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1. No mires a través de la ventana

Diciembre, día 9; 10.30

— Buenos días, habitantes de Wagner. Les informa Roger Dahmer.
Esta mañana ha sido descubierto un escenario trágico en la zona monte,
han sido hallados los cuerpos sin vida de los habitantes en sus hogares
de manera violenta y surrealista.
Los inspectores no entienden cómo ha podido ocurrir dicha tenebrosa masacre,
¿cómo un humano ha podido provocar aquel escenario? ¿Quizá un animal?
Este caso nos tiene atemorizados. Esperamos con ansías los resultados de las autopsias.

— ¿En la zona monte? — Mascullo aturdida, sin desviar mi mirada de la radio del vehículo.

Golpes. Uno tras otro, puños golpean la ventana del coche repetidamente y doy un brinco en mi asiento.

— ¡Joder, Mauro! — Exclamo al ver su rostro pegado al cristal de la ventana.

— ¿Qué demonios te pasa?

— ¿Te apetece un café? — Pregunta arreglándose su cabello.

Bajo del coche, colocando bien mi vestido. — Lo siento, pero tengo cosas más importantes que hacer.
Agarro mi maletín, cuándo mis tacones golpean el suelo unos solos pasos, escucho su irritante voz a mis espaldas.

— Espero qué tú orgullo no se alimente por tú plaza en este popular centro, Blair, ¿sabes dónde está tu anterior paciente?

Hace una semana, tras varios intentos, conseguí una plaza en el centro de salud mental de Wagner, y cómo en cualquier sueño hecho realidad, siempre habrá algo qué te quiera hacer despertar. Mauro, es la típica piedra que se interpone en tú camino hasta llegar a la calma. Él es la personificación de todo obstáculo.

— Esperándome, ¿lloriquea más tarde, de acuerdo?

— ¿Esperando? — Pregunta antes de soltar una carcajada. — Está muerto, querida. ¿Ni siquiera te han avisado? Ya veo... Una plaza malgastada.

¿Tratas de hacerme daño, Mauro?
Mi cuerpo queda quieto, sin poder avanzar, tratando de asimilar sus palabras.

— No te preocupes, será un motivo más por el qué se arrepientan de tenerte en este lugar. Nos vemos, compañera. — Dice colocando bien su corbata. Me guiña un ojo y comienza a caminar dándome la espalda.
¿Cómo es capaz de decir algo así? Su desesperación por nunca bajar de la cima es grave, pero, ¿hasta este extremo?

— ¿Srta. Clark? — El Sr. McCall está frente a una mujer y un niño pequeño que a pesar de no tener ningún parentesco, evidencio que es su hijo.
Camino hacía ellos, el jefe les muestra una sonrisa agradable. — Blair atenderá a su hijo, Sra. Walker. Ella os acompañará.

— Buenos días. — Al igual que el jefe, les muestro una agradable sonrisa, invitándolos a entrar en el centro.
Cuándo ellos se adentran, volteo hasta estar frente al Sr. McCall.

— Jefe, perdón por la molestia pero Tengo una cita asignada exactamente en tres minutos con mi paciente. — Le recuerdo, pero en su rostro se borra de inmediato la sonrisa.

— Tú plaza en este lugar depende de tú nuevo paciente, no quiero que mi centro tenga mala influencia por tú presencia en el mismo. — Advierte en un tono amenazador, sus oscuros ojos me analizan con desprecio.

— ¿Qué quiere decir?

— Tú paciente se halló muerto está mañana.

Quedo en silencio, su mirada no puede ocultar la cólera.

El Sr. McCall muestra de nuevo su sonrisa forzada a la familia que espera a mis espaldas.

—Acompáñenme, por favor. — Escondo mi horror a través de una sonrisa, mientras guío a la familia a mi departamento.

Mis manos tiemblan y trato de respirar profundamente.
Está muerto. Ayer cumplía siete años.
       
— ¿Se encuentra bien, Srta. Clark? — Una voz aguda me despierta de mis
pensamientos.

— Disculparme. Tomen asiento. — Espeto con un tono dulce y me siento frente a mi escritorio. — Cómo ya dijo el Sr. McCall, mi nombre es Blair. Un placer conocerlos.

