Capítulo 58
Por un segundo creí que me desmayaría. Me faltaba el aire. O mejor dicho, había olvidado cómo se respiraba.
Tragué saliva con una dificultad asombrosa. Se me había formado un nudo en toda la garganta y mis manos no dejaban de sudar.
De seguro me veía ridícula. Debía de verme ridícula.
Es sólo una simple coincidencia de la vida. ¿No? Pueden existir muchas personas en el mundo con ojos violetas y cabello rubio, y no por eso se convertirán en parientes tuyos Isadora. No seas idiota.
— Casualidades de la vida —murmuró él sonriendo. Giró su cabeza otra vez y se dedicó a comer el desayuno que tenía servido en su plato.
El problema es que yo sabía que tenía un hermano perdido por el mundo, en Francia justamente. Y encontrarse con alguien parecido a mí que fuese a Beauxbatons, no sabría decir qué tanta casualidad era... O si el destino nos quería reencontrar.
— Eh, si —comenté nerviosa. Intenté tomar un poco de jugo pero el vaso se movía tanto entre mis dedos que fue imposible no derramar un par de gotas en la mesa.
Tomé un gran sorbo y volví a dejar la copa en su lugar. No quería levantar sospechas en el chico.
— Debeggía estar desayunando en nuestro carruaje —murmuró— pero no me llevo con ninguno de los estudiantes que han venido.
No podía despegar mis ojos de Phillipe. Me sentía una psicópata, una violadora, una asesina serial... pero tal seguía siendo mi asombro que no podía dejar de mirarlo fijamente.
Por suerte él estaba concentrado en la comida y no había notado mi actitud rara. O sino ya habría salido volando de allí con algún pretexto. Yo en su lugar lo hubiese hecho.
— Bonjour Phil —dijo alguien más. Giré mi cabeza asustada, por estar despistada, y vi a otro chico de Beauxbatons sentarse frente a nosotros. Era de pelo negro y de ojos celestes, azulados, tenía piel clara y una fina y pequeña barba alrededor de toda su barbilla.
Lo reconocí de inmediato cuando esbozó una sonrisa... era el mismo chico que ayer me guiñó un ojo.
— Bonjour —contestó el rubio a mi lado.
— Bonjour —dije yo también a modo de broma. Phillipe no dudó en soltar una carcajada.
— ¿Vous la connaissez? —el chico preguntó si me conocía.
Sí, querido, nos conocemos desde que estábamos en el vientre materno. Suponiendo que seamos hermanos. Cosa que no sé, pero que parecería que sí. Aunque sigue siendo raro. Y de seguro que parezco una loca hablando con mi cabeza, otra vez.
Espero no estar haciendo gesticulaciones con mi cara sin enterarme.
— Ella es Isadora —dijo Phillipe— es muy divertida. La acabo de conocer. Sabe francés.
— Oh —el otro chico asintió con la cabeza. Se acababa de enterar que no podía decir cosas feas sobre mí porque yo lo entendería. Una lástima— me llamo Damien —extendió una de sus manos hacia mí. Estaba a punto de estrechársela cuando él agarró la mía y le dio un pequeño beso, haciendo que me sonrojara— un placer, Isadora.
— Es un poco romántico mi hegmano —Phillipe negó con la cabeza, divertido.
— ¿Son hermanos? —pregunté sorprendida.
— ¿No se nota? —agregó Phillipe.
— La verdad que no —dije.
— Isadora paggece más hegmana tuya que yo —Damien se rió. Luego prosiguió a escanearme con la mirada en cuestión de segundos. Sentí que sus ojos penetraban incluso a través de mi ropa.
— ¿Has visto? —Phillipe se giró a verme de nuevo, con una sonrisa en la cara— ella también tiene ojos violetas.
Bueno pero no somos hermanos. Quizás algún pariente perdido.
Si Damien y Phillipe son hermanos, no habría forma de que yo fuera la melliza del otro. A menos que mi madre se hubiera olvidado de contarme el pequeño detalle de que yo tenía otro hermano y que éste también había desaparecido. Pero ya sería una historia demasiado alocada.
— Se pagecen mucho —volvió a decir Damien.
