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Capítulo 50

Volvía de la biblioteca acompañada por Alicia. Había sacado un libro que necesitaba para hacer la tarea de transformaciones, y aprovechándome de aquello, también había sacado otros tres sobre transfiguraciones humanas, metamorfosis y animagia para "información extra" en las redacciones.

Obvio que era una mentira. Pero cuanta menos gente se enterara y sospechara de lo que yo estaba intentando hacer, muchísimo mejor.

— Isa —Alicia me sacó de mis pensamientos.

— Dime —giré mi cabeza hacia ella mientras continuábamos camino rumbo a la sala común.

— Hace tiempo que quería comentarte esto, aunque con todos los problemas que has tenido últimamente no quería sumarte otro —suspiró— pero la verdad es que ya no aguanto más guardándomelo, me siento una mala persona ocultando las cosas.

— Ali —me miró apenada— ¿Qué sucede? Me estás asustando.

— ¿Recuerdas que el año pasado Oliver me ayudaba con mis clases de aritmancia?

— Sí, por supuesto. Yo le dije que lo hiciera.

— Lo sé —afirmó con la cabeza— el problema es que pasamos tiempo juntos, fuera del campo de quidditch, y me terminó... gustando —hizo una pequeña pausa— en serio me gusta. Hemos salido un par de veces durante el verano pero como amigos nada más, porque creí que lo más prudente antes de tomar una decisión sobre ello era hablarlo contigo. Y saber cuál era tu opinión.

— ¿Por qué? —Dije confundida— Yo no soy quién para decidir si puedes o no salir con un chico.

— Pero ustedes dos salían juntos y tú eres mi amiga. No me parecía correcto hacer algo sin consultarte, Isa.

— Aprecio mucho que pienses así —sonreí— pero como has dicho, Oliver y yo salíamos juntos, tiempo pasado. No me molesta que salgas con él. Además ya hemos dejado en buen término todo lo que sucedió entre nosotros dos, así que por suerte no besarás a mi enemigo —se rió— eso sí que no te lo perdonaría.

— Gracias —murmuró sonriendo.

— No tienes nada que agradecerme.


Subimos los tres pisos que restaban para llegar al séptimo. Al atravesar la puerta de la sala común pudimos dar seis pasos nada más, porque Lee Jordan se colocó enfrente de nosotras.

— ¿Dónde se habían metido? —preguntó el chico. Alicia y yo intercambiamos miradas confundidas.

— Solo estábamos en la biblioteca —contestó ella— hemos tardado un par de minutos Lee...

— Necesitamos tener una seria charla contigo —el moreno giró su cabeza hacia mí y señaló hacia los sillones que enfrentaban la chimenea, en donde Fred y George se encontraban sentados.

— Yo los llevo a la habitación por ti —Alicia tomó los libros que cargaba en mis manos.

— Gracias, luego subo —dije todavía confundida. Seguí a Lee unos metros hasta poder tirarme en uno de los sofás.

— Por fin te apareces —masculló George cruzándose de brazos.

— ¿Estás bien Fred? —Pregunté mirando a su hermano— te ves fatal.

El pelirrojo levantó la vista con lentitud y me miró espantado.

— Morirás —susurró lúgubremente.

— Eres la persona más idiota del mundo —Lee se refregó la cara con resignación.

— Muy gracioso —dije viendo a Fred reírse. George en cambio negaba con la cabeza pero muy por dentro debía estar haciendo un gran esfuerzo por contener una carcajada.

— Yendo a lo serio —susurró Lee preocupado inclinándose hacia adelante— han visto a Sirius Black a pocos kilómetros de Hogsmeade.

Ahogué un grito de espanto, colocándome ambas manos en la boca.

— ¿Cómo que lo han visto tan cerca? —Intenté decir con la voz cortada— ¿Es una fuente segura?

— No lo sé, lo hemos leído en el profeta y lo reportó una muggle —habló Fred— pero será mejor que vayas con precaución de ahora en más —afirmé con la cabeza.

— ¿Creen que pueda entrar al castillo? —pregunté.

