11. El hermoso caballero y Cenicienta.
https://youtu.be/R_zDwAtzbSg
Cuando voy poco a poco dejando el paraíso del sueño, el primer pensamiento semi racional que viene a mi mente es creer que tal vez me golpee la cabeza y ahora tengo una fuerte conmoción cerebral. Eso explicaría el fuerte dolor de cabeza, la forma en que siento como me duele incluso la última uña de mi dedo pequeño del pie, las náuseas y todo lo demás. Porque a pesar de no ser doctora, todos esos síntomas parecen concordar con una lesión en la cabeza, el único problema es que no puedo recordar exactamente lo que sucedió anoche.
Al menos no lo recordaba al inicio, porque ahora, los recuerdos del bar vienen poco a poco a mi mente, aunque casi al final de la noche, todo se vuelve borroso.
De esa manera descarto la teoría de la lesión cerebral, porque ahora sé que mi dolor de cabeza es solo la inevitable consecuencia de haber bebido tanto anoche, algo que no debí hacer, primero porque yo jamás he sido una gran bebedora, bebo ocasionalmente una cerveza, tal vez dos o una copa de vino en la noche, pero no suelo beber de la forma en que bebí anoche y ahora al sentir que todo da vueltas y como mis ojos arden ante el leve rastro de luz, entiendo porque no soy una bebedora ocasional.
—Buenos días —me saluda una voz.
Es la voz de un hombre ¿Es acaso Dios? Tal vez bebí tanto que entré en coma etílico y me morí, aunque de ser así mi cabeza no debería doler. Aunque puede que no haya ido al cielo y en su lugar este en el infierno, eso explicaría como me siento.
—Hay una pastilla junto a la cama que te ayudará con tu resaca —me dice la voz.
Estiro la mano e incluso ese movimiento me produce un desagradable hincón en mi cabeza y la persona de la cual proviene la voz es consciente de eso porque toma mi mano y deja las pastillas en mi palma con cuidado.
¿Debería tomar estas pastillas? La respuesta es obvia, sí, porque nada podría ser peor a como me siento ahora, así que con mucho esfuerzo me trago las pastillas, después de un momento siento como la misma persona me ayuda a sostener un vaso y llevarlo a mis labios. Es agua.
—Descansa un poco más, Mina, lo necesitas, porque si hubiera sabido que tus resacas son así de malas, no te hubiera dejado beber tanto anoche.
Ahora que estoy más consciente reconozco que es Vladimir quien me habla.
Hago caso a su consejo médico y me vuelvo a dormir, lo cual ayuda mucho, porque cuando me vuelvo a despertar puedo abrir los ojos e incluso sentarme en la cama sin sentir que voy a morir. Pero mi estomago aún se siente levemente revuelto, aunque no es nada que no pueda soportar.
Paso una mano por mi cabello y trato de peinarlo un poco mientras recorro la habitación con la mirada y cuando la termino de inspeccionar llego a la conclusión que esta no es mi habitación. Seguro Vladimir tuvo que haberme traído a su casa.
—Oye, ya te ves un poco más humana —me dice Vladimir mientras se recuesta sobre el marco de la puerta y cruza los brazos sobre su pecho—. ¿Quieres que te traiga el desayuno a la cama?
Por un momento pienso que él está bromeando sobre traerme el desayuno, pero al verlo a los ojos me doy cuenta que no es así.
—No es necesario, estoy segura que puedo caminar —le respondo.
Es cuando me estoy bajando de la cama que me doy cuenta que llevo una larga camisa negra que en definitiva no es mía. ¿De dónde saqué esto? la camisa tiene el logotipo de Led Zeppelin y aunque es un grupo que adoro, jamás he comprado una camisa sobre ellos y mucho menos la llevaba anoche cuando fui a la boda. Entonces solo hay una explicación para eso.
—Por favor, dime que no me viste desnuda —le pido a Vladimir.
Veo como él intenta no reírse, pero no puede reprimir la sonrisa que aparece en sus labios.
—No, no lo hice, estabas muy borracha, pero seguías teniendo la suficiente coordinación como para vestirte tu sola, aunque querías que te ayude a quitarte los zapatos porque según tú, son más caros que unos incomodos zapatos de cristal —me responde él y cuando escucho su respuesta, suelto el aire que no sabía que estaba conteniendo. Sonrió aliviada y él me devuelve la sonrisa—. Cuando te ayudé con tus zapatos me llamaste tu héroe, pero después dijiste que no era un héroe, que era un caballero sin la brillante armadura. Un hermoso caballero, así me llamaste.