— Así que, ¿Quién participará en el torneo? —pregunté con rapidez para intentar cambiar de tema. Me estaba poniendo nerviosa que hablasen con tanta soltura de que éramos parecidos.
— No, solo él —Phillipe señaló a su hermano con la cabeza— yo no tengo la edad todavía. Cumplo diecisiete recién en febrero —me levanté de un salto del asiento. Ambos chicos me miraron sorprendidos.
— Eh, disculpen, es que-que —tartamudeé— olvidé que hoy tenía que entregar una redacción que no terminé —mentí. Damien se mordió el labio y negó con la cabeza, dándole un aire sensual que no me permitía en estos momentos disfrutar.
— Te vendría bien una recordadora —dijo él. Solté una risa nerviosa y cogí mi mochila.
— Sí... Nos estamos viendo —los saludé a ambos con la mano y ellos respondieron de la misma forma. Atravesé el Gran Comedor lo más rápido que pude y cuando ya estuve en el vestíbulo eché carrera hasta la sala común. Creo que fui más rápida que una Saeta de fuego.
Porque sin dudas tenía que hablar con alguien sobre este tema. Lo más seguro era enviarle una carta urgente a Remus sobre el asunto. O eso creí.
Apenas entré en mi habitación saqué mis pergaminos vacíos, mi tintero y mi pluma y me acomodé en la mesita de luz como pude para comenzar a escribir. Para mi suerte mis compañeras de cuarto no estaban porque me verían en tal apuro que levantaría sospechas.
"Remus, han venido de una escuela francesa y uno de los alumnos es mi hermano. Tiene ojos violetas y pelo rubio y una nariz muy parecida a la mía y el chico..."
Dejé de escribir. Miré el papel.
No. No puedo enviarle esto a mi padrino. Estoy sonando muy desesperada e idiota. Creerá que estoy loca. Estoy loca.
Hice un bollo con el pergamino y agarré uno nuevo, no sin antes tomar una gran bocanada de aire, respirar más tranquila y relajarme.
"Querido Remus:
¿Cómo has estado? Hace días que no sé nada de ti.
Por estos lados hay noticias muy interesantes. Han venido alumnos de Beauxbatons y de Durmstrang para el torneo de los tres magos. Parecen ser bastante sociables.
¿Esa era una de las sorpresas, cierto?
Ya he hablado con dos chicos franceses que son muy divertidos y amables. Uno de ellos se llama Damien y el otro Phillipe, son hermanos pero no se parecen en nada.
No me lo vas a creer, pero el tal Phillipe tiene ojos violetas. Realmente estuve mucho rato pensándolo y quizás, quizás, ¿Podría llegar a ser mi hermano perdido? Es que el chico también tiene pelo rubio y sus facciones se parecen a las mías, sobre todo en la nariz. Y cumple diecisiete años en febrero, como yo.
Anda tú a saber qué día... Salí corriendo del gran comedor cuando me enteré que era ese mes.
No sé si me estoy volviendo loca y estoy muy tocada por el tema desde el año pasado que me lo has contado, pero creo que es demasiado como para que sea solamente una coincidencia. ¿Verdad?
Creí que lo mejor era escribirte y saber qué opinabas del tema. No quiero precipitarme a hacer alguna idiotez. Además sabes lo mucho que me gustan las idioteces.
Respóndeme cuanto antes por favor.
Besos, Isa."
Luego de la única clase que me tocaba en el día -que era transformaciones- me dediqué a estar en mi cuarto leyendo una novela con tranquilidad. Necesitaba despejarme.
El año pasado había logrado conseguir siete TIMO's, aunque astronomía e historia de la magia ya las había descartado para continuarlas. Tan solo me habían quedado defensa contra las artes oscuras, pociones, transformaciones, encantamientos y cuidado de criaturas mágicas. Eran las que más me interesaban, así que no veía porqué sumarles a ellas otras dos materias que no me gustaban y en las cuales prácticamente me quedaba dormida en clase.
McGonagall había sido una suerte de tutora el año anterior para encaminarnos en las materias que nos eran favorables según el futuro que quisiéramos seguir. Se sorprendió cuando le dije que quería inventar artículos, pero a la vez supuso que era algo que concordaba conmigo.
