Capítulo 55
Me miré en el espejo una vez más. Giré mi cuerpo hasta que pudiera divisar mi espalda. Pasé las yemas de los dedos por donde estaban las cicatrices que días atrás había obtenido. Solo una de ellas era la más perceptible al tacto. Las otras tres casi que ni se veían de lejos.
Suspiré resignada y me metí dentro de la ducha tibia.
No era culpa de Remus por haber hecho lo que hizo. Tampoco lo era de Sirius o de Pettigrew por haber decidido hacer todo ese escándalo aquel día. Ellos no lo sabían. Y yo tampoco. Pero sí era mi culpa.
Era mi culpa por haberle desobedecido a Remus. Era mi culpa por haber ido tras ellos. Era mi culpa por haber querido enfrentarme a un hombre lobo. Era mi culpa por siempre querer meter la nariz en donde no me incumbe. Bueno... en parte me incumbía, pero hubiera sido mejor si me quedaba tranquila en el despacho esperando a mi padrino.
Era mi culpa y nada más que mi culpa que ahora tuviera esas marcas de por vida.
Fred y George habían sido los más inteligentes, para sorpresa mía. Cedric era el único de mis amigos que sabía que yo era animaga. Sin embargo, los gemelos habían llegado a la teoría de que yo ya lo había logrado y que por eso Remus no terminó matándome o mordiéndome aquella noche... Porque yo era un animal, y los hombres lobos actúan de esa forma solo con las personas. Y como última instancia le harían algo así a un animal, que los esté molestando, claro.
Alicia y Lee nada más sospechaban que yo había sido muy suertuda en solo obtener un par de rasguños. Fred y George ya no se tragaban esa historia, así que al día siguiente tuve que terminar por contarles la verdad. Aunque de todas formas no se los iba a ocultar durante mucho tiempo más.
Terminé de enjuagarme el cabello y el cuerpo y cerré el agua de la ducha. Me sequé lo más rápido que pude y cogí la ropa que había dejado sobre la mesada del lavamanos para cambiarme.
Ya comenzaba a sentirse el calor primaveral.
Salí del baño cepillando mi rubio pelo. Ni Alicia ni Angelina estaban en la habitación. Y las entiendo, hoy era un espléndido domingo soleado como para estar encerrada dentro de las paredes del castillo...
Dejé el peine sobre mi mesita de luz cuando noté que Blinky reposaba en el marco de la ventana acompañada de otra lechuza más que no lograba reconocer. Me acerqué hacia ella ya que traía una carta. La soltó en mis manos al mismo tiempo que emprendía viaje de vuelta a su casa.
El sobre era celeste y venía de parte de Nymphadora. Se habría comprado una lechuza nueva, supongo. Ella siempre usaba la que tía Andrómeda tenía y definitivamente aquel animal no era Zafiro.
Abrí el sobre y me senté en mi cama para leer lo que la carta decía.
Querida prima:
Espero que ya te encuentres mejor. Me he enterado de lo que sucedió gracias a Remus. No se lo conté ni a mamá ni a papá. ¿Hice bien, verdad? Creí que sería mejor mantenerlo en secreto para ellos. No sé qué harían si se enteraran.
A papá no le hará nada de gracia si sabe que Remus te ha lastimado. Claro que, sabemos que no fue culpa suya... Pero hazle entender eso a Ted Tonks.
Supongo entonces también te has enterado que soy tu nueva tutora, ¿No? Han enviado las cartas anoche.
Te recogeré mañana en la estación de tren. Estoy viviendo en un departamento a pocas cuadras de allí. Es un barrio tranquilo. No es la gran cosa, pero espero que te guste tanto como a mí. Ya te preparé una pequeña habitación. Intentaré cocinarte algo para darte la bienvenida pero no prometo que salga rico... De todas formas dime que está delicioso.
Te escribo para enviarte la nueva dirección ya que supuse que se la querrás dar a tus amigos, así envían las cartas allí. Es Collier Street, número 24. Piso 3C. Queda en Barnsbury, Londres.
¿Quieres que compre alguna cosa en especial? No sé, ¿Algún cereal que comas por la mañana? ¿Alguna marca de papel higiénico en específico? Cualquier cosa házmelo saber respondiendo a esta carta, sino simplemente nos veremos mañana otra vez.
Te mando un beso,
Tonks.
PD. También tengo una lechuza nueva. Se llama Venecia.
