𝐃𝐞𝐬𝐭𝐞𝐥𝐥𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐋𝐮𝐦𝐢𝐧𝐚𝐫𝐚
Por la tarde el teatro se llenó completamente en su función estelar.
Nobles de todos los reinos asistieron a la celebración. La visita que en un principio había sido planeada para la comitiva de Perang, se había convertido en un evento político, asistiendo desde la reina Katrina de Perang, hasta el emperador Izar de Aghat.
Jugueteaba nerviosa con el dobladillo de mis guantes mientras el recinto se hundía en la oscuridad, listo para comenzar la función. Una joven apareció en el escenario, iluminada únicamente por la lámpara de aceite que sostenía con una sola mano, caminando cautelosa mientras la orquesta tocaba una tranquila canción.
La actriz interpretaba a la perfección a Lumina, con cierta inocencia en su mirada, comenzando a contar ante los mortales su propia trágica historia.
La inquietud que me asolaba no me dejaba en paz, por lo que mi atención volaba entre el escenario y el palco en el cual sabía, se encontraría Asra, Altair, Navani y todos los concejales. La oscuridad dificultaba que mi curiosa mirada se pudiera colar fácilmente entre el recinto, sin embargo, después de unos cuantos minutos, pude visualizar a la familia real, atenta hacia lo que se desarrollaba en el escenario. Asra aún no les había interrumpido.
—Akai... —murmuré llamándole, rogando para que esta vez se dignara en aparecer ante mí.
Ni Akai, ni Kanei habían respondido mis preguntas y preocupaciones por el deshielo del invierno, ni por las señales que la cálida brisa traía consigo. Aquellas señales tan solo me recordaban lo que Navani me había confiado una vez; El poema del despertar de la doncella del invierno.
"En el albor de la guerra, como creada por una ventisca despertará la doncella.
Delicada y frágil como la luna, poderosa como el sol, la misma muerte será quien le reverencie.
Su llegada será anunciada por ríos y bosques pues una vez empezado su despertar, el eterno invierno terminará, ella será quien dé inicio a la batalla final".
Aquellas mortales palabras no hacían más que provocarme desazón, encogiéndome en mi lugar intentando encontrar una respuesta en medio de la oscuridad. Me encontraba al fondo de todo el recinto, ninguna de las cortesanas había tomado asiento, puesto que, estábamos tan nerviosas por cumplir nuestro deber que apenas podíamos disfrutar de la puesta en escena.
Narumi caminaba de un lado a otro repasando el itinerario de la noche, mientras otras se agrupaban en pequeños grupos, murmurando y recordando todo lo que debían cumplir durante la velada.
Unas se encargarían de repartir las soleias entre los invitados, otras listones para atarlas a ellas, unas más deberían asegurarse de revisar que toda la comida estuviera servida antes de que los invitados llegasen, sin duda la tensión entre nosotras no hacía más que aumentar.
—Akai —repetí al notar que no obtenía respuesta.
—Shhhh... aquí viene mi parte favorita —respondió el espíritu con aquella dulce voz.
La doncella al fin se había materializado a mi lado, parecía complacida por lo que veía desarrollarse sobre el escenario, con sus ojos puestos en la actriz que portaba un ligero camisón blanco cubriendo su rostro con una máscara pintada con ciertos rasgos de un lobo, su papel era el de Akaneia, la vasalla de la muerte.
La actriz daba saltos y vueltas por todo el escenario representando un papel juguetón y sádico al tiempo en el que le hablaba al público.
—Los mortales me temen, los dioses me imaginan odiosa, mas poco importa lo que seas o en lo que creas —La actriz de Akaneia amenazaba con tales palabras a Arhak, quien ya se encontraba perdido en medio del bosque—. Soy el único destino que le espera a todos, ricos, pobres, débiles y poderosos, no importa cuanto huyas, cuando duela o cuanto ruegues, jamás podrás escapar...
—De mí —completó Akai al mismo tiempo en el que la actriz terminaba su frase.
