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Parte 12 - El principe de Tierras Altas.

El rey de Tierras Altas arribó a Kenovia en los primeros días de la primavera, época propicia para las bodas en los reinos civilizados. En aquel momento, me hallaba ocupado atendiendo los aposentos de un anciano duque, cuyas demandas eran escasas y poco frecuentes, lo que era para mis ojos un agradable descanso.

Ana había conseguido para mí un cambio de ambiente. El octogenario duque descansaba plácidamente en su butaca favorita, ataviado con sus mejores galas y luciendo en el pecho una docena de medallas y condecoraciones militares obtenidas décadas atrás. Nos encontrábamos en la torre del homenaje, mientras que abajo, la algarabía y el frenesí habían impregnado el castillo desde hacía varios días, desde que se hizo público el compromiso de los hijos del rey. En aquel momento, todo Sundairest esperaba la llegada de la real comitiva norteña, aunque el duque prefería dormitar en lugar de ocupar su posición en las puertas para recibir a los distinguidos invitados.

Mientras tanto, el rey de Kenovia aguardaba con altivez la llegada de la corte de Tierras Altas, acompañado por el resto de su clan. Ana, vestida con un espléndido traje en tonos dorado y carmesí, los colores de la casa real, esperaba a su futuro esposo. Yo, fregando el mismo pedazo de suelo desde hacía unos minutos, contemplaba desde lo alto de la torre por un ventanal la larga columna de estandartes y carrozas que se aproximaba desde el norte, ingresando al castillo como un río de colores que desembocaba en las puertas de Sundairest, esparciendo sus emblemas y armas en todas direcciones.

El rey de Tierras Altas lideraba la marcha, acompañado por el resonar de tambores y trompetas que inundaban Kenovia con su evocador sonido. Con él avanzaba un séquito de varios cientos de personas, incluyendo su guardia personal, mozos de cuadra fornidos, quienes no temían a la montura del rey; un corcel de las nieves tan iracundo como una víbora atrapada en un costal, un bufón que divertía con chistes en diversos idiomas, caballeros de aspecto rudo provenientes del norte, varias damas de encanto llamativo y alegres caderas, y su propio Mago Supremo, quien mostró respeto genuino al posar la rodilla en tierra al tener de frente su cofrade Kenovita.

A ambos lados del rey, galopando con envidiable elegancia, iban sus hijos, con idénticos cabellos blancos que caían sobre sus hombros como una fina cortina de seda, vestidos con los colores y emblemas de su casa. Los había visto antes, durante el baile por el regreso de Ana; el tiempo había hecho lo suyo con la princesa, quien galopaba a la diestra de su padre. En aquel entonces pasaba por una doncella de tobillos temblorosos y mirada esquiva, mas ahora, a lomos de su espléndida yegua, lucía un semblante seguro y una postura erguida, poderosa, como la reina que estaba destinada a ser. La contemplé por un momento, sorprendiéndome de lo mucho que puede cambiar una persona en un año. Luego dirigí la mirada hacia el costado izquierdo del rey, ahí donde su hijo espoleaba al inmenso frisón que lo hacía ver más alto de lo que en realidad era, lo cual fue demasiado para mí.

Me aparté del ventanal y continué con mis tareas. El duque permanecía inmóvil, ofreciéndome más tiempo para atormentarme con la idea de que Ana cediera sin vacilaciones ante los encantos del príncipe. El recuerdo de ambos bailando aquella noche de invierno no dejaba de atormentarme. En ese momento, ya no era consciente de mi posición, percibiendo cualquier cosa relacionada con ella como algo propio. La sensatez y la prudencia eran conceptos ajenos a nuestro pensar. Sin embargo, ya no había forma de estar juntos. Aun así, teníamos un plan, o, mejor dicho, ella lo tenía. Un plan al cual no me opuse, al menos no con palabras.

Aquella noche hubo un banquete, quizás el más grande que Kenovia haya visto jamás. Toda la corte se congregó, no en el salón de baile donde vi a Ana por primera vez, sino en la sala del trono, con sus techos altos y soberbias columnas. No era para menos, pues el rey de Kenovia había descendido de su alto trono para compartir una larga mesa de cedro con el rey extranjero y sus hijos. Allí, llamó a su pueblo y presentó a sus invitados.

—Desde que Kenovia es reino, Tierras Altas ha sido para nosotros nuestro más valioso amigo y aliado más preciado, siendo ellos nuestro escudo en el norte, quienes velan por nuestro pueblo corsario en el Mar de la Aurora, quienes han estado para nosotros en nuestros días más oscuros. hoy, nuestras vidas no solo estarán unidas por la amistad, sino por la sangre. Uniremos las casas y los reinos.

Las palabras del rey fueron recibidas con un aplauso general, que resonó en la estancia con la fuerza de un millar de redoblantes. Yo me hallaba en un rincón apartado, guardando la puerta sudeste del salón, la menos transitada de todas, con una postura regia, los puños apretados y un prolongado ceño fruncido que se atenuó lentamente en una mueca de disgusto con el pasar de la noche. Por mi bien, me negaba a girar la vista hacia la mesa principal, donde se hallaba Ana y su galante prometido. No era una suerte de competencia; el matrimonio era inevitable.

Pero no tan inevitable como mi plan con Ana, el cual se llevaría a cabo a la mañana siguiente durante un viaje de caza al bosque del Trovador. Este viaje tenía como objetivo fomentar la camaradería entre ambas familias. Durante la expedición, el príncipe de Tierras Altas, curiosamente, se desviaría del camino, separándose de la caravana. Poco después, se encontraría muy confundido, con los ojos vendados y atado de pies y manos, en la parte trasera de un carromato. Siendo llevado tan al norte como fuera posible, lo más lejos que se pudiera del castillo de Sundairest, lo más alejado posible de Ana. 

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Para empezar, les ruego por una disculpa, prometo subir las siguientes partes con un margen de tiempo minimo, se que dije que la historia ya estaba terminada, pero eso no quita que no quiera editarla antes de publicar cada parte, pues consideraria irresponsable subir algo sin editar con errores de ortografia incluidos, y ni hablar de los problemas narrativos.

Espero hayan disfrutado de esta parte, espero su voto y su lindo comentario, les mando un abrazo y nuevamente les agradezco por el apoyo. 

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