— Hogwarts es bastante seguro —murmuró George— pero si logró escapar de Azkaban, dudo que le sea difícil entrar aquí —tragué saliva.

— Perfecto. Ya está dicho —Fred alzó el dedo índice para apuntarme— te acompañaremos a todas las clases, al gran comedor, a la sala común y hasta al baño si es necesario —dijo serio— Tú no te alejarás de nosotros ni por un segundo, siquiera para dormir. Te vienes a nuestra habitación todo el tiempo que haga falta.

— Así es. Tomaremos turnos —coincidió Lee con él. George movió la cabeza en señal de afirmación.

— Tampoco es para tanto, chicos —rodé los ojos.

— ¿Has escuchado lo que dije? No se discute Isadora —Fred frunció el ceño— sino después cuando estés muerta no voy a poder decirte "te lo dije".

— ¡Fred! —Le reprochó su hermano— no digas esas cosas, ella no va a morir.

— Además voy a estar más segura en mi habitación, porque te recuerdo Freddie que ningún varón puede entrar a los dormitorios de las mujeres —sonreí— es uno de los beneficios, no morir a manos de Sirius Black durmiendo.

— Bueno en eso tiene razón —George acordó conmigo.

— Puede entrar por la ventana —murmuró Lee, pensativo.

No le quieran buscar el pelo al huevo, por favor —susurré.

— Los huevos no tienen pelos —dijo Fred— ah, ya comprendo —rodé los ojos otra vez— Podrás dormir en tu cuarto, pero no te creas que te salvarás de todo lo demás. Hasta a la biblioteca iremos.

— ¿A la biblioteca también? —Se quejó el otro pelirrojo— nos deberás una grande después de esto Isadora.



Minutos después me encontraba en el mismo sofá leyendo una novela muggle que me había quedado pendiente desde hace meses y meses. Ya siquiera recordaba cuándo había sido la última vez que me había sentado a leer, relajada, olvidándome de todos los problemas y metiéndome en un mundo nuevo en el cual todo parecía ser más perfecto que en el mío.

Fred, George y Lee bajaron de su dormitorio tiempo más tarde. Los tres tomaron lugar en el sillón grande y hablaban de chicas, de quidditch, de artículos de broma y todas esas idioteces que siempre les parecían más que fascinantes. Pero llegó un momento en el cual las risas eran tantas que ya no podía concentrarme en la lectura.

Levanté los ojos del libro. Fred y Lee tenían un cromo mágico en las manos y George continuaba riéndose, por lo cual lo miré unos pocos segundos de forma distraída.

Las comisuras de su boca al sonreír se hacían más notorias y aparecía ese pocito en cada mejilla que lo hacía ver tierno. Ni hablar de la cantidad de pecas que se le habían acumulado en el tabique de la nariz y debajo de los ojos. A veces desde lejos parecía que estaba sonrojado o que tenía esa parte del rostro quemado, pero no, eran nada más que sus lindas pecas.

Y esas arrugas que se formaban al costado de sus ojos cuando reía, porque se le achinaban automáticamente. A Fred no le ocurría aquello a menos que estuviera a punto de llorar de la risa. George no tenía forma de ocultarlo...

¿Lindas pecas?


Terminó de hablar con Lee para mirar hacia adelante. Hacia donde yo me encontraba. Agaché lo más rápido que pude la cabeza para hacer de cuenta que seguía leyendo.

— ¿Está interesante tu libro, enana? —escuché la voz del pelirrojo y asentí sin contestar nada. No iba a levantar la cabeza ni muerta, ya me había sonrojado más de lo debido.

— Oye, ¿Vamos a la cocina a buscar pastelitos? —dijo Lee animado.

— Has leído mis pensamientos. ¿Vienes hermano?

— Paso de esta —contestó Fred. Me preguntaron también si quería ir pero negué con la cabeza, todavía sumida en el libro.

Escuché a los otros dos chicos levantarse de sus lugares y caminar hasta la salida. Segundos después Fred se paró frente a mí haciéndome sombra. Resoplé resignada y levanté la vista. Sonreía de lado.

— ¿Qué? —Pregunté— ¿Qué hay ahora?

