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Capítulo 10

¿Qué hago? ¿Debería acostarme en la cama? ¿Y si finjo estar dormida para cuando él llegue? ¿De qué lado había dicho que dormía? «Mi pijama» ¿Dónde diablos está mi pijama? ¿Y Mi maleta? «Ay Dios mío, ya no sé ni dónde tengo las cosas.»
Estoy temblando de los nervios, ¿cómo terminé aquí?

La habitación es preciosa, con paredes blancas y cortinas gruesas de color grises. Una cama matrimonial bastante espaciosa abarca casi todo el espacio, aunque está todo perfectamente pensado para que sea acogedora, con su guarda ropa y su cómoda con espejo. Hay una única mesita de noche y una foto de Alissa reposa sobre ella. Me acerco a la ventana de cristal, y puedo ver a los coches recorrer las calles de New York, que hoy al igual que en los últimos días, me acoge entre sus brazos. Quién me iba decir cuando recibí aquel correo electrónico aquella noche en Bar Bells, que me enamoraría de la ciudad y cometería la mayor de las locuras de mi vida.

Solo hace un día que Joan y yo nos casamos, y no hay otra cosa que ocupe mi mente. «Joan» El chico fantasma... y ahora en su habitación, por más que quiera estar tranquila no puedo. ¿Guardará él aún esos sentimientos por mí? Quizás había negado su presencia en las gradas la noche que le pregunté porque lo suyo fue algo efímero, como todos los amores en mi vida. Lo más probable es que ya ni le gustara después de aquel beso.

Me inclino hacia adelante apoyando mis manos sobre el ventanal. Hay una pelea de gatos arrabaleros en la esquina, a una cuadra del callejón. No puedo ver bien, así que me muevo más para chismear mejor. Un gato negro y uno naranja se pelean por lo que creo son las sobras de algún desperdicio. «Vamos, Salem, no dejes que el gordo de Garfield te gane.» Sonrío por mis propios pensamientos, y oigo a los gatos gruñir.

—No te irás a tirar ¿no? —Me asusto al escucharlo, y casi me suelto del ventanal y caigo del segundo piso. —¡Cuidado! —chilla y siento que sus manos agarran mi cintura y me tiran dentro de la habitación. —¿Qué estás haciendo? —Creo que sus ojos están a punto de escaparse de su rostro y sus manos siguen sobre mí. Tiemblo por el contacto de sus dedos sobre la piel desnuda donde termina mi blusa y comienzan mis jeans.

—Estaba... eh... había unos gatos... quería verlos pelear, y tú me asustaste. —Los latidos de mi corazón resuenan en mis oídos y la cara de enojo de Joan me pone incluso más nerviosa.

—¿Estás loca? ¿No mides la tensión del peligro? Rose, no puedes inclinarte de esa forma y menos para ver a unos gatos pelear. —Me regaña y no puedo sentirme más avergonzada. Estaba tan sumergida en mis pensamientos por él, y luego me entretuve tanto con las cosas interesantes que sucedían a mi alrededor que no me puse a pensar en lo arriesgada que eran mis acciones.

—Lo siento, aunque si no fueras tan sigiloso al entrar te hubiera escuchado y no me hubiera asustado. —Me cruzo de brazos, y lo miro a los ojos esperando su reacción, pero sigue enfadado y esquiva mi mirada antes de soltarme por completo.

—Traje tu maleta. Supuse que la necesitarías. — No había notado que a su lado están mis pertenencias, y por un momento siento un frío que antes no estaba en la habitación. Es él que perdió el humor.

—Chicos, ¿pasó algo? Escuché gritos. —Oigo decir a Will desde el otro lado de la puerta, y no puedo evitar fruncir el ceño. ¿Pero este chico está pendiente de todos nuestros movimientos o qué? Busco a Joan con la mirada para que me dé una explicación, pero este se apresura a contestar.

—No ha pasado nada, Will. Duerme tranquilo. —Su voz es firme, gruesa y no muy amable como suele ser siempre.

—Vale, buenas noches. —Siento sus pasos alejarse y me centro en Joan completamente. Está buscando alguna prenda en el closet que está empotrado a la pared. Tiene el ceño fruncido.

—¿Sigues enojado? —Me siento en el borde de la cama y observo los músculos de su espalda contraerse.

—Sí, por lo general esto dura unos minutos. —responde con ironía.

—Venga, Joan. Ha sido una tontería. —Me muerdo las uñas, bueno, las pocas que me quedan porque con los días que llevo ya no tengo muchas. Tendré que esperar a que me crezcan.

