Capítulo 62
Era el último día en Hogwarts.
Era el fin de un año movido. Movido en muchos sentidos, tantos buenos como malos.
Yo clasificaría a mi sexto curso como una montaña rusa con miles de subidas y bajadas, y definitivamente el final de la atracción había sido una bajada en picada y luego había puesto un freno que hacía desacelerar el carrito de golpe y tu cara chocaba contra la barra de seguridad y tus dientes se hacían añicos.
Sí. Esa era la mejor descripción de lo sucedido.
Cerré mi baúl y me senté en la cama para terminar de guardar todo lo que faltaba en mi mochila. Agarré la foto con Fred y George que teníamos de años atrás, el resto de mis pergaminos y mis plumas, algunas cartas que me habían enviado Remus, Sirius y Tonks, los cd's que había escuchado hace poco y por último, casi sin fuerza, guardé el portarretrato que tenía una foto mía junto a Cedric en nuestro primer año.
— Ten —Alicia se sentó a mi lado y me ofreció un chocolate— te hará bien, no has desayunado nada y no quiero que te baje la presión.
— Gracias Ali —acepté el dulce que me ofrecía y le di una mordida mientras contenía una lágrima pasajera que intentaba escaparse de mis ojos.
— No le tenía que haber pasado esto. No se merecía nada de lo ocurrido —dijo con voz suave— tampoco Viktor merecía el final que tuvo... solo espero que alguna vez haya justicia para ellos —Alicia pasó una mano por mi espalda para acariciarme y se levantó a seguir juntando sus cosas.
Finalicé de comer el chocolate y salí de la habitación cargando mi mochila en los hombros. Sentía que hoy pesaba más de lo normal.
— ¿Terminaste ya? —me preguntó Fred, quien me esperaba en el borde de la escalera en forma de caracol junto a su hermano gemelo. Asentí con la cabeza, y los tres, como en los viejos tiempos, comenzamos a caminar a la par hacia el vestíbulo donde allí nos despediríamos de los otros dos colegios y esperaríamos los carruajes que nos llevarían de vuelta a la estación de Hogsmeade, para dar por finalizado este curso.
— Entonces... —dije, para dispersar el silencio que se había formado entre nosotros— ¿Nos veremos en las vacaciones?
— Ya sabes que eres bienvenida en La madriguera —contestó Fred— cuando quieras podemos arreglar para que vengas.
— Me encantaría —dije sonriendo— pueden venir al departamento de mi prima también. Todavía no lo han conocido. Es pequeño pero... bueno, siempre hay lugar para los amigos.
— Dormiremos en la bañera de ser necesario, no tenemos problema —dijo George, haciendo que Fred y yo riéramos.
Debía admitir que todavía no me acostumbraba a volver a hablarme con George, y que además estuviera todo bien entre nosotros, pero también debía admitir que era grandioso que esto sucediera.
Extrañaba tanto verlo sonreír por alguna idiotez que yo había dicho o reírme de las tonterías que él hacía. Él seguramente que se sentía de la misma forma. Y ni hablar de Fred, que casi le da un infarto cuando nos vio entrar juntos en su habitación aquel trágico día de la última prueba del torneo.
Al llegar al vestíbulo, nos topamos con que casi todo Hogwarts ya estaba allí. Por lo visto, los alumnos estaban ordenados de nuevo como cuando recibimos a las otras dos escuelas. Los gemelos y yo buscamos la hilera de los de sexto año y nos acomodamos entre ellos.
Fred decidió quedarse cerca de Malfoy. Lo miré extrañada.
Desde que empezó a tener esas tutorías con Deneb, Fred había estado más raro de lo normal. Hasta diría que se puso estúpido.
¿Estarían saliendo juntos esos dos?
No podía ser.
Fred me lo hubiese contado si...
Rose Zeller, que estaba delante de nosotros, se giró para irse al fondo de la fila pero no dudó en chocarme con el hombro en el camino. Quitándome de mis pensamientos.
— Son los celos —me susurró Fred al oído. De seguro que habrá captado mi mirada de confusión hacia Rose.
— ¿Celos de qué? —dije aún sin comprender.
— Cree que George la dejó para estar contigo —volvió a decir.
