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Capítulo 13

«Somos muy afortunados» son las palabras de Joan, pero incluso a él le cuesta creerlas.

Su jefe cerrará un nuevo contrato con un hotel rural cerca de Orchard Beach. La empresa para la que Joan trabaja vende y realiza artículos de todo tipo referente a las comodidades de un hogar. Muebles, camas, colchones, sofás... y sus principales clientes por lo general son los grandes hoteles de la ciudad, según me contó Joan. La razón de su invitación es muy simple, Mila, la esposa del señor Hunt disfrutó mucho de mi compañía en el brunch y se le ocurrió la maravillosa idea de que los acompañáramos.

Se supone que debo estar emocionada, pero no puedo. Joan está en la cocina preparando algo que si mi olfato no falla, huele fatal. La única justificación que encontré para no tener que hablar con él por más de unos minutos es que necesito ponerme a escribir, cosa que es cierto.

—¿Quieres más salsa? —Me pregunta buscando mi mirada pero yo niego con la cabeza. No está tan mala como pensé que quedaría. —¿Kelly y tú pudieron ir de compras?

—Sí. —Insiste en entablar una conversación conmigo porque sabe que las cosas entre nosotros hoy más que nunca no están bien.

—¿Ya preparaste la maleta para el viaje?

—No, lo haré después de cenar. —Me encojo de hombros. Solo he tenido tiempo de cambiarme la ropa mojada y darme una ducha caliente.

—¿Quieres ver una película más tarde? —Realmente intenta que las cosas sean como antes, pero por más que trate de evitarlo sus palabras siguen incrustadas en mi mente.

—No. Necesito aprovechar todo el tiempo libre que tenga para escribir. Mi editora se volverá loca si le digo que aún no he terminado el libro. —En parte todo lo que le cuento es verdad. Pero ver una película juntos es un plan que nunca rechazaría.

—Rose, lamento haber equivocado las cosas, sé que me comporté como un idiota y creí que tú... bueno, que malinterpreté tus acciones. Después de llegar a casa me di cuenta. —Para mi suerte la humillación no es mayor, después de todo se creyó que yo no estoy interesada en él.

—No pasa nada.

—Tengo mucho que agradecerte. Si no fuera por ti mi jefe nunca me tomaría en cuenta para este viaje. —Sigue mirándome, lo sé porque no puedo dejar de sentir la presión sobre mí.

—Yo no hice nada, el señor Hunt dejó bastante claro en el brunch lo mucho que te aprecia. Estoy segura de que ese ascenso es tuyo. —le confieso mis impresiones y verdaderamente espero que logre ese propósito por el que se casó conmigo.

—En el caso que así fuera nunca antes había invitado a ninguno de sus trabajadores a un viaje así y menos con su familia. Eso te lo debo a ti. —Siento su pierna nerviosa moverse debajo de la mesa y por un momento quiero pedirle que pare, que me desconcentra y que estoy tratando de no pensar en él.

Terminamos de comer en silencio, sin nada que decirnos. Más de una vez pedí en mi mente haber pescado un resfriado y así tener alguna excusa para no tener que ir al viaje, pero al parecer soy como un roble, hace años no me enfermo. Luego de preparar mis cosas de mala gana, me quedo escribiendo en el comedor mientras que Joan se encierra en la habitación. Pierdo la noción del tiempo y me enfoco solamente en mi libro. El dolor en el corazón no hace más que darme fuerzas para que mis palabras cobren vida y llegar casi al final de mi obra.

—¿No vienes a dormir? —Me asusto al ver a Joan a mi lado, parece cansado y su cabello está muy despeinado. No tengo ni idea de qué hora es. Pero la oscuridad en la casa es evidente y la luz del ordenador ya no es suficiente.

—No, prefiero quedarme a terminar esto. —Señalo el aparato, y fijo mi vista en la pantalla nuevamente.

—Estarás muy cansada mañana. Venga, Rose, son las tres de la madrugada. —Posa su mano en mi hombro y ese simple contacto me hace estremecer. ¿Cómo le digo que quiero dormir en el sofá?

—Estoy bien, Joan. No te preocupes, aún puedo aguantar por un poco más de tiempo.

—Te voy a esperar. —aparta una silla y se sienta frente a mí con los brazos cruzados.

—No hace falta. Puedes irte. —Si se queda nunca podré terminar, me desconcentra demasiado.

—Prométeme que dormirás en nuestra habitación. —«Nuestra habitación» por culpa de estas cosas me confundo. No puede decirme que no quiere involucrarse con nadie y luego soltarme esto.

—Es mejor que tengas tu espacio. —Sigo escribiendo o tratando de hacerlo.

—Yo no te dije nada sobre querer espacio, Rose. —responde con suavidad, y a pesar de la oscuridad del comedor puedo verlo fruncir el ceño.

—Es mejor que sea así para evitar mal entendidos. —Por el bien de mi alma enamorada.