Volví a mirar hacia el palco de la familia real. Los labios de Asra comenzaban a moverse, manteniendo una conversación con Altair y Navani. Maldije no poder leer en sus labios aquellas palabras inaudibles para mí.
—Mi dulce señora, necesito de tu saber... —comencé a formular intentando llamar su atención.
—Las palabras que ya he dicho son el único saber que puedo ofrecerte. Nadie puede escapar de mí, nadie puede huir por siempre... —pronunció—. Él ya lo sabe.
Akai señaló a Bóreas quien se mantenía atento al escenario entre todos los asientos.
—He mantenido mi promesa, he sufrido para divertirte esperando que cumplas tu palabra, mas no es sobre nuestro trato de lo que busco respuestas.
Akai suspiró mientras se recargaba hacia adelante sobre la barra que separaba los asientos de la entrada al recinto.
—Puedes preguntar, mas no prometo brindar una respuesta.
—La brisa se ha vuelto más cálida desde el amanecer, la nieve comienza a formar ríos entre el campo y las calles. No puedo evitar pensar en la leyenda que habla sobre el despertar de una doncella relacionada con la muerte, pero el mismo espíritu de la muerte tiene forma de doncella.
—No he causado el despertar de las estaciones en Daus si es lo que insinúas. Sin embargo, reconozco el poema del que hablas, puedo dar razón de cada una de esas palabras. La doncella del invierno, reverenciada por la misma muerte...
Akai me rodeó con su helada presencia congelándome hasta los huesos, sin embargo me mantuve firme, estaba ya acostumbrada a sus juegos y acertijos.
—¿Has reverenciado ya a alguna doncella?
—Nadie ha tenido el valor suficiente para enfrentar la verdad que ofrezco, nadie ha sido capaz de comprender mi naturaleza ¿Por qué reverenciaría a alguien que ignora la misma función de la vida?
Analicé aquellas palabras, cabía cierta ironía en ellas pues, era casi poético escuchar a la misma muerte hablar sobre la vida y cómo comprenderla.
—La vida parece ser más fácil de asimilar.
—¡JA! —exclamó ofendida al momento de encararme—. La vida y la muerte son una misma cosa vista desde un punto de vista diferente, unos van mientras otros vienen, pero estamos conformadas por un mismo camino de ida y vuelta. Los vivos le temen a la muerte, los muertos le temen a la vida, de lo contrario ¿Por qué llorarían los bebés al nacer?
—Si ese es el caso, entonces no habría razón para el despertar que las señales anuncian.
—Un despertar indica la llegada de algo, no su presencia... El camino que tenemos por recorrer es largo , mas pronto te quitarás la venda de los ojos y llegarás a comprender, lo que hoy te angustia.
Y así como llegó, la doncella se marchó dejándome con un nudo en la garganta que dudaba llegara a desaparecer.
—Estos son mis dominios, su alma pertenece a la luna, no a la muerte —pronunció Lumina en el escenario echando a Akaneia ya cubierta por la sangre de Arhak.
Akai no había sido de ayuda, al contrario, había empeorado todo. Ahora temía por Bóreas, por Asra y por mí misma ¿Sería aquella noche la más oscura y cruel de todas, o sería simplemente que mi desbocado corazón se preocupaba sin razón?
—Querido lobo, escucha mi ruego —llamé por primera vez a Kanei—. Ven a jugar conmigo.
Dudaba de la cordura de mi decisión, a pesar de que el lobo me había concedido una vez las respuestas que Akai negaba, sabía que era peligroso llamarle. Seguirle el juego sería como bailar al borde de un precipicio, mas las palabras de Akai no dejaban de darme vueltas por la cabeza. Si la doncella no estaba dispuesta a hablar, quizá el lobo lo haría.
Formado por la misma oscuridad, el lobo apareció ante mí, con aquellos ojos inyectados en sangre y sus feroces fauces listas para destrozar y desgarrar la carne de quien llegara a interponerse en su camino.
