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Capítulo 54

Remus volvió a acercarse con rapidez a su escritorio. Tomó el mapa entre ambas manos y lo miró fijamente, con el ceño fruncido. Yo me levanté de la silla todavía sin comprender y comencé a dar vueltas por el despacho un poco alterada por toda la información que mi cabeza estaba generando.

— ¿Pero por qué razón fingiría su muerte? —Murmuré— no tiene sentido, Remus.

— Pues yo tampoco sé la respuesta —contestó. Me acerqué hacia la ventana y miré el cielo, que comenzaba a nublarse— tendré que averiguarla.

— ¿Cómo? —pregunté ingenua. Remus rio por lo bajo pero no contestó. Miré hacia los terrenos y vi a Alicia recostada en el césped junto con otro chico. De seguro era Oliver. ¿Quién más sino?— No me has contestado —giré mi cabeza hacia mi padrino pero él continuaba viendo el mapa sin prestarme atención.

Caminé enojada hacia él y me puse detrás para revisar lo que veía.

Cuando se percató de aquello corrió el mapa de mí, pero un poco tarde, porque yo ya había visto como Sirius, Peter y Ron iban a toda velocidad hacia el Sauce Boxeador.

— ¡Déjame ver! —fruncí el ceño. Remus agarró su varita y la apuntó al viejo pergamino.

— Travesura realizada —dijo calmado.

— ¡No! —Intenté quitarle el mapa de las manos pero con otro movimiento de varita lo envió otra vez hasta su valija— ¡Remus! ¿¡Por qué lo escondes!?

— Para que no se te ocurra verlo —se pasó la manga de la túnica por la frente para limpiar el sudor que le había caído— tengo un asunto que hacer. Tú te quedas aquí hasta que vuelva.

— ¡Pero por Morgana, Remus! —Di un fuerte pisotón en el suelo y me crucé de brazos— ¡Ya sé lo que harás, no soy idiota!

— Mejor entonces —se acercó hasta la puerta de la habitación— porque sabrás que es muy peligroso que vengas conmigo.

— No, no me harás esto —dije entre dientes— yo iré. No puedes obligarme a que me quede aquí sin hacer nada. ¡Quiero ver a Sirius!

— Ya lo has visto —sonrió de lado.

— Vi a un perro negro. No a mi tío —bufé— yo también quiero saber la verdadera historia. ¿Por qué tú tienes que quedarte con toda la diversión?

— ¡Es peligroso! ¡Entiéndelo Isadora! —gritó.


Remus gritó.

La cosa se estaba poniendo fea. Cuando alzaba la voz era por alguna de estas tres razones: Estaba enojado por algo que hice. Estaba enojado por algo que yo intentaba hacer. O estaba enojado porque me comí el último chocolate y no le avisé que no había más.

La segunda opción en este caso.

— Prometo hacer todo lo que me digas —dije implorándole.

— No te dejaré venir —abrió la puerta del despacho— Te quedarás aquí.

— ¿Y crees que cuatro paredes me detendrán? —arrugué la nariz.

— Sé que no —dijo con voz calma— por eso te encerraré hasta que vuelva —terminó de hablar y en menos de un segundo había salido del lugar. Corrí hasta la puerta para agarrar el picaporte, pero cuando fui a girarlo, este no hizo efecto. Ya estaba hechizado.

— ¡Remus! —Golpeé la madera con todas mis fuerzas— ¡Sácame de aquí!

— Es por tu bien —escuché su voz del otro lado— prometo contarte todo lo sucedido cuando regrese.

— ¡Remus! —Volví a golpear— ¡Quiero ir!

Los conté. Di treinta y siete golpes seguidos en la puerta de madera. Pero no había caso, nadie podría escucharme. Entre el resto del colegio y yo había de por medio una enorme aula de clases.

Qué porquería —susurré enojada.

Caminé hasta el pequeño sofá y me senté con brusquedad. Por lo menos si hubiera dejado el tonto mapa abierto podría haber visto que todos estuvieran vivos. ¡Pero no! ¡Tenía que volver a esconderlo!

Ya se estaba pareciendo a la sobreprotectora de mi madre.