— ¿Venecia? —dije riendo. Al parecer mi prima continuaba teniendo gustos raros.
Nota mental: Intervenir en la elección de los nombres de los hijos de Nymphadora.
Había decidido desperdiciar la tarde yendo a la biblioteca. Quizás encontraba allí a Cedric para charlar un rato. Fred, George y Lee no estaban en su habitación porque fui a tocar la puerta varias veces y ninguno contestó. Tampoco estaban en la sala común.
Supuse que estarían haciendo la última broma del año porque no había razón para perderse eso.
Confirmé que algo habían estado tramando cuando vi a un chico pelirrojo yendo a toda velocidad por el corredor del vestíbulo, tomándome por sorpresa.
— ¿Por qué tanta prisa? —dije a modo de broma cuando él ya se había acercado un poco más a mí.
— ¡No hay tiempo! ¡Corre, corre! —gritó George agarrándome de la mano al pasar a mi lado. Di un tropezón al principio pero luego estuve a la misma velocidad que él.
— ¿Qué sucede? —le pregunté cuando doblábamos por uno de los pasillos.
— Tú sígueme y luego haces las preguntas —contestó sin siquiera girar su cara hacia mí.
Continuamos unos minutos más hasta que llegamos al patio empedrado. Habían un par de grupitos de alumnos jugando a los gobstones y otros sentados hablando y riendo. Se notaba que ya nada más quedaba un día para dejar Hogwarts.
Siempre me parecía una despedida triste. Pero para otros alumnos era más alegre, les daba felicidad volver a sus casas y pasar tiempo lejos de los libros y los exámenes.
Esa última parte concordaba con ellos... Pero cierta parte de mí extrañaba las idioteces que hacía en el colegio, mientras estábamos de vacaciones.
No era lo mismo.
George tironeó otra vez de mi mano, la cual seguía agarrando, y me llevó hasta uno de los rincones del patio. Se sentó en el suelo contra la pared que daba al castillo y yo lo imité colocándome a su lado.
— Nos hemos mandado una de las nuestras —dijo riéndose. Le dio un par de palmadas a la mochila que traía— con Fred nos robamos algunos ingredientes del despacho de Snape. Para no levantar sospechas él se fue hacia el sexto piso con Lee y yo vine para afuera.
— Y vaya casualidades de la vida, te has encontrado conmigo —reí— ¿Ingredientes para qué? —dije confundida.
— Para empezar a fabricar nuestros sortilegios.
— ¡Pero si les dije que yo les compraba las cosas! —Gruñí— son dos idiotas, la verdad. No tenían por qué robar.
— Bueno, es Snape y es fin de curso —se encogió de hombros— cuando note la falta ya será muy tarde.
— No lo vuelvan a hacer —lo apunté amenazadoramente con mi dedo índice— para algo me ofrecí a pagar nuestros gastos... De momento.
— De acuerdo, lo prometo. Vas a ser nuestra primera inversionista —me sonrió— que afortunada eres de obtener ese título.
— ¿Inversionista? Yo soy parte de la empresa, no te olvides de eso —afirmó con su cabeza, dándome la razón— además, los afortunados son ustedes de tenerme a mí.
— Ay, yo —George imitó mi voz— Isadora creída Black.
— Me lo contagié de ti, George ego por los aires Weasley.
— No. Ese es Fred, no yo.
— Aunque a él se le note más, en parte tú también lo eres —chasqueó con la lengua y luego se rió.
— ¿Qué harás en el verano? —George comenzó a juguetear con los cordones de mis zapatillas negras.
— No lo sé. No tengo nada planeado.
— Supongo que ya lo sabes pero puedes venir a casa siempre que quieras —terminó por desatarme los cordones.
— ¿Qué haces? —dije divertida. En ese mismo instante me quitó la zapatilla y la lanzó a un par de metros lejos de nosotros— ¡George! —Ambos nos reímos. Me levanté y caminé hasta donde había quedado la zapatilla. Vi al pelirrojo soltar un par de carcajadas más y me senté a su lado, para luego calzarme otra vez— ¿Te golpeaste la cabeza con algo hoy?
— No, nada más estaba aburrido. Y quería hacerte enojar un poco.
— ¿Y para qué? —alcé una ceja.
— Porque me divierte verte enfadada —sonrió.
— Como si me fuera a enojar por esa tontería...
— Bueno, lo admito. Quería ver tu trasero —los dos reímos— típica frase de Fred.