— Nada, nada —se encogió de hombros— nada Isadora.

— ¿Y entonces? —Alcé una ceja— te encanta molestar, eso es.

— Sí, y mucho. Pero quería remarcarte el hecho de que hace unos minutos estabas muy concentrada viendo a mi hermano.

— Claro que no —dije nerviosa— me había dispersado en mis propios pensamientos, miraba la pared del fondo —rió despacio.

— Y de casualidad, por esos pensamientos, ¿No pasaban unos "que lindo que es George"?

— Fred ¿Qué te pasa? —Me levanté del asiento empujándolo con suavidad, ya que su cuerpo me estorbaba el camino— no sé de qué hablas. ¿George? ¿Lindo? ¿Y que yo piense en eso? —Negué con la cabeza— no seas tonto.

— Está bien, si tú lo dices —volvió a sonreír de lado y dio unos pasos hacia atrás— la próxima por lo menos intenta disimularlo un poco más, si es que no quieres que los demás pensemos que te gusta —me saludó con la mano y se giró para ir hacia la salida de la sala común.

Quizás Fred tenía razón. Aunque no se lo iba a admitir.

Y sí. Quizás no era solo George el que no sabía ocultar cosas.


Me empezaba a gustar mi amigo.



Golpeé como por sexta vez la puerta del despacho del profesor Lupin. Estaba ya casi desesperándome cuando oí a Remus gritar dentro "Espere, ya voy" y la puerta se abrió dejando ver a un hombre con cicatrices en su rostro.

— Señorita Black, ¿Qué desea?

— Es urgente —pasé por un hueco que había dejado al lado de su cuerpo y él cerró la puerta— rápido, ven —me dirigí hacia su escritorio y apoyé mi pequeño bolso sobre él. Remus me miró bastante confundido y dos o tres veces atinó a abrir la boca para decir algo pero tan solo se quedó callado viéndome. Saqué un pergamino y se lo extendí.

— ¿Qué es? —preguntó aún si comprender.

— Mi permiso para Hogsmeade. No lo has firmado y en unos minutos nos iremos.

— Isa... —negó con la cabeza— no lo haré. Black está suelto y allí no tendrás seguridad ninguna.

— Oh, vamos —rodé los ojos— ¡Por las barbas de Merlín, Remus! ¡Es Hogsmeade!

— Y tu vida es más importante que ir a ese lugar.

— Pero si está lleno de brujas y magos y hay profesores y-y —tartamudeé— ¡Déjame ir, por favor!

— Prométeme que no te alejarás del pueblo.

— Lo prometo.

— Y que no irás a la casa de los gritos.

— ¿Qué? ¿Por qué? —lo miré suplicando.

— Porque eso sería alejarte.

— De acuerdo —bufé.

— Y que irás acompañada a todos lados, nada de ir sola.

— Bien, bien. ¿Lo firmarás?

— No me convence mucho la idea pero... —hizo una pausa y con cara de arrepentimiento agarró una de sus plumas que reposaban en un tintero y firmó el permiso.

— Gracias —dije sonriéndole mientras él me devolvía el papel. Lo guardé nuevamente en mi cartera y me la colgué en los hombros— ah, Rem —recordé algo importante— ¿Podemos empezar con las prácticas de mi patronus? Todavía no he conseguido hacer uno corpóreo. ¿Y después vemos el tema de la transformación?

— Claro, después arreglamos eso, pero primero tenemos una audiencia en el ministerio de magia.

— ¿Audiencia? —Alcé la vista— ¿Audiencia de qué? ¿Cuándo? Pensé que al final la cancelarías...

— No se puede cancelar una audiencia de tutela. Es el siete de noviembre.

— ¿Tan rápido? ¿Pero no esperan a las vacaciones para hacerla? —Remus negó con la cabeza.

— Eso creía yo también pero ayer me han enviado una carta de que será este próximo sábado.

— ¿Y a qué hora es? ¿Qué debo hacer?

— Por la mañana —se acercó hacia mí y apoyó una mano sobre mi espalda— luego hablamos mejor. ¿De acuerdo?

— Está bien —afirmé. Remus me empujó con su mano con suavidad para que yo empezara a caminar fuera del despacho.

