𝐆𝐫𝐚𝐧𝐚𝐭𝐚𝐬
—¿Qué tanto significa Asra para ti? —preguntó Meena con tono inquisidor—. ¿Qué tan cierto es lo que vi esta tarde?
Aquella pregunta me tomó por sorpresa. La morena acababa de admitir haberme seguido hasta el despacho de Altair y sin ton ni son, comenzó a hablar de Asra sin yo poder hilar sus razones.
Una punzada de paranoia me alertó de lo que se estaba por venir, algo no se sentía bien en el ambiente.
—No tengo respuesta a tu pregunta, puesto que no soy tus ojos para saber lo que has visto —respondí evasiva.
Meena sonrió con ironía antes de refutar con un dejo de rabia.
—¿Por qué siempre te gusta jugar al gato y el ratón, pelusa?
Aquella pregunta me ofendió más de lo que me gustaría admitir, puesto que mi contraria tenía razón, siempre era evasiva, como una presa.
—Has compartido conmigo tu pasado, mas no has respondido aún todas mis preguntas. Intentaré brindarte las respuestas que buscas si tú haces lo mismo por mí —propuse a manera de pacto.
Extendí mi mano entre los pilares de la barandilla del balcón que nos dividía ofreciéndole mi palma en señal de cerrar aquella promesa. Meena la tomó sin expresión en su rostro mientras me miraba fijamente.
—Es un trato, las damas responden primero —expresó ventajosa al tiempo en el que le lancé una mirada asesina—. Soy una soldado, no una dama —se excusó encogiéndose de hombros.
—Es cierto lo que viste —admití retomando su primera pregunta sobre Asra—. Las palabras no pueden describir mi respuesta, mas la has visto ya en un baile.
Hablaba con la verdad, puesto que, a pesar de sentir que estaba en las nubes a su lado, había algo en mí que me decía que aquello pronto acabaría y dolería más entre más tiempo pasara con Asra.
—Levana... —murmuró Meena como si estuviera conteniendo la más dolorosa de las noticias.
Si tuviera encasillar las palabras en categorías sobre el dolor que me provocaron, las siguientes palabras de Meena estarían entre las primeras. Todo mi mundo se me vino abajo en cuanto le escuché.
Meena me había seguido al despacho del príncipe por una única razón; deseaba evitar o que Altair planeaba.
Desde el baile de bienvenida, ella y Altair se habían encontrado. Al principio el joven le pareció odioso, Meena buscaba escapar del palacio aquella noche, mas fue Altair quien le encontró y, tan tranquilo como siempre, se dedicó únicamente a cuestionarle sus acciones sin intentar siquiera impedirle escapar y, aún más importante, sin revelar su identidad bajo el manto de la noche.
Al Altair hacer tantas preguntas había provocado que Meena despotricara contra la familia real y el reino entero frente a él. No fue hasta que, harta de tener a aquel hombre siguiéndole sin cansancio, Meena le encaró, reconociendo así al futuro rey.
La morena huyó despavorida esperando a la mañana siguiente ser exiliada cuanto menos. Sin embargo aquella sanción nunca llegó. Altair había excusado a la joven de cualquier castigo esa noche con Madame Fontaine y se había encargado de hacerle llegar una canasta llena de granatas; una fruta escarlata que contenía numerosas semillas revestidas con una deliciosa y jugosa pulpa escarlata.
Aquella fruta tenía significado para ella, no solo porque había un árbol de esta fruta en el jardín, justo en el lugar en el cual ella buscaba escapar. Si no que padres le daban granatas cuando era pequeña, esto a manera de premio, pues era lo único dulce que podían permitirse entonces. Mas al morir su madre y desaparecer su padre dejándole sola al cuidado de su hermana menor, comenzó a odiarlas. Aquel fruto era un símbolo de pobreza para ella, por lo que al ver el árbol lleno de garnatas no pudo evitar lanzar uno de aquellos frutos rojo rubí al suelo, provocando que las semillas se esparcieran por doquier.
Altair no conocía el significado de las garnatas para Meena, mas esta le había lanzado un par de ellas al enterarse de que su compañero era en realidad el príncipe, para enseguida huir del lugar. Aquello le pareció divertido al joven, por lo que la canasta iba acompañada de una carta en la cual le invitaba a pasar la tarde siguiente con él, y prometía a la morena que esta podría lanzarle todas las granatas que quisiera si le daba la oportunidad de cambiar la perspectiva de todo lo que dijo la noche anterior.
Aquel gesto fue interesante para Meena, por lo que aceptó encontrarse con él, a pesar delas dudas y cierta desconfianza que guardaba. Sin embargo la tarde se convirtió en noche, y esa noche en otra, y otra, y una más...
Fue hasta que escuchó a Navani decir que Altair pronto se comprometería que se dio cuenta de cómo el príncipe se había colado en su corazón sin ella notarlo. Aquella desconcentración causó que el estoque de Dilaila rasgara la piel de su brazo, sin embargo la morena no le dio mucha importancia a la sangre que comenzaba a brotar de la herida y, en cuanto terminó el entrenamiento, salió corriendo al despacho de Altair en donde este sin responder una palabra se dedicó a vendarla.
