Una bola de nieve efímera
—Señores pasajeros, deberían llamar a sus familiares. Siento comunicarles que tendremos que pasar la Nochebuena dentro de este acogedor autobús.
Una tormenta de nieve hacía que atravesar el puerto de montaña de Fuentefría fuera demasiado peligroso.
La gente protestaba, resoplaba, suspiraba y se resignaba. No era culpa de nadie, pero en una noche tan señalada, era una gran faena.
Mensajes y llamadas avisaban del contratiempo a quienes les esperaban en sus casas. A más de uno se le escapó una lágrima; otros, en cambio, sintieron cierto alivio y, en un limbo entre esas dos emociones, estaban Ana y Manel.
Eran dos desconocidos que el destino había sentado juntos.
Él no había podido evitar oír la conversación de ella con su novio. Le había pillado ensayando para el concierto de esa noche y casi no le había prestado atención. Ella había colgado triste y decepcionada.
Ana era muy joven, bien podría ser hija de Manel, aunque había que reconocer que él llevaba sus cincuenta y tantos con mucho estilo.
A él su mujer le cogía el teléfono a la sexta intentona. Acostumbrada a su ausencia por cuestiones de trabajo, solo le importaba saber si prefería pavo o faisán para el banquete de año nuevo.
Cada vez sentían más frío, por fuera y por dentro, hasta que él rompió el hielo. Sus bombones de avellana sirvieron de postre del sándwich de jamón a medias. A él le cautivó el crujiente pan de semillas de calabaza y a ella la calidez del tradicional chocolate suizo.
La magia de la Navidad unía dos almas solitarias en una acogedora bola de nieve efímera.
El amanecer encontró a Ana apoyada en el sólido hombro de Manel. Y, disculpados por la presencia de sus guantes, sus dedos estaban entrelazados, unidos, aunque sus pieles jamás se tocarían.
https://youtu.be/3Bv1bW2L6lw
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