Me dice él con ese brillo travieso y burlón en sus ojos color miel, aquel peculiar brillo en su mirada siempre delata aquellos comentarios estilo sabelotodo que Vladimir siempre parece tener en la punta de la lengua, a pesar que no suele verbalizarlos todos.
—Mentiroso, no dije eso. Te lo estas inventando.
Él se ríe mientras me guía hasta la cocina.
Voy observando el pasillo y las paredes color crema mientras nos dirigimos a una pequeña escalera de madera, casi similar a la que hay en casa de Isabella, pero a diferencia de la casa de Isabella, aquí no hay fotos adornando la pared.
—No, hablo muy en serio. Me llamaste un hermoso caballero y es algo que no te voy a dejar olvidar.
Cuando llegamos a la cocina, hay una mesa rectangular plateada que combina con todo lo demás que hay en esa habitación, porque la cocina tiene colores negros, cromo oscuro y plateados, nada más. Luce muy futurista y elegante.
Él ha preparado un gran desayuno y todo se ve exquisito. Veo como mueve la silla para ayudarme a sentarme y yo, como casi siempre, sonrió ante el gesto.
—Entonces, crees que soy hermoso —me dice Vladimir.
Vladimir me sirve un poco de café y veo como me mira con su típica sonrisa burlona.
—Sabía que no debería haber aceptado ser tu amiga. Aquel hechicero vudú me estafó, mira el prospecto de amigo que me consiguió.
Llevo la taza de café a mis labios y le doy un largo sorbo aquel néctar de los dioses.
—También dijiste que soy inteligente, amable, fuerte y dulce —me sigue diciendo él—. También dijiste que te gusto.
Puedo sentir como mis mejillas se calientan ante lo último que él acaba de decir.
Yo finjo que no lo estoy escuchando y procedo a comer mi desayuno, pero él no se detiene y sigue hablando.
—Pero no solo eso, dijiste que soy el mejor amigo que podías pedir, él más guapo y perfecto amigo que has tenido.
Creo que él se está inventado esa parte, pero como no estoy segura no digo nada.
—¿También te dije que creo que eres un dolor en el trasero? —le pregunto.
Él tiene el descaro de fingir que piensa en mi pregunta.
—No, dijiste hermoso, amable, dulce, fuerte e inteligente, pero nada más —me responde él.
—Bueno, te lo digo ahora, eres un dolor en el trasero Vladimir.
Él se ríe y mueve su pan con mermelada en mi cara.
—Tal vez, pero sería un hermoso dolor en el trasero, Mina. Y también dulce, amable e inteligente y te gusto.
—¡Estaba borracha!
—Ya sabes lo que dicen querida amiga, palabras de borracho, pensamientos de sobrio.
Lo miro a los ojos hasta que una bola de pelos llama mi atención y miro al gato que entra en la cocina a paso ágil, pero lento. Camina hasta mis pies y se acomoda ahí, cerca de mí para estirarse y dormirse.
Un pequeño destello de lo que sucedió anoche viene a mi mente. El recuerdo de los dos llegando aquí a la casa y yo gritando asustada al ver al gato, hasta que Vladimir me explicó que es el gato de Stella.
Mi esposa está muerta —me confesó él cuando estábamos en el bar.
No dijo nada más que eso y yo no lo presioné sobre el tema.
—Es un gato traidor —me dice Vladimir trayéndome de nuevo al presente—. Yo lo alimento, lo cuido y él te prefiere a ti que te acaba de conocer.
Recuerdo que el nombre del gato es Max mientras le doy una mirada.
—Es un gato adorable.
—Pero no más adorable que yo —me dice Vladimir—. Además, yo te gusto o eso dijiste anoche.
Tomo una de las moras y las lanzo hacia la cabeza de Vladimir, pero él logra esquivarla con una sonrisa y atrapa en su mano la siguiente mora.
—¿Cuántos años tienes? ¿Ocho? —le pregunto.
—No, cumplí treinta el primero de enero —me responde él—, pero ese no es el punto, lo que importa aquí es que dijiste que soy un hermoso caballero y te gusto.
Lo veo mover entre sus dedos la mora que yo le lancé hace un momento y sonreírme antes de llevarla a sus labios.