— Igualmente, Blair. — Los ojos de la madre están ensangrentados, pues no aparta su mirada de una carpeta colorida que el niño sostiene en sus manos.

— Cuéntenme, ¿qué motivos os hizo acudir a esta cita? — Pregunto tratando de ignorar lo ocurrido anteriormente.

Te ha costado mucho esfuerzo llegar aquí, debes ser profesional. A pesar de terminar la carrera, tú no has conseguido tu meta.

— Mamá, ¿puedes marcharte? — Pregunta él, la madre asiente con la cabeza cubriendo su boca con la mano, conteniendo sollozos.

— Por favor... Ayúdalo. — Dice en un susurro antes de salir de mi departamento. Sus llantos se escuchan al otro lado de la puerta.

— ¿Cómo te llamas, pequeño? — Digo, preparada para escucharlo.

— Mi nombre es Luke, pero mis padres me llaman Lucky, ¿sabes? Su traducción es suerte. — Comienza a hablar ansioso, sus mechones dorados cubren sus ojos y él sacude su cabeza. Su pecho baja y sube aceleradamente y vuelve a mirarme con detalle.

— Es un apodo muy bonito. — Digo mostrando las palmas de mis manos.

— Dime, Lucky, ¿tú padre no pudo venir?

— Es que... — Vuelve su voz aguda en un susurro. — Es un secreto.

— No se lo contaré a nadie. — Hago un gesto fingiendo que en mi boca hay una cremallera.

— Está bien. Antes debes cubrir la ventana.

Lo miro detenidamente, luego, volteo mi mirada a la ventana.

— Por favor, cubre la ventana. Él no tiene que escucharla. — Insiste aterrorizado. Asiento y coloco las cortinas, cubriendo los rayos de sol.

— Nuestro secreto estará a salvo. — Aseguro confundida.

— ¿Lo prometes?

— Lo prometo.

Él asiente con la cabeza, sus ojos claros se encuentran con los míos.

— Hace una semana, fui junto a mis padres a la zona monte

Zona monte. Ahí ocurrió la gran tragedia.

—  Papá decía qué era para así poder conectar con la naturaleza y reforzar la familia. Pero sé que mentía, siempre lo hace. Papá había hecho cosas malas, y quería huir para no ser capturado.

Explica Lucky, con toda la serenidad.

— Conocí a Mark, él vivía en la cabaña de enfrente. Al fin pude hacer un amigo. No lograba entenderlo, él no podía hablar, así qué agarré mi cuaderno de dibujo y hablamos por notas. Escribió que era sordomudo, y entre signos de interrogación dijo qué si aquello me hacía sentir raro. Le respondí que no tenía nada de malo y que le hacía ser más interesante.

Lucky mostró una tierna sonrisa, luego miró abajo, cómo si estuviera recordando en este momento el rostro de Mark, y por su rostro melancólico, entendí que habría una despedida en aquella amistad.

— Todos los días los pasaba con Mark. Me contó cosas sobre él, dijo qué él nunca vivió en la ciudad. Su familia no tenía mucho dinero y vivían por aquel monte, por los alimentos que les daba y por la luz del día. Mi papá llevaba tres días sin aparecer por casa y mamá no sabía su rumbo, pude entenderlo cuándo le pregunté si nos había abandonado. Ella pensaba lo mismo, sus ojos lo dijeron, aunque se mintió a ella misma con palabras.

Es un chico inteligente. Pero su aura muestra una oscuridad inmensa que parece consumirle.

— Hasta qué una noche lo vi. Estaba tras la ventana de mi habitación, no lucía igual que siempre. Él... Él me mostraba una sonrisa aterradora. Pero supe que no era mi padre.

Trago saliva, al escuchar sus palabras. — ¿Qué te hizo saber qué no era él?

— Porque en sus manos sostenía rosas, dijo que eran para mí como disculpa por haber estado ausente, me pedía que le dejase entrar en casa. Papá siempre fue estricto con mi alergia a las rosas, a penas me dejaba estar en la naturaleza si no estaba a su lado.

— ¿Dejaste que entrara a casa?

