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Capítulo 75

Le pasé el último plato limpio a Artemis y lo guardó en la repisa de la cocina. Colgué el repasador en su respectivo gancho en la pared. Nos gustaba hacer la mayoría de las cosas sin magia, al estilo muggle.

— Isa —dijo girándose hacia mí. Apoyé mi espalda sobre el borde de la mesada de mármol y lo miré, expectante sobre qué debía decirme. Pero Artie se quedó unos segundos más en silencio hasta que abrió la boca— escucha, tengo que hacer un último viaje a Francia antes de mudarme oficialmente.

— De acuerdo —dije dubitativa— ¿Qué tienes que hacer?

— Debo despedirme de una persona importante.

— ¿Damien? —negó con la cabeza.

— A ese mejor que ni me lo cruce.

— Por qué no tratas de hacer las paces con él —me interrumpió.

— Terminó siendo una persona diferente al Damien que yo consideraba mi hermano. No puedo hacer las paces con alguien que piensa que hago las cosas mal, que esto no es lo correcto —asentí.

— Lo sé, lo siento. No quise traer el tema a colación de nuevo —ondeé mi mano en señal de olvido— ¿A quién tienes que visitar?

— A mi profesor de hipnosis de Beauxbatons. Fue uno de mis pilares los últimos años, desde que mi relación con mi padre empeoró.

— De acuerdo, ¿Qué día vamos?

— ¿Quieres venir conmigo?

— ¿Por qué no? —Me encogí de hombros— ahora estamos juntos para apoyarnos, ¿No es así? —Artie sonrió.

— Le enviaré una carta para ver cuándo está disponible —Asentí con la cabeza. Lo vi caminar tamborileando sus dedos en las paredes hasta subir por las escaleras. Seguí su mismo camino pero cambié de dirección para dirigirme a mi habitación y no a la suya. Me recostaría un rato a descansar.


El día había sido agotador. A la mañana la tienda estuvo repleta de gente, y con Fred y George no damos abasto en atenderla, armar productos nuevos, tratar con proveedores, buscar patrocinios... eran muchas tareas para tan solo tres personas.

No es que me queje, al contrario, nuestra fama y las ventas vuelan viento en popa pero se nos fue de las manos tanto trabajo. No imaginábamos que tendríamos tanto éxito en tan poco tiempo.

Y a la tarde con Artemis tuvimos que ir al departamento de Nymphadora a buscar mis cosas que aún habían quedado allí, aunque fueran pocas. Ella además había ido a Grimmauld place a traer lo último que había dejado yo. Porque claro, tan ilusa fui de pensar que algún día volvería para vivir en ese lugar.

Había sido un día tan agobiador que recién ahora luego de la merienda pudimos lavar los platos del almuerzo y el desayuno.


Me recosté en mi nueva cama doble. Miré el techo blanco impoluto y acaricié el suave edredón de color azul. Artemis dormía en el cuarto antiguo de mamá y yo en el que siempre fue mío. Bueno, en un momento fue de los dos. Luego dejó de serlo para uno de nosotros.

Mi hermano había arreglado casi toda la casa. Tuvo mi ayuda, la de los gemelos, la de Andrómeda y Ted, pero mayormente fue logro suyo. Y se lo agradecí muchísimo porque yo sola no hubiese podido.

Lo bueno es que ahora me sentía de nuevo en mi hogar. Ya no me causaban tristeza las paredes ni los muebles, sino que al contrario, me hacían sonreír cada vez que alguna memoria perdida se hacía presente.

Y eso también fue algo en lo que tuve que trabajar yo misma. Una refacción que tuve que hacer interiormente.


La semana próxima teníamos audiencia en el ministerio por temas de herencia de la familia Black. La casa de Grimmauld Place estaba sin dueño y los únicos que podían heredarla éramos Artie y yo.

Él no me lo cuenta pero sé que está sufriendo igual que yo, o incluso peor.

Dejó a su familia en Francia. Damien y su padre adoptivo, Yves, ya no le hablan. De hecho, lo sacaron casi a patadas de su casa.

