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Parte 23 - Ivar

En el Castillo del Sol, la vida difícilmente podría tornarse monótona a menos que uno lo busque, y ese fue mi propósito luego de dejar la torre. Pasó el tiempo. Los días se deslizaban en pares, sin pausa ni propósito, yo me sumía en mis quehaceres y ocupaciones, entregado por completo a mantenerme alejado de cualquier posible encuentro con ella. Esto me llevó a aceptar toda tarea que me mantuviera distante de esa posibilidad. Ya fuera limpiando los drenajes del castillo durante largas noches en la oscuridad, o persiguiendo sin descanso a un jabalí salvaje que sembraba el terror en las aldeas, llegando a vislumbrar las fronteras del norte, lo hacía sin cuestionar. Incluso si se hubiera desatado una guerra, habría dado un paso al frente sin dudarlo, ahogado en un duelo semejante al de quien ha perdido la brasa que mantenía encendido el fuego de su corazón, convirtiéndome en un alma derrotada, un cascarón vacío que vagaba entre la gente, sintiéndome ajeno y desamparado. Pasaron meses que se sintieron como años, los recuerdo de los días previos a mi encierro son difuso, como si los observara desde la perspectiva de un tercero, asemejando a un perpetuo sueño de luna en el que el protagonista fuera una marioneta con mi rostro. Recuerdo las cenas en la torre con mi familia, las sonrisas de mis hermanos, quienes inútilmente trataron miles de veces de dibujar una en mi rostro. Aún conservo los castigos que me imponían los amos y mis retiros al bosque para cumplirlos. Tan poco me importaba que ni siquiera curé bien muchas de mis heridas. Recuerdo arrodillarme frente al altar a Canon en nuestra torre, pronunciando oraciones y cánticos de fe con una voz vacía de alma, hueca. También recuerdo el rostro de mi madre, sus lágrimas al verme sumido en la desolación, y la ternura que emanaba de sus súplicas, rogándole al Bastión que sanara mi corazón, al tiempo que yo me apartaba sin demora de su presencia, buscando ahogarme en mi dolor a solas. ¡Qué estúpido fui...! 

Finalmente, recuerdo encontrarme en el jardín central del castillo, con el estanque ante mí y una multitud de árboles y arbustos rodeándome, vigilando silenciosamente las lágrimas que surcaban mi rostro. En el reflejo del estanque, me encontré con la mirada de un extraño: unos ojos tan azules como el cielo crepuscular, rodeados por profundas ojeras que ocupaban lo que alguna vez fueron sus mejillas, su semblante tan pálido como la sombra de un espectro. Era el atardecer, el día de mi encierro.

La noticia se había esparcido por Kenovia como el humo de una fogata en el viento, alcanzando cada rincón del reino., y, por supuesto, llegando hasta mí. A pesar de los esfuerzos de mis hermanos por ocultármelo, resulta inútil hablar en susurros cuando una multitud entera murmura al unísono. Su padre había encontrado un nuevo y más adecuado pretendiente: el heredero del Rey Sol, el príncipe del invierno. Pronto, Ana tendría que partir hacia el norte para encontrarse con él.

Ya no dolía... era como estar muerto. Sabía que esto sucedería; después de todo, así es la política. Me había preparado para enfrentar el embate con entereza, como quien aguarda dignamente el hacha del verdugo. Sin embargo, el daño resultó ser más devastador de lo que había anticipado, equiparable al dolor de flagelarse hasta la muerte, o tal vez aún más.

Por esa razón, me encontraba en el estanque, donde la conocí, el lugar en el que una estrella se iluminó con el eco de su nombre. Al enterarme de su compromiso, las partes de mí que estaban parcialmente desquebrajadas terminaron finalmente hechas polvo en el suelo. Luego, vagué como sonámbulo por todo el castillo, milagrosamente no me topé con ningún amo, o puede que sí lo haya hecho, más por mi aura espectral supuse pasaron de largo, como si fuera algún fantasma penitente a quien es mejor dejar solo con su pena.

Fue durante ese deambular que me encontré en el jardín y, por costumbre más que por deseo, me dirigí al estanque, donde me quedé contemplando mi reflejo en sus serenas aguas. "¿Quién es este hombre roto y atribulado? "pronuncié, o quizá solo lo pensé, desconociéndome por completo.

Estaba tan inmerso en mi dolor que no lo escuché llamarme con insistencia desde la distancia, obligándolo a acercarse a mí. Lo oí decir mi nombre mientras sacudía vacilante mi hombro, como si rozara la superficie de un lago congelado, y temiera caer en sus frías aguas al ser su calma perturbada.

—¿Qué sucede? —inquirí sin despegar los ojos del agua.

