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Capítulo 3

Necesito un café urgentemente.

Tengo mucho sueño y son las 9 de la mañana en New York. Joan lleva media hora tratando de no quemar la cocina, y por más que quiero ir a ayudarlo no creo que yo lo haga mejor que él. La mesa del comedor es lo bastante cómoda como para dejar caer mi cabeza sobre ella y dormir por unos minutos más.

— ¿Quieres huevos revueltos quemados o waffles con grumos? —Me pregunta encogiéndose de hombros. Está haciendo todo lo posible para ser un buen anfitrión.

—¿Intentas envenenarme? —Le regalo una sonrisa mientras me froto los ojos tratando de espabilarme. —Con un café soy feliz.

—No tengo. No me gusta, por eso no compro. — me confiesa mientras vierte una mezcla rara en la sartén.

—¿Quieres vengarte por el regalo del abrelatas? —Entrecierro los ojos y lo inspecciono con cuidado. Lleva el mismo pijama de anoche y tiene mejor semblante, o por lo menos es lo que me hace creer. Se ríe a carcajadas con mi pregunta.

—No. —Apaga el fogón y deja las elaboraciones a medias. —Venga, mejor salimos a tomar algo a la cafetería de la esquina.

—La mejor oferta que me has echo esta mañana.

Pido ducharme primero y recuperar las fuerzas para el nuevo día. Salgo del baño con un vestido otoñal con dibujos de calabazas y unas sandalias de cuero. Aprovecho la espera antes de salir para enviarle un mensaje a las chicas y llamar a mis padres. Me faltan las palabras para explicarle lo que sentí una vez que llegué a la ciudad. Pierdo la noción del tiempo y son pasadas las 10 cuando por fin nos decidimos a salir del apartamento. Joan lleva un poulover ajustado de color azul y unos pantalones cortos acompañado de unos tenis deportivos.

—Estás guapísimo. —Tengo la descabellada virtud de hacer y decir lo que pienso. Por lo que Joan no se sorprende con mi comentario, solo sonríe un poco y sus mejillas se tornan de un rosado intenso.

El cielo está nublado y una centena de transeúntes pasan a toda prisa por nuestro lado. Es sábado, se supone que es un día libre ¿no? ¿Por qué todos corren? No lo entiendo, y eso me intriga. Joan me pide que lo siga y caminamos juntos por la avenida.

Si New York de noche es hermoso, de día no pierde sus encantos. Incluso a esta hora me gusta mucho más. El caos con su propio ritmo, con los distintos sonidos que se escuchan a lo lejos, es como si tuvieras una canción de fondo constantemente en tu vida. Es inspirador y a su vez enloquece, es una línea fina la que los divide pero solo tú eres capaz de elegir el camino correcto.

Llegamos a un sitio llamado Ámsterdam Café y me sorprende ver a tantas personas concentradas en un lugar tan pequeño. Las meseras corren de un lado a otro entregando y recibiendo comandas. Es interesante conocer nuevos rostros, cambiar la rutina de siempre saber que es de la vida de las personas como pasa en Glash Village donde todos se conocen. Me gusta imaginarme lo que los demás esconden, sus secretos, sus recuerdos y sus planes futuros. Siempre me ha gustado inventarme historias.

—Ven, podemos sentarnos aquí. —Joan aparta una silla para que yo logre acomodarme en una de las mesas cerca del ventanal de cristal. Estamos muy lejos del bullicio del centro, pero es muy bonito, desde aquí puedo ver todo el lugar.

—¿Vienes mucho aquí? —Le pregunto sin dejar de observarlo todo, las mesas cuadradas, las vidrieras llenas de comidas que desconozco y las luces pegadas en el techo. Me recuerda a esos sitios que salen en las películas americanas donde se desarrollan las más tiernas escenas de romances, esos clichés que tanto me apasionan.

—De vez en cuando.

—Que suerte que tienes, es un sitio especial.

—Si tú lo dices. —me contesta haciéndose el desinteresado, pero algo me dice que él cree lo mismo que yo —¿Cuéntame de ti? Hace dos años que no nos veíamos. —Oh, al parecer se animó a hablar.

—Estoy bien. Ya sabes, con mis libros.

—¿Y? —apoya sus codos sobre la mesa y aún así nuestros ojos nunca están a la misma altura. Cada que estoy a su lado me siento pequeñita y mido 1,75; bajita no soy.

— ¿Y?... ¿Qué quieres saber específicamente? —Veo como se tensa su mandíbula, sabrá Dios lo que esté pensando.