Se tuvo que mudar a otro país, con otras costumbres y otro idioma, sin amigos. Tuvo que remodelar una casa, tuvo que enfrentar la muerte de su tío. Y ahora... tenía que lidiar con asuntos del Ministerio de magia.

No sabía qué debía hacer respecto a aquella casa.

Si bien era mucho más grande que donde estábamos ahora, también era mucho más espeluznante. Y esa casa sí que no la podíamos renovar por completo, solo por el hecho de que tenía tantos conjuros dentro que era imposible sacarlos.

Pero tampoco la venderíamos, al menos no por ahora. Tenía mucho valor para la familia. Era nuestro pasado.

Y hasta saber qué hacer con ella o con lo que estaba dentro, la seguiríamos prestando para la Orden del fénix. Sería un cuartel seguro para reuniones.


— Isa —dijo Artie golpeando suavemente en la puerta del cuarto. Alcé mi cabeza de la cama para verlo— tienes visita.

— ¿Ah, si? —Dije confundida mientras me levantaba— ¿Quién? ¿George?

No me había dado cuenta pero quedé tan perdida en mis pensamientos que no escuché ruido ni de timbre, ni de polvos flu ni de aparición. Mucho menos me di cuenta de que el tiempo había pasado tan rápido.

— Tu amigo el del torneo —dijo Artie. Lo mire sonriendo y corrí escaleras abajo para llegar hasta el chico castaño que estaba sentado en uno de los sillones.

— ¡Ced! —dije con alegría. Él se giro a verme y se levantó para saludarme con un abrazo.

— Hola violetita.

— Creí que vendrías en la semana.

— Estaré ocupado, pensé que hoy estarías disponible.

— ¿Ocupado con qué?

— Bueno, eso venía a contarte —lo miré confundida. Me senté en uno de los sillones y lo invité a que se volviera a sentar él también.

— Isa —Artie volvió a asomarse en escena, bajando las escaleras— perdón la interrupción. Iré al pueblo a hacer compras para la cena —asentí con la cabeza— ¿Necesitas algo?

— No, gracias Artie. ¿Tú te quedas a comer? —le pregunté a Cedric. El se encogió de hombros— Habrá pollo y verduras asadas.

— Y de postre torta de naranja —agregó mi hermano.

— Me has convencido con eso —dijo Cedric sonriendo.

— De acuerdo. En un rato vuelvo.

— Adiós Artemis —dijimos Ced y yo al unísono. Seguí al rubio con la mirada hasta perderlo de vista cuando cerró la puerta de entrada. Mi amigo se sentó de nuevo en el sofá aún sonriendo.

— ¿Qué es lo que —me interrumpió.

— ¿Cómo van las cosas por aquí? —Dijo ladeando la cabeza— ¿Artemis? ¿Se está adaptando al cambio?

— No lo sé, espero que sí. No habla mucho sobre lo que siente. Pero al menos sonríe más seguido, desde que llegó... —tomé aire— quiere encontrar un trabajo. Yo le dije que es muy temprano para eso.

— ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?

— Siento que necesita un tiempo libre para él mismo.

— Quizás le parezca mejor mantener la mente ocupada —me encogí de hombros.

— ¿Y qué te trae a ti por aquí? —dije cambiando de tema.

— De acuerdo, sólo... —Cedric se acomodó más en el borde del sofá— sólo no te pongas así como siempre —lo interrumpí.

— Cielos santos, Cedric. Dime de una vez.

— Me aceptaron como auror pero —volví a interrumpirlo, esta vez con un grito.

— ¿¡Auror!? ¿Cuándo te has postulado? ¡No me has dicho nada!

— Te dije que no te pusieras así —me reí.

— Lo siento —lo agarré de ambas manos y me dedicó una amplia sonrisa— ¡Auror!

— Sí, lo sé. No lo puedo creer —le sonreí yo también— aceptaron mi solicitud. El lunes iré al entrenamiento.

— ¡Ay, Ced! Qué felicidad.

— Lo malo es que no nos veremos por unos meses. Volveré para principios de año, si eso te consuela. El entrenamiento será en Rumania. Podría haber aceptado aquí pero implicaba esperar más tiempo para iniciar.

— Oh... ya veo.