—Tal vez me gustabas anoche —finalmente le digo—. Porque ahora no me gustas mucho.
Y lo veo sonreír complacido con mi respuesta.
Él me dice que guardó mi vestido y los zapatos con cuidado en el armario de la habitación de invitados donde yo estaba, porque dije que mi hada madrina me mataría si algo les pasaba a los zapatos o al vestido.
—¿Cómo estás? —le pregunto cuando ya hemos terminado de desayunar.
Mi esposa murió —me dijo él anoche—. Cáncer de tiroides que hizo metátesis en su cerebro.
Pienso que tal vez él se arrepiente por haberme contado eso, por desenterrar ese recuerdo y exponerlo ante mí. Porque hablar de su pasado con Stella o algo relacionado con ella, parece ser un campo minado para nosotros, sin saber que pasó dar y que lugares son seguros y cuáles no. Algunos días me debato entre tratar de entender como un hombre que parece tan abierto en algunos temas, puede cerrar sus emociones de esa manera. Aunque hay ciertos momentos donde él parece querer revelar más de lo que revela, momentos donde las aguas son tranquilas y navegamos a través de sus recuerdos sobre ella. Pero también he aprendido que las aguas se agitan con mucha facilidad y que es mejor dejarlas en calma.
—Estoy bien, Mina.
—Si hay algo sobre lo que necesites hablar, estoy aquí, lo sabes, ¿verdad?
—No hay nada —dice él demasiado rápido y en tono muy firme. Pero al darse cuenta la forma en que ha sonado su respuesta, se pasa una mano por su cara y cuando quita la mano, me mira algo apenado—. Lo siento, tal vez en otro momento, pero gracias, Mina.
Puedo ver que hablar sobre eso aun es difícil para él, porque Vladimir es así, lo sé, él siente las cosas con fuerza a pesar que no siempre lo demuestra.
—No tienes que explicarme nada, lo entiendo.
—No es eso. Es solo que he intentado construir una especie de normalidad en mi vida, pero cuando les cuento a los demás, aquellos que son ajenos a la historia de Stella, regreso al momento en que ella murió.
No recuerdo el momento exacto donde empecé a notar aquellos pequeños detalles sobre él, donde empecé aprender sobre sus gestos, su tono de voz y el significado oculto de cada palabra.
— Y sigo siendo yo, él que tiene los problemas porque su esposa murió, el doctor que no puede lidiar con la muerte, el hombre que no puede aceptar que su esposa ya no está —hay algo amargo en su voz, algo acido cuando dice aquellos, tal vez está cansado de escuchar las mismas frases repetitivas o de ver la misma mirada compasiva en los demás—. Sin previo aviso me volví el presidente del club de los problemas personales.
—Tal vez yo podría unirme al club contigo —le digo en son de broma para tratar de aligerar tanto el ambiente, como el estado de ánimo de Vladimir, que de pronto se ha vuelto pesado y me pregunto si tal vez estoy empujando demasiado el tema de Stella y su muerte—. Vladimir, si estoy siento demasiado entrometida, lo siento, yo...
—No, en absoluto, eres mi amiga, si no hablo de esto contigo entonces, ¿con quién lo haría? —yo asiento lentamente con la cabeza y él sigue hablando—. Pero algunas veces es más difícil, eso es todo y sé que, si necesito hablar, tú vas a estar ahí para escucharme, por eso te digo que estoy bien.
Después de eso, veo la hora en el pequeño reloj que hay en una de las paredes y grito al darme cuenta que son las dos de la tarde. Hoy es sábado y yo tenía clases que dar, busco mi teléfono y me doy cuenta que Vladimir debe haberles avisado a mis primas porque tengo un mensaje de Josie informándome que, Katie, una chica de dieciocho que trabaja medio tiempo en la academia para ayudarse con sus estudios, dio mis clases de hoy y yo suspiro aliviada al leer ese mensaje.
Cuando estoy cambiada de nuevo con el hermoso vestido azul, salgo con los zapatos en mi mano hasta la sala y me siento en el sofá para ponerme mis zapatos. Vladimir entra en la sala en ese momento y me dice que si estoy lista me llevará a mi casa.
—No es necesario, puedo pedir un Uber.
—Por supuesto que no, Mina, ¿qué clase de hermoso caballero seria si te dejara hacer eso?
—En serio no lo vas a dejar pasar, ¿verdad?
