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Una Cálida Nevada

Annie

Me muevo dentro de la cocina, intentando buscar los ingredientes para crear el tradicional pastel que tanto nos gusta.

Debido a la época y a los recientes acontecimientos, decido encender la televisión y prestar atención a cualquier imprevisto que pueda truncar mis planes.

«Se espera una fuerte nevada para el día de mañana, si está fuera de su casa, por favor, regrese y manténgase dentro, prepare provisiones para varios días y no salga sino es una emergencia».

Apago la televisión después de escuchar esa noticia y vuelvo a concentrarme en buscar lo necesario para la preparación de ese pastel de chocolate que tanto me gusta.

Mañana cumpliré veintiocho años y hoy, cumplo tres años que estoy sola.

Un veinticuatro de Diciembre, perdí mi brújula y dirección, perdí a mi esposo e hijo, no debieron salir a buscar mi regalo de cumpleaños, les pedí que no fueran, supliqué que se quedaran, que no necesitaba un regalo si ya los tenía a ellos.

En un momento regresamos, mami, te amo.
—Te amo, mi amor, espera un momento.

Es el audio que aún conservo, después se escucha el estruendoso golpe y los gritos de mi hijo.

¿Mi consuelo? Mi consuelo es que murieron instantáneamente, no sufrieron mucho, la que en realidad sufre; soy yo, me he quedado sola con sus recuerdos y los muchos te amo que aún me quedan por decir.

Mi esposo era una gran persona, cariñoso y amable, bondadoso y servicial, siempre tendía su mano a quien lo necesitara. No éramos ricos ni mucho menos millonarios, pero en lo que sí eramos ricos es; en ayudar a los demás, eso trae más satisfacción, como decía mi esposo.

Divagando en mis recuerdos, me percato de que no tengo lo que nos caracterizó como familia; los ingredientes para las galletas tradicionales de nuestra familia.

Observo el cuadro en la pequeña mesa que está en la sala de la casa, esa dónde estamos los tres frente al pastel que ese día comeríamos, la última fotografía juntos, la última vez que fui feliz y tuve una sonrisa.

Suspiro y vuelvo a colocarla en su lugar, tomo las llaves de mi viejo auto para ir al centro comercial. Antes que cierren todo debo ir a comprar, leche, chocolate y harina para las galletas, hacíamos nuestra propia cena, los tres amabamos el chocolate, por lo que había chocolate caliente, pastel de chocolate y galletas de chocolate.

Salgo al súper por lo necesario, lastimosamente hay mucha gente acaparando todo, yo tengo lo necesario en casa, solo la cocoa y leche se terminó, por lo que tomo lo que necesito y salgo rápidamente antes que cierren carreteras y establecimientos.

Paso llenando combustible y compro algunas golosinas que le gustaban a mi bebé.

Llego a mi pequeña y fría casa, prendo la calefacción y acomodo las cosas en la pequeña alacena, luego me acomodo yo en el pequeño y solitario sofá que hay en la fría sala.

No quiero prender la chimenea aún, espero que la nevada no sea tan fuerte, así la enciendo mañana, tengo madera que el amable hijo de mi vecina me proporciona, solo por ayudarle con sus clases, soy maestra, pero dejé de enseñar cuando perdí a mi familia, no hay nada que me motive a retomar la enseñanza solo le ayudo al pequeño Steve, el hijo de mi vecina.

Observo a mi alrededor, es un lugar lúgubre, poca luz entra por apenas las rendijas que las gruesas y oscuras cortinas permiten que filtre.

El ambiente es triste y deprimente, como lo está mi atormentado corazón, la luz que parpadea debido a la inestabilidad del bombillo que juré cambiar hace tiempo y el frío que se cuela por esa madera rota, que mi amado esposo George, debía reparar, hacen que este momento sea el de los recuerdos y vívidos lamentos.

No sé cuándo, no sé cómo, pero me he dormido, unos insistentes golpes me despiertan.

—Señorita, Annie, soy Steve, abra, por favor.

—¿Qué sucede, pequeño? Casi tiras esta vieja puerta.

—Solo venía a dejarle otro poco de leña, mi madre y yo, nos iremos a la ciudad antes que cierren las calles, nos iremos con mi hermana, por eso le dejaré la leña así no se preocupará que se quedará sin nada.

—Gracias, pequeño.

Ayudo a Steve a acomodar todo.

—Vendré a despedirme antes de irme. —Promete él.

—No es necesario, mejor se van temprano antes que cierren ya van a ser las nueve de la noche, se supone que las cerrarán en una hora.

Steve sale y se despide, no sin antes volver a prometer que vendrá a despedirse.

Vuelvo a acomodarme en el sofá y caigo rendida a los pies de morfeo.

Una vez más, la puerta es tocada con tanta insistencia.

—¡Steve! Terminarás tirando la puerta, cariño —exclamo mientras abro la puerta.

Mi sorpresa es grande, cuando abro y no es Steve al otro lado, es mi esposo enfundado en un hermoso traje negro.

Me sonríe como solo él lo sabe hacer, yo siento mis piernas temblar y me siento desfallecer, todo rastro de cordura se ha ido así como mi capacidad de mantenerme en pie.