—Escucho un fuerte latir... Tu corazón ya sabe lo que tu mente niega.
—Brinda tranquilidad a mi alma y niega mis temores —imploré con un hilo de voz.
—La historia se repite tal como lo hizo tiempo atrás. Es la única respuesta que tengo.
No había sangre en sus fauces y garras, era la primera vez en la que el lobo se presentaba con una apariencia más apacible, sin la euforia de haber cazado una presa.
—Dime si piensas salir a cazar esta noche —pregunté con precaución al percatarme que, al presentarse de esa manera no podría significar otra cosa más que se preparaba para la cazaría.
—Esa no será mi decisión, los mortales son quienes eligen, entre enfrentar al lobo o a la doncella. Es una noche peligrosa, bendecida. Acepta tu destino antes de que sea demasiado tarde.
Y tal como apareció, se fue, hundiéndose en la oscuridad hasta perderse de vista.
Volví nuevamente a observar el espacio designado a los concejales, Asra seguía hablando con ellos mientras Altair permanecía detrás de él, tan tenso como una estatua con la mirada perdida, no en el escenario, sino en el recinto, como si buscara a alguien, mientras el labio inferior de Navani no dejaba de temblar a pesar de los intentos de esta por mantenerse con un temple neutral.
Asra hizo una reverencia a los concejales, quienes respondieron de igual manera, con cierto ánimo festivo, felicitando al príncipe por lo anteriormente pactado.
—Busco la libertad de mi pueblo —pronunció Arhak desde el escenario—. La libertad de aquellos a los que amo.
Asra se colocó al lado de Altair, tan serio como su hermano, manteniendo la cabeza en alto y un rostro inexpresivo.
Uno de los concejales se retiró del palco, reverenciando a la familia real antes de partir.
—Te libraré del castigo que los dioses han impuesto —pronunció Lumina desde el escenario—. La voluntad es más fuerte que el destino, todo puede cambiar en las manos correctas, incluso si ya está escrito en las estrellas.
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Las soleias brillaban por todo el palacio a la luz de las velas, el atardecer había comenzado, iluminando las flores que portaban todos los invitados. Algunos ataban listones con frases escritas a ellos, antes de dejarlas partir hacia el firmamento, otros simplemente les dejaban seguir su recorrido. Siempre con un mismo objetivo, llevar un mensaje de amor a algún ser querido.
Bóreas me acompañaba manteniéndome cerca, tomándome por el brazo mientras caminábamos tranquilamente por el jardín que rodeaba el salón de baile. Varios invitados paseaban entre las fuentes y lagunas disfrutando del espectáculo que las flores y los últimos rayos que el sol ofrecía.
A lo lejos, desde el pueblo, se podía observar cómo algunas flores comenzaban a elevarse en el aire, portando un brillo dorado que iluminaba el firmamento. Sin duda era un espectáculo único de ver.
—Estoy muy orgulloso de ti —pronunció Bóreas mientras observaba todas las flores—. Mira todo lo que tú y tus compañeras han logrado. Confío en que tus palabras y acciones traerán paz a este mundo.
—Mi único sueño es volver a tu lado y vivir tranquila, así como lo era antes —respondí con cierta melancolía.
—La vida está llena de cambios, Levana. Difíciles de aceptar, pero necesarios...
—Por favor no insistas de nuevo sobre el tiempo —rogué—. No me angusties con aquella amenaza de perderte.
—Nunca me perderás mi niña, siempre estaré aquí para ti, ya sea en las estrellas o en la brisa. No tomes mis palabras como amenaza, sino como una promesa —respondió tan tranquilo como si aquella fuera cualquier otra conversación—. Esta mañana fui visitado por una antigua amiga... La cual sospecho que conoces ya.
Contuve la respiración al escucharle. Me detuve intentando leer lo que su expresión me decía. Los rayos del sol ya morían en el firmamento dando paso a la oscuridad de la noche en el momento en el que Bóreas siguió explicándose.