—Mañana no habrá un sofá en nuestra habitación de hotel. —confiesa y me pone aún más de los nervios. —Estábamos bien antes de que yo empezara a ver fantasmas donde no los había. Volvamos a lo que éramos. —Se acerca más a mí, y apoya su mano sobre la mía para que deje de escribir. Mi corazón se dispara pero trato de mantener la compostura.

—Iré dentro de un momento. —susurro, antes de apartar mi mano de la suya.

Se marcha confiando en mi palabra y yo realmente cumplo al cabo de unos minutos. Superada por el cansancio me quedo dormida dándole la espalda al chico que esta tarde rompió mi corazón.

Orchard Beach es de las playas neoyorquinas más conocidas y hermosas. En poco más de media hora ya estamos disfrutando de la brisa del mar. Se acerca acción de gracias y la temperatura es menor a 21° C, no es el tiempo perfecto para bañarse en la playa, pero el sol es lo suficientemente agradable como para broncearse.

La habitación del hotel es preciosa, y Joan tenía razón, no hay ningún sofá. Las cortinas blancas y el papel tapiz floreado de las paredes es majestuoso y la elegancia y el buen gusto del diseñador se hace notar. El Orchard Hotel* es sin dudas uno de los sitios más lujosos que he visitado. Un empleado toca a nuestra puerta y nos regala a Joan y a mí con un ramo rosas rojas.

—Hemos recibido información de que hace muy poco que se han unido en matrimonio, de parte de todos los representantes del hotel le deseamos la mejor de las suertes en su vida matrimonial e infinito amor. Que pasen una linda estancia y la vivan como una Luna de Miel. —El chico es encantador y sus palabras me llegan al corazón. Pobre, si supiera la verdad.

—Muchas gracias. —Joan le agradece sonrojado, y me ofrece las flores con cierta inquietud.

—¿Quién les habrá dicho de nuestra boda? —Le pregunto.

—Lo más probable que haya sido el señor Hunt y Mila. —Se encoge de hombros. —Ya me voy, nos vemos esta tarde, vale. —Me regala una sonrisa y se marcha. Su jefe y él tendrán que hacer algunas gestiones antes de que puedan disfrutar de las comodidades del hotel. No estoy muy segura de lo que harán, solo sé que Mila y yo tendremos el día para nosotras solas.

La habitación de al lado es la de nuestros acompañantes. Después de cambiarme de ropa y ponerme mi bañador, salgo en busca de mi nueva amiga para juntas conocer los alrededores del lugar.

Los food truck* no escasean, y los vendedores ambulantes tampoco. La perfecta alineación de las sombrillas clavadas en la arena y las tumbonas para tomar al sol nos tientan. Al ser lunes no hay tantas personas como había imaginado, y me alegra que así sea. Hoy solo los turistas disfrutamos de la playa.

—He comprado tu libro. —Mila y yo nos sentamos en las casillas asignadas por habitación. Una de las ventajas del hotel es que tienes tu espacio reservado, y eso nos facilita el trabajo. Me tenso al escucharla. «Dios, que pensará de mí después de que lo lea.» No quiero condicionarla a que me diga que le gusta sin que sea cierto. Por eso odio que las personas que me conocen lean mis obras.

—¿Sí? —No sé ni qué decir. Mila debe de tener la edad de mi madre, si es que mi ojo clínico no me falla, pero se mantiene en buena forma. También al no haber tenido hijos su cuerpo no ha sufrido cambios drásticos.

—Por tu expresión creo que no ha sido buena idea. —Fija su mirada en mí y no puedo evitar tensarme. Nos conocemos de una tarde, pero tengo la sensación que en otra vida nos debimos de encontrar porque la confianza que me profesa es admirable.

—No es eso, es que si no te gusta sentiré que te he decepcionado. —le confieso.

—Tonterías, si ya estoy enganchada a él, voy por la mitad. Lo he traído para leer un poco mientras tomamos el sol. También traje uno para ti. —Saca ambos libros de su bolso de playa, y me entrega el mío de nombre "La sangre de los cisnes" y según dice en la portada Riley Novak es su autora. Me gusta, me parece todo un misterio.

Mila se recuesta en su tumbona y se despoja de la parte superior de su bañador dejando a la vista sus atributos femeninos. Me quedo sorprendida, de todas las cosas que me imaginé haciendo con Mila hoy, toples* no fue una de ellas.

—¿Qué pasa, querida? ¿Nunca has pintado el lienzo de tu cuerpo completo? —Me pregunta de forma natural como si fuera la cosa más normal del mundo, y que lo es, pero me cuesta aceptarlo.

—Creo que siempre he pintado mi lienzo mal. —Le respondo con una sonrisa.

—No hay mejor manera de estar en la playa que leyendo un buen libro y sintiéndote totalmente libre con tu cuerpo. Inténtalo, te aseguro que no te arrepentirás. —Me hecho a reír de los nervios pero no lo pienso dos veces. Adiós al miedo y al pudor, y a todo lo que eso conlleva.

«Libre» es sin dudas la palabra indicada y por primera vez desde lo ocurrido con Joan trato de divertirme y sentirme tentada a hacer algo que definitivamente me hace feliz. Dejo que el sol pinte mi cuerpo completo, y haga de él el más colorido de los cuadros. Me sumerjo en las páginas de un libro, y tiemblo de emoción por las palabras. Es una tarde preciosa en New York y tengo que decir que de todas las cosas que amo de esta ciudad, la libertad es la primera en la lista.

