía que estaba volando intentando escapar de Meena, sin embargo el brumoso vestido que ondeaba a mi alrededor no fue de ayuda, pues gracias a este mis piernas se vieron enredadas en la tela haciéndome tropezar.
—Ilunatha ¿¡Qué carajo fue eso!? —exclamó Meena furiosa levantándome por el cuello y arrojándome contra las puertas de mi habitación.
Mi espalda chocó contra la madera de la entrada sofocando mis pulmones, impidiéndome respirar. Un agudo dolor apareció en mi pecho al momento en el que intenté dar una bocanada de aire, mas fue imposible tomar oxígeno alguno.
Las puertas enseguida se abrieron de par en par gracias a la fuerza con la que me había empujado, provocándome un traspié antes de mantener el equilibrio nuevamente.
Volví a retroceder cautelosa, con mis temblorosas manos al frente a manera de protección, esta vez no tenía escapatoria.
—Por favor... —supliqué con un hilo de voz gracias al miedo que mi contraria infundía.
La Morena no tardó en entrar cerrando la puerta tras de sí impidiendo que, las demás cortesanas y guardias que ahora nos perseguían, pudieran intervenir.
—Nos partimos la cara día a día intentando sacar esto adelante mientras tú sigues fallando en cada una de tus tareas. Nos pones en peligro ¿Y todo para qué? ¡Para ir a hacerle ojitos al hermano de tu futuro rey! —la furia de Meena estaba remarcada en cada palabra mientras se acercaba peligrosamente, ya no tenía más espacio para retroceder.
—Por favor Meena, fue solo un baile —me defendió Narumi detrás de la puerta alzando su voz sobre la de las demás que aún intentaban entrar empujando las puertas.
—Están ciegas, eso no fue solo un baile ¿Acaso no notaron la cercanía con la que se hablaban? Nos desvivimos por hacer esto bien, por seguir con el acuerdo de paz que busca su alteza, pero no todas tienen como prioridad terminar esta guerra.
Si las miradas de Meena fueran dagas, yacería ya desangrada en el suelo. El fuego en sus ojos parecía no poder apaciguarse.
Un rugido fue arrancado de su garganta al momento en el que me atacaba con magia. Un encanto de fuego con forma de serpiente fue a parar en mi dirección, apenas pude evadir la agresión tirándome al suelo.
—Navani tenía razón, ni siquiera puedes defenderte.
Un ataque más fue lanzado, mientras inútilmente intenté protegerme con un débil escudo tremuloso que apenas pudo detener parte de la llamarada, sin embargo mi antebrazo izquierdo se vio envuelto en el fuego provocando un ardor insoportable sobre mi piel.
Un alarido brotó de mis labios mientras intentaba reponerme de manera inestable. Una pequeña esfera de luz comenzó a crecer dentro de mi mano derecha hasta convertirse en una espesa bruma azul brillante al rededor de la palma y mis dedos.
La rabia comenzaba a trepar por mi garganta al momento de atacarle de vuelta sin pensarlo; Esferas azules, como si de fuegos fatuos se tratara, le rodearon paralizándola enseguida.
Las pupilas de Meena se contrajeron al sentir el frío terror de la muerte en cuanto estas luces le rodearon para arrojarse violentamente en su contra. Aquello fue tan rápido que apenas pude percatarme de lo que pasaba y de lo peligroso que era. Los fuegos fatuos eran mensajeros de sucesos terribles y guardianes de las tumbas de los guerreros, todo aquello tan solo era un presagio de muerte.
El seguro de la puerta se rompió el momento en que estas luces se aproximaron a Meena. Elizabeth fue quien llegó a frenar aquello que ni yo misma sabía cómo estaba sucediendo, imponiendo un brillante escudo dorado, como si de luz solar se tratara, al rededor de Meena con una rapidez extraordinaria, apagando enseguida las luces azuladas que antes le rodeaban.
