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7. Martina

Eran cerca de las seis de la tarde y mi último paciente acababa de salir, el intercomunicador sonó y la secretaria de la clínica que compartía con otras tres odontólogas me avisó que Adrián me esperaba. Le dije que lo hiciera pasar.

Abrió la puerta e ingresó con Nahuel sobre sus hombros, se agachó para que el niño no golpeara la cabeza por el marco de la puerta y me saludó sonriente.

—Hemos venido a visitar a nuestra odontopediatra favorita —rio. El pequeño movía sus manitas de un lado al otro y Adri se veía feliz.

—Hola, Nahui, ¿cómo has estado? —dije alzándolo en mis brazos y besándole el cachete. Era un niño precioso y yo le veía mucho parecido con Adri, aunque no fuera suyo.

—¡Tina! —gritó y me dio un beso húmedo—. ¡Lobo!

—Parece que también te extrañaba —dijo Adri sonriendo—. ¿Quieres un globo?

—¡Lobo! —insistió.

Sonreí y le di lo que me pedía, un globo que solía hacer soplando en uno de mis guantes de trabajo y atándolo, le pintaba carita y a los pequeños les encantaba. Nahuel quedó feliz.

—Te hemos venido a buscar para que vayamos al parque. ¿Tienes ganas o tienes planes? —cuestionó Adri.

—Ningún plan, déjame guardar todo.

—Bueno, te esperamos afuera porque a Nahui le gusta jugar con los juguetes de la sala de espera.

Sonreí y me tomé unos minutos para dejar todo en orden y salir.

Cuando llegamos al parque, Nahuel corrió hasta el columpio, así que Adri lo cargó en él y comenzó a empujarlo.

—¿Estás mejor? ¿Has hablado con él?

—No, esta mañana después de volver de correr tuvo que viajar unos días...

—¿Viajar? No suele viajar... —dijo y me encogí de hombros.

—Es el cumpleaños de su jefe y festejará en su casa de la playa, invitó a sus empleados más cercanos, es a unas horas de aquí —informó.

—¿Y no invitó a las parejas? —preguntó.

Suspiré y decidí ir con la verdad, estaba cansada de mentirme a mí misma y a los demás.

—Es lo que me dijo cuando recibió la llamada, pero hoy se le escapó que iba a ir Mónica, la esposa de un colega. Le pregunté por qué iba ella si él había dicho que la invitación no era para las esposas o parejas, solo para empleados...

—¿Y qué dijo? —preguntó ante mi silencio.

—Que no quiso llevarme para que no me sintiera mal, que sabe que odio usar traje de baño y que no iba a ser muy normal que estuviera toda vestida en la playa... Me dijo que lo hacía por mi bien, que solo pensaba en mí y en mi bienestar, además tenía que trabajar, pero...

—¿Pero?

—Pero pienso que le doy vergüenza, es todo... Mónica es modelo, ¿sabes? Y Aitana, la novia de su jefe, es preciosa... No lo sé...

—¿Le preguntaste si eso es verdad? ¿Si tiene vergüenza de llevarte?

—No, porque sé su respuesta. Va a decirme que es por mi bien, y ¿qué iba a decirle? Si me invitaba tampoco iba a ir, Adri, porque es cierto, no voy a usar traje de baño y menos al lado de esas deidades.

Bufó, lo sentí molesto, pero no dijo nada así que continué.

—Pero he hablado con mi psicóloga para que retomemos las cesiones, creo que tienes razón con lo de la comida, se me está yendo de las manos de nuevo.

Me miró y sonrió con ternura incluso aunque aún podía leer su enfado.

