parte 4 - Jardines
Caminé durante tanto tiempo que no me di cuenta de que volvía a tener control sobre mi andar, algo que suele pasar mucho cuando se es joven y aún no te acoplas a la maldición, razón por la cual no fui capaz de soportar el hostil entorno de ordenes constantes. Sin duda, fue una idea malísima. Fue una suerte que mis hermanos se apiadaran de mí e idearan un plan para sacarme cuanto antes del baile, cosa de la que me enteré a la mañana siguiente, y de la que siempre estaré agradecido.
Me abría paso por los solitarios pasillos de Sundairest, intentando en vano organizar mis pensamientos. Mis ojos ardían y apenas podía ver por dónde iba, tropezando repetidamente con muebles y objetos dispersos. Un bastón habría sido de gran ayuda en ese momento, pero no lo necesité, pues mis pies me llevaron sin querer al jardín central. Allí, el frío de principios de invierno me recibió junto con la suave luz de los numerosos faroles de luz perpetua, que bañaban el jardín con una claridad blanquecina similar a la luna llena. La cual nos había eludido esa noche, en el jardín, con sus arbustos y rosales iluminados de manera tan espléndida, una luna adicional habría sido redundante.
Me detuve en uno de los pórticos contiguo a los jardines, olvidando momentáneamente mi ceguera parcial mientras el frío me envolvía por completo. Sentí el impulso de regresar y buscar una hornilla para calentarme, pero tampoco era necesario. Dentro de los muros del castillo, el frío es casi imperceptible, por la extraña magia que rodea las paredes, un lujo del cual la familia real no se cansa de presumir al resto de nobles, quienes seguramente, al no contar con un mago entre sus vasallos, se congelan de frío en sus castillos durante el invierno, a excepción de los venidos del norte, del Reino Del Invierno, quienes parecen entender el frío mejor que nadie.
Contemplé los jardines por un momento. No tenía más órdenes por cumplir. Perfectamente podría retirarme a mi habitación y descansar el resto de la noche. Nadie me reclamaría, ni siquiera mis hermanos. Era una de esas raras y preciadas ocasiones en las que se nos permitía, por una orden no intencional, abandonar el trabajo y buscar la mejor forma de disfrutar de dicho error. Sabía que mis hermanos no me cuestionarían si no volvía al baile; en cambio, se alegrarían, e incluso algunos podrían envidiar mi suerte. Sin embargo, el honor, aquella extraña y molesta vocecilla que a veces es tan inoportuna, me exigía a gritos que volviera y no dejara sola a mi familia. En aquel instante, solté un suspiro, consciente del deber que me llamaba, pero aún no. Consideré apropiado, al ver los solitarios senderos del jardín, que dar un paseo bajo aquellas farolas de luz perpetua era más que conveniente antes de volver al trabajo.
Al principio, aquello fue una bocanada de aire fresco, en más de un sentido. Hacía frío, pero no demasiado; estaba tan a gusto como para andar resueltamente entre los setos y arbustos ornamentados, o esa fue mi primera impresión, ya que empezó a helar de forma gradual y no me di cuenta. Con cada exhalación, pequeñas y efímeras nubes de vapor comenzaban a dejarse entrever. Aligeré el paso, metí las manos en mi chaqueta y me encorvé, tratando de preservar el calor. Estaba empezando a temblar. ¿Habrá sido esa otra mala idea? Alcé la vista al cielo, y abrí mucho los ojos, sorprendido.
Debido a la intensa luz que emanaban las lámparas perpetuas y a las atalayas, torres y pabellones que rodeaban los jardines, no me había percatado de que el firmamento se había desvanecido y, en su lugar, un mar inclemente de nubarrones negros ocupaba el cielo. Miré a mi alrededor y solté una risa despectiva. Aquella era la primera nevada del año, y llegó justo cuando me disponía a dar un paseo por los jardines, quizá el último que tendría en mucho tiempo. Suspiré y seguí andando, tratando a fuerzas de ignorar el frío, a la vez que los primeros copos de nieve se aglomeraban a mi alrededor, cubriendo en poco tiempo mi camino con un fino manto blanco.
Estaba más que claro lo que tenía que hacer, ¿verdad? Volver por mis pasos y resguardarme del clima. Eso es lo que habría hecho cualquiera. Es lo que habría hecho ella si no hubiera llevado consigo aquellos collares. Sin embargo, decidí seguir por el sendero, incapaz de distinguir claramente mi camino debido a los copos gruesos de nieve que caían y entorpecían mi visión. Mis ojos aún no se habían recuperado, lo que me obligaba a avanzar casi a ciegas. Sin embargo, por causas que no puedo explicar, sabía exactamente a dónde tenía que ir, ya que mis pasos me habían llevado al centro del jardín, donde sabía que se hallaba un estanque de lirios, lugar que siempre quise conocer, pues había escuchado de los ancianos de mi casa que alrededor del estanque ocurrían milagros y los deseos se volvían realidad.
Quizá fue el destino o el mismísimo demonio quien me condujo hacia aquel lugar en esa noche helada de principios de invierno. Pero en ese instante, congelado hasta los huesos, casi completamente ciego, solo había una única cosa que anhelaba en todo el mundo, y créeme o no, pero mi deseo se vio cumplido. A medida que me adentraba a duras penas en la plaza que rodeaba el estanque, la nevada cesó, Y sin la nieve que entorpecía mi visión, contemplé la imagen de un estanque de piedra cubierto por una delicada capa de escarcha y adornado con decenas de flores y guirnaldas esculpidas en piedra. Sentada allí, con su vestido rojo y dorado ondeando con gracia sobre la nieve, Ana desquebrajaba con la yema de sus dedos la fina capa de hielo que envolvía el agua del estanque.
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Aqui esta la cuarta parte, ya se un poco corto, pero tengo mis razones. espero disfruten leyendo mis escritos tanto como yo disfruto escribiendolos.
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