Un montón de cortesanas aterradas entraron enseguida intentando asegurarse que Meena se encontrara a salvo, mientras que Narumi fue la única en cruzar la habitación a mi lado, preocupada por las ampollas que comenzaban a brotar en mi antebrazo, producto de la quemadura que mi contraria había provocado. Narumi no dudó en aplicar un encanto enfriando mi piel e incluso llegando a dormir la parte afectada por el fuego mientras buscaba desesperadamente algo con lo que pudiera desinfectar.
La culpa y el miedo se apoderaron de mi ser. Meena tenía razón, les había mentido a mis compañeras y había jugado con el objetivo de toda la corte viéndome a escondidas con el príncipe Asra, pero ¿Cómo encarar tales acciones? ¿Cómo explicar si no de manera egoísta mi proceder?
Aunque las amables palabras de Narumi intentaran calmar la tormenta interior que se cernía sobre mi cabeza, no logró anestesiar la realidad, les había fallado a todas, esa era la causa de la ira de Meena.
Arrepentida intenté acercarme a mis compañeras, quienes comenzaban a retroceder en cuanto más me acercaba a ellas, temía que vieran en mí un monstruo del cual temer, mas parecía que mis pesadillas se hacían realidad por la forma en la que me miraban. Meena pudo morir bajo un encanto tan descuidado, y no hice nada para detenerlo.
Aquella escena fue un caos hasta ver entrar al mismo príncipe Altair acompañado de Lady Rosalina, quien preocupada, había ido en su búsqueda.
Meena bufó al observar a su alteza llegar y, como si aquel hombre fuera su peor enemigo, le fulminó con la mirada antes de retirarse bruscamente sin siquiera una reverencia. Altair no pronunció palabra al respecto, tan solo se limitó a verle retirarse con cierta tristeza reflejada únicamente en su mirada.
—Lady Levana, acompáñeme por favor —dijo una vez perdió a Meena de vista.
El temple del príncipe seguía siendo el mismo de siempre, serio, inexpresivo, como si de una estatua se tratara. Las demás cortesanas, temerosas, me observaban como si una bomba tiempo estuviera a punto de explotar desde mis entrañas.
—Piedad, Alteza —rogó Narumi enseguida renuente a dejarme ir con aquel que pocas veces había interactuado con nosotras—. Lady Levana tan solo intentó defenderse, está herida, es una quemadura grave.
—Su preocupación es entendible Lady Narumi, me encargaré de cuidar a Lady Levana, será solo un momento.
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Intentaba no sucumbir ante las lágrimas que amenazaban con salir de mis ojos, el dolor en mi antebrazo izquierdo se volvía cada vez más insoportable con el pasar del tiempo, toda la adrenalina del conflicto con Meena y los encantos de Narumi habían desaparecido dejándome sentir completamente la quemadura en mi piel.
Caminaba en silencio junto Altair mientras este parecía estar perdido en sus propios pensamientos.
El príncipe me guio hacia una pequeña sala en el observatorio, la cual utilizaba como despacho para asuntos reales, por lo que pasaba la mayor parte del día ahí.
El lugar estaba inundado de tonos azules, dorados y blancos junto con mapas e incluso un modelo de cómo los astrónomos más famosos se imaginaban que era el planeta, girando alrededor de una estrella gigante.
Enseguida pude notar algunos mecanismos que Asra había desarrollado por aquí y por allá, era como si el más joven de los príncipes estuviera presente en todas partes, incluso en los dominios de su hermano.
Altair me hizo sentar en una de las sillas dispuestas frente a su escritorio mientras buscaba apresuradamente entre algunos cajones de madera empotrados en la pared. El sonido de la madera chocando entre sí al momento de cerrar los múltiples compartimentos era lo único que reinaba en la habitación. Altair no tardó en encontrar un montón de gasas y un tarro de cristal el cual presumía una especie de un ungüento blanquecino.
El príncipe se agachó a mi lado y delicadamente me pidió ver mi antebrazo, el cual por mi parte, seguía protegiendo como si la vida se me fuera en ello, pues incluso la más suave de las brisas me provocaba un terrible dolor. Vacilante estiré el brazo dejándole analizar la quemadura que rodeaba mi piel enredándose como si aquello fuera una serpiente.