— ¿Qué sucedió con la chica de ravenclaw con la que salía él? Nunca más me contó nada sobre eso —Pregunté curiosa— Melody creo que se llamaba.
— Que yo sepa dejaron de verse luego de un par de días de la pelea por la cita a Hogsmeade —George se encogió de hombros— ya sabes que a él no le interesa por ahora salir seriamente con alguien. Y ella sí quería. Así que prefirió cortar las cosas por lo sano.
— No entiendo qué problema hay con eso.
— Somos jóvenes aún, ya habrá tiempo para novias en el futuro.
— Sí pero... pero si la chica te gusta y ella gusta de ti, no le veo lo malo en tener algo juntos. No digo "ser novios", eso es nada más un título que se le da a la relación. Hablo de que pueden estar juntos y divertirse y tener a alguien a quien contarle cosas idiotas y en quien puedes confiar.
— Para eso te tenemos a ti —giró su cabeza para verme y sonrió— ¿O no?
— Sabes que no hablo de una amiga. ¿A mí también me besarías? ¿A mí también me agarrarías por la cintura?
— Si me dejaras lo haría —murmuró.
— Entonces es porque te gusto —George soltó una carcajada.
— ¿Yo gusto de ti?
— Mis amigos no quieren besarme. ¿Por qué tú sí?
— Fred te ha besado —rodé los ojos.
— Para no perder una apuesta. Tú también lo has hecho si vamos al caso, así que dejemos esa parte de la historia de lado —George se levantó del suelo— Espera, ¿A dónde vas?
— N-no lo sé —se encogió de hombros. Me paré yo también y antes de que el pelirrojo pudiera salir caminando lo agarré del brazo— ¿Qué?
— No me has contestado George.
— ¿Qué cosa? —lo miré de reojo. ¿Se estaba haciendo el tonto o realmente lo era? Lo más probable es que fuera lo primero.
— ¿Yo te gusto? —volví a preguntar.
— Bueno, eres mi amiga —se rascó la nuca— me gusta que seas divertida y me gusta que —lo interrumpí.
— George —me acerqué más a él— no hablo de eso y lo sabes. Te estoy preguntando si yo te gusto como algo más que una amiga —el pelirrojo se quedó en silencio por unos segundos. Me miró a los ojos como si estuviera intentando meterse en mis pensamientos. Yo nada más me mordí el labio por dentro.
Me parecía una eternidad esperar a que contestara.
— Tú gustas de mí —susurró anonadado— tú gustas de mí —volvió a repetir. Se llevó la mano que tenía libre de mi agarre a la cabeza— por eso Fred se puso así de raro estos últimos meses. Por eso todas las indirectas hacia ti. Por eso... —lo interrumpí.
— Sí. Así es —solté su brazo y tragué saliva con un poco de dificultad— me gustas, George.
Fueron no más de cinco segundos de silencio que me parecieron eternos. En donde mi cabeza viajaba a una velocidad mayor que la luz. Incluso creí que me desmayaría de tanta adrenalina que estaba sintiendo mi cuerpo.
No era la primera vez que me gustaba un chico, ni tampoco la primera vez que decía aquello en voz alta.
Pero confesárselo a George había sido peor de lo que imaginaba. Las piernas me temblaban al igual que al labio inferior de mi boca.
— No sé qué decir —se acomodó mejor la mochila que recargaba sobre uno de sus hombros y se agarró con fuerza de la correa.
¿¡No sabes qué mierda decir!?
— Dime lo que piensas, no sé —dije un poco aturdida todavía— no me dejes hablando sola. Acabo de contarte algo que vengo guardando desde hace tiempo y lo mínimo que espero es que me respondas.
— Es que me has tomado por sorpresa —rió incómodo— jamás me lo imaginé.
— ¿Yo te gusto? —volví a repetir. Se me había hecho un gran nudo en la garganta. No esperaba que la situación tomara este rumbo después de tantas veces que se me había insinuado o que me había tratado de forma diferente.
Está bien, Cedric y Fred me habían dicho que quizás yo estaba confundiendo las cosas pero... ¿Era así? ¿De verdad me había imaginado todas esas veces donde George disimuladamente me coqueteaba?
¡Me había mandado una puta carta de amor anónima el año anterior!
Reconocí su letra poco después...
No podía ser todo un invento de mi cabeza. Yo no me estaba inventando sus sentimientos hacia mí.
