12. Deseos de cumpleaños
https://youtu.be/KI0I1jGQpwg
"Érase una vez una Cenicienta sin corona cuyo padre era uno más de los villanos de su historia".
—No vamos a preguntar nada —me dice Tate cuando yo pongo un pie en la casa. Me detengo en la puerta y la observo, ella me mira seria y levanta su mano derecha en señal de juramento—. Se lo prometimos a Sienna.
Yo intento no reírme ante la seriedad con la que ella me dice eso, porque viniendo de Tate, es un gran logro que ella no pregunte sobre algo o que no quiera saber un chisme, cuando anteriormente nos ha dicho que para ella el chisme es su religión y ella es una fiel seguidora.
Cierro la puerta y no digo nada.
Tate pone sus manos en su espalda y se mece hacia adelante y hacia atrás sobre sus pies mientras mueve sus labios de un lado a otro haciendo muecas extrañas.
—Claro, si tú quieres contarnos algo ya es cuestión tuya, pero nosotras no vamos a preguntar nada. Nada de nada —me sigue diciendo ella.
Yo solo doy un leve asentamiento de cabeza y empiezo a caminar hasta las escaleras. Cuando llego al primer escalón me detengo y miro a Tate.
—Di un discurso en la boda, fueron cinco minutos donde me sentí bien, incluso con lo que sucedió después, me alegra haber dicho lo que dije —le cuento a Tate que abre mucho los ojos ante mis palabras y chilla un poco por la emoción—. Después de eso me encontré con Vladimir y fuimos a beber, pasé la noche en su casa.
Tate me mira expectante esperando a que yo continúe, pero yo le sonrió antes de girarme y empezar a subir las escaleras.
Cuando ella se da cuenta lo que está sucediendo grita mi nombre completo y me dice que eso no se hace.
—Romi, sabes que es pecado no contar todo el chisme, ¿cómo es posible que me hagas esto? Solo quiero que sepas que hay un lugar en el infierno reservado para las personas que hacen eso.
—Bien por mí, nunca he sido seguidora del frío, me viene bien algo de calor —le respondo antes de entrar a mi habitación y cerrar la puerta.
Recuesto mi espalda contra la puerta y me permito un momento para pensar en todo lo que ha sucedido, para analizar la boda, mi discurso, pero, sobre todo, para pensar en la discusión con mi padre.
Yo esperaba que su golpe contra mi mejilla doliera más de lo que dolió, pero tal vez se debe a que por años él ha estado golpeándome, no físicamente, pero si con comentarios, rechazos y desprecios hacia a mí, y todo eso ha dolido más que el golpe en mi mejilla. Aunque de alguna manera era algo que ya me esperaba y eso es aún más lamentable de lo que alguien podría pensar. Porque alguien no debería estar esperando el golpe de un padre, alguien no debería estar tan acostumbrada a los malos tratos que un golpe en la mejilla ni siquiera entra en la lista de las diez peores cosas que le han hecho. Porque se supone que un padre te da seguridad, cariño y protección, pero yo jamás he sentido eso por parte de mi papá.
Jamás he sido abrazada por ninguno de mis padres.
Me gusta creer que, si mi madre estuviera con vida, ella me abrazaría, que me diría que está orgullosa de mí y hubiera ido a cada uno de mis recitales y competencias de ballet. Pero mi madre está muerta, y según mi padre, es mi culpa. Él siempre me dice que perdió al amor de su vida, a su mejor amiga por mi culpa y que yo no merezco el sacrificio que hizo mi madre por mí.
Y es ahora, después de los acontecimientos de anoche, cuando la frase "el dolor no duele si es todo lo que siempre has sentido" cobra sentido para mí.
Unos suaves golpes en mi puerta me hacen sobresaltar, porque estaba algo sumida en mis pensamientos mientras ordenaba mi habitación.
—Adelante.
La puerta se abre y la melena roja de Sienna es lo primero que veo, antes de notar la pequeña bolsa celeste en su mano.
—Aún faltan unas horas, así que no cuenta como regalo de cumpleaños.
—Entonces, ¿qué es esto?
Ella deja la bolsa frente a mí y se encoje de hombros.