Solté un bufido y me crucé de brazos. No quería perderme toda la diversión. Además, quería conocer a mi tío, si al fin y al cabo era inocente debía de ser alguien amable. ¿Verdad? Quizás hasta me podría reconocer sin que yo le dijera quién era.

¿Y si él sabía qué cosa le había sucedido a mi padre? Tenía que ir detrás de ellos sí o sí... pero claro, Remus tenía que encerrarme aquí y esconder el mapa. Y encima yo había venido sin varita.

Me paré desesperada y caminé hasta la única ventana que había en el despacho y abrí el vidrio.

¿De cuánto sería la caída?

Me asomé y miré hacia abajo. Estábamos en el primer piso, podría haber sido peor. Pero Hogwarts tenía techos bastante altos. ¿Cinco metros tal vez? ¿Si salto moriré?

Si me cuelgo completamente la caída será menor. Si mido un metro y medio, quedarían tan solo tres y medio. Pero conociendo mi buena suerte, iba a terminar con una pierna rota o muerta.

Tienes que estar muy loca Isadora —me susurré a mí misma.

No. Necesitaba otra solución.

Miré a los costados y vi una pequeña enredadera.

No, eso tampoco. No aguantaría mi peso.

Quizás si hago... sí. Era lo único que se me ocurría de momento.

— ¡Alicia! —Comencé a gritar lo más fuerte que pude— ¡Alicia! ¡Spinnet! ¡Alicia! —giré mi cabeza en dirección derecha, en donde momentos antes había visto a la chica con Oliver Wood, paseando por los terrenos. No pudieron haberse ido tan lejos en tan pocos minutos, o eso quisiera creer. Pero no había ninguna señal ni de ella ni de su novio.

No había otra, si de verdad quería salir de ese lugar lo tenía que hacer por mis propios medios. ¿Es que nadie podía pasarse por allí en estos momentos? Parecía una maldición contra mí.

¿Dónde están Fred y George cuando uno los necesita?

Me senté con cuidado en el descanso de la ventana e intenté no mirar hacia abajo, porque si no el vértigo se apoderaría de mí. Giré mi cuerpo mientras me sostenía del marco. Por suerte en la pared había una pequeña piedra que estaba más sobresalida y me había ofrecido apoyo para uno de mis pies. El otro ahora colgaba en el aire.

Miré a la derecha, allí estaba la enredadera, pero seguía pareciendo muy frágil. Quizás si simplemente me soltaba e intentaba caer con las rodillas un poco flexionadas no ocurriría nada.

— ¿¡Qué haces!? —escuché una voz gritándome desde los terrenos.

— ¡Te matarás! —otra voz diferente. Miré hacia abajo como por inercia y en ese mismo segundo supe que había sido una mala idea.

— ¡Ayúdenme! —Grité— ¡Estoy atrapada y no sé cómo bajar!

— ¿¡Isadora!? —preguntó la primera voz. ¿Cómo sabía que era yo?

— ¿¡Quién está ahí!? —volví a gritar, confundida. Me aferré mejor al marco de la ventana, mis manos habían comenzado a sudar y de a poco se iban resbalando.

— ¡Soy yo, Alicia! —Dijo ella— ¡Y Oliver!

— ¡Haré crecer la enredadera Isa! —Gritó él— ¡Tú agárrate de ahí y baja!

— ¡De acuerdo! —contesté. Escuché que pronunciaba unas palabras y luego la planta que tenía a mi costado comenzaba a cobrar una forma mayor y más resistente. Coloqué sobre ella la pierna que me colgaba y la mano derecha. Me aferré lo más que pude y pasé el resto de mi cuerpo hacia allí. De ahí hasta el suelo fue pan comido. Prácticamente parecía una escalera horizontal.

Llegué a tierra firme y me sacudí la remera que se había ensuciado. Oliver y Alicia corrieron hacia mí.

— No saben cuánto se los agradezco —dije.

— ¿Qué hacías allí? ¿Qué intentabas hacer? —Alicia me miró sin comprender— ¿Ese no es el despacho de Lupin?

— Es una muy larga historia y aunque lo sienta, no tengo el tiempo en estos momentos para explicarla. Luego les prometo que les cuento todo —comencé a caminar— hagan de cuenta que ustedes no vieron nada.