— No. Pero, él siguió ahí. Sin decir nada, observándome sin borrar su sonrisa. Aún colocando las cortinas, veía su silueta. Así que cubrí mi rostro con mi almohada tratando de pensar que no era real. Cuándo me desvele, su silueta ya no estaba ahí, así que me puse en pie y miré tras la ventana. Había un cuerpo bañado en sangre en el suelo, sus ojos estaban abiertos mirando la noche. Comenzó a hacer ruidos extraños, su cuerpo comenzó a convulsionar, y cómo si nada hubiese pasado... Se levantó con una sonrisa en su rostro y miró tras la ventana de Mark.

Sus ojos melancólicos, cada vez se nublan más de lágrimas. Señal de qué lo que estaba a punto de decir era lo qué no descansa en su mente.

— Comenzó a golpear la ventana, una y otra vez... Sangre caía al suelo de sus heridas abiertas en su espalda. No sabía cómo avisar a Mark, él no era su padre. Recuerdo sus palabras, cómo si un zombie hablase "Ábreme, por favor. No quiero despertar a mamá y he recolectado comida." Pero él no tenía comida a su alrededor, él estaba muerto hasta hace unos momentos. Ansioso esperaba que Mark no volteara su mirada, a pesar de que los golpes fueran más fuertes, Mark no podía escuchar. Pero lo vio, sin escuchar su voz soñolienta, sin escuchar los golpes... Él creyó que de verdad era su padre, y abrió la ventana, abriendo sus brazos para así abrazarlo con una gran sonrisa. Pero lo último que recuerdo de Mark es su cuerpo desmembrado y los gritos de terror de la madre. No podía apartar la mirada, y él volvió... Papá. Volvió a estar frente a mí.

Lucky, conteniendo lágrimas, abre su carpeta y con cautelo coloca sobre mi escritorio un dibujo.

— Nunca pude dárselo, iba a preguntarle si quería ser mi mejor amigo. — Las lágrimas derramadas caen sobre sus mejillas. Sollozando una y otra vez.

— ¿Puedo... Puedo pasar? — La madre abre la puerta provocando que Lucky arrebate su dibujo de mis manos y esconda su carpeta.

— Tenemos que marcharnos ya, lo siento por interrumpir.

Ella se dirige a su hijo, agarrándolo del brazo provocando que su carpeta caiga al suelo. — Un momento... Sra. Walker. Me gustaría hacerle una pregunta.

Lucky camina hacia adelante, quedando sola junto a la mujer. — Lo siento por mi pregunta, ¿sabe dónde se encuentra el padre de Lucky?

— Está mañana han encontrado su cuerpo, al otro lado de la zona monte. — Susurra sin mirar mis ojos. — Lucky está muy afectado por ello. Demasiado

— Lo siento mucho por la pérdida.

— ¿Sabe qué es? ¿Sabe qué pasa por su mente? — Ella camina un paso más hacia mí, puedo ver la desesperación tras sus ojos sangrientos.

— Es difícil de asegurarlo, pero por algunas objeciones como los delirios o alucinaciones, el caso torna a padecer esquizofrenia. Debo conversar más con él para profundizar este dato. — Agarro su hombro con suavidad. — Podemos ayudar a Lucky.

— Sí... Sí podemos. — Dice, cabizbaja. Marchándose junto a Lucke que susurra sin parar pero no puedo alcanzar a escuchar lo que dice, pero si saber el punto fijo al que mira sin parpadear: la ventana.

De nuevo entro en mi departamento, apoyando mi espalda contra la puerta al cerrarla. A pesar de qué Lucky ya no esté presente, su aura sigue llenando el cuarto.

Me deshago de las cortinas permitiendo que los rayos de sol de nuevo iluminen el cuarto, mis ojos se abren como platos al ver la carpeta colorida que sostenía Lucky en sus manos, en el suelo.

Los dibujos siempre son las puertas de la mente, esto podrá ayudarme a adentrarme en la de Lucky.
Pienso mientras abro la carpeta, los dibujos empiezan muy coloridos; sol, cielo, naturaleza, cabañas... Mark, Lucky. Supongo qué éste era el momento de luz antes de la tormenta en la mente de Lucky.

Hoja tras hoja, los dibujos, ya no eran tan coloridos, los colores eran depresivos si no fuese por uno de ellos, rojo. Rojo de la sangre qué dibujaba.

