Capítulo 43
Bajé a la cocina como de costumbre para desayunar y luego volver a encerrarme en mi habitación a leer algo mientras mi madre hacía trabajo desde casa, ya que estaba en sus días de vacaciones -pero el ministerio de magia estaba bastante abarrotado de problemas.
La saludé y me acerqué a la heladera para ver qué había allí.
— Estoy haciendo licuado —dijo cuando vio que sacaba una jarra con jugo— tienes un pedazo de torta ahí, que quedó de ayer —volví a guardar el jugo y agarré la torta de chocolate que se encontraba sobre un gran plato celeste.
Me senté en la mesa en silencio luego de agarrar un par de cubiertos. Le di un gran bocado a mi desayuno y me quedé mirando un rato largo a esa mujer rubia que tenía a poca distancia de mí.
Mamá estaba enferma. Definitivamente lo estaba.
No me lo había dicho, ni ella ni Remus ni nadie de la familia, pero estaba segura de que me lo ocultaban para que no me preocupara por ello. O quizás no sabían cómo decírmelo.
Tampoco me atrevía a revolver en ese asunto después de escuchar, a escondidas, una de esas tantas charlas entre ella y Remus sobre eso.
No sabía realmente si se curaría o si el destino se llevaría a mi madre de mi lado, pero sabiendo lo sensible que era ella y todo por lo que pasó en la vida, preferí no hacerla sufrir con peleas innecesarias y berrinches de adolescente.
Por eso desde hace días que siempre tenía una sonrisa, un abrazo y un beso para darle todas las mañanas. Si la iba a perder quería que nuestros últimos momentos juntas fueran los más felices.
Se había dado cuenta que algo raro estaba pasando, yo no solía ser así de cariñosa, pero supuso que era porque yo estaba "enamorada" de alguien. Y desde entonces no paraba de interrogarme sobre el tema.
— ¿Sucede algo? —Me preguntó ella— te ves distraída.
— Solo... solo estaba pensando.
— ¿Y en qué pensabas? —Se sentó en la mesa con un licuado de frutilla para mí y otro para ella— ¿En ese chico que me ocultas?
— No, en la vida —me encogí de hombros y cogí el vaso con ambas manos— Ay, mamá —caí en la cuenta de que otra vez estaba hablando sobre aquel tema— ya te dije que no estoy enamorada ni me gusta alguien... Ya para, por favor.
— ¿Por qué no sales con Cedric? —Agregó— Te noto bastante aburrida y dispersa desde hace días.
— Se fue de vacaciones —bufé. Le di un gran sorbo al licuado— está muy rico, gracias.
— De nada —sonrió levemente— ¿Y los Weasley? Invítalos a venir un día —dijo— que se queden a dormir. Total hay mucho lugar en la casa.
— ¿De verdad? ¿Me dejas hacerlo? —sonreí. Ella afirmó con la cabeza— Iré a mandarles una carta entonces —Le di otro bocado a la torta de chocolate y me levanté de la silla llevándome conmigo el licuado.
— ¡No has terminado ni de comer! —se quejó apenas di un paso adelante.
— Ya lo hice mamá —me giré para verla— dejé esa mitad para ti.
— Pero te dije que la comieras. Ayer ya comí bastante.
— ¿Y no tienes derecho a comer un poco hoy también? Siempre fui tu prioridad en todo.
— Es solo una torta Isa —suspiré.
— Y yo solo intento hacerte ver que ya soy grande y entiendo todos los sacrificios que has hecho por mí. Como por ejemplo, no poder comer un pedazo de torta de chocolate para que yo sí... Quiero devolverte todo eso, empezando por algo pequeño —se quedó unos segundos en silencio mirándome, un poco sorprendida, pero luego me devolvió una sonrisa sincera— es solo una torta.
— Gracias. Ve a enviar la carta.
— De acuerdo.
Subí a mi habitación y me acomodé en mi escritorio dejando de lado mi licuado. Tenía una pequeña caja en donde guardaba pergaminos, papeles, tinta, plumas, lápices y lapiceras, todo lo necesario para escribir cartas.
Por suerte en mi casa había ciertos objetos muggles que eran mejores y más prácticos. Tener que mojar la pluma en el tintero cada dos por tres era algo que se me hacía insoportable. Yo tenía bastante paciencia, pero aquello me sacaba de mis casillas cuando necesitaba escribir rápido, y como en Hogwarts no te dejan usar biromes aprovecho para hacerlo en mi casa.