— ¿Pero a dónde vas ahora? —preguntó Oliver.

— Ustedes no me vieron, no me rescataron, no saben nada de dónde estoy o a dónde voy —giré a verlos. Ambos tenían una expresión de confusión increíble— y si alguien pregunta por mí estoy en el despacho de Lupin en un castigo.

— Cla-claro —contestó Alicia sorprendida— solo no asesines a alguien. No quiero ser cómplice de un homicidio —sonreí.

— Nadie morirá —dije— gracias, otra vez —ambos asintieron con la cabeza y yo me volví para continuar camino hacia el Sauce Boxeador.



Llegué al lugar. El árbol se movía con delicadeza al compás del viento, como queriendo deshacerse de alguna hoja que lo estaba molestando. Ni loca me acercaría a él. Ya había escuchado muchas opiniones malas de Harry y Ron sobre el sauce y como los había atacado en su segundo año. Yo podría ser valiente con ciertas cosas, pero esto iba más allá de mi poder.

Estaba empezando a oscurecer y mi estómago pedía a gritos un poco de comida. Tendría que haber traído esas galletitas que guardaba Remus. Pero ahora no podía volver al castillo. Me acosté resignada en el suelo detrás de unos arbustos, nadie me veía, pero yo si podía hacerlo. Así que solo restaba esperar a que todos reaparecieran... ¿A dónde llevaría el pasadizo del sauce? No lo sabía.


Escuché un par de pisadas acercándose. Con cuidado levanté la cabeza y miré a través de las ramas del arbusto. Remus, otro hombre y Ron iban encabezando la fila. Detrás de ellos Snape flotaba como un fantasma, que era llevado por -al parecer- Sirius Black. Y por último estaban Hermione y Harry.

Sirius...

Me levanté del suelo por completo y lo miré desde atrás. Tenía toda la ropa rasgada y sucia, pelo negro largo y mucha barba. Definitivamente se parecía al asesino que perfilaban en los folletos de "se busca" así que no había margen de error, él era mi tío.

¿Debería aparecerme a su lado de repente y hacer de cuenta que yo estaba de casualidad allí?

Pero Remus sabía que eso no era verdad así que... quizás necesitaba un mejor plan.

— ¡Dios mío! —Escuché gritar a Hermione con voz entrecortada— ¡No se ha tomado la poción esta noche! ¡Es peligroso! —me coloqué detrás de toda la hilera de personas, aunque a unos metros de distancia, y pude notar que hoy había luna llena.

— ¡Corran! —Gritó Sirius— ¡Corran! ¡Ya!

Pero ni Harry ni Hermione se movieron, al igual que yo. Ron, ahora que lo podía ver mejor, estaba encadenado al otro hombre. Ese debía ser Pettigrew.

— ¡Déjenmelo a mí! ¡Corran! —Sirius se giró para ver a los otros dos chicos y empujarlos del lugar, para que reaccionaran. Y fue en ese mismo instante cuando notó mi presencia. Fue por un segundo, o quizás menos, que sus ojos grises chocaron con los míos.

Se oyó un gruñido muy fuerte y pude notar como Remus comenzaba a transformarse con rapidez en un ser no humano.

Sirius cambió a su forma animal y se abalanzó sobre él. Le atacó el cuello y lo arrastró hacia atrás, dejando libres a Ron y a Pettigrew, quien aprovechó la situación para escaparse, dejando inmóvil al pelirrojo.

Me concentré lo más rápido que pude hasta que por fin me había convertido en leopardo. Necesitaban de mi ayuda.

Corrí hacia donde Remus y Sirius se habían escapado a continuar la pelea. El perro se encontraba malherido y sangraba en uno de sus costados.

¡Remus! —le grité. El hombre lobo se irguió en sus patas traseras. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Medía más de dos metros y medio. Era espeluznantemente grande y, siendo la primera vez que lo veía convertido, tuve algo de miedo.

¡Él no puede entenderte! ¡No es un animal! —contestó Sirius. Se lanzó sobre Remus justo en el momento en el que pretendía abalanzarse sobre mí— ¡Vete Isadora!

Mi corazón comenzó a latir con más fuerza.

Me había reconocido. Sí se acordaba de mí.

¡Sabía quién era yo!