— ¿Qué? Eso es mentira... Pero pues que piense lo que quiera —me encogí de hombros— yo no le hice nada y eso es invención suya.
— No quise negar ese rumor —Fred guiñó un ojo y lo empujé un poco con mi cuerpo.
— Eres un tonto.
— Ya me lo agradecerás —murmuró.
— Basta de secretitos ustedes dos —habló George interrumpiendo.
— ¡Isadora! —escuché que alguien me llamaba por fuera de las filas de los alumnos. Me paré en puntitas de pie y alcé mi cabeza para ver por encima del par de chicas de ravenclaw que estaban delante de mí. Lo vi a Damien intentando buscarme. Me dedicó una de sus típicas sonrisas matadoras al encontrarse con mi mirada. Caminé por entre mis compañeras hasta llegar al inicio de la hilera.
— Damien —dije, frenándome frente a él. Sentía muchos, demasiados, ojos posados sobre mí. Odiaba llamar la atención y peor todavía si yo estaba con un chico al lado.
— Vengo a despedigme de ti —tomó aire— sé que no todo terminó como queggiamos... pero estoy encantado de haberte conocido Isa. Y mucho más de haber podido compartir momentos magavillosos contigo —agaché la cabeza un momento, para que no notara que me había sonrojado y que estaba de nuevo sonriendo como una idiota— ¿Sin rencores?
— Sin rencores —afirmé con la cabeza. Estiré mi mano para estrechársela pero él nada más sonrió divertido. La agarró con suavidad y posó en ella un último beso. Escuché varios chiflidos detrás de mí causando que me sonrojara aún más. Damien se rió y se alejó un paso atrás.
Segundos después, Phillipe se abalanzó sobre mí y no dudó en estrujarme en un abrazo.
— No te olvides de mí tampoco —me susurró. Cerré los ojos y lo apreté con más fuerza a mi cuerpo.
— Nunca —murmuré.
— ¿Por qué no vino Tonks a buscarme? —le pregunté a Remus, quien terminaba de ayudarme a bajar mis valijas del expreso de Hogwarts. Ya quedaban pocas personas en el lugar a comparación de lo bullicioso que es cuando apenas llega el tren. También ya me había despedido de la familia Weasley y de Alicia y Lee. Se habían ido unos minutos atrás.
— Tenía un trabajo del ministerio. Sin embargo, yo también quería mostrarte algo —contestó dejando la jaula de Blinky sobre el resto de mi equipaje.
— ¿Un regalo? —dije sonriendo.
— Más o menos —inclinó la cabeza de un lado a otro— es más como una sorpresa. Pero no tengo dudas de que te gustará.
— Me encantan las sorpresas —dije entusiasmada— excepto si es algún tipo de broma...
— Nada de eso —rió— ¿Vamos? Ahora que eres mayor podremos aparecernos sin problemas.
— ¿A dónde? Necesito las coordenadas de nuestra travesía.
— A mi casa Isa —llevé mi mano derecha a mi frente, haciendo un saludo militar.
— A sus órdenes capitán Lupin —escuché el eco de su risa al mismo tiempo que me mentalizaba el terreno de la casa de Remus, para poder aparecerme justo fuera de la puerta. Todavía no estaba al cien por ciento segura de que pudiera hacer una aparición de manera correcta. Si bien había aprobado el curso de aparición que habían impartido en Hogwarts, para los alumnos mayores de diecisiete años, no había probado el mecanismo fuera del colegio.
Cerré los ojos y apreté la mandíbula con fuerza. Odiaba la sensación que causaba desaparecerse. Todo mi cuerpo parecía estrujarse a la velocidad de la luz e intentaba atravesar un muy, pero muy, diminuto agujero. Cuando sentí tierra firme de nuevo, tanteé todo mi cuerpo con ambas manos para cerciorarme de que cada extremidad y cada parte de mí siguieran en el lugar que debían estar. Quizás podría haber sufrido una despartición o algo así.
Sonó otro crack y Remus apareció a unos metros de mí, con mi pobre mascota aleteando en su jaula y mi equipaje. Se acercó hacia donde yo me encontraba y me miró de arriba abajo.
— ¿Salió todo bien? —habló.
— Perfecto —contesté— aunque debo decir que es una sensación horrible.