—Avísame si sientes dolor —advirtió mientras abría el tarrito de cristal para tomar un poco de ungüento.
Desvié mi rostro para no ver lo que estaba por suceder, pues así podría concentrarme en algo más que no fuera aquella quemadura.
Aplicó lo más suavemente posible aquella unción sobre la herida mientras yo apretaba la mandíbula gracias al dolor que su contacto me provocaba, sin embargo una sensación adormecedora apareció después de algunos segundos. Sorprendida le miré enseguida, pensando que había sido magia lo que estaba utilizando, este pudo leer mi mente inmediatamente.
Una ligera risa surgió de su garganta al comprender la mueca que se había reflejado en mi rostro.
—No estoy utilizando encantos, si es lo que piensa, Lady Levana —aclaró con la primera sonrisa genuina que pude visualizar en sus labios—. La magia no es lo mío, lo único que hice fue aplicar un desinfectante y un anestésico natural.
Sus hábiles manos tomaron los vendajes que había dejado a un lado preparado para envolver la herida mientras seguía explicando.
—Es maravilloso lo que el conocimiento puede lograr ¿No lo cree? Con o sin magia, cualquiera puede ser capaz de ayudar y sanar hasta la más dolorosa de las heridas.
—No puedo discutírselo, ya que su alteza ha aliviado mi dolor —respondí en voz baja—. Debo agradecerle por sus atenciones.
—No es nada en realidad —respondió apenado terminando el vendaje y asegurándolo para que no pudiera deshacerse—. Es mi deber cuidar de mis súbditos, más aún de aquellos que han renunciado a su tiempo para ayudar al reino.
—Parece algo complicado de lograr —observé—. Fitore es bastante extenso.
—Naturalmente no hago todo yo mismo —expresó divertido, no se había movido de su lugar, seguía a mi lado apoyado sobre una de sus rodillas mirándome directamente—. Es importante saber delegar a aquellos más capaces diferentes áreas, esa es la diferencia entre los buenos gobernantes.
No pude evitar desviar mi rostro, había algo en su semblante que me evitaba poder sostenerle la mirada, quizá era su tranquilidad al hablar o su pulcra manera de manejarse y comportarse, fuera lo que fuera, me intimidaba, pues a su lado me sentía como un bicho extraño, caos en medio del orden, un estruendo entre todo el silencio.
—Imagino que tiene una tarea para mí —respondí.
—Hoy no, Lady Levana —dijo para incorporarse al fin—. Había escuchado que suele pasar el tiempo en los jardines, por lo que era mi plan invitarle a dar un paseo esta tarde, pero me temo que con el incidente que ha sufrido, lo mejor será dejarle descansar.
Ladeé mi cabeza intentando comprender sus palabras como si aquel que tenía frente a mí hablara en un idioma completamente diferente.
—¿El jardín? —repetí temerosa por su respuesta.
—Me gustaría hablar con usted en privado, mas soy consciente que esto puede esperar, lo primero es su salud.
Inquieta repiqué las puntas de mis dedos contra la madera del asiento en el que me encontraba, no tenía un buen presentimiento sobre aquella charla.
—Su alteza puede hablar libremente ahora —respondí—. Que mis heridas no sean impedimento a su palabra.
Altair estuvo a punto de hablar, mas fue interrumpido por un estruendo al fondo de la habitación, entre sus libros y anaqueles. Algo en el lugar se había desplomado, sin embargo, cuando los guardias dispuestos en la entrada se acercaron alarmados a revisar la escena, no encontraron nada más que pergaminos y algunos frascos en el suelo.
Altair volvió a endurecer su temple al notar lo ocurrido y, disculpándose por disponer de mi tiempo, se retiró como si en su camino buscara la respuesta a todas sus preguntas.
Aquello me dejó confundida y sola en medio de la sala. Vacilante me levanté de mi asiento para retirarme, mas en medio del desastre que nos había interrumpido, pude divisar un pedazo de tela. Algo parecido a un vendaje malogrado, como arrancado por la ira, yacía en el suelo. Empapado en el color escarlata de la sangre fresca.
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