Mi corta felicidad se esfumó cuando Remus terminó por empujar a su amigo hacia una roca que había allí, y luego de gruñir, corrió hacia el bosque. Me acerqué hasta Sirius, estaba gimiendo de dolor, estaba malherido.

No lo sigas —dijo levantándose del suelo casi sin fuerzas.

Pero Harry y Hermione están en el bosque —susurré— tengo que ir tras él. Debo ayudarles.

— Te lastimará a ti si te interpones en su camino, no lo hagas.

— Y a ellos los matará... Lo siento Sirius —le eché un último vistazo a su cuerpo ensangrentado y corrí lo más rápido que pude en dirección a donde Remus había huido.

Jamás me hubiera imaginado que esto sucedería. Quizás por algo mi padrino me había advertido que sería peligroso. Él más que nadie debía saber que hoy le tocaba convertirse y sin embargo... sin embargo decidió arriesgar la vida de los demás al ir a buscar a su amigo.

¡Ja! Y después me dice irresponsable a mí.

Ya verá cuando le cuente esto mañana.


Me adentré en el bosque pero no estaba muy lejos de la salida, porque las luces del castillo se veían desde allí. Escuché unas pisadas cerca, así que decidí estarme quieta en mi lugar.

Hubo un aullido y segundos después, como había presentido, un hombre lobo caminó hasta mí.

No pude no sentir miedo. Sabía que en realidad solo era Remus pero no había forma de encajarlo en esa criatura. Sus largas garras. Sus afilados dientes. Su hocico alargado y lastimado por los arañazos de Sirius... Aquel no se parecía en nada a mi padrino.

Avanzó más cerca de mí, con paso lento y ligeramente encorvado. Parecía como si fuese a atacarme de un momento a otro. La verdad es que no estaba preparada para esto. Me temblaba la mandíbula de terror.

Soy yo, Isadora —pronuncié con cautela dando un paso hacia atrás— ¿Remus?

Un sonido, como si una estantería se cayera al suelo, hizo eco a mis oídos. No porque fuera así de fuerte en realidad, sino porque mi agudeza auditiva era mucho mayor convertida en animal. Quizás nada más fuera una rana saltando. Pero si yo lo había escuchado, él también.

El lobo enseñó los dientes soltando un rugido feroz. El pelaje del lomo se le había erizado y había arrugado el hocico cuando dio carrera por donde habíamos venido.

Y entonces lo recordé. Ron y Snape seguían en el mismo lugar donde los habíamos dejado. El mismo lugar a donde ahora Remus se dirigía.


Giré sobre mí misma y con todas las fuerzas que me quedaban lo perseguí por detrás. Por suerte, yo era más rápida y no me costó trabajo atraparlo. Me abalancé sobre su espalda y clavé mis garras en él.

Y quizás, tan solo quizás, esa había sido una de las peores cosas que pude haber hecho en mi vida.

Remus gruñó. Levantó uno de sus brazos y me propinó un fuerte golpe que me hizo volar unos metros hacia atrás. El aire se me había ido de los pulmones por un par de segundos.

Intenté levantarme del suelo apenas recuperé el aliento, pero no había sido lo suficientemente rápida como para esquivar su siguiente ataque.

Gemí de dolor. Una de sus garras había pasado por mi espalda.

Se sentía como si cuatro cuchillas afiladas se hubieran clavado en mi carne. Él me miró un par de segundos más, sediento de algo que esperaba que yo no pudiera darle, y luego volvió a erguirse. Yo también lo había escuchado. Una rama crujió en las profundidades del bosque.

Para nuestra suerte, decidió ir allí, desapareciendo en poco tiempo de mi vista.

Respiré con cierta dificultad. Cada bocanada de aire parecía quemarme adentro. Intenté hacer lo más rápido posible para volver a mi forma humana y así terminar el trayecto que me quedaba hasta donde Ron y Snape esperaban.

La espalda me ardía como si alguien hubiera volcado lava ardiente sobre mí. Giré la cabeza tan solo para asegurarme de que Remus realmente se hubiera ido. No veía mucho pero al parecer ya estaba lejos de cualquier persona.