— Por cierto, ¿Lo has visto? —Señaló con su cabeza cerca de la entrada del lugar— entraste a las corridas. Me han traído un grindylow.

— Vaya —susurré sorprendida. Me acerqué hacia uno de los rincones, en donde había un enorme depósito de agua. Una criatura de color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados— un demonio de agua —me giré hacia Remus, quien seguía parado en la puerta de entrada. Miré a la criatura unos segundos más y luego volví hacia mi padrino— los hemos estudiado con Quirrell pero jamás había visto uno antes.

— Son realmente hermosos —ambos reímos.

— Siento no poder quedarme más contigo Rem, pero en diez minutos salen los carruajes para los de quinto.

— ¿Hogsmeade, eh? —Sonrió de lado— me encantaría poder ir otra vez allí. Guardé muy buenos recuerdos de ese pueblito —me acarició la cabeza— ve, y toma una cerveza de mantequilla por mí —colocó su mano en el bolsillo del pantalón y sacó de allí un par de monedas de bronce que me entregó.

— Lo haré —sonreí— y prometo traerte chocolates.

— Mis preferidos —soltó una pequeña risita y lo saludé con la mano para continuar mi camino hacia la entrada del castillo, donde los demás debían estar agrupándose para salir.

Iba un poco apresurada para no retrasarme, no quería perder los carruajes, y al doblar por el pasillo me topé con un chico flacucho y de pelo negro. Faltaron unos milímetros más para no chocar y caer al suelo. Por suerte ambos teníamos buenos reflejos.

— Ah, Harry —dije sorprendida— ¿Qué haces aquí todavía? ¿No irás a Hogsmeade?

— No tengo el permiso firmado —contestó apenado.

— ¿Y no le puedes pedir a McGonagall?

— No me ha dejado.

— Oh, ya veo —le di una palmadita en la espalda— bueno, lo lamento Harry. Te traeremos muchos dulces.

— Gracias Isa —contestó agachando la cabeza y volvió a caminar, tomando rumbo por donde había venido yo.



Me senté en uno de los carruajes con los gemelos enfrentándome y Lee Jordan a mi lado. El día estaba nublado pero siquiera había nevado todavía en esta temporada. Lo que sí, el frío te penetraba hasta los huesos, y no porque el clima así lo dictara sino porque los dementores que rondaban por los terrenos creaban esa horrible atmosfera.

— Hay que pasar por Zonko sí o sí —comentó Fred unos minutos después, rompiendo el silencio— ya no nos quedan más bombas fétidas.

— ¿Alguna mira en el blanco para utilizarlas? —preguntó Lee emocionado.

— Quizás una para Sanders —hablé— hace tiempo que no tiene una dosis de diversión de nuestra parte.

— No es mala idea —agregó Lee— ¿Haremos lo de siempre? Ya saben, Honeydukes, Zonko, la casa de los gritos y Las tres escobas.

— Yo no puedo ir a la casa de los gritos —dije apenada— mi familia me prohibió alejarme del pueblo.

— ¿Y desde cuando tú le haces caso a alguien? —inquirió Fred.

— Desde que hay un loco suelto que resulta ser mi tío.

— Está bien, te haremos compañía —habló George— podemos saltearnos esa parte e ir a Las tres escobas y pasar la tarde allí.

— O podríamos turnarnos para ir a la casa de los gritos. Un grupo va allí y el resto se queda con Isa y luego intercambiamos.

— O simplemente van todos y yo los espero en el bar.

— ¿Sola? —George alzó una ceja— es Halloween y es Hogsmeade y como bien dijiste, hay un loco suelto. Yo me quedo si hace falta.

— Nos quedamos —remarcó Fred— Lee tú estás libre de hacer lo que te plazca, señor prefecto.

— Quizás vaya unos minutos solo para ver que todo siga igual —dijo— tampoco pienso quedarme mucho si ustedes no están. Más les vale que me guarden lugar en la mesa, no como hicieron la última vez.

— De acuerdo —me reí— yo me aseguraré de reservártelo.