—No.
Veo como él se encoje de hombros mientras me da una sonrisa llena de descaro.
Enciendo mi teléfono y empiezo a revisar las notificaciones que tengo.
—Como sugerencia, te aconsejo dejar tu teléfono en casa la próxima vez que decidas beber de esa manera.
—¿Por qué me dices eso?
—Revisa los mensajes que enviste anoche.
Confundida por lo que él me está diciendo, me apresuro a revisar los mensajes y solo veo que envié un mensaje a nada más y nada menos que Vladimir. Mierda. ¿Qué le pude haber enviado? Con miedo abro el mensaje y pego un grito interno al ver lo que puse en el mensaje.
Vladimir (mi hermoso caballero): Eres el Paracetamol que siempre me receta el doctor y el mejor amigo que podría pedir. Pero no solo eso, eres un hermoso caballero, fuerte, amable, dulce y eso me gusta de ti y es bueno que sepas RCP, porque me quedé sin respiración cuando te vi.
¡OMG! Pero, ¿qué pasa conmigo? Yo no pude haber enviado esto, seguro lo hizo Vladimir para jugarme una broma o es lo que pienso hasta que el recuerdo viene a mi memoria. Yo estaba diciendo todo eso y Vladimir me dijo que debía mandárselo en mensaje para que quede constancia de mis palabras.
—Dime una cosa, Mina, ¿el alcohol te vuelve poeta o solo te ayuda a evocar los sentimientos que guardas en tu interior?
Él intenta mantener una cara seria, pero no lo consigue y se empieza a reír a mi costa.
—Voy a pedir un Uber, porque no puedo mirarte en este momento o dentro de un par de años —le digo.
Cubro mi cara con mis manos para ocultar la vergüenza que siento ahora.
—Vamos, Mina, no es para tanto.
—Claro, es fácil para ti decirlo.
Él me dice que no es necesario que yo pida un Uber, pero yo le digo que si es necesario mientras estoy pidiendo el Uber.
Veo de reojo como él saca su teléfono y teclea algo en él.
Mi teléfono suena y veo que es un mensaje de Vladimir.
—Esto es absurdo —le digo.
—Solo lee el mensaje.
Suspiro y desbloqueo mi teléfono para leer su mensaje.
Vladimir (mi hermoso caballero): Me pones tan nervioso que hasta se me olvidó el piropo que te iba a decir, pero además de ser sexy y dar vueltas en mi cabeza, ¿a qué otra cosa te dedicas?
No puedo evitar sonreír cuando leo el mensaje.
Él me enseña que me tiene ahora guardada en su teléfono como: Mina (mi cenicienta)
—Gracias —le digo.
—¿Por qué me das las gracias? Yo no hice nada.
—Confía en mí, hiciste más que la mayoría.
Él se apresura a negar con la cabeza.
—No, Mina, no lo hice. Lo único que hago es tratarte y decirte las cosas que mereces, no debes estar agradecida por eso, jamás, porque es solo lo mínimo que alguien como tú merece.
Él termina de decir eso mientras saca un pañuelo verde olivo de su bolsillo y lo deja con cuidado en la palma de mi mano.
El pañuelo huele a él y me encuentro reprimiendo el impulso de llevarlo a mi nariz e inhalar su aroma.
—He notado que a veces te sientes no amada y con la historia de tu vida es entendible, pero a pesar de eso, todavía tienes la fuerza de voluntad para pararte todos los días y seguir con tu vida como si todo estuviera bien —me sigue diciendo él—. Admiro eso de ti, porque la mayoría de las personas que conozco, dejaría que las cosas malas los derribaran, se dejarían absorber por eso y caminaría por una senda oscura, pero tú no. Tú sacas fuerza de eso para ser como eres.
¿Cómo se supone que debo responder a sus palabras? No estoy acostumbrada a ese tipo de palabras hacia a mí, pero me doy cuenta que él no espera una respuesta, él no espera nada, solo dijo eso porque sintió que debía decirlo, porque él es ese tipo de hombre, no un buen hombre solo de apariencia como Roger, Vladimir si es un buen hombre y cada cosa que hace, incluso el más pequeño de sus gestos lo demuestra.
—En definitiva, eres un hermoso caballero, Vladimir.
—Solo para ti, Mina.
"Lo que necesitamos está ante nosotros y solo necesitamos tener valor y ser generosos para verlo"
—Cinderella.
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