—Solo algo que le compré a mi amiga, las amigas hacemos eso —me responde ella—. Lo vi, pensé en ti y me dije, ¿por qué no?
Ellas hacen eso, me dan sus regalos unos días antes o un día después y me dicen que debo aceptarlos porque si no se dan en el día de mi cumpleaños, no cuentan como regalos de cumpleaños.
Sienna me ha comprado unas hermosas botas negras que estoy segura debieron costar gran parte de su sueldo. Pero ella dice que no es nada y que debería utilizarlas mañana, sin ningún motivo en particular.
—Mañana es igual de bueno que cualquier otro día —me dice ella antes de salir de mi habitación.
Cuando ella se va, yo continuo con mi rutina como cualquier otro día.
Me despierto antes que mi despertador suene, tratando de hacer el menor ruido posible mientras me arreglo para no despertar a las demás, aunque ayer en la noche ya comimos mi pastel favorito que Josie decoró con mucho esmero solo porque quería hacerlo, porque según ella, nunca está de más comer pastel. Sé que ellas tienen buenas intenciones al querer celebrar mi cumpleaños, porque incluso Sienna, celebraba su onomástico antes que la botaran de su casa, pero yo nunca lo hice y es por eso que no siento la ausencia de esta celebración.
Hoy, como todos los años, compro un ramo de rosas amarillas de camino al cementerio. Mi tía Marina me dijo que eran las favoritas de mi madre.
Camino por el cementerio, siguiendo el mismo camino de cemento de siempre que casi no se puede ver porque esta recubierto por césped y hojas que han caído de los árboles gracias a la fuerte brisa invernal. A mí no me importa mucho que el camino no se pueda ver, porque vengo aquí con la suficiente frecuencia que ya lo he memorizado, incluso creo que podría recorrer este camino con los ojos cerrados.
Sostengo el ramo con fuerza entre mis dedos mientras avanzo mirando distraídamente las lapidas de desconocidos. Vladimir murmuro que siempre hago eso, que camino sin mirar nada y a nadie, por supuesto, él no se equivocó con esa afirmación. Él también dice que siempre suelo caminar con mi mirada fija en el pasado o a millas de distancia, nunca centrada en el presente. Yo le pregunté porque eso era un problema y él me respondió que, si camino pensando en el pasado, me pierdo de vivir el presente y cuando quiera recuperar los momentos perdidos, ya será muy tarde.
Yo he vivido toda mi vida de esa manera, así que asumo que tengo muchos momentos perdidos.
—Hola, mamá —saludo casi en un susurro.
Me inclino y dejo el ramo de rosas sobre su tumba mientras observo la foto de su lapida blanca.
Unos pasos junto a mí me hacen levantarme, pero no me alejo.
—Iba a irme cuando te vi, pero, ¿por qué debería hacer eso? eres tú quien no debería estar aquí.
—Ella es mi madre.
—Y no estaría ahí, sino fuera por ti.
Sus palabras son duras, crudas y afiladas, él las dice con toda la intención de lastimarme, de recordarme que, si mi madre está muerta, es por mi culpa, como si fuera algo que yo pudiera olvidar.
—Vete, no deberías estar aquí, al menos no esté día y mucho menos en mi presencia —me dice él.
A lo largo de mi vida he pedido perdón a personas que no lo merecían y por cosas que no habían sido mi culpa, muchas veces me tocó disculparme incluso aunque yo no había hecho nada malo. Ninguna de esas veces me quejé o guardé rencor hacia esas personas, a pesar que se lo merecían, yo seguí con mi vida y dejaba atrás esos incidentes. Creía que eso era más sencillo, que dar la otra mejilla me evitaría más problemas y si es algo que me caracteriza, es eso, la forma en que me gusta intentar evitar los conflictos, las confrontaciones, porque siento que no soy buena en eso.
Aunque tampoco es como si tuviera mucha practica en el tema.