De hecho, hubiese estado muy feliz de saber que gran parte de lo aprendido en transformaciones ya lo había puesto en práctica con Fred y George para experimentar con golosinas.
Cuando llegó la hora de la cena estaba muy -por no decir bastante- entusiasmada. Además de que era el banquete de Halloween, darían el anuncio de los nombres de los tres campeones; uno de cada colegio.
Se notaba la expectativa en el ambiente mientras caminaba hacia el gran comedor. Pude divisar a dos cabezas pelirrojas en la mesa de gryffindor. Fred y George parecían haber aceptado su derrota a estas alturas del partido. Me senté frente a ellos y un segundo después Harry, Hermione y Ron se unieron a nosotros.
— Espero que salga Angelina —dijo Fred.
— ¡Yo también! —exclamó Hermione alegre. Negué con la cabeza— bueno, pronto lo sabremos.
— Cualquiera menos Angelina —susurré cruzando los dedos por debajo de la mesa. George esbozó una sonrisa.
— ¿Por qué? ¿Estás celosa? —dijo él. Juraría que nadie me había escuchado.
— Para nada —me encogí de hombros— pero si sale ella vayan olvidándose de ganar.
— ¿En dónde estuviste todo el día? —Preguntó Fred— ni siquiera te vimos por la sala común. Estuvimos allí hace unos minutos.
— Estuve en mi cuarto leyendo. Necesitaba despejar un poco mi cabeza hoy...
— ¿De qué? —preguntaron ambos al mismo tiempo.
— Pues... de mi vida —dije con seriedad para que no continuaran indagando en el asunto. Poco después todos comenzamos a comer, ya que el banquete había iniciado.
Cuando por fin los platos volvieron a vaciarse se produjo un alboroto en el salón. Lo único que logró callar aquello fue Dumbledore poniéndose de pie.
— Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció el director— según me parece, falta tan solo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa— donde recibirá las primeras instrucciones.
Dumbledore sacó su varita y ejecutó con ella un movimiento en el aire. De inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas talladas. El cáliz de fuego resplandecía con fulgor. Me encantaba esto de la magia.
— De un instante a otro —susurró Lee Jordan, que se encontraba al lado de Harry.
De pronto, las llamas del cáliz cambiaron su tono azul por uno rojo y empezaron a salir chispas de él. A continuación arrojó un trozo carbonizado de pergamino. Dumbledore lo cogió y lo acercó hacia la luz de las llamas lo más que pudo para leerlo.
— El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor Krum.
— ¡Era de imaginar! —gritó Ron con una gran sonrisa en el rostro.
— Y quien más si no él —bufó Fred.
El chico corpulento se levantó de la mesa de slytherin y caminó hacia adelante, a la mesa de los profesores, como habían indicado antes. No me sorprendía que fuera Krum el elegido. Juega espectacularmente bien al quidditch y de seguro que es un alumno muy aplicado. Restaba ver cómo le iría en el torneo.
De repente se apagaron los aplausos y los comentarios. El cáliz estaba rojo otra vez. Tardó unos pocos segundos en lanzar el siguiente pergamino que Dumbledore recogió en el aire.
— La campeona de Beauxbatons —dijo— es ¡Fleur Delacour!
— Miren que decepcionados están todos —dijo Hermione elevando la voz por encima del alboroto y señalando a los alumnos restantes de Beauxbatons. Giré mi cabeza a la mesa de ravenclaw y encontré a Phillipe sentado al lado de su hermano. Ninguno de los dos parecía muy contento con la elección pero Damien por lo menos aplaudía a su compañera.
El cáliz volvió a tornarse rojo y saltaron chispas de él. Comencé a apretar tan fuerte mi túnica con la mano que hasta ya me dolía. Arrojó el último pergamino y Dumbledore lo atrapó de nuevo.
— El campeón de Hogwarts —anunció— es ¡Cedric Diggory!
— ¡Sí! —exclamé victoriosamente.
Casi que doy un salto en el asiento pero los únicos que estaban parados eran los de la mesa de hufflepuff, así que no quería convertirme en el centro de atención en ese momento. Cedric se lo merecía todo para él.
Aplaudí con euforia mientras miraba la cara de Fred y George. Se les notaba a miles de leguas que su odio hacia Cedric había aumentado.