Paré en seco cuándo vi un escenario dibujado qué hasta hace unos momentos él me había contado. Era su padre, tras la ventana. Le había dibujado con una sonrisa malévola y con las rosas en su mano.
Pero había algo curioso.

Un número junto a la primera letra del abecedario.

A 12:9

Pasé de dibujo en dibujo sin fijarme en los detalles, sólo en qué, en cada uno de los siguientes tenían el mismo código.

Coloco mi chaqueta sobre mis hombros, preparada para salir del departamento.
Por desgracia, Mauro estaba frente a la puerta.

— ¿Qué tal tú nuevo paciente? ¿También le harás visitar la muerte?
— Suelta entre risas, inclinando su cuerpo hacía mí. Invadiendo la poca distancia social que ya había.

Sin decir ni una sola palabra, le muestro una sonrisa. — Con permiso.
— Digo comenzando a caminar dándole mi espalda.

— Supongo que no le haría gracia enterarse de lo que causas. Una suerte por parte de él, qué puede olvidar que tiene una hija como tú.

Silencio.

Quedo en silencio, parada en mi sitio, mientras qué mis ojos se invaden de lágrimas.

Se refiere a él, a mi padre, y a su enfermedad, aquella que me hace el corazón trizas cuándo sus ojos no pueden reconocerme, el Alzheimer. Una barrera entre mis recuerdos y los suyos.

— Mauro. — Susurro antes de dirigirme a él y empujar su pecho con cólera. Él abre sus ojos, dejándose caer al suelo cuándo ve al jefe pasar a nuestras espaldas.

— ¡Srta. Clark! ¿Qué actitud es la suya en este lugar?

— Jefe, yo

— ¡Nada! ¡Usted, nada! Te marchas de este lugar, te marchas de este centro. Creo que bastante has causado.

Puedo escuchar la risa sigilosa de Mauro a mis espaldas.

— ¿Me está...?

— Sí, ¿no lo entiende? Estás
despedida, está plaza es mucho para alguien cómo usted. Suficiente que pudiste aprovecharla una semana, ahora largo de aquí.

Escondo la carpeta en mi chaqueta, saliendo del lugar entre lágrimas de impotencia y dolor.

Todo esto es por tu culpa, Mauro. Por tú maldita culpa.

Susurro una vez ya en el coche, rumbo a casa. Me olvido por completo de mis pensamientos al ver que el cielo está más oscuro que de normal.

Qué raro, son las diez de la mañana. Ni siquiera hay nubes qué hagan el día sombrío.

¿Qué importa, joder? Te acaban de echar del trabajo de tus sueños, te acaban de dejar por los suelos.
Ya no importa nada.

Aunque no me voy a cansar, nunca dije que pararía de estudiar su mente. Aunque pague las consecuencias, no voy a dejar que alguien vuelva a consumirse por su mente.

Lágrimas se deslizan sobre mis mejillas al recordar el rostro confundido de mi padre, a pesar de que al lado de su camilla tenía notas con mi nombre escrito para no olvidarme.

Un escalofrío recorre todo mi cuerpo cuándo una sinfonía suena repentinamente en el auto, quedo aturdida, pues, la radio estaba apagada. Es un piano, una serena sinfonía qué provoca nostalgia.

Observo de nuevo el cielo, que ya no era claro, ha anochecido antes de lo normal en Wagner. Mi boca queda abierta al mismo tiempo qué mis ojos se abren cómo platos al observar una aurora boreal, sus colores vivos qué destacan en la oscuridad del cielo.

Gimo de dolor y rápido cubro mis oídos, cuándo la radio sube automáticamente el volumen, ya no suena un piano, si no, un agudo sonido qué hiere mis tímpanos.

Trato de apagar la radio, pero, no funciona. En desesperación doy golpes mientras grito de dolor, pero, ya no se escucha. Tan sólo queda el sonido en mis tímpanos, sin lograr escuchar nada en mi alrededor, y mi mirada se vuelve a centrar en el cielo, qué, entre la aurora boreal, estrellas fugaces la recorren.

Tan bonito, qué asusta.

Ya en casa me aviento a la cama junto a la carpeta de Lucky y mi portátil. Dejé la televisión prendida antes de salir de casa, seguían informando sobre lo ocurrido está mañana en la zona monte.