Fred y George habían notado esa pequeña diferencia en las últimas cartas que les había enviado y tuve que regalarles un par de lapiceras. Más que nada porque dijeron que tener una los convertía en alguien genial... Pobres incrédulos.
Agarré un pergamino y comencé a escribir en él.
Queridos Fred y George:
¿Cómo han estado? Yo la verdad que bastante aburrida. Cedric se fue a Nueva York con sus padres y yo, como recordarán, siempre voy a la playa con mis tíos... Pero esta vez no pudimos porque mi prima comenzó su curso para ser auror.
Así que aquí estoy yo aburriéndome en mi casa, sin nadie con quien pasar el rato, y me dije ¿Por qué no preguntarle a los dos revoltosos de mis amigos si quieren venir a mi casa?
Además todavía no la conocieron.
¿Quieren venir algún día? Lo ideal sería viernes o sábado y que se queden a dormir así vemos películas muggles.
En fin, espero su respuesta.
Los quiere, Isa.
Guardé la carta en un lindo sobre verde, que Remus me había regalado un paquete entero de ellos, y se lo di a Blinky para que se lo llevara a los gemelos. Lo único que restaba ahora era esperar por una respuesta de ellos.
— Isa —mi madre se asomó por la puerta de la habitación— ¿A qué hora vienen George y Fred?
— No es George y Fred mamá —bufé— es Fred y George —me terminé de colocar mis zapatillas y les hice un fuerte nudo a los cordones. Solían desatarse con facilidad y mi cara terminaba incrustada en el suelo luego de pisarlos.
— ¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia?
— Porque suena mal como lo dices tú, es obvio eso —rodó los ojos— me habían dicho que cerca de las siete estarían por aquí —ambas miramos el reloj que estaba sobre mi mesita de luz y marcaba treinta minutos más de la hora acordada.
— Deben de estar por llegar entonces —afirmé con la cabeza— ¿Quieres que compre algo en el mercado?
— Ya fuiste dos veces en lo que va del día —me reí y me acerqué hacia ella— creo que no hace falta que compres nada más.
— Es que no quiero que se queden con hambre —ambas bajamos a la sala de estar— si tú comes como un cerdo y dices que ellos son iguales a ti —la interrumpí.
— Créeme, incluso hay alimento de sobra para nosotros tres en esa cocina.
Escuchamos un ruido proveniente de la chimenea, luego de que apareciera una gran llama de fuego verde salió una rechoncha mujer de allí.
— Buenas noches señora Weasley —dijo mi madre ayudándola a salir de la chimenea. La saludé yo también y a los pocos segundos reapareció la llama. Esta vez para dejar ver al pelirrojo de Fred.
— ¡Enana! —dijo dándome un pequeño abrazo.
— Hola Freddie —contesté despeinándolo un poco. Se fue a saludar a mi madre y esperé a que la chimenea se volviera a encender para así George se apareciera en casa. Ya cuando estábamos los cinco la señora Weasley se aseguraba de que los gemelos hubieran traído todo lo necesario para sobrevivir una noche fuera de La Madriguera. Pijamas, comida de más, cepillos de dientes y calzones de repuesto por las dudas.
Cuando por fin se fue de vuelta a su hogar decidí hacerles un recorrido a los gemelos por la casa, mientras mamá preparaba la cena.
Cada dormitorio era como un mundo nuevo para ellos. Había un millón de objetos muggles que siquiera sabían para qué eran y se me hacía muy divertido ver con qué resultado salía cada uno.
Según Fred el desodorante era un arma letal contra los centauros y George aseguraba que la videocasetera era algo parecido a un dementor y te succionaba el alma si no le entregabas un casete de video... ¿Vieron? Por eso siempre es divertido llevar al dúo dinámico a lugares nuevos. Uno nunca sabe qué podría suceder con ellos.
Estuvimos un rato más jugando a los naipes explosivos en la sala hasta que la cena estuvo lista. Hoy había una de mis comidas preferidas: ¡Pasta!
Fred y George se sentaron enfrentados y mamá y yo quedamos en ambas puntas de la mesa.
— Veo que han crecido bastante desde la última vez que los vi —comentó mi madre mientras todos nos terminábamos de acomodar en nuestros asientos y me entregaba mi porción de los fideos.
— Yo los veo igual que siempre —agregué— unos centímetros más altos nada más.
— Tú porque los ves todos los días en el colegio Isa.