Había hecho terapia por un buen tiempo, cuando me había dado cuenta de que perdía el control sobre la bulimia. Eso se lo conté a Adri muchos años después, cuando durante nuestros primeros meses de reencuentro nos pasamos largas noches hablando de todo lo que nos habíamos perdido de la vida del otro. Luego lo dejé, pero me ayudó a comprender que mi lucha con el peso no se trataba solo de subir y bajar los números en la balanza, era algo mucho más profundo, algo que estaba en mi interior como un fantasma al que a veces lograba mantener encerrado, pero que otras veces, tomaba el control. Regresé unas cuantas veces más, pero lo dejaba porque me parecía que nunca lograría nada, no tenía sentido, pensaba que mientras siguiese siendo gorda no sería capaz de sentirme bien conmigo misma, y tampoco lograba bajar de peso, así que toda esa charla sobre el amor propio, simplemente se me escapaba de las manos. Sabía que debía hacerlo, pero no tenía idea del cómo.

—Ya verás que todo se soluciona pronto —sonreí por sus palabras y sobre todo por la mirada dulce con la que me lo decía—. No creo que Juanjo sea tan tonto como para dejarte ir.

—Me alegra que Alana te dejara pasar tiempo con Nahuel —dije para cambiar de tema.

—Sí... Tenías que ver su carita cuando vio que lo busqué yo. Se tiró a mis brazos... No lo sé, Marti... no sé qué haré si ella no quiere compartirlo conmigo.

Me miró con dulzura y negó.

—Si yo fuera ella, seguro que no podría encontrar un padre mejor para él.

Del parque fuimos a comprarle a Nahui unas zapatillas y una camiseta, no es que lo necesitara, pero al parecer Adrián quería darle cosas y demostrarle así a Alana que no escatimaría gastos en él. Yo lo admiraba por ello, por amar tanto a un niño que no era suyo y luchar por tenerlo en su vida. No estaba segura de que hubiera otros hombres así, pero sabía que Alana tenía razón en sus temores, lo habíamos hablado con Merce y creíamos que cualquier chica se sentiría igual.

Yo conocía a Adri, sabía que nunca haría diferencias entre Nahuel y cualquier hijo que él pudiera tener más adelante, pero no tenía idea de si su futura pareja lo aceptaría de esa manera, y en el lugar de Alana, también me preocuparía.

—¿Juanjo y tú lo han hablado? —preguntó.

—¿Qué cosa?

—Lo de tener hijos... ¿Tú quieres?

Me encogí de hombros.

—Sí, me gustaría... sabes que amo a los niños, pero no lo sé... no es algo que haya decidido todavía —afirmé—. Además, Juanjo dice que tenemos que estar más asentados y...

—¿Y?

—Nada...

No quería contarle que la única vez que lo hablamos Juanjo dijo algo que me dolió demasiado.

—Dímelo —pidió.

—No es nada...

—Martina, te conozco.

Y se lo dije, quizá porque estaba agotada de cargar con todo eso yo sola, quizá porque necesitaba que alguien me diera una opinión o un consejo que me ayudara. Quizá porque necesitaba oír de afuera lo que yo ya venía dándome cuenta, pero no acababa de aceptar.

—La única vez que lo hablamos me preguntó si estaba segura, porque mi cuerpo se vería diferente luego de un embarazo y un parto, y quizá me costaría más recuperarme...

Adrián me miró primero con el ceño fruncido como si no lo comprendiera del todo, y luego, abrió los ojos muy grandes.

—Martina, ¿lo estás diciendo en serio?

Tuve vergüenza y me tapé la cara con las manos.

No hablamos por unos minutos, lo veía y lo sentía a punto de estallar y preferí que lo que fuera que iba a decirme lo hiciera más calmado. Adrián era impulsivo cuando se enojaba y a veces discutíamos.

Caminamos hasta su casa y al llegar, Nahui se había quedado dormido, por lo que mantuvimos el silencio y él lo acostó en su cama mientras yo lo esperaba en la sala.

—Tengo que comprarle una cama y hacerle una habitación en mi estudio si es que Alana... —dejó la frase a medias porque no era necesario que la completara. Solo asentí—. ¿Quieres tomar algo?

—No, estoy bien.

Él se sirvió un vaso de agua y vino a mi lado.

—¿Desde cuándo? —preguntó con autoridad. A veces era un poco mandón, sobre todo cuando se ponía protector.

—¿Desde cuándo qué?