— ¿Cómo que estas siendo forzada a pasar por un espacio muy estrecho y sientes una presión en todo el cuerpo a tal punto que se dificulta respirar?
— No podría haberlo descrito mejor.
— Es hasta que te acostumbres —sonrió de lado. Miré a Blinky, quién seguía desesperada dentro de aquellos pequeños barrotes. Negué con la cabeza soltando una risita. Abrí la puerta de su jaula y ella salió de allí felizmente, revoloteando por encima de la casa de Remus.
— Se vuelve loca cuando ve tanto verde alrededor... —murmuré— mejor dejarla fuera un rato.
— Y nosotros mejor entremos —Remus cogió las dos valijas y yo cargué mi mochila en el hombro y la jaula vacía de Blinky en mi mano izquierda. Él entró dentro de la pequeña casa y yo lo seguí por atrás. Estaba todo exactamente igual a la última vez que había pisado ese lugar. Sonreí. Me gustaba mucho estar de vuelta en uno de mis hogares.
Porque sí, este también era mi hogar, junto a Remus.
Me giré para cerrar la puerta, que todavía seguía abierta, cuando escuché la voz de alguien más.
— ¿Remus te has perdido acaso? —Había alguien en el baño— ya había empezado a extrañarte.
— Fueron sólo dos horas canuto —dijo Remus riendo.
¿Canuto?
— Para mí pareció una eternidad —escuché como la puerta del baño se abría, porque reconocía ese suave rechinido que hacía, y no pude aguantarme las ganas de darme la vuelta.
— Traje compañía hoy —Remus me señaló con la cabeza. Sirius estaba inmóvil bajo el marco de la puerta del baño mirándome sorprendido. Pero ahora yo era la que lo miraba atónita. Desde aquella primera y única vez que lo vi en su forma humana en quinto año, cuando sucedió el espantoso accidente de luna llena, hasta ahora, había cambiado muchísimo. Se notaba que ya no era huesudo como antes... y estaba limpio, y afeitado, y con el cabello por encima de los hombros. ¡Y bien vestido! Sonreí sin darme cuenta.
— Hola, tío —dije nerviosa. Sirius me devolvió una sonrisa y caminó con lentitud hacia mí. Me agarró de ambos brazos y continuó mirándome unos segundos más para luego cerrar los ojos y darme un abrazo asfixiador.
Lo abracé tan fuerte como lo hacía él y no pude aguantar las lágrimas. Apoyé mi cabeza en su pecho, ya que él era bastante más alto que yo, y me quedé allí unos cuantos minutos en silencio. Podía sentir como con una de sus manos acariciaba mi cabeza y eso me reconfortaba aún más.
No podía creer que esta era la primera vez que nos dábamos un abrazo y que lo tenía tan cerca sin estar convertido en perro. Ahora me daba cuenta de que esto era real. De que mi tío estaba conmigo, estaba en estos mismos momentos pensando lo mismo que yo. Pensando en lo injusta que había sido la vida para ambos, quizás más para él que para mí. Pensando en cuanto tiempo el destino nos había quitado.
Me separé de él y me agarró firmemente ambas manos.
— Isadora —dijo sonriendo.
— Que gusto me da verte así —dije aclarándome la voz— ya me estaba cansando de que fueras un perro y me lamieras la mano —los tres nos reímos— Gracias, Rem. Fue una linda sorpresa.
— No tienes nada que agradecer.
— Estás... —Sirius hizo una pausa al dirigir sus ojos hacia mi cuello. Mire hacia allí y agarré el dije redondo de oro entre mis dedos— usas el collar que te regale cuando naciste.
— Sí... lo encontré hace unos años y me gustó mucho —lo mire una vez más y levanté la vista hacia Sirius— nunca me lo quito. Creí que ya lo habías visto antes.
— Bueno, digamos que no nos hemos visto en muchas ocasiones —asentí con la cabeza.
— Pero ahora podrán estar mucho tiempo juntos —agregó Remus desde la mesada de la cocina— ¿Quieren un té?
— Me encantaría Remus, querido amigo —le contestó Sirius.
— Te están buscando, ¿Te quedarás aquí? ¿No es un poco peligroso? —le pregunté a mi tío. Giró su cabeza hacia mí y me miró con las cejas alzadas, y luego volvió a mirar a Remus.