Las cosas que hacemos por ti querida —se quejó Fred en un susurro— nos perdemos de ver la casa más embrujada de toda Inglaterra por estar contigo.

— Yo no los estoy obligando a nada —me crucé de brazos— además ya la conocen, la vimos un millón de veces.

— Es verdad, no nos obligas —habló George— pero si te dejamos sola y algo te sucede, jamás nos lo perdonaríamos.

— Qué dramáticos que son —me mordí el labio y negué con la cabeza divertida.

— Nosotros seremos irresponsables y un poco tontos, pero Cedric no es el único amigo que tienes que quiere cuidarte —dijo Fred.

— Además somos más lindos que él —agregó Lee, a lo cual no pude disimular una sonrisa.

— ¿Saben qué deberían hacer en Hogwarts para estas fechas? —Volvió a hablar Fred— una fiesta de disfraces. Sería genial. ¿No creen?

— Ya tenemos un banquete —dije— ahora, si quieres concurrir a él disfrazado nadie te lo impide.

— ¿De verdad? —Fred me miró sorprendido— ¿Puedo ir con un vestido, una peluca y dos alitas detrás de mi espalda?

— Así es.

— ¿Y nadie me dirá nada?

— Bueno —me reí— creo que te dirían muchas cosas, hada Freda.

— Genial —dijeron ambos gemelos al unísono, mirándose con complicidad.

— Ya saben que necesitamos para el año entrante chicos.



— ¿Qué hay de interesante allí George? —moví mis ojos hacia donde apuntaban los de él. Había tres chicas sentadas en la mesa de hufflepuff, comiendo algo que parecía ser pastel de chocolate. Las podía reconocer a todas y a cada una de ellas ya que eran compañeras de curso. Julie Anderson, Oriana Smith y...

— Rose —contestó George jugueteando con sus dedos alrededor de su vaso— cada vez que levanto la cabeza me está mirando.

— ¿Zeller? —Fred arrugó la nariz y se giró a verla también.

Cuando alguna chica estaba detrás de Fred no me preocupaba, pero cuando se lo hacían a George... No podía negar que un poco me molestaba.

Lo único que faltaba —susurré.

— ¿Qué? —George sonrió de lado— ¿Qué es lo único que faltaba, Isadora?

— Que todavía siga colada por ustedes dos —Fred soltó una carcajada.

— Me había olvidado que ella fue la que nos envió la caja de bombones en San Valentín.

— ¿Es un chiste? —Pasé mis ojos de George a Fred y viceversa— ¿Cómo es que se les pasó por alto contarme aquello?

— Nos olvidamos —contestó George encogiéndose de hombros— nos enteramos que había sido Rose unas semanas después. Es buena chica.

— Es insoportable —dijimos Fred y yo al mismo tiempo.

— Sí, eso lo admito. Pero no es mala persona.

— Oh, no me digas —su hermano rodó los ojos— ¿Ahora de repente te interesas por ella? ¿Porque te miró durante toda la cena?

— No digas idioteces —chistó George, un poco enfadado.

Me dediqué a terminar mi postre y dejar que ellos dos continuaran con la pelea. No quería ser parte de esa charla. Mucho menos sabiendo que días atrás Fred me había pescado mirando como una idiota a su gemelo.

Siempre había que ser precavida con esos dos y sobre guardar secretos entre ellos. Son uña y mugre. No duran mucho tiempo sin informarse de todo los unos a los otros.

Por lo cual que sintiera cosas por George era algo de lo que Fred no podía enterarse.

— Hoy me lo he encontrado a Harry en el pasillo —murmuré intentando cambiar el rumbo de la conversación— cuando estaba yendo a tomar los carruajes. Lo vi muy triste.

— No ha ido a Hogsmeade.

— Lo sé, por eso —suspiré— y creo que deberíamos hacerle un pequeño regalito. Se lo merece, después de todo.

— ¿En qué piensas? —George me miró de soslayo.

— Podríamos darle el mapa. Nosotros ya lo sabemos de memoria. ¿No creen?

