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parte 5 - La Princesa y el Esclavo

No esperaba encontrarla allí, y creo que se reflejó en la forma en que me paralicé del miedo al solo verla. Aun hacía frío, por lo que mi primer impulso fue quitarme la chaqueta y ofrecérsela, pero tal era mi estupor que no me moví de donde estaba, dándole tiempo a Ana de percatarse de mi presencia e ignorarme deliberadamente. Sin embargo, mi inexistente cortesía parecía ser intrascendente, ya que nada en su lenguaje corporal me hacía pensar que se estaba congelando, a diferencia mía que luchaba para que no se me desquebrajaran los dientes de tanto temblar. Miré hacia arriba y fruncí el ceño; el cielo estaba despejado y un millar de estrellas me contemplaban desde lo alto. Los nubarrones se habían ido. Aquello era un milagro, pero no le di importancia, ya que solo tenía en mente mi propio milagro. Ahí estaba Ana, y como un imbécil no fui capaz de actuar en consecuencia. Por segunda vez esa noche, alguien más intervino por mí. Esta vez fue ella, en forma de mordaz interrogante.

—¿A cuántos como tú mandará mi hermano? Ya eres el tercero en menos de media hora. Por favor, retírate y dile que volveré al baile cuando lo vea conveniente.

Dijo Ana, sin despegar la vista del agua. Su tono era desdeñoso pero suave y cálido, casi como si te abofetearan con un guante de seda. Ya que lo sientes e interpretas como un golpe, más el daño pasa por una caricia, y la contrariedad por resignación. Estaba atónito, no podía creerlo. No por el tono ni la forma en la que lo dijo. Mis ojos no brillaron; aquello no fue una orden.

Desperté del hechizo y entendí de inmediato. Sentí el cobarde impulso de huir, más sus palabras me inflaron de valor de alguna forma, siempre tuvo ese efecto en mí, y con las estrellas de testigos me acerqué a ella, la nieve crujía bajo mis botas y mis manos temblaban, no por el frío esta vez, y me posicioné a uno de los flancos del estanque a una distancia segura de Ana.

—Su hermano no me ha mandado por usted, princesa —declaré sin titubear, sorprendiéndome a mí mismo—, solo daba un paseo por los jardines.

Una risa irónica se escapó de sus labios a la vez que posaba sus ojos en mí, sentí escalofríos.

—¿Un paseo por los jardines durante una nevada, y con el frío que hace?

—¿Por qué no? —repliqué encogiéndome de hombros—, usted tuvo la misma idea, por lo que puedo ver.

Ana soltó el bufido más sofisticado que he presenciado jamás.

—No es lo mismo —dijo al tiempo que se ponía de pie con la gracia de una bailarina y avanzaba resueltamente en mi dirección, me sentí intimidado, de cerca y bajo aquellas lámparas blancas, se veía todavía más hermosa.

Al tenerme de frente me mostró un collar, que no llevaba al entrar al baile, lo sé porque memoricé su atuendo, por patético que suene. El collar era de un tipo de seda negra rústica, semejante a las pieles sin curtir, y en medio de este un cuarzo en forma de diamante con runas grabadas en su superficie.

—Esto es un collar Nangar de protección —decía mientras me lo mostraba con repentina complicidad—, es un regalo del Rey Del Invierno. Verás, en su país el frío puede llegar a ser mortal, por lo que sus magos han encontrado formas ingeniosas de solventar dicho problema, lo cual se traduce en estos collares, los cuales están imbuidos con magia pura, que hace que la persona que lo porte sea inmune al frío, tal y como un Hijo Del Invierno, quienes no los necesitan, pero para nosotros los sureños, es la diferencia entre la vida y la muerte.

Por la sombra de emoción en su voz, así como por el claro tono ensayado, comprendí de inmediato que llevaba tiempo queriendo compartir esa información. Quizá aquellos príncipes con quienes pasó la noche estaban más interesados en la corona en su cabeza que en las conversaciones que podría tener con ella, en ese momento dejé de lado mi supuesto honor y fue que me olvidé de volver al baile y apoyar a mi familia.