Tomé valor y comencé a arrastrarme para poder llegar a las orillas del bosque. Si me quedaba allí tal vez nadie me encontraría. Y en estos momentos lo único que deseaba era que frenaran el dolor que todo mi cuerpo sentía.

Con un codo adelante, y una rodilla para ayudarme, fui moviéndome con lentitud por el suelo. Las lágrimas comenzaron a brotarme por inercia. Mis manos ya comenzaban a rasparse. Podía notar la sangre escurrirse por los costados de mi espalda, rodeando a mis costillas.

Quedaban menos de tres metros para estar fuera de los inmensos árboles pero mi cuerpo no daba para más. Me estiré lo máximo que me permitían mis fuerzas y quedé allí tendida, gimiendo de dolor, esperando que ocurriera un milagro pronto.



Abrí los ojos con cierta dificultad. Los sentía muy pesados. Seguía en la enfermería.

Me habían traído en la noche. Madame Pomfrey al ver mi estado fue de inmediato a preparar un ungüento mágico para curar mis heridas. Lo último que recuerdo fue que me entregaba una poción anestésica que me hizo dormir en ese instante mientras discutía con Dumbledore.

Lo demás, no sabría explicarlo.


— Isa —escuché una voz a mi izquierda. Giré la cabeza despacio. Remus se encontraba allí— ¿Cómo te sientes pequeña? —una oleada de emociones se apoderó de mí. Jamás podría olvidar lo que había sucedido aquella noche. Y había sido mi culpa.

Ahora no me parecía tan loca la idea de que mi tutor fuese otra persona aparte de Remus... No porque quisiera estar lejos de él, sino porque en sus días de transformación, podía ser peligroso. Tal y como él me lo había explicado en mil y una ocasiones.

Claro que siendo un animal las cosas eran más fáciles. Los hombres lobos no matan animales, no los atacan a menos que tengan hambre o que los ofendan de alguna forma... pero el miedo y el trauma generado de la noche anterior no era algo que olvidaría en poco tiempo.

— Bien —respondí con la voz cortada.

— Madame Pomfrey logrará curar las heridas. Te quedarán unas marcas pero no se notarán mucho. Tal vez la más profunda sea la que más se vea, una en la espalda.

— ¿Crees que...? —suspiré y luego callé de nuevo. Si lo preguntaba seguramente haría que Remus se sintiera mal.

— No estamos del todo seguros cuáles pueden ser tus síntomas, pero no te convertirás. La licantropía se contagia nada más que con una mordedura.

— Lo sé. He estudiado ya sobre eso —me acomodé un mechón de pelo detrás de la oreja— se contagia cuando la saliva del hombre lobo entra en contacto con la sangre humana —Remus afirmó con la cabeza.

— No te mordí, fueron unos rasguños nada más. A lo sumo tendrás más malhumor en los días de luna llena o un poco más de gusto por comer carne —solté una pequeña risa— y seguramente te baje la presión más a menudo. Pero no es nada que algo dulce o salado no pueda arreglar —me guiñó un ojo— te dejé unos de mis chocolates allí —señaló la pequeña mesita que estaba a mi costado derecho— para que te vayas acostumbrando —afirmé con la cabeza.

— Gracias Rem —esbocé una pequeña sonrisa.

— Lo siento mucho —largó un suspiro— no quise lastimarte Isa, pero sabes que no puedo controlarlo cuando soy hombre lobo. Es por esto que siempre te digo que es peligroso que yo te cuide...

— Tranquilo. Sé que jamás me harías daño apropósito.

— Lo siento, de verdad —tomó mi mano y la acarició con suavidad por unos minutos. Yo aproveché y me comí un pedazo del chocolate que me había dejado, tenía un poco de hambre y eso era lo más cercano a comida que estaba a mi alcance.

— ¿Quieres? —pregunté ofreciéndole el dulce pero él negó con la cabeza.

— Lo más probable es que esta misma noche te den el alta —me sonrió— iré a empacar mis cosas mientras estás aquí y supongo que luego —lo interrumpí.

— ¿Qué? ¿Empacar? —Pregunté sorprendida— ¿Te quitaron el puesto?

— He renunciado. No sería muy bonito para los padres que una bestia como yo les enseñe a sus hijos ¿No lo crees?

— Remus no eres una bestia —murmuré con tristeza— eres la persona más humilde y buena y cariñosa y amigable —me interrumpió.