—Robin... —respondió uno de mis hermanos, aquel con quien intercambié lugares en el banquete hace ya tanto tiempo—, acompáñame, hay órdenes por cumplir.

Asentí resignado mientras el extraño en el agua me dedicaba una última mirada condescendiente. Luego, seguí a mi hermano fuera de los jardines. En los últimos meses, él había estado conmigo más que cualquier otro en mi familia. Él, más que nadie, era consciente del duelo por el que pasaba. Hubo muchos intentos de su parte para indagar en mis sentimientos, según él, con el propósito de dar un cierre, pero desistió después de muchas amenazas, aun así, no me abandonó.

En este escrito he dejado claro que no llamaré por su nombre a nadie de mi familia, pero si tuviera que nombrarlo de alguna forma, le llamaría Ivar, como aquel héroe, protector del mundo, un hombre envuelto con la gracia de un ángel. El tipo de hermano que todos desean, pero nadie merece. Todos en mi familia tenemos uno así, un Quill más cercano que cualquiera, que se vuelve un compañero, protector y confidente. No fui ninguna de esas cosas para él; pero Ivar si fue todo eso y más para mí. Si mi camino hubiera sido diferente y la maldición me hubiera obligado a engendrar un hijo, no habría dudado en llamarlo como él.

Seguirle a donde sea que fuera era garantía de un viaje seguro y una jornada de labores exhaustivas, una sólida promesa de que mantendría el cuerpo activo y la mente alejada de ella, por lo cual no le pregunté hacia dónde nos dirigíamos.

Se puede saber si un esclavo está o no cumpliendo una orden, según por el ritmo de su andar. En ese momento, me encontraba siguiendo el paso de Ivar, quien avanzaba por los pasillos con zancadas cortas y ligeras, como quien pasea por el jardín de su casa. Cruzándonos con más hermanos, quienes iban y venían, cumpliendo sus órdenes con prudente o excesiva premura, dependiendo siempre de la naturaleza de la orden empleada. En ese momento, mientras salíamos de una atalaya, cruzábamos por un patio secundario para entrar a un torreón central, comprendí que la orden que seguíamos podía efectuarse con inusual despreocupación. Aquella debió ser la primera señal de que algo no iba bien.

No había ni un solo amo en el castillo que, al ordenar algo, no hiciera énfasis en las palabras "de inmediato". Pero como dije, mi buena fe en Ivar iba más allá del típico sosiego; yo le había confiado mi vida, aun cuando no se lo pidiera. ¿Recuerdas el pífano y la extraña poción que usé durante el secuestro de Ankel? Lo más probable es que no, pues yo mismo los había olvidado, dejándolos desperdigados en la entrada de mi habitación al regresar del bosque aquella noche. Fue Ivar quien los recogió y los llevó de nuevo al despacho del mago supremo.

Siempre busco mi bienestar, actuando con excesiva diligencia en aquella ocasión y siempre con el mejor de los propósitos. Sin embargo, a veces las peores cosas que hacemos derivan de las más sinceras intenciones, como aquel que rescata a una mariposa de la red de una araña sin considerar lo indefensa que la deja al estar rotas sus alas, o quien intenta ayudar a un amigo, sin pararse a pensar en las consecuencias.

—Tus ojos se han acentuado finalmente —, comentó mientras subíamos por la estrecha escalera del torreón —ya alcanzaron ese extraño tono azul. Con el tiempo, notarás que el ardor también desaparecerá y ni advertirás que tus ojos brillan. Créeme, harán las cosas más fáciles.

Asentí sin que él pudiera verme, pues iba adelante subiendo de dos en dos los escalones. Lo cierto es que mis ojos sí se habían acentuado, algo que suele pasar a los diecisiete, y ya nada queda de lo que fuimos, aunque dudaba que el ardor en ellos desapareciera, y supuse que uno aprende a convivir con ello. Similar al viejo que se adapta al dolor en sus huesos, con el tiempo ya no lo percibe como un problema, sino más bien como a un incómodo compañero

Ivar siguió hablando, tratando, como de costumbre, de entablar conversación. A diferencia del resto de hermanos, él lo conseguía una de cada tres veces, lo cual incluso a mí me sorprendía, pero dudaba que en esta ocasión lo consiguiera. Y así siguió hasta que redujo el paso, atenuando el tono y girándose para mirarme, aprovechando la diferencia de altura por las escaleras, lo que pareció darle la confianza que necesitaba, pues se encontraba fuera del alcance de mis puños.

—¿Te enteraste?

Fruncí el ceño y apreté los labios, pero no desistió y continuó.

—Lo de su compromiso, será con...