—¿Conoce al Rey Del Invierno, princesa? —Inquirí genuinamente interesado.

Ella sonrió, y le devolví el gesto. Luego alzó la vista al cielo, y su sonrisa se acentuó aún más. Dio unos pasos hacia atrás, hacia el estanque, y dio una vuelta embelesada, como una niña con zapatos nuevos. Luego cerró los ojos y respiró profundo. No sabía qué hacer o qué decir, por lo que no dije nada. Luego pude ver cómo llevaba sus manos hacia su cuello y desataba el nudo de su collar de protección.

—Si no estuvieras aquí como mi testigo, diría que estoy delirando —decía mientras se despojaba del collar y lo sostenía con ambas manos—. De alguien escuché una vez que en este lugar ocurren cosas extrañas, milagros, que si lo deseaba de corazón vería mi deseo cumplirse. Una princesa tiene pocos anhelos que no pueda cumplir, sin embargo, siempre amé estos jardines, y es la primera vez en años que me pierdo entre sus sendas. Pero comenzó a nevar, y como una niña caprichosa, me molesté. ¿Cómo se atrevía el Bastión a dejar caer sobre Kenovia la primera nevada cuando me dispongo a disfrutar de mis jardines? No me parecía justo, por lo que, recordando aquellas palabras, me acerqué al estanque, jugueteé por un momento con sus aguas, y pedí mi deseo, que la nevada ocurriera otro día, pero que esta noche me perteneciera solo a mí.

La princesa contemplaba el cielo con ojos soñadores, como si buscara de entre las innumerables constelaciones una que los académicos no hayan descubierto ya, adueñarse de ella y llamarla por su nombre. Yo hice lo mismo y divisé entre las luces del sur una estrella titilante, que no recordaba haber visto jamás. Decidí entonces que aquel astro llevaría el nombre de ella.

Una risa cantarina me devolvió a los jardines.

—¿Crees que estoy loca? —comentó entre risas.

—Para nada, yo también pedí un deseo.

—¿De verdad?

—Sí, y se cumplió —dije sin pensar.

—¿Qué fue lo que pediste? —cuestionó mientras avanzaba confiadamente hacia mí y ponía en mi cuello el collar de protección. Enseguida sentí como una ráfaga de cálido viento me envolvía de pies a cabeza, calentándome de dentro hacia fuera, haciéndome sentir a pocos metros de una ardiente chimenea.

Ana esperaba mi respuesta, con ojos expectantes a la vez que se aseguraba de que el collar quedara bien anudado. En aquel instante no me habría importado decir la verdad, que mi deseo era tenerla así de cerca, poder hablar con ella y ser algo parecido a un ser estimado.

—Deseé ya no tener frío —mentí, y pareció gustarle mi respuesta, ya que soltó una tierna risa, del tipo que te encantaría escuchar a diario por el resto de tu vida.

—Lo cierto es que sí conozco al Rey Del Invierno —añadió mientras sacaba de algún lugar indescifrable otro collar protector y se lo ataba al cuello con movimientos expertos—. De él aprendí a llevar siempre conmigo un segundo collar protector, esa ha sido su política desde que subió al trono, dándole la bienvenida a todo extranjero que entre a sus dominios. Lo llaman el Rey Sol.

—Se escucha como un gran hombre, me gustaría saber más de él, si me lo permite —agregué siguiéndola con la mirada, entendiendo lo enérgica que era, pues desde que se había puesto de pie, no había dejado de moverse ni por un segundo.

—Camina conmigo —dijo en tono afable mientras salía de la plaza por uno de los senderos rodeados por un arco de piedra recubierto de escarcha. Le seguí de cerca, aquello tampoco fue una orden.

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El comienzo del fin, este momento es un antes y un despues en la vida de Robin ya que nada volvio a ser igual, pero eso lo veremos con la siguiente parte, la cual espero yo subir mañana o quiza la otra semana, agradezo si as llegado hasta este punto, deja por aqui un comentario apreciaria mucho eso. un abrazo y hasta la proxima

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