— Serán solo un par de días —respondió— luego me iré a otro lado.
— ¿Isa quieres té? —volvió a preguntarme Remus, pero lo ignoré de vuelta.
— ¿A dónde? —dije confundida.
— A un lugar donde estaré a salvo.
— No puedes volver a la cueva esa cerca de Hogsmeade, es una vida horrible e insalubre Sirius. Te mereces algo mejor después de haber estado en Azkaban —me senté en una de las sillas alrededor de la mesa— ¿Por qué no te quedas por aquí en el bosque siendo perro? Podrías comer con Remus y usar su baño. Sería algo más cómodo. O quizás —Remus me interrumpió.
— ¿Isadora Joanne Black, quieres té o no?
— Un poquito —contesté con timidez.
Sirius tomó asiento en la mesa también, mientras que Remus llevaba tres tazas hacia allí. Cada una de un color y forma diferente, al igual que las pequeñas cucharas. Remus nos sirvió el té y acercó una lata con galletas de chocolate para luego sentarse junto a nosotros dos. Luego de unos segundos de silencio decidió romper con ello.
— Irá a su vieja casa.
— Remus... —Sirius le dirigió una fugaz mirada alzando una ceja.
— Tranquilo, no hay porqué ocultárselo. Todavía no la conoces bien pero tu sobrina es muy madura. Además tarde o temprano se va a enterar.
— ¿De qué? —Los miré a ambos— ¿Qué cosa?
— Dumbledore está bastante preocupado por el regreso de quién-tú-sabes y de Harry —explicó Remus— nos ha pedido que formáramos de vuelta un grupo antiguo que, en su momento, luchaba contra los mortífagos y el señor oscuro.
— La Orden del fénix. ¿Verdad? —Sirius me miró sorprendido.
— ¿Cómo lo sabes? —preguntó.
— Oh, Andrómeda me ha hablado sobre ella algunas veces —me encogí de hombros— siempre lo decía con mucho entusiasmo, aunque no haya participado del grupo. Les tiene mucha admiración.
— Bueno, sucede que la casa de Sirius será el cuartel general de la Orden —dijo Remus— yo iré a visitarlo para asegurarme de que esté todo bien mientras él se queda solo allí. Luego tú y Tonks le harán compañía.
— ¿De verdad? —sonreí.
— Es increíble lo mucho que has crecido —murmuró Sirius todavía mirándome incrédulo— eres la copia de Sam.
— Excepto por los ojos —dije— ya lo he escuchado varias veces.
— Iba a decir excepto por esa sonrisa —susurró— es la misma que tenía Regulus.
Era la segunda vez que pisaba aquel lugar.
Y la primera, no había sido para nada grata.
Comencé a tamborilear con mis dedos en mi pierna. Me ponía muy nerviosa estar allí, pero no podía faltar. Cedric estuvo conmigo en todo momento. En la risa y el llanto. En las idioteces y las locuras. En los raspones de rodilla y los corazones rotos. En el principio y el... bueno, de momento gracias al destino y a los astros y a todo lo que fuere, que no había un fin. Pero casi que lo hubo.
Y este lugar lo único que me hacía recordar era que mi madre sí había tenido un final. Justamente dos pisos más arriba de donde me encontraba sentada ahora, en el pasillo de espera del hospital mágico San Mungo.
— Tranquila —sentí la mano de Alicia sobre mi hombro. Me percaté de que estaba mordiéndome las uñas, así que rápidamente alejé mis manos de mi boca.
— No me gusta estar aquí —susurré.
— A mí tampoco —dijo ella.
— Gracias por haber venido conmigo.
— Para eso estamos las amigas —sonrió de costado.
Se abrió la puerta de la habitación que teníamos frente a nuestros asientos en el pasillo y de allí salió un doctor y la señora Diggory lo siguió detrás. Nos miró a ambas con un destello de alegría en los ojos y nos saludó.
— Pueden entrar de a una —dijo ella— está despierto, pero algo sedado todavía.
— Ve —Alicia señaló con la cabeza la puerta. Asentí y caminé hasta la puerta, la cual estaba entreabierta. Respiré hondo, leí la placa que decía "Cedric Diggory", y entré dentro. El chico que estaba recostado en la cama levantó la vista hacia mí.