Fred y George carraspearon pero ninguno de los dos contestó. Sabía que había tocado un tema bastante delicado para ellos, pero al fin y al cabo el mapa ya casi ni lo usábamos, Harry le daría un mayor uso y yo lo tenía ahora en mi poder. Por lo tanto, era la que tenía la última decisión en esto.



El banquete nocturno de Halloween terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi Decapitado cosechó un gran éxito con una representación de su propia desastrosa decapitación.

Íbamos los tres caminando hacia la torre de gryffindor siguiendo al resto de los alumnos, pero cuando llegamos al corredor del séptimo piso, en donde se encontraba el retrato de la señora gorda, estaba atestado de gente.

— ¿Por qué no entran? —preguntó Ron apareciéndose detrás nuestro junto a Hermione y Harry.

Alcé la cabeza para ver mejor la situación. El retrato estaba cerrado.

— Déjenme pasar, por favor —habló Percy intentando abrirse paso a través de la multitud, dándose importancia— ¿Qué es lo que ocurre? No es posible que nadie se acuerde de la contraseña. Déjenme pasar, soy el Premio Anual.

— Que insoportable es —Fred hizo una mueca con su boca al mismo tiempo que todos los demás hacían silencio. Eso sí que era bastante alarmante.

— ¡Que alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore! —gritó Percy— ¡Rápido!

Las cabezas de los alumnos se giraban y murmuraban entre sí. Los de atrás se ponían de puntillas y me incluía en ese grupo, para tratar de ver lo que sucedía más arriba.

— ¿Qué pasa? —preguntó Ginny, que acababa de llegar a nuestro lado.

— No lo sé —contesté preocupada— Fred, George. ¿Qué pueden ver? Hagan un buen uso de su altura.

— Pues al parecer la señora gorda no está —murmuró George por lo bajo. Estiró un poco más la cabeza y en ese instante hizo aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los demás nos apretujábamos contra la barandilla de la escalera para dejarle paso.

— Han rajado el cuadro —Fred se giró a vernos espantado— alguien ha rasgado el lienzo.

— ¿Qué? ¿Cómo? —dije sin comprender.

McGonagall, Lupin y Snape se acercaban a la escena a toda prisa. Dumbledore se volvió hacia ellos.

— Hay que encontrarla —dijo éste— por favor, profesora McGonagall, dígale enseguida al señor Filch que busque a la señora gorda por todos los cuadros del castillo.

— ¡Apañados van! —dijo una voz socarrona.

Miré hacia arriba mío. Era Peeves, que revoloteaba por encima de nosotros y estaba encantado con la situación, como cada vez que veía a los demás preocupados por algún problema.

— ¿Qué quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore con tranquilidad. La sonrisa de Peeves desapareció.

— Le da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer. La vi correr por el paisaje hacia el cuarto piso, esquivando los árboles y gritando algo terrible —dijo con alegría— pobrecita —añadió sin convicción.

— ¿Dijo quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja.

— Sí, señor director —dijo Peeves— se enfadó con ella porque no le permitió entrar, ¿Sabe? —Dio una vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias piernas— ese Sirius Black tiene un genio insoportable.

Fred y George se giraron para verme en ese mismo segundo. Y por lo que parecía, no eran las únicas miradas que sentía posadas sobre mí.

Ginny tenía una cara bastante empalidecida. Ni me quería imaginar cómo estaba la mía en estos instantes.


Sirius Black había logrado entrar al castillo...



El profesor Dumbledore nos mandó enseguida otra vez al Gran Comedor. Donde se nos unieron, diez minutos después, los de ravenclaw, hufflepuff y slytherin. Todos iguales de confusos.

— Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el castillo —explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban todas las puertas del Gran Comedor— me temo que, por su propia seguridad, tendrán que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos Premios Anuales. Comuníquenme cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía inmensamente orgulloso por aquello— avisen por medio de algún fantasma.

El director se detuvo antes de salir del lugar y con un movimiento de su varita envió volando las largas mesas hacia las paredes. Y con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de mullidos sacos de dormir rojos.

— Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta detrás.

Todos en el salón comenzaron a hablar ruidosamente. Se los veía más emocionados que espantados. A mí en cambio, no me hacía ninguna gracia esa noticia.