Creo que eso se debe a que nunca he tenido a nadie que cuide mi espalda, a nadie que me respalde: ni mamá, papá o hermanos, nadie y al crecer en otro continente resultó un poco difícil que mi tía Marina y mis primas me respaldaran, aunque ellas lo intentaron, no fue igual. A veces pienso que por eso siempre evito las confrontaciones, que prefiero disculparme o darle la razón a alguien si eso me evita un problema o una discusión innecesaria. Pero todos llegamos a un punto de nuestras vidas donde nos cansamos de ciertas cosas, como si cada vez que me disculpé, cada pelea y confrontación que evité, cada disculpa y perdón que me fue negado, hubieran sido una pequeña gota de agua que caía sobre una delicada copa y ahora ha llegado hasta el tope y el agua se está desbordando, cayendo en cascada hacia afuera porque las gotas siguen cayendo sobre la copa y parece que no se van a detener hasta que yo haga algo. Hasta que yo solucione la filtración de agua y cierre aquella llave de donde caen las gotas.
—No me voy a ir, ella es mi madre, tengo todo el derecho de estar aquí —le digo—. ¿Y sabes una cosa? No me arrepiento de lo que sucedió en la fiesta, lo estuve pensando y realmente no hice nada malo. Ese pequeño discurso no fue nada comparado con lo que ella me hizo, pero eso a ti no te importa ¿verdad? Porque yo nunca te he importado, pero está bien, lo digo en serio, está bien para mí si no quieres ser mi padre, porque lo hecho muy bien sin ti.
No me giro para mirar su reacción o espero a que él me diga algo. Hace mucho tiempo que he dejado de esperar algo de él.
—Solía creer que era mi culpa, pensaba que tenías todo el derecho de odiarme ¿tienes una idea de lo que es crecer sabiendo que mataste a tu madre y que tu padre te odia por eso? Por supuesto que no lo sabes, tú no sabes lo que es siempre creer que debo ganarme el amor de los demás, porque siento que es algo que no merezco —hay un silencio sepulcral entre nosotros ahora, ni siquiera puedo escuchar el canto de los pájaros, y de alguna manera eso pone más peso en esta, ya de por sí, pesada situación—. Y te perdono, incluso aunque no te importa, incluso aunque no lo hayas pedido, yo te perdono, porque, aunque no lo creas, soy una mejor persona que tú y me cansé de cargar con esta culpa que tú pusiste en mi espalda.
No siento un alivio, una mágica paz o una reconfortante tranquilidad. No siento ningún cambio significativo, pero lo que si siento es que acabo de hacer y decir lo correcto, no para él, para mí.
Él no dice nada y yo no le exijo que me hable, solo me quedo en silencio mirando la tumba de mi madre y antes de irme, después de casi una hora o más, me inclino y susurro una despedida.
Cuando estoy caminando hacia las puertas del cementerio me llega un mensaje de Vladimir preguntándome si lo puedo ver en su casa, en su mensaje dice que es algo urgente. Yo reviso mi reloj y me doy cuenta que tengo tiempo suficiente antes de mi primera clase del día.
—¿Cómo estuvo tu mañana? —me pregunta Vladimir cuando me abre la puerta.
Yo le paso el vaso de café que compré para él.
—Malo —le respondo—. ¿Cuál es la emergencia?
Él se hace a un lado para dejarme pasar.
—Lamento que estés teniendo una mala mañana, Mina.
Yo solo me encojo un poco de hombros antes de girarme a mirarlo.
—Bueno, como dicen, se necesita un poco de lluvia para poder ver el arcoíris, y estoy segura que no va a llover por siempre, ¿cierto?
Él me sonríe y me dice que sí.
—Suenas como una muy mala tarjeta motivacional, Mina —me dice él.
Yo le devuelvo la sonrisa mientras me tomo un momento para mirarlo, para ver su sonrisa y la forma en que se arrugan sus ojos, la forma en que sostiene su vaso de café y en especial para ver la forma en que me está mirando y debería preocuparme como mi día parece ir mejorando ahora que estoy aquí con él, pero dejaré esas preocupaciones para después.
Cuando llegamos a la sala veo que hay un sencillo globo atado a la pata de la mesa de café, en el globo se puede leer "feliz cumpleaños". En la mesa hay un pastel de chocolate con una bailarina con tutu azul y una zapatilla de cristal a un lado. A su lado hay una caja rectangular envuelta en papel plateado.
—No tenías que hacer esto —le digo.
No es nada demasiado elaborado porque él sabe que no me gustan los grandes espectáculos, que prefiero las cosas sencillas y eso hace que todo esto tenga un significado aun mayor del que debería tener.