— Isa —dijo con una amplia sonrisa en el rostro— No sabía que vendrías.
— Hola castaño —murmuré cerrando la puerta. Aguanté un par de lágrimas que querían escaparse de mis ojos y caminé hasta la camilla para darle un abrazo, pero algo me detuvo. Me encontré otra vez viendo todas aquellas vendas que rodeaban sus brazos y la parte visible del pecho que no estaba cubierto por las sabanas.
— Puedes abrazarme —susurró mirándome.
— No quiero lastimarte.
— Un abrazo tuyo no puede lastimarme —reí despacio y me incliné hacia él para darle un suave abrazo, teniendo cuidado de no apretujarlo o de dejar caer mi peso sobre alguna herida. Segundos después me separé y tomé asiento en una silla que estaba allí al costado.
El lugar parecía frío y triste. La habitación era bastante pequeña y tenía una ventana en la pared que enfrentaba a la puerta. Era todo de color celeste pálido, blanco y gris. Justo como la recordaba, de cabo a rabo.
— Gracias por venir. Y por haber venido antes también, mamá y papá me estuvieron contando.
— Tenía que hacerlo. Eres mi mejor amigo Ced, no podía simplemente hacer de cuenta que nada pasó y esperar a que te recuperaras y todo volviera a ser como antes.
— Pues, al parecer hay gente que sí piensa así —bajó los ojos— Cho no vino ni una sola vez.
— Porque es una zorra —me tapé la boca con ambas manos, sorprendida— no quise decir eso, discúlpame —Cedric me miró con las cejas alzadas y luego soltó una carcajada.
— ¿Lo es? —Dijo entre risas.
— ¡No es gracioso! —Reprimí una risa apretando ambos labios— bueno quizás tengo razón.
— Y fue gracioso —los dos sonreímos.
Agarré su mano y la apreté con suavidad.
No tendría que haberle pasado esto. No se lo merecía y no me cansaría de repetirlo una y otra vez.
Su cara tenía unas cuatro cicatrices, en la mejilla, en la frente, en la pera y una pequeña en el tabique de la nariz. Era horrible saber que alguien lo había lastimado tanto y ¿Para qué? ¡Para nada! ¡Para deshacerse de él porque entrometía su camino!
Y ahora, tenía estas marcas de por vida gracias a un desgraciado.
— ¿Sabes quién ha sido? —susurró Cedric, despertándome de mis pensamientos— ¿Mis padres te han dicho?
— ¿Qué? —Lo miré sorprendida— ¿Saben quién fue el miserable que hizo esto? —negó con la cabeza.
— Me refería a si sabías quién fue el que pudo curarme.
— Ah... No, no.
— Snape.
— ¿Snape? —Dije confundida— ¿Nuestro malvado profesor de pociones?
— Él mismo —afirmó— vino al segundo día que estaba aquí, con Dumbledore. Dijeron que la maldición se llama sectumsempra. Claro que yo no recuerdo nada de eso, pero mis padres me lo contaron.
— ¿Estás curado? —Mi voz se entrecortó— creí que seguías igual —le di una mirada fugaz a todo su cuerpo una vez más. Estaba equivocada. Las vendas no tenían ni un rastro de sangre visible y las heridas de su cara estaban cicatrizándose.
— No del todo, pero en camino. De a poco se irá borrando toda la maldición. En un par de semanas ya estaré de alta —sonrió— le dije a mis padres que no te avisaran. Quería darte yo la sorpresa —me abalancé a abrazarlo de nuevo y lo escuché gemir.
— Lo siento —murmuré.
— No importa —sus brazos me rodearon también— el amor es el remedio más fuerte que hay... o bueno eso digo siempre, pero ahora me duele el pecho y... —lo interrumpí.
— Lo siento, lo siento —me separé de él y ambos reímos— gracias Ced.
— ¿Gracias por qué?
— Por quedarte aquí. No sé qué hubiera sido de mí si te hubieras ido.
— Creo que esta frase siempre la has usado tú conmigo, pero ahora me la voy a apropiar —sonrió— no puedes librarte tan fácil de mí.
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