No sabía si sentirme desanimada por la parte en que no vería a mi mejor amigo durante casi medio año, pero a la vez era un logro fantástico para él y se lo merecía. Además no es que se fuese a vivir a otro país para siempre, tan sólo era un entrenamiento.

Incluso podría ir a visitarlo algún día, o él me visitaría si algo grave ocurriese. ¿No? No era una prisión.

Pero debía demostrarle que la noticia era mucho mejor que peor. Lo único malo era que nos escribiríamos cartas.

— Uno de los hermanos de Fred y George trabaja en Rumania —dije aclarándome la garganta— Quizás puedas visitarlo.

— Sí, Charlie.

— Ese mismo —sonreí— Espera, ¿Cómo sabes?

— Quizás haya sido tu prima Nymphadora la que hizo mi entrevista y aprobó la solicitud... y al parecer ella y Charlie fueron juntos a Hogwarts —lo interrumpí.

— ¿Mi prima? ¿Tonks? —Bufé— Y ninguno de los dos se atrevió a decirme nada. Te voy a matar. Y luego la mataré a ella.

— No cambiarás nunca —dijo riéndose.



Aquella mañana había sido más tranquila en la tienda. Lo que me preocupaba era que por la tarde Fred y George estarían atendiéndola solos porque yo iría a Francia con Artemis.

Su plan era volver esta misma noche, pero todo dependía de lo que pudiese llegar a suceder. No me quiso decir cuales eran las probabilidades de que volviésemos hoy o mañana, ni tampoco me dijo qué cosas podrían pasar estando allá.

Pero confié en él. Al fin y al cabo era mi hermano mellizo, y yo misma me ofrecí a acompañarlo en esta travesía.

Además me gustaba Francia, me hacía acordar a la abuela Julie. A todos esos veranos que pasaba en su casa mientras mamá, a escondidas, trataba de buscar más información sobre Artemis. Mi primera varita la había comprado allí y también mi hermosa lechuza, mi mascota compañera todos estos años, mi Blinky.

Francia era una parte de mi vida, al igual que lo era para Artemis.


Luego de almorzar en el departamento de los gemelos, los cuatro, mi hermano incluido, bajamos a la tienda para abrirla durante el turno de la tarde. Caminé hasta una de las puertas del primer piso. La naranja eran los baños y la violeta daba a unas escaleras hacia el sótano.

Allí abajo teníamos el depósito y dos oficinas. Una la usábamos para crear mercadería nueva y la otra para tratar con los vendedores.

Yo entré en la puerta violeta para dirigirme hacia la oficina de productos, donde había dejado mi mochila por la mañana, con algunas cosas por si acaso. Después de todo, estaría yéndome de viaje así que debía empacar algo solo para ser precavida.

Cuando me encaminé hacia las escaleras lo vi a George bajando por ellas con una gran sonrisa en el rostro.

— ¿Qué tramas? —dije mirándolo confundida.

— Nada, solo me alegro de verte —contestó. Terminó de bajar la los escalones y se acercó para darme un abrazo. Me dio un beso en la frente y me miró, con sus perfectos ojos azules. George me paretujó aún más contra su cuerpo y continuó dejando pequeños besitos en mi mejilla. Traté de separarme de él pero fue en vano, sólo pude soltar una risa sonora.

— George, mañana me verás —dije todavía riendo— me vas a dar diabetes.

— Es para... que no... te olvides... de mi —murmuró entre medio de un beso y otro. Le agarré la cara para que frenase y me miró con una sonrisa— ¿Funcionará?

— No lo sé —me hice la pensativa— quizás faltaron algunos besos.

— No se diga más —George ensanchó la sonrisa y se acercó de nuevo hacia mí para acortar los pocos centímetros que quedaban entre su boca y la mía. Dándome un último y pequeño beso en los labios.

— ¡Vamos, ustedes dos! —Escuchamos a Fred quejarse desde la puerta— ya dejen de besuquearse que tenemos responsabilidades. Los clientes no se atenderán solos...

Los dos nos separamos y volvimos a reír. Lo tomé de la mano a George y caminamos fuera del depósito, escaleras arriba, hasta llegar al mostrador, donde ambos hermanos nuestros nos esperaban con algo de impaciencia.