Tenía razón. La última vez que ella los vio fue en el verano pasado... En vacaciones de pascua y navidades ambos gemelos se quedaron en el colegio con sus hermanos. Y cuando iniciaba el curso fue Remus quien me llevó hasta la estación de tren.
— Gracias señora Black —dijo Fred cuando recibió su plato de comida.
— Lewis —lo corrigió su gemelo. Mamá sonrió.
— Samantha para ustedes —comentó colocando el plato de George y por último el suyo— ¿O quieren que les diga señores Weasley también?
— Somos muy jóvenes para eso todavía —dijo George sonriéndole.
— Pueden empezar a comer —dije divertida— no nos tengan miedo.
— ¿Miedo de ti? —George se rió— ya quisieras —vi como con su tenedor enrollaba unos fideos y comenzaba a comer al igual que los demás.
— Efto es efghpectacular —intentó decir Fred con la boca repleta de fideos y salsa y una albóndiga a medio camino en su tenedor. Rodé los ojos y mamá se rió por aquella escena— lo siento —dijo luego de tragar— quise decir que está muy rico.
— En verdad lo está —agregó su hermano.
— Gracias chicos —contestó ella.
— Hoy le pusiste otra salsa —hablé luego de probar los fideos— me gusta mucho más así.
— Detecto un poco de azafrán, ¿Acerté? —habló George otra vez. Fred y yo nos estallamos en risas por aquello.
— No, es romero —dijo mi madre más calmada que nosotros dos.
— Ah, casi. Era romero.
— ¿Qué fue ese comentario idiota? —dije todavía riéndome.
— Isa. El vocabulario.
— Lo siento mamá —murmuré despacio, sonrojándome un poco. Los gemelos de seguro debían estar burlándose de mí interiormente, pero no se atreverían a decir nada con mi madre para escucharlos.
— Sé que es un poco temprano para preguntar estas cosas —habló Samantha otra vez— ¿Pero ya saben a qué quieren dedicarse?
— Queremos tener nuestra propia tienda de bromas —contestó Fred— como Gambol & Japes o Zonko's.
— Pero la nuestra será la mejor de todas —continuó George.
— Ah, eso es muy interesante —ella sonrió— ¿Y les va bien en Hogwarts? Porque crear mercadería e inventar nuevos productos requiere de muchos conocimientos.
— Lo sabemos —volvió a hablar Fred— sobre todo en encantamientos. No somos los mejores estudiantes del mundo pero nos lo arreglamos bastante bien. Además tendremos la ayuda de Isa, que ella sí es una genio para esas cosas —mamá me miró un poco espantada, con los ojos abiertos y sus cubiertos a medio camino de su boca. Pero luego se relajó.
— ¿Qué? —Alcé una ceja— no te hagas la sorprendida.
— Creí que todavía seguías pensando en trabajar en El Profeta —negué con la cabeza.
— Tenía como nueve años cuando dije eso —rodé los ojos— ya cambié de opinión hace rato.
— En el futuro señora Lewis —habló George, antes que mi madre dijera algo respecto a mis decisiones— ¿Podría decirle a nuestros padres que le encanta la idea de una tienda de bromas? Mamá necesitará un poco de convencimiento, seguro se pondrá como un toro cuando se entere —ella se rió.
— Solo si prometen que no me dirán más señora Black o Lewis.
— Prometido —contestaron al unísono.
Hubo un silencio en el cual los cuatro nos dedicamos a comer. Fred y George repitieron el plato porque seguían diciendo que estaba muy rico, y que necesitaba pasarle la receta de la salsa a su madre. Les aseguré que podrían venir cuando quisieran a comer esos fideos.
Mi mamá prometió que buscaría algunos libros de hechizos y de encantamientos para que me llevase a Hogwarts, no solo para leerlos sino para ver si alguno servía para inventar alguna chuchería fácil... Porque nos había remarcado con mucho énfasis que debíamos empezar por algo básico antes de probar productos que podrían dañarnos de forma severa.
Y aunque nos hubiese gustado ya iniciar a ser magnates y empresarios, con miles de artículos de broma, ella tenía razón. Éramos todavía tres simples niños de catorce años que no podían hacer bien una poción de sueño o de falso amor.
