Parte 13 - La Vez Que Senti Autentico Miedo
No me di cuenta en su momento, pero debí sospechar que algo inusual sucedía con el príncipe. Era un sentimiento extraño, una calma tensa como la de la tierra antes de ser sacudida por un sismo. No tenía ninguna lógica. Fue demasiado fácil hacer que ralentizara el paso y retrocediera de la marcha hasta ocupar la retaguardia, lejos de su padre y el resto de los hombres de la corte. Quienes estaban tan enfocados en recordar antiguas hazañas de caza y en afirmar que las superarían en aquel viaje que no notaron que el heredero de Tierras Altas se había desviado del camino y había conducido a su caballo hacia una arboleda cercana.
En aquel lugar, el intrigante sonido de un pífano hechizado que se tocaba por sí mismo, y que solo él era capaz de escuchar, lo conducía cada vez más cerca del punto en donde lo esperaba con un frasco lleno hasta el borde con esencia de Lunabrisna, una poderosa poción inductora del sueño. Que horas atrás, había robado de despacho del Mago Supremo. Era otro crimen riesgoso del cual no tenía opción. Habría bastado con una maza y un golpe certero, pero con Ana llegamos a la conclusión de que hacerle daño al príncipe estaba fuera de lugar. Por ende, juntos ideamos esa solución.
El príncipe desmontó en un reducido claro, donde la luz del sol irrumpía entre las ramas de los inmensos cedros que lo rodeaban. Diseminado sus dorados rayos por el suelo del bosque, Ya no se escuchaban los pasos del cortejo de caza. Yo me encontraba oculto; encaramado en la copa de un árbol cercano, gire la vista al sur, distinguiendo la hilera de jinetes junto a sus jaurías y mozos, siguiéndoles el paso a duras penas. Luego, dirigí la mirada al norte, en dirección al castillo, y contemplé sus altos muros, sus atalayas y la torre más alta, donde Ana me esperaba. Fruncí el ceño determinado y bajé la vista al suelo, donde el príncipe buscaba evasivamente el origen del evocador sonido.
En aquel instante, debí haberme percatado de que algo no iba bien. El pífano cesó en su melodía, o al menos eso percibí, pues tampoco era capaz de escucharlo. Sin embargo, el príncipe ya no parecía buscar entre la densa vegetación. Se mantenía erguido, disfrutando de la suave brisa que se filtraba entre los árboles, como si aguardara algo, o más bien, a alguien. De pronto, alzó la mirada hacia la copa del árbol donde yo me encontraba oculto. Un escalofrío recorrió mi espalda al sentir sus ojos penetrando las hojas y las ramas que me ocultaban, observándome fijamente.
Con las manos temblorosas y conteniendo el aliento, desenrosque el frasco. Un halo invisible de esencia se escapó de él. El príncipe cayó desplomado al suelo, su caballo relinchó, pero permaneció inmóvil en su sitio. Luego, con cautela, descendí del árbol, sintiendo un temor mucho más profundo de lo que había anticipado. Este chico no era normal.
Tal verdad se reforzó luego de que atravesamos el Redil, el área del bosque que le pertenecía a Sundairest, para adentrarnos en el verdadero bosque, donde no había reyes ni señores, donde la tierra era de todos y los trovadores alguna vez se reunieron en secreto para cantar un sinfín de canciones prohibidas. Acogidos por la inmensidad del bosque, testigo de momentos importantes. Allí pasé largas horas con Ana, nuestras respiraciones en perfecta sintonía, ella reposando en mi regazo, y yo tratando de hacer a un lado la marea de angustia que desde siempre me consumió. En secreto, ella también la sentía, más nunca dejó ver tal sentimiento, y yo tampoco, pues nos amábamos más de lo que temíamos ser descubiertos, mas no como el miedo que teníamos de ser separados, un miedo real.... amenazante... tangible, el cual tomaba la forma de un joven príncipe inconsciente con los ojos vendados y atado de pies y manos en la parte trasera de un carromato que era arrastrado por su propio caballo.
Yo me hallaba en el asiento del conductor, con las palmas de las manos pálidas de sostener con fuerza las riendas del caballo. Este no opuso resistencia a la hora de atarlo y asegurar el collarín y los tirantes que corrían alrededor de su cuello, sorprendiéndome por lo bien que se desplazaba. Aquel era un fino frisón, de crin lustrada y esbelta figura, nacido y criado para servir de montura a un noble importante, no para desgastarse los cascos arrastrando un maltrecho armatoste como un humilde caballo de tiro. Pero, al igual que su jinete, que aún permanecía cabeceando en la parte trasera, el corcel era norteño, un noble norteño, el cual compartía sangre con los Hijos del Invierno, quienes encuentran un hogar en el frío glacial. Jamás podías darte por entendido con algo relacionado con ellos.
Lo supe cuando el príncipe se recuperó de su estupor, notando cómo su postura se erguía con dignidad, la barbilla alta. Aunque tuviera los ojos vendados, supe que estaban más abiertos que nunca. Esperaba, ingenuamente, una muestra de pánico inicial, con él; desorientado y asustado, componiendo movimientos erráticos mientras trataba a duras penas de contener el aliento, seguido por desesperados intentos de liberarse, moviendo los brazos y las piernas para deshacer los nudos, buscando incluso en su cinturón la daga de la cual lo había despojado antes de atarlo, y que reposaba a mi lado en el asiento del conductor. Luego, los gritos se harían presentes, él buscando llamar la atención de cualquiera, apelando a su nombre y la promesa de una considerable recompensa. No hizo nada de ello.
En cambio, permaneció sentado en completa calma, con las piernas cruzadas y en total silencio, como si fuera llevado en palanquín por sus resignados esclavos, mientras él se mantenía estoico, sereno, orgulloso... Yo, apretaba con aún más fuerza las riendas, con el miedo estrujándome las entrañas y la mirada clavada en el camino. Aquello había sido un error, una de tantas malas ideas que me condujeron a esta oscura celda.
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Dejame un comentario, me interesa saber que te parecio.
Este principe no es normal, creo que ya quedo claro, ¿Crees que el miedo de Robin este sustentado? te leo...
Les mando un abrazo y espero publicar muy pronto.
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