Al cabo de un tiempo, siento que tocan mi hombro y muy a mi pesar, abro los ojos esperando que no haya sido un sueño.

Para mi desgracia y dolor, no es mi esposo, es un hombre castaño, alto y apuesto, tanto o más que mi esposo.

Me sonríe tímidamente y rasca su cabeza.

—Disculpa que me haya atrevido a entrar, pero te desmayaste en mis brazos y no podía dejarte tirada —se excusa por su proceder.

—Padre, la bebida está lista. —Escucho la voz de alguien tras de nosotros.

Giro mi cabeza y observo una cabellera castaña clara, una niña muy hermosa de unos ocho años se encuentra de pie tendiendo una taza con algo en ella.

Mi mirada va desde el padre a la pequeña y viceversa.

Ante mi reacción, el hombre interviene.

—Disculpa, me presento, mi nombre es Richard Odonell y ella es mi hija Katherine Odonell.

—Puede moverse, por favor —pido apenada, pues con mi movimiento y su deseo de despertarme, nos hemos quedado a milímetros de distancia.

—Lo siento. —Se disculpa el hombre.

—Me gustaría saber qué hacían en la puerta de mi casa —hablo apenada.

—La tormenta de nieve llegó antes, las carreteras cerraron y no podemos llegar a nuestra casa con este clima, nos preguntamos si puede permitir que por lo menos mi hija se quede acá y yo puedo quedarme en el automóvil —suplica el hombre.

No permitiré que muera congelada una persona, él puede quedarse con su hija en una de las habitaciones, bueno la que era de mi hijo.

—No puedo permitir eso —exclamo— pueden quedarse acá, hay suficiente espacio.

Como puedo me levanto y me dirijo a la cocina, debo preparar algo para comer, no he cenado y estoy segura que ellos tampoco.

—Imagino que no han cenado —comento mientras saco pollo del congelador— si esperan un poco prepararé algo de comer.

Ambos sonríen, y esa sonrisa me recuerda a la calidez de mi familia.

Un nudo se instala en mi corazón y garganta, la aclaro y continúo.

—Mi nombre es Annie y pueden quedarse lo necesario, mientras pasa el mal clima —informo de mi decisión.

—¿No temes que seamos malos? —cuestiona Richard.

—Sí fueran malos, no te hubieras quedado cuando me desmaye, segundo, estando inconsciente te hubieras aprovechado de la situación y por último, no te hubieras disculpado por lo que hiciste —argumento su pregunta.

—Vaya que eres buena —admite.

—Papá, puedo tomar un poco de chocolate, es que ya tengo hambre —dice la niña avergonzada.

Le sonrío.

—Toma el chocolate, cariño, y come estas galletas mientras está la comida —menciono pasando un bote de vidrio, con las galletas que hornee temprano.

No esperaba su reacción, la niña me abraza.

—Muchas gracias.

Le sonrío de manera dulce y su padre observa la escena.

—Lo lamento, ella se ha crecido rodeada de empleados y cuando contraté una niñera, a los días hizo que la despidiera, por eso no está acostumbrada a tratar con mujeres —cuenta el hombre.

—Cariño, esa persona necesitaba el empleo, no debiste hacer eso. —explico peinando con mis manos, su hermosa cabellera.

Ella se acerca y me susurra:

—Ella me decía que haría que papá se casara con ella y me enviarían a un internado a otro país, que papá ya no me querría.

Yo sorprendida la veo y sus ojos están cristalizados.

—Habla, dilo alto, que tu padre sepa la razón de tu proceder —animo a que hable.

Ella repite lo mismo que me dijo a mí. Su padre la abraza.

—Cariño, no sabía eso, yo me casaré solo con una persona que te ame más a ti que a mí, eso tenlo por seguro —confirma.

Una calidez indescriptible se instala en mi pecho, sonrío mientras lágrimas brotan como cascada de mis claros ojos, la niña cuando me ve, se abalanza sobre mí fundiendo así nuestras lágrimas en un solo manantial.

Terminamos la cena entre risas, esas mismas que pensé que había olvidado cómo se escuchaban o incluso cómo realizarla.

La sonrisa de la pequeña, ha sido un maravilloso regalo de cumpleaños y de navidad.

Una noche que prometía ser fría, una noche que prometía ser solitaria, se convirtió en una cálida velada, con increíbles personas y un sentimiento latiendo tenue en mi corazón.

Días y noches solitarias, tardes de dolor y resignación, suspiros ahogados y esos te amo que quedaban guardados. Una visita inesperada, una tormenta helada, una promesa rota y una oportunidad nueva.

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Hoy, hace dos años de esa nevada, hoy, hace dos años del encuentro de tres corazones solitarios, hoy, hace dos años de latidos suaves y sinceros, hoy, hace dos años que vivo de nuevo.

Junto a mi nueva familia, ahora estamos los cuatro porque ya creció la familia, el pequeño Alexander llegó a completar nuestros corazones, estamos esperando su nacimiento y ese será el mejor regalo que podríamos recibir.

Una fuerte nevada, un invierno frío y duro, se convirtió en una cálida nevada, en un nuevo resurgir y en una nueva oportunidad, reviviendo esos te amo, pero ahora hay más que me dicen que también me aman.

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