—Sé muy bien lo que intentas hacer, también sé que ella nunca rompe sus promesas...
—Padre... por favor, no sigas —interrumpí al borde de las lágrimas.
Entendía perfectamente lo que quería decirme. Insistía en que le dejara ir, en que rompiera mi pacto con Akai. Aquello explicaba la ausencia de la doncella cuando le llamé por la mañana, estaba visitando a Bóreas.
—También hice un trato una vez, uno que no creí que llegara a cumplir, aun así, lo hizo.
—No creas en sus palabras, es engañosa, le gusta jugar con la mente de sus víctimas —concluí al ver el cariño con la que Bóreas hablaba de Akai.
La doncella se había divertido con mi desgracia desde el momento en que le encontré, no dejaba de confundirme y angustiarme con sus presagios y promesas, sembrando duda en donde antes no la había, sembrando temor en donde debería haber alegría. No podía imaginar a Bóreas, quien siempre había sido un alma amable, atormentado por la presencia de la doncella y el lobo.
—Es fácil imaginarla así cuando se es joven, mas a mi edad, he aprendido a recibirla como una amiga. Es sabia y justa, aunque la justicia pueda parecer cruel para unos y la verdad una tortura para otros.
—Por favor, olvidemos el tema, aunque sea por esta noche.
—Concederé tu deseo por esta vez, hija mía.
Bóreas tomó una de las soleias que decoraban el jardín. La flor se iluminó en la palma de su mano, elevándose unos centímetros para dirigirse delicadamente hacia mí, dando un pequeño golpecito en la punta de mi nariz antes de descender a mis manos, en donde perdería su brillo.
Reí, algo más relajada, recordando todas las soleias que Bóreas me enviaba cada año. Agradecía no haber pasado ni un solo año sin una flor brillando en mis manos, agradecía haberle tenido como padre y guía durante toda mi vida. Era privilegiada por haber contado con un pilar tan fuerte como él, así como un guía amoroso y protector. No podía imaginar mi vida sin su presencia, quizá era por ello que me aferraba a él. Reconocía que no dejarle ir y evitar el tema era un acto egoísta, pero sabía que si le perdía, me rompería en mil pedazos, mi corazón se iría con él y mi alma se apagaría así como la soleias que año con año aterrizaban en mis manos.
Robé una soleia del jardín, justo como él lo había hecho, enviándola directo a Bóreas, en donde esta aterrizó brillando más intensamente que cualquier otra. Bóreas sonrió con melancolía, a sus ojos seguía siendo aquella pequeña chiquilla que deseaba jugar en la nieve con sus botas escarlata.
—Te he robado ya demasiado tiempo —dijo el hombre al notar que la orquesta comenzaba a ambientar el salón con una delicada melodía de cuerdas—. Seguro tus compañeras te necesitan. No olvides que le has prometido a tu padre bailar aunque sea una pieza con él.
—Bailaremos hasta el amanecer si así lo deseas papá —respondí más animada.
Dentro del salón ya se encontraban la mayoría de los invitados charlando aquí y allá con tanta festividad que casi parecía contagiosa. Narumi, quien me había visto entrar desde el otro lado del salón, corrió para tomarme por ambas manos, más alegre de lo que le había visto antes.
—Lev ¿No es maravilloso? Todo está saliendo perfectamente —exclamó haciéndonos dar vueltas por el lugar, tan descuidada que casi chocamos en el Duque de Sunce.
—Me alegra verte tan animada —concedí cortésmente.
—No soy solo yo, también Meena parece más relajada después de que Altair pidiera hablar con ella... Me pregunto qué se traerán esos dos entre manos
Me quedé boquiabierta. Si aquello era verdad, significaba que Asra había encontrado una solución para todo y Altair había acudido con las buenas noticias a Meena.
—¿Pudiste escuchar algo de lo que hablaron? —pregunté impaciente, esperando escuchar algo que me aliviara.