— ¿Ya podemos irnos? —preguntó Artie. Yo asentí con la cabeza mientras recibí un pequeño abrazo por parte de Fred.

— No me extrañen mucho —dije sonriéndoles.

— Te amo —dijo George.

— Yo también te amo —dije antes de tomar la mano de Artemis para irnos de la tienda de bromas del callejón Diagon, incluso, para irnos del país.


Odiaba la sensación de desaparecerme. Habían pasado ya varios años desde que lo utilizaba, pero todavía no había logrado acostumbrarme a ella. Por eso siempre que podía me trasladaba de un lugar a otro sin magia; "a la antigua" como le decía Tonks.

Apoyé mi cuerpo en suelo firme y solté la mano de Artie.

Nos encontrábamos en un lugar silencioso, como una colina. Césped verde y lleno de flores, habían algunas estatuas, unas piedras... hasta que caí en la cuenta de que estábamos en la entrada de un cementerio.

Miré a Artemis confundida. Creí que vendríamos a hablar con su profesor, no a visitar tumbas y gente muerta.

Se me hizo un nudo en la garganta al recordar que Sirius no había sido enterrado en ningún lugar. No tendríamos en el futuro un espacio físico en el cual llorar por él. Pero a la vez eso era algo tan de Sirius, que me sorprendía que fuese casualidad la forma en que falleció.

Él hubiese preferido no tener una tumba para que nadie se lamentase allí.

— ¿Qué hacemos aquí? —Pregunté siguiéndole el paso por el estrecho camino empedrado, entre todas las coloridas flores y las tumbas bien adornadas.

— Vine a despedirme de mi madre también —susurró— una de mis madres.

Afirmé con la cabeza y guardé en silencio hasta llegar al lugar indicado. Era una tumba pequeña de mármol rosa, se leía en el epitafio con letras doradas:

Apolline Eloise Lefebvre

Cher à beaucoup, aimé de tous.

1946 - 1988

Abracé a Artie por los hombros. Él sacó su varita de adentro de las medias y la movió con un simple giro de muñeca. Pronto comenzaron a crecer varias flores blancas en la base de la lápida. Miré a mi hermano, quien guardaba silencio, mostrando sus respetos hacia la persona que había sido su madre adoptiva.

Yo lo único que podía hacer en este momento era acompañarlo con unas caricias en su espalda y aguardar, a que terminase de despedirse de ella.



Nos sentamos con Artemis en una mesa de una cafetería de magos, llamada "La sirène chantante", mientras esperábamos a que llegase su profesor.

Esta parte de la ciudad era como el callejón Diagon de los franceses. La primera y única vez que había venido fue a los once años antes de entrar a Hogwarts, cuando tuve que comprar ciertos útiles para llevar. Había venido con la abuela Julie. Estaba escondido de la visión de los muggles, entrando por un viejo y desarreglado hotel.

Un hombre con camisa celeste se nos acercó hacia la mesa y Artemis se levantó de inmediato de su asiento. Por cómo se veían alegres los dos, supuse que aquel era su profesor. Y lo confirmé luego de que se saludaran con un breve abrazo.

El señor no debía ser muy grande, no tenía muchas arrugas en la cara ni canas. Tenía pelo negro y una barba tupida. Una pequeña, casi imperceptible, cicatriz en la mejilla derecha que sólo pude verla por el reflejo de la luz sobre su piel.

¿Comment vas-tu Phillipe? —le preguntó cómo estaba, antes de cruzar miradas conmigo y notar mi presencia. El señor se quedó quieto, esperando a que Artemis nos presentara.

Ah, oui —dijo él cayendo en la realidad— ella habla francés pero creo que estaremos más cómodos hablando en inglés los tres. Isadora, Caleb —el señor extendió su mano para estrecharla cordialmente y le devolví el gesto.

— ¿La misma Isadora de la que me has hablado? —preguntó. Artie asintió con la cabeza, para luego tomar asiento a mi lado y hacer un gesto para que su profesor nos acompañase en la mesa.

— Sí, mi hermana biológica. Técnicamente melliza —ambos se rieron.