— ¡Estupendo! —dijo Dumbledore cuando el chico había entrado en la sala de trofeos— bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en que todos, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y Beauxbatons, darán a sus respectivos campeones todo el apoyo que puedan. Al animarlos, todos contribuirán de forma muy significativa a... —Dumbledore se calló de repente. Un leve murmullo se expandió y fue silenciado cuando el cáliz de fuego, luego de ponerse rojo y chispear, soltó un cuarto pergamino.
Dumbledore lo agarró y hubo una larga pausa en la cual el anciano sólo se dedicó a leer una y otra vez el papel.
— ¿Qué creen que será? —susurró George mirando a su hermano y a mí. Negué con la cabeza, confundida. Dumbledore se aclaró la garganta y prosiguió a hablar.
— Harry Potter.
Mientras se alzaba un gran revuelo en la sala común, por el hecho de que Potter era el cuarto concursante del torneo de los Tres magos -¿Irónico?- aproveché la oportunidad para escabullirme a mi habitación.
La presencia de Alicia no me molestaba, pero la de Angelina sí. Por suerte estaba muy ansiosa y emocionada esperando a que Harry entrara por el retrato de la señora Gorda, como para percatarse de otras cosas.
Hoy sí que había dejado que todos estemos despiertos y haciendo barullo en la sala, sin embargo, conociéndola, si yo me aparecía por allí de seguro me quitaba puntos tan solo por respirar mientras que los demás prácticamente rompían un vidrio por la euforia y no les diría ni mu.
Pobre Harry...
Todos se creen el cuento de que él colocó su nombre en el cáliz o que se lo pidió a alguien más. Fred, George y Lee estaban sorprendidos y a la vez enojados por lo ocurrido, pero al fin y al cabo preferían mil veces a Potter que a Cedric. Ron también se había creído la historia.
¿Es que nadie se da cuenta de que el chico quiere pasar desapercibido aunque sea un año escolar? Es siempre el centro de atención de Hogwarts ¡Bah, del mundo mágico! No sería tan estúpido de querer meterse en ese torneo teniendo catorce años y una desventaja grande frente a los otros tres participantes, que eran más avanzados, y además sabiendo que es algo peligroso y que Harry ha estado a punto de morir en contadas ocasiones. ¿Sería muy idiota, verdad?
¿Soy la única que así lo cree? Porque ojalá que no.
Ojalá que yo no sea la única cuerda y razonable en este inmenso lugar.
Cerré la puerta de la habitación y noté que Blinky había regresado. Posaba fuera de la ventana ya que la había dejado cerrada por el frío. Caminé, no sin tropezarme antes, hasta allí y le abrí para que el ave se posara sobre mi brazo. Le quité el pergamino que traía atado a su pata y la ubiqué dentro de su jaula en donde le esperaba un gran platillo con comida. Volví a cerrar la ventana para no enfriar todo el lugar y me acomodé en la orilla de mi cama.
Desenrollé el pergamino y mi corazón comenzó a latir con más fuerza al leer que provenía de Remus. No creía encontrar una respuesta suya con tanta rapidez.
"No te desesperes ni te aflijas Isa. Quizás sea él o quizás no.
Deberías buscar la forma de sacarle un poco de información, aunque sea de las cosas más esenciales. No lo sé, pregúntale sobre su infancia, su familia, de quién heredó esos ojos... tú tienes más imaginación que yo, de seguro que se te ocurre alguna idea mejor.
Mientras tanto por las dudas, intenta no perderlo mucho de vista, hazte su amiga. Y si lo logras en algún momento sácate una foto junto a él. Lo más normal sería que esté cambiado a cuando tenía tres años, pero de todas formas eso ayudaría mucho.
Como dicen; una imagen vale más que mil palabras."
Guardé mis apuntes de clase luego de que la campana sonara. Me acomodé la mochila al hombro y salí fuera del aula de defensa contra las artes oscuras.
No me estaba gustando para nada cómo dictaba la materia el profesor Moody. Lo hacía todo muy siniestro y obscuro. Sé que el propio título de la asignatura dice "artes oscuras", pero aquello ya era pasarse de la raya. Nos enseñaba maldiciones, embrujos y conjuros que causaban dolor en la víctima.