— Será mejor que lo hablemos en otro momento o que —se aclaró la garganta— hagamos de cuenta que esto nunca sucedió.
— ¿Qué? George —sentí como las ganas de llorar comenzaban a apoderarse de mí, pero contuve las lágrimas lo más que pude— no es momento para que seas un cretino. Por lo menos, no conmigo.
— No, no quiero serlo —intentó tomarme de la mano pero me solté con brusquedad de él— pero tampoco quiero darte falsas esperanzas.
— ¿Falsas esperanzas? ¿¡De qué cornos estás hablando!? —Grité— ¡Si eres tú el que siempre se me insinúa! ¡Tú te has buscado que yo sintiera cosas por ti!
— Yo —me miró sorprendido— no tuve esas intenciones... somos amigos, siempre fuimos —le interrumpí.
— Claro —una lágrima terminó por escaparse y recorrió mi mejilla— porque todas esas veces que querías besarme eran nada más que amistad.
— Sabes que lo hacía a modo de broma... —rodé los ojos.
— ¿No te gusto entonces? —dije con la voz entrecortada.
— No quiero lastimarte Isadora.
Me limpié la lágrima que se había caído segundos antes con las yemas de mis dedos y lo miré a los ojos una vez más. Ahora demasiado dolida como para hacer contacto visual por más de unos segundos.
— Si fuéramos solo amigos dudarías tanto en contestar que no gustas de mí —negué con la cabeza decepcionada y lo dejé allí en el patio, solo.
Él no intentó llamarme ni buscarme. Yo tampoco quise que lo hiciera.
Caminé lo más rápido que pude devuelta a la torre de gryffindor. No quería hablar con nadie. Quería meterme adentro de mi cama por lo que restaba del día y que el mundo desapareciera por completo de ahora en más.
Nadie me había dicho lo doloroso que era ser rechazada, ni lo difícil que era enamorarse de tu mejor amigo.
Luego del almuerzo fui directo a mi dormitorio. La noche anterior no cené y hoy tampoco estaba dispuesta a acudir al banquete de despedida, pero como mi estómago pedía comida a gritos me escabullí en las cocinas y los elfos me alimentaron alegremente.
Terminé de guardar todas las cosas que estaban fuera de mi baúl en mi mochila justo en el momento en que Angelina y Alicia entraban riendo en el dormitorio.
— Ey, no has venido al banquete —dijo Ali cerrando la puerta tras de sí— ¿Sucedió algo?
Pues sí, que me declaré a uno de mis mejores amigos ayer y me rechazó, sin siquiera darme explicaciones de ello.
Por lo cual no quería verle la cara hoy, ni mañana, y de ser posible en los años venideros tampoco.
— No me sentía muy bien —murmuré desganada— fui a las cocinas a comer algo y nada más.
— No está permitido ir ahí —dijo Angelina— los elfos no son tus cocineros.
— Oh, ¿Porque acaso a ti te cocina Dumbledore, genia? —Fruncí el ceño— los elfos hacen la comida que está en el gran comedor, y que tú también comes.
— Me refiero a que no son tus esclavos como para que les vayas a mangonear alimento cuando quieras.
— Ellos son felices haciéndolo y yo soy feliz aceptando lo que me dan —me encogí de hombros— y eso es lo que me importa.
Y sino ve a liberarlos a todos si tanto te molesta; me dije para mí misma.
— Te quitaría puntos en estos momentos pero es una lástima que ya haya terminado el curso —se cruzó de brazos y se giró a verme.
— ¿Es tu nuevo deporte, Angie? —Me coloqué la mochila en los hombros— ¿Quitarle puntos a tu propia casa?
— No se peleen, por favor —intervino Alicia, quien estaba a pocos centímetros de la puerta todavía.
— ¿Es tu venganza porque te va mal en el quidditch? —Me hice la pensativa— ¿O porque Fred no quiere saber nada contigo?
— Te estás pasando mocosa —Alicia se acercó para frenar a Angelina, quien se había acercado hacia mí.
— Tú te lo buscaste sola —caminé hasta la puerta de salida— Qué quieres que te diga.
— El año entrante no tendré piedad contigo, te lo aseguro Black. Si no estás en el dormitorio a tiempo te castigaré. Si te veo haciendo de las tuyas te castigaré —la interrumpí.
— Sí, sí. Y si abrazo a Fred también castígame. Si eso te hace feliz, no seré yo quien nuble tu alegría.