— Veo el parecido —dijo Caleb— ¿Así que sabes hablar francés?

— Sí, pero no muy bien —afirmé— mi abuela vivía aquí. Aprendí con ella.

— Yo he hablado mucho con Caleb —dijo Artie mirándome— él sabe, prácticamente, casi toda la historia de nuestra familia. Fue la única persona con quien pude descargarme emocionalmente mientras estaba aquí en Francia.

— Sí, de hecho —se aclaró la garganta— He trabajado un tiempo en Inglaterra, en el ministerio de magia. Quizás te suene loco pero conocí a tu madre... bueno, la madre de ambos.

— ¿De verdad? —Pregunté confundida.

— Así es —agregó Artie— un día estábamos hablando sobre ti, sobre ella, y luego recordé que él había trabajado allí y quizás la conocía.

— Fue una pena lo que le sucedió —dijo Caleb, agachando la mirada.

Una mesera se nos acercó para preguntarnos si ya sabíamos que pedir. El profesor quiso tomar un cortado con tostadas, mi hermano se pidió un licuado de frutillas y yo un té de moras con masitas de manteca.

— A los ingleses les encanta el té, ¿Verdad? —dijo mirándome con una sonrisa.

— Es la costumbre —me reí.

— Caleb también nació en Inglaterra —dijo Artie. El señor asintió con la cabeza, arremangándose las mangas de la camisa hasta los codos.

— Así es. Traté de trabajar en el ministerio de magia inglés pero nunca terminó de gustarme. Probé otras cosas, me mudé a Francia. Y un día me llegó una solicitud de aprobación de Beauxbatons para enseñar allí —sonrió— me fascinó al punto de que nunca más me fui.

— Que bueno poder elegir un trabajo que te guste tanto —murmuró Artie sonriendo— Isadora tiene una tienda de bromas mágicas en el callejón Diagon, supongo conoces el lugar —asintió— La creó junto a su novio y su mejor amigo. Es la mejor tienda que podrás encontrar.

— Tampoco es para tanto Artie —susurré, sonrojándome.

— ¿Artie? —preguntó Caleb confundido— ¡Oh! —Se corrigió— claro, tu nombre verdadero es Artemis.

— Lo sé, esta charla será una confusión de nombres —los tres reímos.

— ¿Y a qué se debe este encuentro? —preguntó mirándonos.

— Pues quería despedirme de ti, al menos de una forma más personal.

— No tiene por qué ser un adiós para siempre, Phillipe.

— No, claro. No creo que lo sea. Además tienes que visitarnos en casa, tienes que venir a conocer el pueblito, es hermoso. Hay colchones de sobra —le sonreí. Artie me miró con la misma mirada de felicidad.

No conocía esta parte de su vida, no sabía quienes eran sus amigos, ni sus profesores del colegio, ni sus enemigos. Por eso me alegraba que ahora pudiese estar con él compartiendo estos momentos, integrándome a la vida que tuvo durante todos estos años, al igual que él estaba tratando de adentrarse en la mía.

Me alegraba poder conocer quien era realmente Artemis. Y verlo sonreír, reírse, recordar anécdotas y personas que lo habían formado en su camino hasta llegar a mí, me hacía sentir que éramos hermanos... porque teníamos mucho más en común de lo que cualquiera de los dos hubiese podido imaginar.



Volvimos esa misma noche a Londres. Aún a tiempo para que las tiendas del callejón Diagon estuviesen abiertas unos minutos más. Utilizamos la red flu para viajar hasta El caldero chorreante, ya que la sensación era algo más placentera que aparecerse, y trotamos hasta El boticario, ya que necesitaba ingredientes nuevos para probar arreglar unos productos que no funcionaban al cien por ciento.

— ¿Seré testeador otra vez? —me preguntó mi hermano mientras entrabamos dentro del negocio. Caminé hasta una de las estantes donde habían varias cajas de colores.

— Sólo si me demuestras estar a la altura de ese honor.

— ¿Y cuándo no lo hice? —ambos reímos. Negué con la cabeza y busqué las cajas plateadas que debían de tener escritas "alas de hada" en letra negra.