Y para peor... los hacía con nosotros... con unos simples alumnos de dieciséis años.
Luego nos obligaba a practicar esos conjuros entre los alumnos, hacía que nos lastimáramos entre compañeros. No me parecía la manera correcta de enseñanza, pero si Dumbledore así lo permitía... Quién era yo para contradecir eso.
En la clase de hoy nos tocó continuar con la maldición cruciatus.
Para mi suerte me había tocado emparejarme con George. Y él era quién lanzaría la maldición hacia mí.
Por más que estuviésemos distanciados y no nos llevásemos bien, ambos sabíamos que teníamos historia detrás y que al fin y al cabo nos queríamos. Al igual que yo no quería lastimarlo de aquella forma, él tampoco quería hacerlo conmigo. Y eso lo pude ver en sus ojos cuando lanzó la maldición desde la primera vez.
Poco después de que saliera fuera del aula escuché una voz detrás de mí que me borró mis pensamientos.
— Isadora —Giré la cabeza para ver el otro lado del pasillo y vi a George acercarse unos pasos hacia mí. Agaché la mirada, no quería hacer contacto visual con él.
— ¿Qué sucede?
— Eh, yo —se rascó la nuca— quería disculparme por lo que ocurrió en la clase.
— El profesor así lo mandó, no tienes porqué pedir perdón.
— Pero es que... te hice daño. Y no era mi intención —se acercó más a mí— solo quiero saber si... ¿Te encuentras bien?
— Estoy bien —afirmé con la cabeza— hoy te tocó a ti echarme el conjuro, quizás mañana me toque a mí hacértelo a ti. Ni te gastes en disculparte George, de ahora en más, al parecer, serán así las clases.
— Pero no me ha gustado nada —murmuró— no quise hacerlo. Lo siento, de verdad. Quiero que estés bien.
— No te preocupes. Ya te he dicho que estoy bien.
Hubo una pequeña pausa entre ambos.
Él me miró.
Yo lo miré.
Sentí su culpabilidad y quise lanzarme a sus brazos para decirle que de verdad estaba todo bien y no me había lastimado, pero en realidad lo había hecho hacía un par de meses cuando me rechazó y después cuando hizo de cuenta que nada había pasado.
Sí, no.
No se merecía mi abrazo. Pero yo sí me merecía un abrazo de él. Incluso noté cómo intentaba acercarse a mí para ¿Quizás abrazarme él?
Nunca lo sabré, porque nos interrumpieron.
— ¿Hola? —preguntó una chica detrás de George. Incliné mi cuerpo y vi una cabellera negra con bucles en las puntas, ojos marrones, pómulos pronunciados y una nariz respingada— ¿Eres Fred o George? —el pelirrojo giró sobre sus talones e instantáneamente Rose Zeller esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
— George, a tus servicios —dijo este a modo de broma. Yo solo me digné a rodar los ojos.
— ¡Genial! —habló Rose— a ti te buscaba. ¿Quieres que nos juntemos ahora a terminar el trabajo de encantamientos?
— ¿Ahora? —noté como los ojos de George se habían movido hacia mí unos segundos. Seguro que quería continuar con la charla de antes.
— Pero si estás ocupado... —Rose me miró con impaciencia.
— Oh, no —me hice la desentendida— él no está ocupado. Sólo hablaba conmigo. ¡Es más! —Sonreí— tengo que pasar por la biblioteca, así que los acompaño.
— Genial —ella sonrió también, pero pude ver la tensión en su mandíbula. Sabía muy bien que quería estar a solas con George y que él no quería estar a solas con Rose. Así que les hice un favor, un medio favor, a cada uno.
— Me las pagarás —me susurró George al oído cuando pasó a mi lado para tomar rumbo hacia la biblioteca.
Para mi suerte... unos metros más adelante estaba no sólo Phillipe, sino también Damien y mi querida Amanda con su perrito faldero Venus Dench. No se despegaban ni por casualidad ambas.
George caminaba unos centímetros delante de mí en silencio. Rose comandaba la fila yendo por delante de nosotros. Así que cuando pasamos al lado del cuarteto no perdí la oportunidad de soltar mi más lindo, sexy y tierno saludo con la mano que pudiera hacer.
