Capítulo 12
El perfume de la lluvia de la tarde; una mirada indiscreta, el rozarnos las manos en el metro y una sonrisa mítica con sabor a caramelo bastan para convencerme de que estoy loca por él. Aunque eso ya lo sé.
Estamos empapados. Por más que quisimos evitar que la lluvia nos alcanzara antes de llegar a la estación, fue imposible. Mi vestido se ha ajustado a mi cuerpo con cierto descaro y trato de despegar la tela que se ha adherido a mi piel, pero no sirve de nada. Joan me observa inquieto, no dice ni una palabra, y eso me molesta. Lleva todo el viaje en silencio y sé que él no es así. Algo le sucede. Se quita su chaqueta para ayudarme a cubrir las transparencias de mi prenda de vestir y aunque está mojada y pesa el doble de mi cuerpo se lo agradezco, no quería parecer una exhibicionista en New York.
—Gracias, Joan. —Me agarro fuerte de la barandilla del metro y me acerco más a él. —¿Estás bien? Sé que ya te lo he preguntado miles de veces hoy, pero es que estoy esperando a que me digas la verdad.
—Estoy bien. —responde con tono cansado.
—No es cierto.
—Son cosas mías, Rose. —se rasca la nuca con una mano.
—Cuéntame esas cosas tuyas. —insisto y esta vez me fulmina con la mirada.
—Son del trabajo. —vuelve a mentir y lo sé porque se pone más nervioso de lo normal al contestar.
—Joan, ¿Tan malo es?
—¿El qué? —arquea una de sus cejas, y noto que por la lluvia sus largas pestañas se han juntado haciendo resaltar incluso más el verde de sus ojos.
—Lo que te pasa. —No pienso parar hasta averiguar qué es.
—No es malo, es que no sé cómo decirlo. —Se rasca su nuca con una mano y yo me atrevo a no apartar mi mirada de sus ojos. Nuestras manos se rozan en la barandilla y no pienso alejar la mía de la suya. Me conformo con estos simples contactos que logran hacer que mi desesperado corazón lata con más fuerza que nunca. —Hace años que no pensaba en eso y sé que te debo una explicación. —¿A qué se refiere?
—¿Es por mi culpa que estás tan callado? Joan, si soy muy molesta puedes decirlo. Nos tenemos confianza ¿no? —Asiente con la cabeza y se le dibuja una sonrisa que parece más bien una mueca en el rostro al ver mi reacción.
—Llevo días pensando en algo que sucedió hace mucho tiempo y que nunca te he podido confesar. Pero también creo que están pasando otras cosas entre nosotros. —Está sonrojado, y los nervios comienzan a poseer mi cuerpo. ¿Hablará de aquella noche? ¿Me confesará su amor?
—Habla, Joan. —lo animo.
—Te mentí una vez en el pasado. Y solo quiero contarte esto porque necesito pasar página de una vez. No quiero pensar en lo que podría haber sido. Al final yo estoy aquí, y mi vida está bien, lejos de cualquier relación amorosa. A pesar de esta mentira. —Por un momento creí que sus palabras se convertirían en una confesión de amor, pero terminaron rompiendo mi alma y mis esperanzas de llegar a algo con él. Me mantuve fuerte con la mirada firme, y me dediqué a encontrar las pepitas doradas que escondían el iris de sus ojos. He perdido la cuenta de los segundos que han pasado, pero sus palabras me las sé de memoria y no quiero escucharlas a menos que diga que aún me quiere.
—¿Y? —Tuve que disimular mi voz rota. ¿Justo ahora quiere hablar? Ya no tengo ganas de escucharlo.
—Yo si estuve en las gradas esa noche, y estoy bastante seguro de que soy el chico al que besaste creyendo que era Jake. —Le tiembla el labio inferior, y estudia mi rostro inexpresivo.
—Ya lo sabía. —respondo con sequedad. Después de todo solo se quiere desahogar.
—¿Lo sabías? ¿Y por qué no dijiste nada? —Se inclina para quedar a mi altura, no sé quién está más decepcionado con mis palabras si él o yo por las suyas.
—Porque si tú te empeñabas en negarlo, ¿para qué volver a sacar el tema? —Me encojo de hombros y lo veo tensarse.
—Lo negué porque esa noche pasé la mayor vergüenza de mi vida, Rose.
—Joan, no entiendo porqué me hablas de esto ahora, ¿que cambia que yo lo sepa o no? Si tú quieres estar solo. —Llegamos a Manhattan y agradezco que esta sea nuestra parada. Salgo del metro sin esperarlo, aún llueve, pero poco me importa. Tengo peores cosas de que preocuparme.
—Creí que te gustaría saber quién era aquel chico. Y creo también que estás confundiendo las cosas, tengo la impresión de que te gusto, Rose. Y Es mejor que dejemos claro que no estoy preparado para tener una relación con nadie. —Me sigue casi pisándome los talones y yo me detengo en seco. No me puedo creer que me esté diciendo estas cosas.
—En su momento sí quise saberlo, ahora poco importa. Y Joan, que me comporte de forma cariñosa contigo no significa que esté enamorada de ti. —Son tan duras mis palabras que hasta él se detiene para procesarlas. —Una pregunta ¿De verdad te quieres quedar solo? —Lo encaro, no entiendo porqué se hace esto así mismo, por qué no se da la oportunidad de amar, pero lo que menos entiendo es que sea tan cruel conmigo, y rompa mi corazón de esa forma.
—Sí. —susurra, y yo camino en dirección contraria a nuestro apartamento.
—¿A dónde vas, Rose? —Me pregunta tomándome del brazo.