Meena insistió en lo que había escuchado de los labios de Navani, Altair no lo negó y, para sorpresa de la morena, admitió todo lo que ella le había hecho sentir. Se sentía escuchado, acompañado, creía haber encontrado a la más inteligente, valiente y audaz compañera, sin embargo había tristeza en sus palabras, pues Meena no sería con quien Altair se comprometería.
La noche en la que me escapé a los aposentos de Asra intentando sanarle, tuve tiempo de planear mi entrada, mas no mi salida, estaba demasiado débil para conjurar el encanto del anillo una vez más por lo que algunos guardias pudieron ver de reojo a una doncella de blancos cabellos deambular por el palacio. No hacía falta mucho ingenio para conectar los puntos, puesto que mi aparición por los jardines cercanos había sido justo después de la milagrosa recuperación del príncipe
Los rumores de la poderosa cortesana que tenía dominio sobre la muerte habían hecho demasiado eco, y ya todo el palacio y Perang sospechaba del surgimiento de la doncella del invierno. Todas las sospechas apuntaban a mí.
Altair planeaba pedirme matrimonio, mas al ser interrumpido por Meena, lo había retrasado, puesto que aquel paso también difícil para el príncipe, renunciando a quien realmente amaba en pos de una joven que apenas y había intercambiado unas cuantas palabras con él.
Mas no había evitado el deber del príncipe, pues Meena sospechaba que Altair lo volvería a intentar en el baile de celebración por Luminara. Los concejales y ministros le estaban presionando a hacerlo, y con la esperanza de haber bebido lo suficiente para dejar de sentir cómo aquello le destrozaba por dentro, la celebración de Luminara sería perfecta para dar a conocer el compromiso rápidamente.
"Es mi deber cuidar de mis súbditos". Ahora entendía sus palabras, renunciaba a Meena no por mí, sino por Fitore.
Teniendo como reina a una joven con el poder que describe la leyenda, Fitore estaría a salvo sin mover un solo dedo. Los demás reinos no se atreverían a atacar sabiendo lo que la doncella de la leyenda puede hacer; tener dominio sobre la vida y la muerte.
Sacudí mi cabeza negando con terror todo aquello que mis oídos escuchaban. No era ella, yo no era la doncella del invierno.
Mas Meena no mentía, parecía agonizar con aquella noticia tanto como yo.
La noche comenzó oscurecer mi visión al desaparecer la luna detrás de gruesas nubes de tormenta. El helado viento soplaba mientras traía consigo una dulce voz, la cual cantaba una canción con triste entonación, como si aquello fuera el principio de la caída de un imperio.
Calma ese clamor
Te pondrás mejor
Contigo estoy
Era Akai, quien grácilmente se posaba sobre la barandilla del balcón, balanceando sus piernas en el aire juguetonamente mientras seguía aquel arrullo que me transportaba el pasado.
El tiempo pasará
Ya encontrarás
Una estrella más
Aquella tonada era una canción de cuna que Bóreas solía repetirme de niña, justo cuando mis temores se agrandaban o cuando salía herida, él siempre estaba ahí abrazándome mientras intentaba calmarme.
En tus sueños voy
Mientras canto
En tu mente estoy
Con mi canto
La voz de Akai era dulce como las manzanas, y contrastaba con el sepulcral silencio a mi alrededor y las lágrimas de Meena rodando abundantemente por sus mejillas, la morena no podía escucharle, para ella simplemente me había quedado perturbada, con la mirada perdida en la oscuridad.
Aquel era un panorama desolador, con el corazón cayéndoseme a pedazos, el terror formando un nudo en mi garganta y la desesperanza que ya se cernía cobre mí. Quería escapar.
La-da, la-da, la-da, la-da...
—¡YA BASTA! —exploté desesperada por el canto de la doncella.
A cada palabra estaba clavando una daga en mi corazón, me parecía cruel, casi sádico el entonar aquella melodía en la oscura noche en la que me sentía más atrapada que nunca. Tomé mi cabeza entre mis manos intentando tapar mis oídos para evitar seguir escuchando, sin embargo su voz seguía dentro de mi mente, sin ser perturbada por mis plegarias.
La-da, la-da, da...
Un agonizante alarido salió de mi garganta el momento en el que lanzaba un orbe de energía azul a toda velocidad hacia Akai, quien seguía ignorándome sentada en el balcón.
Me estaba desmoronando mentalmente con aquella tonada que antes me había traído paz, la canción de Bóreas en los labios de la muerte era lo que faltaba para volverme loca.
Naturalmente el ataque no afectó al espíritu, causando daños únicamente en la estructura de piedra caliza, destrozando parte de la superficie con un estruendo.
Meena aún en su lugar observaba con horror cómo su compañera comenzaba a perder la cordura, de alguna manera se sentía culpable por ello pues, al ver la carta destino de la joven de blancos cabellos vislumbró una figura especial.
Mi carta de destino era "El Loco", ilustrada con una joven con la mirada perdida en las estrellas, sin saber el peligro en el que estaba a punto de caer, gracias al precipicio al que se acercaba. Y a los ojos de la morena, ya estaba al borde del precipicio y sus palabras habían sido el empujón que me había hecho caer.
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