Cuando quise darme cuenta, tenía a Phillipe a mi izquierda y a Damien a mi derecha.
Remus tenía razón.
El encanto de los Black era un embrujo muy poderoso.
— Bonsoir mademoiselle Isadora —dijeron ambos.
— Bonsoir monsieur Phillipe, bonsoir monsieur Damien —contesté con la misma alegría que ellos. George giró un poco su cabeza hacia nosotros pero continuó caminando.
— Me gusta como pronuncias mi nombre, Isadora —dijo Damien.
— A mí me gusta como tú pronuncias el mío —el chico esbozó su linda y perfecta sonrisa blanca.
— ¿A dónde vas? —preguntó Phillipe.
— A la biblioteca. Tengo un par de libros que devolver.
— ¿Podemos ir? —preguntó Damien esta vez.
— Claro, ni hacía falta que preguntaras. Cualquier cosa por librarte de esa alimaña llamada Sanders ¿No? —reí por lo bajo.
— ¿Amanda? —Phillipe me miró sorprendido— pero si pagece buena.
— Sí, lo aparenta nada más —fruncí el ceño— si supieran todas las que me ha hecho...
— Me gustaría savoir —dijo Damien. Me reí— ¿Está mal, no? —Asentí con la cabeza— ¿Cómo es?
— Saber. No savoir.
— Sabegh —repitió más para sí mismo que para mí— ¿Nos cuentas entonces?
— Tenemos tiempo libre —agregó Phillipe.
— Sí —me encogí de hombros— no veo por qué no contarles —ambos me sonrieron— Y díganme ¿Qué tal les parece Delacour? ¿La ven como ganadora?
— Ni de broma —contestó Damien— contra los otros tres... no hay chance.
— Eso es porque no te eligió a ti hegmanito. ¡Serías el campeón! ¡Mejor que Potter!
George caminó más rápido y quedó a la par de Rose, quien, por lo visto, se acababa de reír de algún chiste que el gemelo le había dicho.
— ¿Es tu amigo? —preguntó Damien. Giré mi cabeza hacia él y por un momento me perdí entre el celeste de sus ojos, entre las finas líneas que rodeaban su iris y que cambiaban de tonalidades de azul claro, celeste y gris. Tenía un par de pecas justo debajo de los ojos, de seguro se le habían formado por tomar sol. A mi madre le sucedía siempre.
— Tu novio no debe ser pogque a la otra le presta más atención —agregó Phillipe. Volví a mirar hacia adelante y vi a George caminando junto a Rose... pero no solamente caminando... sino que había pasado su brazo por el hombro de la chica. Como solía hacerlo conmigo. Como solía hacerlo cuando todavía nos llevábamos bien y ninguno de los dos había confundido las cosas.
Y cuánto me encantaba que hiciera ese simple gesto conmigo. Tan solo reposar su brazo en mis hombros. Porque yo era su amiga, yo era su chica, yo era su Isadora y yo era la única.
La única con la que hacía aquello.
Y verlo haciéndoselo a Rose me causaba furia, enojo, ganas de golpearlos a ambos.
Tan idiota como eso pero a la vez tan doloroso.
— Somos amigos nada más —murmuré con tristeza.
— ¿Y no tienes novio? —preguntó Phillipe. Yo negué con la cabeza— no te lo creo —sonrió.
— ¿Y por qué te mentiría?
— Es que eres muy bonita —contestó Damien— suena raro que no estés con nadie.
— No tengo buena suerte en el amor —reí.
— Es cuestión de encontrar al indicado —dijo Phillipe.
— Y mientras tanto te puedes divertir con los equivocados —Damien me guiñó un ojo y no pude ocultar mi evidente sonrojo. Él lo notó. Lo sé porque sonrió con sinceridad y me miró con mucha ternura.
¡No, Isa! ¡No! No tienes que cegarte de nuevo y caer rendida a sus pies tan solo porque te parece lindo.
Ay, pero esa sonrisa tan encantadora y esos ojazos celestes...
Maldita sea Damien, maldita sea Francia.
No debería estar flaqueando las rodillas de nuevo por un hombre.
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Les voy a dejar la pronunciación de los nombres franceses:
Chassier: Shasié
Phillipe: Filip
Damien: Dámian
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