—Lo sé, será con el heredero del Reino Del Invierno. — Las palabras salieron de mi boca como flechas envenenadas. Ivar me lanzó una mirada en respuesta, las luces perpetuas perfilando su rostro, resaltando el creciente enfado que este expresaba. Se dio la vuelta y siguió subiendo con repentino ímpetu como si buscara alejarse de mí. Contemplé por un momento la idea de desandar el trayecto y bajar por la escalera para evitar la confrontación. Sin embargo, confundiendo la impetuosidad con el apremio usual de la maldición, ya me encontraba siguiendo a Ivar por la escalera, encontrándome con mi hermano al final de esta, en el que un pasillo débilmente iluminado se expandía más allá de donde alcanzaba a ver. Estábamos en la cima del torreón, aquella parte que se usaba para dar cobijo a los señores menores, de escasa o nula importancia.

—¿Qué pretendes al hablarme de ella?

—Que esa expresión de muerto en vida desaparezca de una vez de tu semblante. — Decía Ivar, encarándome con firmeza. —Ha pasado demasiado tiempo, ya es hora de que des en su cierre, por tu bien.

—No te metas, hermano.

—Tú fuiste quien me metió en esto, no lo olvides, —replicó, dejándome sin argumentos, pues tenía razón. Este fue otro error, uno de los más graves. Contuve un suspiro por orgullo y le llamé de una forma que no me atrevo a escribir. Luego continuamos discutiendo, intercambiando insultos, hasta que de un momento a otro cesamos. Creo que fue entonces cuando comenzó mi tormento. En esta vida, todo tiene sus consecuencias, y a veces pagamos el triple por la afrenta cometida, incluso cuando el daño resulta ser irreparable.

—Ya se acabó. No necesitas preocuparte por mí ni vigilar los caminos que recorra de ahora en adelante. Ella se irá pronto y todo mejorará. Podré pasar página, como dices. Estoy bien. No necesitas cuidarme ni mencionar esto nunca más. Te retribuiré de la mejor forma cuando llegue el momento, para que entiendas lo agradecido que estoy contigo, querido hermano. Pero por ahora dejemos este tema por cerrado. —Cómo habría deseado decirle eso, ser agradecido por su lealtad y preocupación. Pero lo cierto es que no dije nada y procedí a descargar todo mi dolor sobre él, sin darle oportunidad de reaccionar, dejándolo tendido en el suelo, con la nariz rota y sosteniendo en una mano escarlata dos de sus propios dientes. Una de las peores cosas que he hecho, si no es que la peor... la vergüenza y la culpa siendo un eslabón más de la pesada cadena que estruja sin piedad mi corazón.

He pasado cada noche desde mi encierro deseando no haberlo hecho, Sin embargo, si Canón existe realmente, encontraré castigo por tan grave pecado, como lo indica uno de los pasajes de su libro. Recuerdo haberlo escudriñado a medias durante la reciente visita de aquel sacerdote hace apenas unas horas. El legendarius es difícil de traducir al alto luptino, pero lo que decía era algo así como: 'El alma que rechaza con frialdad la mano amiga, ahoga su propia luz en la oscuridad. Donde el perdón es un puente quebrado. No habrá lugar en el reino entre cielo y tierra para quienes paguen amor con sangre.'

Qué irónico y cruel puede ser el destino. De todas las historias que reposan en el libro, tuve que encontrarme con una que restregara sal sobre mi herida abierta. Eso me llevó a blasfemar contra dios por instinto y abrirme camino por un sendero aún más sinuoso, después de todo, más bajo no puedo caer, lo sé por lo dura que ha sido la caída.

De vuelta en aquel pasillo, Ivar se retorcía de dolor en el suelo, agarrando su torso y rostro, gimiendo con frecuentes espasmos. Yo lo observaba desde cerca, ajeno a lo que había causado, aferrándome a la idea de que lo había advertido antes.

Dejando de lado las supuestas órdenes por cumplir, me volteé para descender del torreón, ignorando sus débiles quejidos. Ya estaba bajando por la escalera cuando habló:

—¡Ella se irá mañana!

Mañana... El golpe me dejó aturdido, el color abandonó mis mejillas mientras sentía cómo se formaba un nudo en mis entrañas.

—¿Qué? —me escuché decir.

—Los emisarios de Winterland llegaron hoy. — explicó mientras se ponía en pie, usando la pared como apoyo — El guardián del invierno en persona la escoltará por el Mar de la Aurora, para nunca más volver.

—No hubo solemnidad ni avisos, ni banquetes de bienvenida. ¿Cómo pudo venir un noble tan importante y que nadie se enterara?

—Son Hijos Del Invierno, Robin, —contestó, sacando un pañuelo de uno de sus bolsillos para limpiar su cara y manos, y en el que guardó los dientes que acababa de perder. —Algunas hermanas están preparando maletas y envolviendo en sábanas blancas los muebles de los aposentos de la princesa. Esto no denota una visita de cortesía, y lo sabes.