— Tú sabes eso, pero los demás me ven como un peligro —me acarició la cabeza— y más después de que se enteren que lastimé a una alumna.

— Lo siento Remus —mis ojos comenzaron a aguarse— lo siento tanto. Debí haberte hecho caso, no tenía que entrometerme. Mira todo el lío que causé.

— Isadora, no es tu culpa. Solo querías ver a tu tío, lo comprendo totalmente —hubo un breve silencio— ¿Cómo has salido del despacho?

— ¿Me creerías si te digo que salté por la ventana? —Remus ahogó una carcajada.

— Eres de lo peor —sonrió.

— Rem... podrías —miré hacia donde Madame Pomfrey se encontraba, en su pequeño escritorio escribiendo algo. Estaba lejos para escucharme pero aun así bajé mi tono de voz— ¿Podrías contarme qué sucedió ayer? —respiró hondo.

— Lo haré, pero no hoy ni aquí —él también levantó la vista hacia la enfermera. Yo solo asentí. De seguro que Pettigrew había realmente logrado escapar— debo irme o comenzarán a llegar lechuzas de todos lados. Supongo que estaré fuera de Hogwarts en menos de una hora.

— Juro que no quería que esto sucediera.

— Lo sé. Lo bueno es que no tendrás tus últimas clases de defensa contra las artes oscuras.

— Me hubiera encantado tenerlas —sonreí— profesor Lupin.

— Ah, señorita Black —revolvió con su mano el bolsillo de su túnica desgastada— casi me olvido, tengo algo más para usted —terminó por sacar un sobre de adentro y me lo entregó, con las manos un poco temblorosas.

— ¿Qué es? —pregunté curiosa. Le di la vuelta y pude ver que era del Ministerio de magia. Miré a Remus— ¿Esto es lo que creo que es?

— Sí.

— ¿Te eligieron a ti? —Sonreí de nuevo— ¡Yo lo sabía!

— En realidad... —suspiró— no, no lo hicieron —mi felicidad se derrumbó por completo al escuchar esa simple oración. Y Remus tampoco ayudaba mucho al poner esa cara de perrito abandonado en medio de una tormenta.

— Entonces —dije con la voz pausada— ¿Tonks es mi nueva tutora?

— Pero podremos vernos de vez en cuando. Ella no te lo va a prohibir.

— ¿No eres mi tutor? —Todavía seguía conmocionada por la noticia.

— Era algo que sabíamos que pasaría Isadora. Las probabilidades no estaban a nuestro favor.

— Pero luego de todo lo que trabajamos, de todo el esfuerzo que puse para convertirme. ¿No valió la pena?

— El ministerio no sabe lo que has hecho. ¿Lo recuerdas? No estás registrada como animaga en sus archivos.

— Deberíamos haberlo hecho según las leyes. Quizás así te hubieran elegido a ti.

— No puedes pedir el permiso si eres menor de diecisiete años, y tampoco te lo puede otorgar un tutor.

— Realmente creí que te elegirían —solté un bufido.

— No siempre se gana Isa. De todas formas, se habrían enterado lo que sucedió ayer y me hubieran quitado la tutela. Nymphadora fue la mejor decisión. He hablado con ella y podrás venir a casa las veces que quieras, cuando lo necesites... Sólo... De preferencia no los días de luna llena —afirmé con la cabeza, apenada.

Recupérate —Me dio un beso en la frente— te veré en las vacaciones —apenas terminó de hablar le di un fuerte abrazo para recordarle que lo quería mucho y que nada de esto había sido su culpa. Ni el ataque, ni la decisión del ministerio.


Lo seguí con la mirada hasta que salió de la habitación. La puerta no se terminó de cerrar cuando por ella aparecieron Fred y George más que sonrientes, seguidos de Lee, Alicia y Cedric.

— ¿Qué hacen aquí? —Pregunté sorprendida.

— ¿Visitarte tal vez? —habló Cedric. Alicia dejó un pequeño ramito de flores amarillas en mi mesa de luz, que de seguro había recolectado de los terrenos.

— Pero hoy había salida a Hogsmeade —dije.

— Eres más importante que eso —Fred sonrió de lado.




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