Disfruto del sol con los ojos cerrados, Mila y yo hemos estado hablando de arte y de nuestras vidas anteriores en Londres, me cuenta que es fotógrafa y que de vez en cuando le gusta leerle a las personas el destino a través de las hojas del té. Me promete que un día me leerá las mías y me enseñará su estudio. Pierdo la noción del tiempo y dejo mi mente en blanco por primera vez en mi vida.

—¿Rose? —Casi me caigo de la tumbona al escuchar mi nombre. No puede ser. ¿No iba a trabajar? Abro los ojos inmediatamente y nuestras miradas se encuentran. Nunca lo había visto tan sonrojado, y su cara de sorpresa dice más de lo que quisiera.

—¿Qué haces aquí? —corro a buscar la parte de arriba de mi bañador y las palabras de Mila resuenan en mi mente. «No te vas a arrepentir.» Pues ya me estoy arrepintiendo.

—Querido, que bueno que ya estás aquí. —Saluda mi amiga a su esposo con un beso en los labios y me doy cuenta que ni siquiera se molesta en cubrirse, al contrario de mí que aún estoy buscando mi prenda. «¿Dónde diablos está? Por Dios, aparece.

—Terminamos de trabajar temprano. —No sé si me está mirando o no, porque ahora mismo le estoy dando la espalda y no pretendo voltearme hasta que encuentre algo con lo que cubrirme. «El libro» el libro es mi aliado. "La sangre de los cisnes" cubre mi pecho desnudo y no puedo estar más agradecida.

—Que bien. —Jadeo por los nervios, tengo la boca seca y las ganas de salir corriendo me invaden.

—Rose, querida, estás arruinando tu lienzo. —Por un momento creo que Mila está bromeando pero no, lo dice en serio.

—Ya creo que estoy lo suficientemente bronceada. —Ni loca vuelvo a apartarme de este libro.

—¿Ya se pusieron protector solar? —El señor Hunt se apoya en la tumbona de su esposa y saca un bote de crema.

—¡Oh, lo olvidamos, querida! —Mila se lleva las manos a la cabeza, y me mira con espanto. Joan juega con la arena a sus pies, y evita mirar a toda costa a mi amiga por su desnudo. Me hace gracia, pero estoy tan avergonzada porque haya visto el mío que no puedo concentrarme en otra cosa.

—Sí. —me encojo de hombros antes de preguntar. —¿Alguien ha visto mi bañador? —«Que vergüenza por Dios» No puedo volver al hotel escondiendo mis pechos con un libro.

—Debe de andar por ahí, después lo buscaremos, querida. Joan, toma el protector y ponle un poco a mi Rose en la espalda que esa piel linda y suave no dura para siempre. —Está claro que Mila me tiene cariño, y sus palabras están cargadas de buenas intenciones pero ahora mismo me va dar un ataque si Joan hace lo que ella le pide.

—No, no, no hace falta. —Me tiembla la voz, y me sonrojo tanto que me arden las mejillas.

—Rose, el protector solar evita el cáncer de piel, es necesario aplicarlo en buenas cantidades. —Me explica el señor Hunt mientras él llena su mano de la crema y la unta sobre la espalda de su esposa.

—Joan, puedes utilizar todo el que quieras. —Mila le acerca el protector y él se voltea para mirarme con cara de confusión. Suspiro derrotada «Esto va a ser muy incómodo.» Me acomodo en la tumbona frente a él apretando el libro contra mi pecho. Aún no me ha tocado y ya estoy temblando de los nervios.

Joan se rasca la garganta con un gesto exagerado y yo enderezo mi columna para no hacerle el trabajo tan difícil. Mi respiración se entrecorta cuando siente el primer contacto y mi corazón lucha por escaparse de mi pecho. Sus manos son cálidas, suaves, y grandes. Se mueven con destreza por mi piel como si la conociera de memoria, y la electricidad que solo he experimentado cuando lo beso vuelve a aparecer, incluso con mayor intensidad que las veces anteriores. Recorre mi torso con alma de escultor, rediseñando mi figura con sus manos y roza cada perfecta imperfección de mi ser. Es un placer desconocido, una especie de seducción muda, cuando la química y la física crean la maravillosa ciencia del amor. Se detiene en seco, no sé cuánto tiempo han estado sus manos sobre mí, pero me sabe a poco y quiero encontrar cualquier excusa para que lo vuelva a hacer.

—¿Este no es tu bañador? —Me giro rápidamente al escucharlo y como yo, sus mejillas están del color del fuego. Recoge la prenda del suelo y la estudia con detenimiento. —Es bonito. —Me regala la más hermosa de las sonrisas.

Nota:
El Orchard Hotel: No existe. Me lo he inventado.

Topless: Forma de vestir de una mujer que, en público, va desnuda de cintura para arriba, en especial la de algunas mujeres en las playas.

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