Fred se alejó para traernos sacos de dormir y mientras tanto George me hacía compañía entre toda la multitud de alumnos que éramos.

— ¿Crees que se habrá ido ya? —me peguntó.

— No lo sé George —negué con la cabeza— pero espero que sí, y que no vuelva a entrar. Se me eriza la piel de solo pensar que podríamos haber muerto esta misma noche.

— Suerte que hoy había banquete. Seguro que no se dio cuenta de eso.

— No debe saber ni en qué día vive —murmuré— si hubiera sabido que era Halloween, habría entrado aquí y no a la torre.

— Isadora —me giré para ver quien llamaba. Cedric caminó unos pasos más hacia donde yo estaba y apoyó una mano en mi hombro— ¿Te encuentras bien? ¿Te han hecho algo? ¿Está todo en orden?

— Sí, Cedric —agarré su mano— tranquilo. Estoy en perfectas condiciones.

— Me alegro de escuchar eso, estaba preocupado por lo que sucedió —miró a George— tengo que volver a la guardia de la entrada. No despeguen sus ojos de ella, cuídenla.

— No te preocupes que hacemos eso desde hace años —Cedric se irguió mejor.

— Mañana hablamos —me dirigió una última mirada y volvió a perderse entre la multitud.

— ¿Qué te sucede? —Fruncí el ceño— es mi amigo él también.

— ¿Pero no lo escuchaste? —señaló donde segundos atrás estaba parado Cedric— nos ha tratado como a dos chiquilines, como si no supiéramos que tenemos que hacer.

— Son dos chiquilines y lo sabes —Fred se acercó otra vez a nosotros con tres bolsas de dormir y las acomodó en el suelo.

— ¿Se divirtieron sin mí? —el pelirrojo nos sonrió.

— Sí, no sabes cuánto —dije sarcásticamente.

— ¡Voy a apagar las luces ya! —Gritó Percy— quiero que todo el mundo esté metido en su saco y callado.

— Aguafiestas —murmuró Fred recostándose.

Todas las velas se apagaron a la vez. La única luz presente provenía de los fantasmas, que se movían por todas partes para hablar con los prefectos, y del techo encantado que estaba repleto de estrellas. Entre eso y el murmullo incesante no pude pegar un ojo en toda la noche.



A cada hora se aparecía un profesor para corroborar que todo estuviera en orden. Recién cerca de las tres de la madrugada hizo presencia Dumbledore. Habló unos minutos con Percy cuando luego la puerta del salón volvió a abrirse.

— ¿Señor director? —era la voz de Snape. Intenté agudizar lo más que pude mis oídos— Hemos registrado todo el primer piso. No estaba allí. Y Filch ha examinado las mazmorras. Tampoco ha encontrado rastro de él.

— ¿Y la torre de astronomía? ¿Y el aula de la profesora Trelawney? ¿Y la pajarera de las lechuzas?

— Lo hemos registrado todo.

— Muy bien, Severus. La verdad es que no creía que Black prolongara su estancia aquí.

— ¿Tiene alguna idea de cómo pudo entrar, profesor? —preguntó Snape.

— Muchas, Severus, pero todas igual de improbables.

Abrí un poco los ojos con lentitud. Ambos profesores y Percy se encontraban a pocos pasos de donde yo estaba.

— ¿Se acuerda señor director, de la conversación que tuvimos poco antes de comenzar el curso? —preguntó otra vez Snape, abriendo apenas los labios.

— Me acuerdo, Severus —dijo Dumbledore.

— Parece casi imposible que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda del interior. Expresé mi preocupación cuando usted señaló...

— No creo que nadie de este castillo ayudara a Black a entrar —Dumbledore lo interrumpió— ahora, tengo que bajar a ver a los dementores. Les dije que les informaría cuando hubiéramos terminado el registro.

Ahora no solo yo iba a ser mal vista por mis propios compañeros, sino también por los profesores. ¿Que se piensan que estoy tan loca como para dejar entrar a un asesino?

O quizás puede ser algo peor; que Snape piense que Remus y Sirius siguen siendo amigos.

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