— Me importa un bledo lo que haces o no con Fred y George.
— Pues avísale a tus celos —giré el picaporte y abrí la puerta— porque no se enteraron —terminé de hablar y salí de la habitación dejando detrás un sonoro portazo.
Atravesé la sala común de gryffindor y fui hasta la de hufflepuff, a esperar a que Cedric saliera por allí. Definitivamente no me tomaría los carruajes ni compartiría lugar en el tren con George.
Cuanto menos lo pudiera ver, mejor.
Cuando bajé al andén nueve y tres cuartos me despedí de Cedric con un gran abrazo. Prometimos escribirnos y vernos en el verano, así que no lo extrañaría mucho. Divisé un par de cabezas pelirrojas acercándose hacia la señora Weasley.
Por suerte, antes de que pudiera hacer algo, una joven me estrujó entre sus brazos.
— ¡Tonks! —Dije riendo— ¡Me asfixias!
— Bah, mentirosa —dijo soltándome— estás demasiado delgadita —apretó mi brazo— ¿No te alimentan bien en Hogwarts?
— Siempre fui flaca —me encogí de hombros.
— Cuando papá te vea le agarrará un ataque. Te hará comer treinta elefantes —se rió— Eh, oye —colocó una mano en mi cabeza— ¿He crecido yo o tú te has encogido?
— ¡Basta! —Me reí— Soy pequeña y lo sabes. Me dejarás un trauma de por vida —ella sonrió y pasó su brazo por mis hombros.
— Vamos, te quiero mostrar la casa nueva —afirmé con la cabeza y comenzamos a caminar fuera del andén, mientras yo arrastraba mi carrito.
— Me gusta tu color de cabello —la última vez que la había visto fue en la audiencia con el ministerio y lo llevaba castaño, y antes de eso lo tenía verde azulado. Ahora había cambiado a un fucsia.
— Ya me lo han dicho varios. Quizás me lo deje así —ambas atravesamos la pared mágica hacia la estación de King's Cross.
— ¡Ahí estás! —Escuché la voz de Fred a poca distancia de mí— ¿No te ibas a despedir de nosotros enana? —giré a verlo y se estaba acercando para darme un pequeño abrazo.
— Sí, pero es que no los había visto —mentí. Vi como Tonks se saludaba con la señora Weasley.
Resignada, caminé hasta Ron y Percy para saludarlos con un pequeño beso en la mejilla. Ginny me dio un abrazo y una sonrisa.
Y quedaba George.
Quedaba el idiota, que me miraba como si nada hubiera sucedido entre nosotros dos.
Me acerqué a él y cuando intentó abrazarme lo esquivé, tendiéndole una mano para que la estrechara. En esos momentos pude escuchar a Fred riéndose, que de seguro se pensó que era una de mis típicas bromas...
Oh, pero no lo era Freddie.
George apretó mi mano todavía sorprendido y luego de unos segundos mirándolo fijamente, decidí soltarlo, para terminar por saludar a Molly e irme de aquel lugar con Tonks, con las valijas por delante de mí y dejando atrás mi corazón.
Ambas nos tomamos un taxi muggle que nos dejó en la puerta del edificio donde ella vivía. Estaba a pocas cuadras de la estación, justo como me había contado en la última carta que me envió. Tonks se encargó de llevar el baúl hasta el ascensor mientras que yo cargaba en mi espalda la mochila y en cada mano, la jaula de Blinky y la escoba.
— Lo bueno es que hay ascensores en el ministerio —dijo ella mientras apretaba el botón del tercer piso— y los de los muggles son iguales, pero menos divertidos.
Un par de segundos después estábamos frente a un pequeño hall en el cual había tres puertas y unas escaleras de emergencia. Tonks abrió la que tenía una letra C grabada en ella y entramos dentro del lugar con todas las cosas.
Por lo que podía ver, el departamento no era muy grande, pero sí bastante cómodo. Desde la puerta de entrada se conectaba con un living en el cual había un sofá de dos personas y otro de una. Hacia la derecha se le unía la cocina y había una pequeña mesa con tres sillas. Hacia la izquierda había un pasillo con otras puertas. Las paredes eran todas blancas y el suelo de madera. Nada más se encontraba una gran ventana en el living. Los muebles eran casi todos de madera y los colores variaban del azul para los utensilios de cocina a un verde esmeralda para las cortinas de la ventana.