—No lo sé, que tal Londres, tus nuevos proyectos, los chicos...

—¿Los chicos? —arqueo una de mis cejas y niego con la cabeza. —Esa es la parte más complicada de mi vida.

—¿Qué pasó con el primo de Peter? Ese chico con el que te besaste en la boda de April. —me pregunta frunciendo el ceño.

—Baf, me prometió que me llamaría al día siguiente de la celebración. Todavía espero su llamada. —ruedo los ojos molesta, recordar al tonto de Karl siempre termina enfadándome. —Un idiota más para la lista. Solo espero toparme algún día con el chico correcto.

—Yo que tú desisto de encontrar al hombre ideal, eso del amor son puras pamplinas. — Se cruza de brazos y aparta la mirada. Me alarma el tono amargo de su voz, y se me encoge el corazón al imaginarme como se debe sentir tras su divorcio.

—No digas eso, Joan. Que una vez no haya salido bien para ti no significa que siempre sea así. —La camarera se acerca y nos ofrece la carta.

Termino pidiendo un capuchino y unos panqueques con avena, nata, fresas y miel. Joan se decide por unos huevos con tocino y un zumo de naranja. Ante la espera de nuestro desayuno me animo a seguir con nuestra conversación.

—¿Me vas a contar? —capto su atención.

—¿Contar qué? — arquea una de sus cejas y mantiene la pose defensiva de los brazos cruzados.

—No sé, qué tal New York, el trabajo... —imito sus preguntas, pero me muerdo la lengua para no interrogarlo sobre lo que sucedió con Hellen.

—La ciudad está bien. Me gusta vivir aquí, siempre me ha gustado. Solo había accedido a la idea de mudarnos a Grash Village porque Hellen quería, y en parte me hacía ilusión de que Alessia creciera en el mismo sitio en el que yo lo había hecho. —se relaja un poco más. — Ahora mismo en el trabajo no estoy en mi mejor momento. Dentro de 3 meses nombrarán a un nuevo jefe de marketing y no creo que sea uno de los candidatos.

—¿Por qué no? Joan, no me gusta esta faceta pesimista tuya. —le respondo preocupada, y él me regala una media sonrisa.

—Mi jefe cree que soy inestable, con esto del divorcio dice que estoy muy distraído. Aún me pregunto cómo es que no me han despedido.

—Seguro es porque antes eras muy bueno en lo que hacías. —Él asiente y mira por la ventana. Quiero aconsejarlo, debo hacerlo. —Joan, ya han pasado varios meses, y Hellen ha pasado página, deberías tú también hacer lo mismo.

—No quiero involucrarme con nadie en estos momentos. —responde con voz ronca.

Nuestros pedidos llegan al poco rato y tengo la sensación de que he encontrado el mejor café del mundo, es exquisito y que decir de los panqueques. Pocas veces me había sentido tan satisfecha al desayunar. Joan devoró en unos pocos bocados todo el contenido de su plato y esperó a que yo terminara de degustar mi café con calma.

—¿Qué planes tienes para hoy? —le pregunto.

—Ver la tele todo el día.

—¿En serio? Que aburrido. —Me mira con confusión. —¿Por qué no vienes y me sirves de guía por la ciudad?

—Porque eso equivale a no ver la tele. —Me responde regalándome una media sonrisa.

—Venga ya, no es lo mismo recorrer las calles con alguien que ya las conozca bien a ir yo sola. Podría perderme. —Uno mis manos en forma de súplica y termina de dibujar en sus rostro una sonrisa completa.

—¿Sabes qué hay guías que puedes contratar para que te acompañen?

—Sí, pero prefiero que seas tú. Seguro que me sales más barato y me enseñas muchos más lugares. —Suelta una carcajada antes de llamar a la camarera para pedir la cuenta.

—Tendrás que comprarme más que un abrelatas por esto.

Salimos del Café tratando de ponernos de acuerdo con el primero de los destinos que visitaremos. Son tantos los sitios que quiero conocer que no logro decidirme y Joan está a punto de perder la paciencia cuando se presiona con los dedos el puente de la nariz y niega la cabeza por más de una vez. Al final se lo dejamos al azar. Cierro los ojos y señalo en algún lugar del mapa en mi teléfono logrando que sea Brooklyn nuestra primera parada, específicamente el puente.