— ¿Isadora? —escuché una voz a mi lado. Me giré con rapidez, confundida.

Había una joven parada cerca de nosotros. Tenía el cabello rosado con mechones rojos, ojos casi negros y algunos rasgos que parecían asiáticos. ¿Pero cómo es que me conocía?

Por dios debía parecer estúpida allí parada sin saber qué mierda decir, mirándola.

— ¡Oh! ¿Verity? —dije cayendo en la cuenta de quién era. En mi defensa la chica tenía el pelo teñido y hacía más de un año que no la veía.

— Sí, ¿Cómo has estado?

— Bien, ¿Tú? —Dije— ¿Qué estás haciendo por aquí?

— Ah, repartiendo currículos. Estoy buscando trabajo nuevo. Ya dejé en un par de locales.

— Que bueno —comenté— me alegra haberte visto.

— Algún día deberíamos juntarnos a compartir libros como en los viejos tiempos —dijo sonriendo. Afirmé con la cabeza. Verity iba un año más adelante que nosotros y en hufflepuff, pero Cedric se llevaba bien con ella y un día me la presentó. Congeniamos bien desde un principio porque a ambas nos gustaban los libros muggles, las novelas, las ficciones.

No habíamos compartido mucho sobre nuestras vidas, ella era hija de muggles y le gustaban las historias de romances del 1800. Era todo lo que sabía de la chica. Pero aún así nos llevábamos bien, pasábamos tiempo juntas en la biblioteca y nos gustaba hablar de las historias que leíamos.

— Sí, claro —contesté— envíame una lechuza y arreglaremos.

— De acuerdo. Lo haré —sonrió— nos estamos viendo.

Se despidió ondeando la mano y salió fuera de la tienda.

— Era una compañera del colegio —le dije a Artemis antes de que me preguntara.

— Es bonita.

— ¿Te gusta, eh?

— Sólo dije que me parece linda, Isadora...

— Está bien, está bien. Aunque no soy tonta —me encogí de hombros.

Revisé una vez más la estantería llena de cajas y cogí dos de las que necesitaba. Dos plateadas. Me acerqué hacia el mostrador y pagué las monedas necesarias para luego agradecerle al señor y salir fuera del lugar junto a Artemis.

Nos encaminamos hacia Sortilegios Weasley en silencio, disfrutando del cálido aire que todavía se podía sentir en esta época del año antes de que el clima otoñal nos sorprendiese.

Cuando llegamos y entramos por la puerta, quedaban tan sólo tres personas dentro de la tienda. George se encontraba en la caja y me dedicó una de sus bellas sonrisas al verme. Le envíe un beso volador y él gesticuló como si lo atrapaba. Artemis tan solo se rió de nosotros dos.

— ¿Se quedan a cenar? —nos preguntó el pelirrojo. Lo miré a mi hermano y él se encogió de hombros— perfecto. Será noche de fideos. Probaré una receta nueva.

— Oh, dios —negué con la cabeza riéndome mientras iba para la puerta violeta del fondo. En el camino Fred nos frenó y me entregó un papel en las manos.

— ¿Lo dejas en el escritorio por favor? —asentí con la cabeza. El pelirrojo continuó hablando con las personas que se encontraban comprando aún, y yo bajé con Artemis de nuevo al depósito.

Entré a la oficina y dejé sobre el escritorio de madera el papel que tenía en las manos, para luego leer que era de parte de Verity.

— Ey, Artie —murmuré girándome hacia él— ¿Por qué no trabajas con nosotros? Nos vendría bien una mano extra para atender a los clientes. Así los chicos y yo sólo nos tenemos que preocupar de hacer mercadería, tratar con proveedores y bla bla.

— ¿No lo haces nada más porque soy tu hermano? —dijo apoyándose en el marco de la puerta, cruzando los brazos y alzando una ceja.

— No. No seas idiota. Tú dijiste que querías trabajo y nosotros necesitamos trabajadores. ¿No te parece buen plan? —se acercó hacia el escritorio y señaló con su dedo índice el currículo de Verity.

— Sólo si aceptas también a la chica linda.

— Merlín, yo sabía... —ambos reímos.




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