—¿Desde cuándo Juanjo te tira esos comentarios sobre el peso, la ropa y tu cuerpo? —preguntó contenido, pero yo sabía que estaba enfadado.

—No lo sé, lo he estado pensando mucho esa noche luego de la boda... A lo mejor siempre ha sido así y no me he dado cuenta, a lo mejor es que al principio era mucho menos notorio porque yo estaba mucho más delgada... A lo mejor es que estoy tan acostumbrada, que no lo noté hasta que comenzó a doler... —suspiré.

—¿Por qué lo permites, Martina? —inquirió. Tenía el puño como si quisiera darle un golpe a algo.

—Es que... no lo sé, sé que no está bien, me siento fatal cuando me dice algo como lo de hablar con la asesora y todo eso... o cuando me hace comidas distintas a las que come él para cuidar mi salud, supuestamente... pero luego sale con que es por mi bien, que me quiere, que es solo por mi salud... que debería valorarlo.

—¿Y no te das cuenta de que eso es manipulación? —preguntó.

Me encogí de hombros.

—Habla, Martina. Dime algo —pidió llevándose las manos a la cabeza, estaba por estallar así que decidí decir la verdad.

—Mi padre engañaba a mi madre, ¿sabes? —confesé, eso era un secreto de mi familia, nadie nunca lo había dicho en voz alta aunque era obvio que la gente no era tonta y se daba cuenta, pero en ese momento, necesité sacarlo.

—¿Qué? —preguntó confuso.

—Cuando tenía diez años me enteré, el mismo día en que mi madre lo asumió... Tenía otra mujer, y no era una cosa de una noche, se llamaba Gloria y se habían conocido en una junta de trabajo... Mi padre vivía con nosotros y los fines de semana iba con ella. Gloria era hermosa, ¿sabes? Delgada y elegante, siempre vestía formal y usaba unos tacos altos delicados y glamorosos.

—¿Y ustedes lo sabían? —preguntó indignado.

—Sí... mamá lo sabía y mi abuela también... Mi abuela decía que los hombres son así y que lo que importa es ser la principal, mi madre no creía eso, pero se callaba, nunca tuvo el valor de dejarlo hasta que fue él quien se marchó.

—Es horrible, Martina... ese pensamiento de tu abuela es horrible...

—Lo sé, Adri... Mi madre cocinaba para hacer pasar su tristeza y su dolor... y yo tenía que comerme todo. Si no lo hacía, ella me decía que yo tampoco la quería...

—Dios —negó con la cabeza.

—Y más adelante, cuando se dio cuenta de que engordé, se obsesionó con que bajara de peso... ¿Sabes que mi padre fue el primero en pronunciar la palabra cerdo para referirse a mí?

—Martina, ¿por qué nunca me habías contado nada de esto? —preguntó ofuscado.

—Porque me da vergüenza, Adrián —lo admití.

Él suspiró, me miró y tomó mi mano.

—Nunca quise convertirme en mi madre y creo que lo estoy haciendo, estoy aguantando cosas y callándome como lo hizo ella, y estoy solucionando todo eso con la comida. Pero no puedo salirme, no puedo...

—¿Por qué?

—No lo sé —Me encogí de hombros—, no lo sé... —respondí derrotada.

—¿Es porque amas a Juanjo? —inquirió.

—No, no lo amo, Adri... hace rato que sé que no lo amo, pero me quedo allí por costumbre o miedo... No lo tengo claro...

—Te quedas porque crees que él te ama y le debes algo, porque te manipula. Te quedas porque aprendiste que eso es el amor ya que tu madre también hacía lo mismo... ¿No te das cuenta de que no te ama, Marti? Alguien que te ama de verdad te respeta, te cuida, se preocupa por ti, pero no de esa manera... él no se está preocupando, él quiere imponerte que seas de una manera, quiere cambiarte... Eso no es amor... Encima de todo es astuto, porque usa la manipulación para confundirte y atarte a él.

Suspiré y dejé que una lágrima se me derramara, dolía, pero sabía que era verdad.

—¿Quién va a quererme así, Adri? ¿Es acaso eso posible? Soy una masa deforme...