Más de una vez se me escapa una risita tonta de los labios, me siento como si estuviera a punto de conocer al amor de mi vida. Caminamos hasta la 86 Street, para lograr tomar el metro que nos dejará más cerca del puente. Es fascinante sentirse así, que todo me parezca nuevo, único, que me produzca esos nervios y sienta esas mariposas en el estómago. Que crea que me desmayaré por la embriaguez de adrenalina.

Le doy un pequeño empujoncito a mi acompañante que no deja de entretenerse mirando las grietas del suelo. Sé que es lógico que él ahora no esté impresionado con la ciudad como yo, debe haber pasado por aquí miles de veces desde que se mudó, pero me niego que se pierda en sus pensamientos. Le pido que me cuente de sus primeros años en los Estados Unidos, que me confiese anécdotas de cuando estudió marketing en la universidad de Pennsylvania y si aún guarda revistas de chicas en su habitación.

—¿Cómo sabes eso? ¡Por Dios, qué vergüenza! —Está rojo como un tomate y me río a carcajadas por su reacción, creo que sus ojos se escaparán de su rostro, y le tiembla el labio inferior. Nunca lo había visto tan nervioso.

—Te vi salir un día de la tienda de Mr. Bruce con Jake, ambos guardaron las revistas bajo sus camisetas.

—Ya no lo hago. No quiero que pienses que soy un...

—Creo que la mayoría de los jóvenes en su adolescencia experimentaron de esa manera. No tienes porque avergonzarte. —Lo interrumpo. Al pobre le estaba costando mantenerse en el asiento.

—Ya. —El rosado de sus mejillas le dura para todo el paseo, y disfruto de verlo. —Por cierto, ya que mencionaste a Jake ¿Qué es de su vida? Cuando fui a Glash Village no lo vi. Por falta de tecnología no pudimos mantener nuestra amistad.

—Ahora vive en Australia. Se fue del pueblo meses después de que te mudaras. Quería conocer el mundo. Sus padres dicen que tiene una tienda de tablas de surf en Sídney y está casado con una hippie. Visita el pueblo una vez cada cinco años. Tampoco es que hayamos coincidido, es que mi madre me cuenta todos los cotilleos del pueblo. —No sé cómo aún me sorprendo de como pasa el tiempo. Ver a la mayoría de mis amigos encontrar la felicidad me reconforta pero no negaré que también me duele en el corazón. Ellos han tenido la suerte de vivir ese amor a temprana edad y compartir su vida con alguien. Mientras que yo solo he ido vagando por los lugares buscando a ese alguien especial.

—Te gustaba Jake. —Por un momento creo que lo está preguntando, pero no, la seguridad de sus palabras indica que es mi turno de ponerme incómoda.

—¿Eh? No. —Ni siquiera sé por qué lo niego, si es obvio que lo sabe, pero me sorprende que lo sepa, mi interés del pasado por Jake solo lo conocían mis amigas y...

—Sí que te gustaba. —Me mira y finge una sonrisa amable, pero parece más bien una mueca.

—Vale, me gustaba, pero duró poco tiempo. Fue un enamoramiento de unas 3 semanas. —Me justifico y no digo que no sea cierto. Revolver el pasado no hace más que robarme mil suspiros de un chico fantasma.

—Que fugaz. —rueda los ojos.

—¿Cómo lo supiste? —Me muerdo una uña y muevo mi pierna derecha de un lado a otro. ¿Tan obvios eran mis intereses o Joan lo sabe por otra razón? Solo de pensarlo me tiembla la voz.

—Se te notaba a la legua. Lo mirabas todo el tiempo, y te reías de cualquier cosa que salía de sus labios. —Un tono amargo disfrazado con una sonrisa crea aún más confusión en mi cabeza. Aunque Joan ya me había asegurado de que él no había sido aquel chico de la feria hacía 10 años atrás.

Mi primer beso, no puedo negar que algo en mi interior estaba feliz con la idea de que fuera él. Me vino la duda un día que fui a su casa y cuando me saludó con un beso en la mejilla lo sentí. Llevaba el mismo perfume, ese con aroma a limón, y todo comenzó a hacer clic en mi cabeza. La J en su nombre era más que evidente, y al ser amigo de Jake, pudo haberle pedido que entregara la nota. Ambos tenían una silueta muy parecida, además de la misma altura. Todo cuadraba, ¡Todo! Excepto que él lo negara rotundamente.

«Nunca estuve en las gradas, volví a casa temprano.»

Fue como un balde de agua fría, porque sentimientos desconocidos despertaron dentro de mi ser. Que quizás antes no me había dado cuenta, pero Joan era de las personas más interesantes que había conocido en aquella época y siempre había disfrutado de su compañía...

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