—No es solo por eso, Rose. —Encuentra su pijama y comienza a deshacerse de su ropa.

—Pero ¿qué haces? No querrás que consumamos el matrimonio ¿no? —Mis mejillas arden al verlo sin camisa, y mis nervios explotan alocadamente. ¿Cómo se le ocurre hacer eso sin previo aviso? Me quiere matar de un infarto seguro.

—¿Qué? ¡No! Solo iba a cambiarme, lo siento. No creí que te fuera a molestar. —«No, si no me molesta, al contrario.» Ahora está avergonzado, y su enojo a pasado a un segundo plano. Se cubre con su pijama que es una camiseta que deja al descubierto sus brazos tonificados, y un poco de su espalda. La misma con la que me recibió la primera noche. —¿Te importa girarte? Es que me quitaré el pantalón. —Le doy la espalda de mala gana, y disimulo para que no vea mi cara de decepción con su respuesta. ¿Es decir que este matrimonio no será consumado?
«Bueno, dijo que no.»

—¿Ya? —Me desespero.

—Aún no. —Estoy segura que rueda sus ojos al contestar. Siempre lo hace cuando ve que me impaciento.

—¿Sigues enfadado? —Vuelvo a agarrar el dobladillo de mi blusa y comienzo a jugar con él por décima vez en el día.

—Contigo, no.

—¿Y con quién estás enfadado? —Quiero voltearme y verle a la cara.

—Con Will.

—Perfecto, entonces échalo a la calle. —Me volteo y es justo cuando termina de ponerse su pantalón de cuadritos.

—No puedo, ya le he dicho que se podía quedar. Además no es para tanto, me enfadé por algo que mencionó de la noche de bodas. —Se sienta a mi lado y siento el calor de su cuerpo a mi alrededor. Es bueno saber que ya no está enojado por mi culpa.

—¿Qué dijo?

—No es lo que dice, sino lo que insinúa. Insiste en que yo me casé contigo de mentira para darle celos a Hellen, y que de una manera u otra volver juntos.

—¡Madre mía, que película se ha montado en su cabeza! ¿Y tú qué le dijiste? —Le pregunto horrorizada. Este Will cada minuto que pasa me cae peor. No entiendo como Joan es su amigo.

—Que estoy casado de verdad y que mi relación contigo nunca tuvo que ver nada con la de Hellen. —Se encoge de hombros y una idea loca me viene a la cabeza.

—Yo sé cómo convencerlo de que estamos juntos. —Me levanto y comienzo a saltar encima del colchón. Joan me mira asombrado y me toma de la mano para que me detenga.

—¿Qué haces? —Me susurra con una sonrisa.

—Es la noche de bodas, cariño. —Lo embullo para que salte conmigo, y no lo piensa dos veces.

—¿Deberíamos gritar? —Basta que me haga esa pregunta para que yo adopte la personalidad adecuada para fingir.

—Oh, Joan, oh. —Me tapa la boca de inmediato con la mano, y él retiene una carcajada. Hacemos tanto escándalo que es probable que los vecinos se alarmen o se quejen por nuestro comportamiento. Seguimos dando vueltas en la cama hasta que estamos a punto de explotar de la risa, y lo suficientemente agotados como para caer rendidos de una vez.

—Después de esto no creo que dude. —Sonríe mirando al techo, y yo lo imito. Su pecho sube y baja de tanta agitación y lo tengo tan cerca que puedo sentir su colonia de hombre, ya no huele a limón como antes, sino a pomelo con madera y me atrevería a decir que hasta con un poco de pimienta. Es una fragancia rica y seductora que sin dudas me hace estremecer. —Gracias por la idea. —jadea.

—No tienes que agradecer.

Nos quedamos allí sin decir ni una palabra, solo mirando al techo donde yo misma ya empezaba a crear figuras imaginarias en mi cabeza. No recuerdo bien cuando nos dormidos, pero despertar tomados de la mano es todo una sorpresa.

Aún traigo la misma ropa de ayer. Ni siquiera me percaté de que no me puse el pijama. Joan está en un sueño profundo, y tranquilo. Sus largas pestañas me hipnotizan, y sus cejas pobladas son una de las cosas que más me gustan de su rostro, son expresivas, hablan por sí solas y lo hacen ver incluso más guapo de lo que es. Me detengo en sus labios, los que no puedo olvidar que he besado dos veces ya, y no pierdo la esperanza de que pueda haber una tercera vez. Mi mano comienza a sudar de los nervios, y tengo miedo de despertarlo, que vuelva a atraparme espiándolo o dibujando en mi mente cada pedazo de piel que ansío tocar. Quiero no moverme, y quedarme así para siempre, dejarlo que sujete mi mano todo el tiempo que desee. Hasta que sea de noche otra vez y la luz de la luna se cuele por la ventana. Y si se atreve a contarme todos sus secretos, yo estaría dispuesta a escucharlos solo y únicamente si despierto entre sus brazos. Ojalá se escaparán de mi mente todos mis pensamientos y lograra confesarle lo que siento. Pero el «no quiero involucrarme» me detiene, y no pretendo que nuestra relación se convierta en un cúmulo de incomodidades.