Al escucharlo, el nudo en mis entrañas se tensó, haciéndome caer de rodillas. No habría plenitud ni un escape asegurado, mucho menos resignación. La vida en el castillo del sol perdería su sentido en el momento en que ella abandonara para siempre estos muros. Ya no era solo una posibilidad ni la tenue promesa de quien cree tener el mundo a sus pies. Ella se iría para siempre. La poca cordura y vigor que aún conservaba era porque, aunque no fuera mía, tenerla cerca, escuchar hablar de ella, observarla de reojo pasar entre la multitud, me hacía consciente del lugar que ocupaba en el mundo, un lugar cercano al mío, casi como un segundo corazón que palpita con aún más fuerza que el miocardio. Ya nada importaba, todo se iría con ella.

—Robin...— Ivar se arrodilló a mi lado, manteniendo una distancia prudente, listo para consolarme o apartarse en caso de que volviera a arremeter contra él. —Si la tuvieras enfrente ahora mismo, ¿qué le dirías?

Lo pensé detenidamente, pero no supe qué decir, así que negué con la cabeza. En una situación similar, cualquiera que se encontrara ante alguien que minutos antes lo había agredido probablemente buscaría represalias. Incluso esperaba una o dos patadas en el rostro. Pero subestimé a Ivar; en él nunca se manifestó la malicia ni el rencor que suele morar en el corazón de los Quill luego de años de cruel esclavitud. Él aceptaba su destino con dignidad, no sintiendo por sus semejantes más que amor y respeto, y en cuanto a los amos, una inusual apatía, cuando lo normal sería odio. En mi caso, Ivar se veía inclinado a una clase extraña de lealtad, todo porque una vez, buscando mis propios intereses egoístas, lo liberé de un ambiente hostil. Una lealtad que yo no merecía.

Con valentía, se acercó a mí, me tomó de los hombros y me puso de pie con inesperada facilidad, llevándome casi arrastras por el pasillo. Mientras avanzábamos, ambos con dificultad, me pareció extrañamente liberador ser guiado por él, como si me hubieran aliviado de una pesada carga. Era una situación extraña: él era quien tenía graves contusiones, pero era yo quien necesitaba su apoyo para seguir en pie.

—¿Qué le dirías si la tuvieras frente a ti? —, repitió Ivar.

Solté un suspiro, del tipo que precede un torrente de lagrimas

—No creo poder expresarlo, hermano, al menos no con palabras. Pero si la tuviera frente a mí, posaría las rodillas en el suelo y le agradecería por todo lo que hizo, no solo por mí, sino por todos. Agradecería por aflojar un poco el nudo que ahorca al león encadenado que vive en cada uno de nosotros, y principalmente en mí. Si estuviera frente a ella en este momento, le expresaría que, a pesar del dolor que su partida provoca en mí, mi mayor anhelo es su felicidad, incluso si eso significa que no esté a mi lado. Le confesaría lo mucho que valoro cada momento compartido juntos y cómo esos recuerdos vivirán para siempre en mí.

—bien, dile eso. —comento satisfecho.

Nos detuvimos frente a una puerta con sueltos picaportes. Ivar la examinó por un momento, como si no estuviera seguro de si la puerta existía o no, para luego soltarme. Tocó la puerta con los nudillos de una forma extraña, componiendo el estribillo de la canción de Torim el desquiciado. Lo miré con curiosidad mientras la puerta se abría de repente, emitiendo un rechinar metálico y dejando entrever una habitación completamente a oscuras.

—¿Hermano? —inquirí con un millar de dudas revoloteando en mi mente.

—Entra, yo vigilo.

Con esas palabras, dejó más que claro lo que me esperaba en ese sitio. Me volví hacia él, fijándome en los palpitantes cardenales que se le habían formado alrededor del rostro y en la forma poco natural en la que se mantenía en pie, con la misma firmeza y estabilidad que una casa erigida sobre dunas de arena. Comprendiendo tarde el terrible daño que le hice, con la culpa atacando, me dispuse a disculparme.

—Después —me cortó, haciendo gestos apremiantes con la cabeza en dirección al interior de la habitación—. Entra, no te preocupes, hablaremos después.

Asentí en respuesta y di un paso al frente, adentrándome en la oscuridad.

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 los capítulos se vuelven largos, una disculpe no encontre forma de partir este capitulo, espero lo hayas disfrutado, estamos ya a pocos capitulos de terminar esta increible historia, solo falta el ultimo acto, el cual espero este listo esta semana. gracias por el apoyo, y espero les guste la nueva portada, y nos estaremos leyendo pronto.

la historia llego a las 1400 vistas :0 dupliquemos esa sifra se que podemos uwu. 

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