—Kelly me pidió que la acompañara a hacer unas compras. —miento descaradamente para alejarme de él.
—Cuídate, vale.
—Tú también, Joan.
Ni siquiera estoy segura si me encuentro en el Upper West Side, solo sé que necesito hablar con alguien. Saco mi teléfono y llamo a mi única amiga en la ciudad. Afortunadamente Kelly está bastante cerca. La Gran Central es su escenario de los domingos, y para mí, que aún no he tenido la oportunidad de conocer la famosa estación es una pequeña luz en este momento de desamor que estoy experimentando. Tomo un taxi y voy al encuentro de mi amiga.
¿Llorar? Ganas no me faltan, pero no me lo permito. Yo lo sabía, lo supe todo el tiempo, y en parte Will tenía razón. Era imposible que él sintiera algo por mí de la noche a la mañana, sin importar los sentimientos pasados que un día compartimos. Puede que haya malinterpretado algunas de sus acciones o que me ilusionara pensando que lo nuestro no sería diferente a las historias de amor de las películas.
Salgo del taxi ajustándome su chaqueta de mezclilla. Huele a él a pesar de estar mojada, y por un momento siento el impulso de abrazarme a ella y no dejarla ir, aunque sé que cuando llegue a casa tendré que devolvérsela. La lluvia no ha cesado, y por el color del cielo no creo que lo haga en toda la tarde. Es probable que pesque un resfriado si me mantengo mucho tiempo con esta ropa, pero necesito despejar mi mente, y dejar de pensar en él.
La terminal impone grandeza y perfección. Es de los escenarios más utilizados por los filmes americanos, y de los más impresionantes sin dudas.
El ambiente nuevo, el sueño cumplido de estar aquí, y los suspiros de un corazón partido erizan mi piel. Siempre he sido muy mística con estas cosas de la astrología, y ver la bóveda del techo que representa un cielo estrellado, y el zodíaco dibujado, me transmiten la mejores de las energías, y me relajan, me gritan que New York no es una ciudad para estar triste y que el tiempo no se detiene por un mal de amores. Que quizás él no es el indicado como yo tanto creía.
Kelly viene a mi encuentro cargando su teclado. Habíamos quedado vernos justo en frente del famoso reloj que se encuentra encima del punto de información del vestíbulo principal. El que tantas veces he visto por la televisión.
—No traes buena cara. —Se encoge de hombros antes de darme un abrazo. —¿Cuánto tiempo has estado bajo la lluvia?
—Solo un poco. —susurro, y tomo una bocanada de aire. —No he tendido un buen día.
—Me imagino, salgamos de aquí. —Afortunadamente Kelly tiene un paraguas. Me guía hasta las afueras de la terminal. Cerca hay un pequeño café, que según mi amiga, es el mejor del mundo. Nos acomodamos en una pequeña mesa en la esquina, donde nadie pueda escucharnos. No parece que vaya a terminar de llover nunca y por más incómodo que me parezca ya me he hecho la idea de que así sea.
—¿Qué ha pasado? —Kelly me toma de las manos para darme su apoyo.
—Joan cree que estoy enamorada de él. —Ahogo un suspiro y me miro la punta de los pies.
—¿Y no lo estás?
—Sí, estoy enamorada, pero no quería que lo supiera. —le confieso encogiéndome de hombros.
—¿Y él que te dijo? —Kelly está intrigada.
—Lo de siempre, que no quiere involucrarse con nadie. —Sus palabras aún resuenan en mi mente y en mi corazón.
—Lo siento, Rose. —Nos quedamos en silencio por unos instantes hasta que me atrevo a decir.
—Puede que se vuelvan incluso más incómodas las cosas para nosotros ahora, es mejor que me mude a otro apartamento.
—No, no puedes hacer eso. Recuerda que están fingiendo un matrimonio ante el gobierno. Rose, te aprecio demasiado como para querer verte en la cárcel. Debes aguantar un poco. Sé muy bien que en los temas del corazón no podemos intervenir, pero necesitas estar en esa casa, por tu bien, y por el de él. —Ella tiene razón, no puedo arriesgarnos. Jamás me perdonaría el hacerle ese daño a Joan, después del sacrificio que él ha tenido que hacer para que yo pueda obtener mi ciudadanía.
—Creo que entonces es mejor que vuelva a Londres. —Tengo que encontrar alguna solución.
—Rose, no te quedaste en New York por Joan, te quedaste porque te enamoraste de la ciudad. No renuncies a tus sueños por alguien. —Kelly me obliga a mirarla a los ojos. — Esto pasará, quizá conozcas a alguien, y te olvides de él. Joan no es el único hombre en el mundo.
—Pero, Kelly. —vuelvo a suspirar. —Joan y yo tenemos historia. Somos almas gemelas. Nunca encontraré a nadie como él.
—La vida da muchas vueltas, Rose. Todo es posible. Solo no puedes tomar decisiones con el corazón hecho pedazos.
Las palabras de Kelly no me convencen, por más que estuvieran cargadas de buenas intenciones. Joan es mi amigo. Pero mis sentimientos por él son más fuertes que nuestra amistad, y tenerlo cerca es casi una tortura para mí. Cargada de nervios y a punto de romperme, vuelvo a casa, y en el instante antes de abrir la puerta mi teléfono suena.
«Es él» ¿Habrá cambiado de idea? En cualquier caso yo le mentí diciéndole que no estaba enamorada. Pero todavía estoy a tiempo de retirar lo dicho y lanzarme a sus brazos.
Colmada de temores respondo, y sus noticas no son tan buenas como creía. Nos vamos de viaje, en compañía de su jefe y la esposa de este. Tres días de auténtica tortura a su lado.
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