Diez minutos después, Joan se remueve en la cama y suelta mi mano con delicadeza aún pensado que duermo.
—Buenos días. —Lo saludo mientras él trata de incorporarse.

—Hola. Buenos días. ¿Dormiste bien? —Me pregunta con amabilidad antes de espabilarse por completo.

—La cama es mucho más cómoda que el sofá. —le aseguro y se queda pensativo por un momento.

—No me importa que duermas aquí. Puedes quedarte si te sientes mejor así. —Establecerme en su habitación es una tentación, pero también tengo que decir que dormir en un sofá por unos meses no es la mejor de las ideas para mi columna.

—Gracias, Joan. —No responde, solo se acerca a su closet y toma un traje de esos que utiliza para el trabajo.

—¿No vas a desayunar? —Me pregunta una vez que lo tiene todo listo para darse una ducha mañanera.

—Tu invitado es algo pesado. —Niego con la cabeza. Es muy temprano para aguantar las preguntas y desconfianzas de Will, cosa que aún no me cabe en la cabeza. ¡Que más le da si su amigo está casado con una chica que no conocía! No es que le tuviera que pedir permiso para tener una relación. Además, que no me da buena espina.

—No es tan malo como parece.

—¿En serio? Dime algo bueno que haya hecho. —Me siento en la cama cruzando los pies bajo las sábanas.

—Él ha intercedido por mí estos últimos meses en el trabajo para que no me despidieran. Supongo que le debo el no estar desempleado. —Se encoge de hombros con su confesión.

—Oh, no sabía. Por lo menos es buen amigo. —Mis últimas palabras salen a trompicones de mi boca. No siempre se me da bien admitir algo de lo que aún dudo.

—¿Qué harás hoy? —Me pregunta antes de cerrar la puerta y caminar hasta el baño.

—Quiero seguir conociendo la ciudad. Me quedan muchos lugares por visitar. —El asiente regalándome una sonrisa.

—Cuídate. —Iba a contestarle cuando mi teléfono móvil comienza a sonar indicando una llamada entrante, y él termina de desaparecer por completo de la habitación.

Me apresuro a atender y un grito de espanto casi me revienta el tímpano. Es Adele, mi editora, que se acaba de enterar de mi casamiento y de mi decisión de quedarme en la ciudad.

—Me alegro muchísimo por ti, y entiendo que estás de Luna de miel, pero, cariño, tenemos un calendario de lanzamiento y me prometiste que tu nuevo libro estaría listo dentro de dos meses, y ya han pasado 6 semanas, así que dame las mejores de las noticias y dime qué vas por el final.

—Voy por la mitad. —Le va a dar algo.

—¡Pero, Rose, tienes demasiado atraso! —Suelta otro grito de espanto y apuesto lo que sea que se lleva su mano al pecho.

—Lo lograré, no te preocupes. ¿Cuándo he fallado con la entrega? —La tranquilizo.

—Nunca, pero ahora estás lejos y no puedo ir a tu casa para echarte una mano. —Adele es una buena amiga también, me ayudaba con los quehaceres de la casa para que yo pudiera terminar mis manuscritos la semana o el día antes de la entrega. Nunca he fallado, pero me ha costado noches sin dormir, y tardes enteras sentada frente al ordenador.

—Lo sé, lo sé, pero descuida, podré ingeniármelas. Esta noche retomo la escritura. —Anuncio y de decirlo en voz alta me siento emocionada. Hacía días que no me ponía a escribir.

—Está bien. —Suena más tranquila y tarda unos segundos en decir. —Rose, muchas felicidades por tu matrimonio. Eres muy buena persona, aunque es algo apresurado, merecías que alguien te eligiera de compañera de vida para siempre y estoy feliz de que lo hayas encontrado. —Casi me hecho a llorar y le cuento de mi descabellado plan para poder quedarme en los Estados Unidos, pero sus buenos deseos me emocionan tanto que no me atrevo. Ojalá fuera todo verdad, y no una gran mentira.

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