—No mucho, murmuraban algo sobre política y un compromiso cancelado.
Salté a sus brazos, emocionada y agradecida, todo parecía ir para mejor al fin. No tendría que verme encadenada a un compromiso forzado, no tendría que encarar a los concejales y reyes por algo que me imponían como deber. Al menos en ese aspecto era libre, libre para perderme de nuevo entre los jardines en compañía de la más brillante de las estrellas; Asra.
La orquesta disminuyó el sonido de la música hasta detenerse por completo. Un heraldo comenzó a anunciar uno a uno la llegada de la familia real, quienes fueron recibidos con aplausos por los invitados. La primera en llegar, como siempre, fue Navani, Seguida por la princesa Charlotte de Aghat.
Charlotte, al igual que su madre, poseía cabello cobrizo en contraste con su pálida y pecosa piel. Su rostro estaba lleno de alegría, como si estuviera viviendo un cuento de hadas, envuelta en un vestido azul con los colores del escudo de Perang, portando consigo una banda violeta que le atravesaba el pecho. Imagine que aquella banda era símbolo real, puesto que Navani portaba una similar.
El emperador Izar se anunció después de la princesa de Perang. Ahora podía observarle más claramente. Se mantenía atento a su alrededor mientras descendía, como si buscara algún rostro conocido entre la multitud. Sus ropas estaban adornadas por preciosos trazos simulando serpientes con tal elegancia que parecía más una obra de arte que un traje formal. Hizo una reverencia ante Navani al llegar a la base de la escalera, ignorando por completo a Charlotte y a la reina Katrina.
Asra fue el siguiente en aparecer, quien portaba un traje azul oscuro con semblante sombrío mientras descendía por las escaleras. Le busqué con la mirada, pero este parecía apresurado, ignorando todo aquello a su alrededor, perdido en sus propios pensamientos. El último en Llegar fue Altair, quien a diferencia de Asra, mantuvo con el temple calmado de siempre, agradeciendo a los invitados por su presencia.
Altair llamó a toda la corte rogando que le acompañaran. Aquello comenzó a darme un mal presentimiento. Las nueve jóvenes de doradas vestimentas acudieron enseguida al lado del príncipe, quien frente a los invitados felicitó y agradeció por su extraordinario trabajo. Miles de felicitaciones inundaron el lugar alabándonos a todas las cortesanas, quienes agradecimos con una sonrisa.
—Aprovechando los ánimos festivos entre nuestros invitados, me gustaría hacer un anuncio —pronunció Navani después del discurso de Altair.
Toda la sala guardó silencio, esperando por las palabras de la princesa.
—Es un honor para mí y mi familia, anunciar el compromiso de mi hermano.
Sentí cómo el alma se me cayó al suelo al escuchar aquellas palabras.
Narumi había dicho que Altair canceló el compromiso ¿O sería que la joven se habría equivocado?
Retrocedí asustada intentando analizar todo lo que pasaba a mi alrededor, por un momento pude jurar que el tiempo se detuvo, entre el acelerado latir de mi temeroso corazón y la mirada vacía que Asra al fin me respondía. Parecía cansado y derrotado, sus ojos, al igual que su rostro había perdido brillo, como si se hubiera resignado a aceptar lo que pasaba frente a nosotros.
Mis labios dibujaron su nombre al momento en el que nuestras miradas se cruzaron. Aún portaba el collar que me había regalado aquella mañana, aún creía en la promesa que me había hecho, aún me quedaba algo de esperanza.
Mas ese instante fue efímero e intrascendente, pues Navani no logró completar sus palabras. Un destello cegador apareció en el salón, seguido de un estruendoso rugido. Todos los presentes salimos disparados contra las ventanas y paredes del lugar, destrozando parte de la estructura, sumergiendo todo entre sangre, escombros, cenizas y el brillo del fuego que comenzaba a propagarse con ferocidad.
Eran bombas.
Sin esperarlo, todo mi mundo se había destrozado en un abrir y cerrar de ojos.
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