—Martina, Martina, Martina —dijo como si le doliera mi nombre y negó—. Estás tan ciega que no logras darte cuenta de nada... ¿Pero sabes quién tiene que quererte? ¡Tú! —exclamó y lo hizo tan fuerte que me asusté y di un brinco, me sequé las lágrimas y asentí—. Y no lo haces, no te quieres, porque si lo hicieras no aguantarías lo que él te está haciendo pasar —añadió—. Estoy enfadado...

—Lo siento...

—¿Qué sientes? ¡Martina, despierta!

Nos quedamos en silencio un rato, él respiraba profundo, yo sabía que intentaba calmarse.

—¿Me prometes que lo hablarás con tu psicóloga? —preguntó—. Prométeme eso —rogó. Sus ojos brillaban de una manera especial, parecía triste.

Asentí.

—Yo podría decirte un millón de cosas, Marti, pero nada funcionaría, así que voy a preguntártelo. ¿Qué necesitas de mí? ¿Qué podría hacer para ayudarte?

Sonreí por lo perfecto que era Adrián y lo bien que me hacía sentir.

—Nunca se lo conté a nadie, solo en terapia, Merce tampoco lo sabe... Lo de papá es un secreto de mi familia que a mí me avergüenza mucho, por dentro siento contradicciones. Racionalmente sé lo que está mal, no soy tan tonta; pero no puedo hacer nada... es como si estuviera atrapada... Sentía lo mismo cuando mamá me obligaba a comer y si no lo hacía me decía que no la quería... yo sabía que eso no estaba bien, que ella me estaba manipulando, pero terminaba por comer todo porque no quería dañarla... Es... algo que no sé explicar... no sé manejar... Con Juanjo me pasa lo mismo, sé que no es correcto, pero pienso que pasará, que solo tengo que aguantar... Te prometo que lo hablaré con mi psicóloga solo... ten un poco de paciencia y no te enfades conmigo...

Suspiré.

—No me enfado contigo, me enfado con las circunstancias, con la gente que te convirtió en esto y me duele... Hay muchas cosas que no podemos manejar, no eres la única, no te desesperes, creo que es un paso grande aceptarlo, sacarlo fuera... pero no tienes que aguantar nada que no te haga sentir bien, Marti... Estoy aquí, ¿lo sabes? Para lo que necesites, siempre...

Asentí y lo miré a los ojos.

Qué guapo era Adri y qué buena persona. Ojalá se enamorara de una mujer que lo mereciera. Me gustaba Alana porque también era buena y lo quería, pero él no estaba en el mismo punto que ella y no querían las mismas cosas.

Entonces él tomó un mechón de mi cabello y lo colocó con dulzura detrás de mi oreja, aquel gesto me pareció muy íntimo y no se sintió mal, solo extraño. Adri y yo no teníamos mucho contacto cercano salvo en raras ocasiones y aquello se sintió bonito. Sus ojos se perdieron en los míos y por un instante creí ver un brillo especial, como si él quisiera decirme algo, pero no lo hizo. Solo sonrió y volvió a alejarse.

El timbre sonó en ese momento y él caminó hasta la puerta. Alana ingresó y nos saludó a ambos, hablamos un rato de cualquier cosa y Adri le contó nuestra tarde. Después él se levantó para traer al niño y Alana se quedó conmigo.

—Sé que no me corresponde meterme, pero él es un gran padre —susurré—, el mejor que podría tener Nahui y tú tienes la oportunidad de elegirlo...

—Lo sé —respondió mirándome con una sonrisa—, pero...

—Entiendo tus miedos, de verdad que sí —dije y la tomé de la mano con cariño, ella sonrió—, pero piénsalo...

Asintió y en ese momento volvió Adri con Nahui adormilado. Alana se despidió y se marchó.

—¿Quieres que pida algo para cenar? —preguntó Adri.

Asentí.

Comimos y vimos una película y luego él me acompañó a casa. Durante toda esa tarde y noche, Juanjo no me llamó ni me mandó ningún solo mensaje. 

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