Observo los dibujos detalladamente creados por una mente atormentada, todos eran escenarios qué Lucky me había explicado aterrorizado, pero lo más curioso era aquel código. Sin pensarlo alzo mi mano para agarrar el portátil y comenzar a teclear el código que Lucky dejaba en sus dibujos.

A 12:9

Desvío mi atención a la televisión cuando el presentador menciona su nombre.

— Ha sido encontrado el décimo octavo cuerpo, su nombre es George Allen, de siete años de edad recién cumplidos, una gran desgracia qué nos pone los pelos de

George Allen. Es él, era mi paciente. Ha sido brutalmente asesinado, ¿qué demonios está pasando en Wagner?

El internet hace su función y aparecen cientos de páginas en común con aquel código. Pulso en la primera, era un versículo.
El tono de llamada de mi móvil provoca qué me desoriente y respondo. Es papá. — Felicidades, Blair...¿Me oyes?

— Papá... Hoy tampoco es. — Suelto forzando una risa.

— ¿Tampoco? ¡Pero si sólo lo he dicho hoy! Hoy es tú cumpleaños.

Guardo silencio, papá lleva dos meses felicitándome.

— Perdoname, hija. Es que... — Sollozos suenan a través del teléfono.

--- No quiero olvidarme del mejor día de mi vida. No quiero olvidarme... No quiero olvidarte Blair.

Siento cómo mi corazón se rompe cómo cristales que hieren mi interior al escuchar su voz rota.

— ¿Señor? Es hora de la cena. — Una voz femenina suena junto a gritos desolados de los demás pacientes.

— Qué aproveche papá.

— Te quiero, Blair.

— Y yo a ti. — Cuelgo soltando los sollozos que ya no podía contener. Respiro profundamente y de nuevo observo el versículo.

Apocalipsis 12:9
Y fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua que se llama el diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él.

Cubro mi boca al leer el versículo perteneciente a la sagrada Biblia, ¿Qué le habrá hecho escribir este código a Lucke?

Un rayo ilumina toda la habitación acompañado de un temblor, la luz blanca daña mis ojos y los cubro con mis manos mientras dejo escapar un gemido de dolor. Cuándo aparto mis manos, todo mi alrededor esta sombrío debido al impacto de la luz. Así que froto mis ojos y parpadeo varias veces tratando de volver a ver correctamente.

¿Qué demonios? El rayo habrá impactado demasiado cerca.

Dibujo tras dibujo, todos tienen el mensaje del apocalipsis, pero observo uno qué no había visto antes.
En la zona monte, del cielo caen estrellas sin luna que ilumine el paisaje. Hay un cuerpo sin vida tumbado en el suelo, sangre a su alrededor y frente a él, una criatura qué no quiero aceptar la sospecha qué tengo de lo qué es, parpadeo de nuevo ya que mi vista se nubla.

Oh no.

Observo el dibujo con claridad, un cuerpo que comparado con el del humano era mucho mas gigante, dos grandes alas negras cubren sus espaldas, los dedos de sus manos eran alargados y en la zona baja de la espalda tiene una cola de dragón.

Otro rayo, está vez no suena tan cerca.

Navego en internet tecleando la información obtenida por el dibujo de Lucke. Mis ojos se abren cómo platos al ver tantas referencias y todas con el mismo nombre en común; Amon.

Golpe tras golpe, alguien aporrea mi puerta y mi respiración se agita. Me acerco a ella y observo tras la varilla.
¿Cómo ha...?

Abro la puerta y él abraza mi pierna.
— ¡Cierra la puerta!

—¿Estás bien, Lucky? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Y tú madre? — Pregunto apurada al cerrar la puerta y arrodillarme hasta estar a su altura.

— ¡Tienes qué...! — Él queda en silencio al ver la pantalla de mi portátil. Avanza hacia él lentamente, las pupilas de sus ojos claros se dilatan.

— Blair, ¿por qué está él ahí? — Su voz aguda se quiebra al ver la imagen.

— Trataba de entender...

— No. — Me interrumpe, su mirada se desvía a la ventana y luego hacía la mía, una lágrima se desliza por su mejilla. — ¿Por qué está él ahí?

Mis latidos se aceleran, siento qué golpean mi pecho, cuándo tras la ventana una silueta negra nos observa con una gran sonrisa de oreja a oreja.

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