— ¿Qué te parece? No es la gran cosa pero —la interrumpí.
— Al contrario. Es mucho mejor de lo que crees —giré a verla— es mi hogar ahora —Tonks me sonrió y se acercó hacia mí para colocar una mano en mi espalda.
— Ven, te mostraré tu dormitorio —me guió por el único pasillo que había y giramos en la primer puerta a la izquierda— enfrente está mi cuarto y allí —señaló la otra puerta restante— es el baño.
Di un paso en la entrada de mi nueva habitación. Las paredes eran blancas al igual que la pequeña ventana que había. El suelo continuaba siendo la misma madera que en todo el lugar. Caminé hasta la cama que allí había. Era de madera blanca y tenía tres cajones en la parte inferior. El acolchado era turquesa con algunas líneas horizontales en blanco y celeste.
Había una pequeña lámpara a juego en la mesa de luz blanca que se encontraba junto a la cama. El armario estaba empotrado a la pared, a diferencia del que tenía en casa, que era un mueble aparte. Lo único que quedaba en la habitación era un pequeño escritorio blanco debajo de la ventana, que estaba acompañado de una silla completamente lila.
— Sé que te gustaba que tu escritorio estuviera en ese lugar —lo señaló— por eso lo coloqué allí.
— Me encanta —dije fascinada todavía mirando la habitación— ¿Lo has comprado todo tú?
— Por supuesto. Hace un par de días —se apoyó vagamente en el marco de la puerta— supuse que el blanco era la mejor opción. Quise agregar un poco de color, pero puedes cambiar las cosas a tu gusto. Tú solo dime.
— Pero me agrada así, de verdad.
— De todas formas iremos a comprar un par de cosas más. Necesitas una cortina, una alfombra, un perchero y estantes para la pared, algún cuadro de Inglaterra para adorar a la reina —me reí— y una gigantografía de mi cara.
— No me hace falta nada, en serio. Quizás la gigantografía tuya. Pero no quiero que gastes más dinero en mí del que es necesario.
— Ni te preocupes por eso —hizo una mueca con su cara— iremos de compras te guste o no. De paso me ayudarás a escoger un vestido. Mi jefe de departamentos hará una fiesta y no tengo nada que ponerme. Ya sabes, no es mucho mi estilo pero lamentablemente tengo que ir formal.
— Eso suena divertido —sonreí.
— Y antes iremos a almorzar a algún lugar porque, juro que hice mi mayor esfuerzo, pero intenté hacer un lemon pie y se me quemó. Lo tuve que tirar a la basura. Después de eso desistí de probar si me salían bien los ravioles.
— ¿Lo hiciste porque sabías que era mi comida favorita?
— Por supuesto. Sino jamás me hubiera atrevido a semejante tarea —ambas reímos— ah, y abre la cajonera del medio. Te traje algo —señaló la cama. Me agaché y tiré del cajón que ella me había indicado. Se me hizo un nudo en la garganta al ver aquello.
Agarré el portarretrato con sumo cuidado.
Era una foto que estaba en la sala de estar de mi casa, justo arriba de nuestra chimenea. Mamá y Andrómeda sentadas en el sofá riendo, Nymphadora haciendo muecas desde uno de los costados y yo intentado colgarme de uno de los brazos de mi madre. Esa foto había sido tomada en el cumpleaños de Tonks de 1985.
— Creí —hizo una pausa— creí que te gustaría tener esas cosas de vuelta —dejé el portarretrato sobre la mesa de luz y cogí entre ambas manos lo que quedaba en el cajón. Era un pequeño oso de peluche rosa que me había regalado Remus el día que nací. Dejé el objeto sobre la cama también y me giré a ver a Tonks.
— Gracias —susurré con los ojos aguosos.
— ¿Qué sucede Dora? —Se despegó del marco de la puerta y caminó preocupada hacia mí— ¿Te sientes mal? ¿No te gusta estar aquí?
— No... —Agaché la cabeza— es que ya me había olvidado lo que era tener una mamá —sentí los brazos de Tonks rodeándome y mi cuerpo le devolvió el abrazo como por inercia propia— la extraño mucho.
— Siempre estaré para lo que necesites —murmuró— solo no quiero que pienses que intento reemplazar a Sam, porque no pretendo hacerlo.
— Lo sé —contesté— yo tampoco pretendo quitarle el puesto de madre a ella.
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Yo preparándome para enfrentar a los comentarios del capítulo:
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