—Esa es una forma extraña de dar las gracias, Mina, pero está bien.
Él me sonríe y se inclina para empezar a encender las velas.
—A mí tampoco me gustan las grandes celebraciones de cumpleaños —me dice él—, pero mi parte favorita siempre ha sido soplar la vela y pedir un deseo, y siento que no deberías privarte de eso, porque nunca nos viene mal pedir un deseo.
No hay bulla, exceso de adornos o una habitación llena de personas, no hay música sonando de fondo, solo un pequeño pastel, un globo y un regalo. Pero yo siento que eso es suficiente, que es justo la dosis necesaria de celebración para este día.
—¿Debería haber más globos? —me pregunta él y veo que mi silencio lo ha desconcertado un poco—. Pensé en llenar la habitación de globos, pero creí que eso sería demasiado. ¿No es suficiente?
Me acerco a donde él esta y me siento en el filo del sofá, acerco mi dedo hacia el pastel y tomo un poco para probar. Es exquisito, tal y como pensé que sería. Es chocolate amargo, mezclado con vainilla y caramelo.
—No —le respondo—, es más que suficiente, es perfecto.
—No puedo llevarme el crédito, Mina, porque estoy seguro que tus estándares no son muy altos para este día. Mira, solo hay un globo y un pastel, nada especial.
—No, esto es perfecto, pero siéntete libre de intentar hacerlo mejor el siguiente año, yo no te voy a detener.
—Te prometo que el siguiente año será mejor.
Él sonríe y termina de encender las pequeñas velas, cuando termina me mira y empieza a cantar feliz cumpleaños.
—Ahora debes pedir un deseo. —me dice él cuando termina de cantar.
Cierro los ojos y pienso en mi deseo, me tomo un largo momento porque todo esto es algo nuevo para mí y aunque yo tengo muchos recuerdos sobre el día de mi cumpleaños, la mayoría de ellos malos, el recuerdo de este cumpleaños en particular es algo que me gustaría no poder olvidar, este momento es algo que me gustaría poder recordar por siempre.
Deseo más buenos momentos y menos arrepentimientos.
Abro los ojos y soplo las velas.
—Te das cuenta que acabamos de hacer planes para tu siguiente cumpleaños —me dice él mientras parte el pastel—. Creo que tus palabras borrachas eran ciertas, te gusto, al menos un poco.
—¡No! Ya te dije que no.
Él se ríe y me mira mientras me pasa un plato con pastel.
—No me gustas, tolero tu existencia, es diferente, Vladimir.
—Dijiste que era tu caballero sin la brillante armadura, creo que haces más que solo tolerar mi existencia.
—A veces creo que eres como una infección de hongos de la cual quiero deshacerme, pero no puedo.
Él se sienta a mi lado en el sofá sosteniendo un plato con pastel y se ríe abiertamente de lo que acabo de decir.
—Vamos, Mina, sabes que soy más adorable y encantador que una infección de hongos —me dice él—. Cenicienta y el caballero sin la brillante armadura, para mí, suena como un excelente cuento de hadas.
Se que sería absurdo decirle que esto no es un cuento de hadas, ni siquiera uno moderno, que él no es mi caballero y yo no soy Cenicienta, y que mágicamente no vamos a conseguir un final feliz. Pero no le digo eso porque en el fondo, una pequeña parte de mi piensa que, si esto fuera un cuento de hadas, yo podría permitirme ser lo suficientemente valiente para admitir que tal vez empezado a sentir algo por Vladimir, que tal vez he sentido algo por él desde el momento que lo conocí y él me llamó Cenicienta por primera vez.
Pero esto no es un cuento de hadas, yo no soy una princesa y él no es un príncipe, así que no digo nada sobre mis sentimientos.
Suspiro y levanto mi cara para encontrarme con su mirada.
—Gracias, Vladimir.
—¿Por qué?
—Por hacer que este día duela menos.
Porque a veces, si tienes la suficiente suerte, llega alguien que ha nacido con una estrella a tu vida y ese alguien tiene tanta luz que no importa que tan oscuro este a tu alrededor, esa persona se queda ahí a tu lado, alumbrando tu vida.
Vladimir es esa persona y me siento muy feliz de haberlo conocido.
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