Luego de terminar de cenar y comer el rico flan con chocolate que había de postre, los tres nos dirigimos a mi habitación. Fred y George me ayudaron a llevar uno de los colchones que se encontraba en la habitación de huéspedes y lo colocamos en el suelo de mi cuarto. Había otro colchón debajo de mi cama así que lo pusimos junto al que habíamos traído. Mamá puso las sábanas y almohadas que faltaban y luego de que nos pusiéramos los pijamas nos acomodamos sobre los colchones.
Nos dejó dormir los tres en la misma habitación si le prometíamos que no haríamos nada fuera de lugar.
Fred y George se ruborizaron durante un largo rato después de eso. Yo también pero se me pasó rápido y luego los molesté burlándome de ellos y riendo.
Supuse que mi madre solo se refería a que no nos besáramos, pero ellos dos seguro habían pensado que se refería a tener sexo y me daba gracia. Como si alguno supiera incluso cómo funcionaba...
Bueno, yo sabía al menos.
— ¿Podemos ver una película? —Preguntó Fred quitándome de mis pensamientos— ¿Tienes de dibujitos? De esas que nos habías contado.
Mamá me lo había explicado con detalles el año anterior, solo porque pregunté unas treinta veces. Sabía que los bebés no venían de los repollos ni de la cigüeña, pero tenía mera curiosidad de cómo era todo el proceso.
Se hartó de que preguntase tanto y decidió explicarme. Además a la larga le pareció buena idea que me enterase por ella y no por otra persona, siendo que pude sacarme todas las dudas que tuve en el momento.
No sé si Fred y George sabían del tema porque nunca les había preguntado... Pero teniendo hermanos mayores, algo debían de saber. ¿No?
— Eh sí —contesté cayendo de nuevo a la realidad— Creo que tengo unas de Disney arriba del armario.
— ¿Disney? —preguntaron al unísono.
— A veces me olvido lo poco que saben de la vida —me reí y ambos me miraron con el ceño fruncido— es una compañía... Mundialmente conocida por sus películas animadas y su parque de diversiones.
— Me gustó esa última parte —Fred sonrió— ¿Podemos ir? —me reí.
— Algún día quizás, Freddie.
— Apure sirvienta, ve a traer esas películas —habló George. Lo miré amenazándolo con los ojos mientras me levantaba y agarré la silla que estaba en mi escritorio. La coloqué contra el armario y me subí en ella.
— Creo que estaba en esta —murmuré estirando mi brazo para alcanzar una caja no muy grande. La silla se tambaleó por el desequilibrio de mi cuerpo encima y por miedo a caerme me sostuve del ropero.
Una de las cajas que estaban por delante de la que quería alcanzar cayó hacia el suelo, por suerte no tenía nada pesado ni que se rompiera porque no había hecho casi ningún ruido. Sumándole el hecho que no quería causar que mi madre viniese a tocarnos la puerta.
— Aplausos para Isadora Black —dijo Fred riéndose. Me bajé de la silla con la caja que necesitaba en la mano y me agaché a juntar la otra que estaba desparramada por el suelo.
Había una remera blanca que hacía años que no veía. Se ve que ahí la había guardado mi mamá en alguno de los inviernos anteriores, cuando sacábamos fuera la ropa abrigada y dejábamos en las cajas la ropa veraniega.
— ¿Y eso? —vi algo dorado brillando por el reflejo de la luz contra él. Lo agarré y pude ver que era un collar de oro con un pequeño dije redondo al final. Tenía una especie de escudo de un lado y del otro estaban marcadas las iniciales I. J. B
— ¿Qué es? —Preguntó George al mismo instante que ambos gemelos se levantaron de la cama para acercarse a mí.
— No lo sé, parece ser algo mío. Tiene mis iniciales —les señalé para que lo vieran ellos también— pero jamás en mi vida lo había visto.
— Tu madre debe saber —murmuró Fred— pregúntale mañana —afirmé con la cabeza.
— ¿Pero por qué estaría aquí escondido? —susurré.
Los gemelos se encogieron de hombros y luego se pusieron a mirar las tapas de los videocasetes de la caja que había bajado, para elegir cuál mirar en el televisor.
Dejé el collar en el cajón de mi escritorio para no olvidarme que debía de preguntarle a mi madre sobre él.
Recuerdo a la perfección aquella primera clase de defensa contra las artes oscuras, impartida por el nuevo profesor de nuestro cuarto año. Y es que... ¿Quién no se olvidaría del primer castigo?
Siempre es algo importante para mí, es como un antes y un después en Hogwarts. Y esta vez, ese cambio había tardado solo tres días en suceder.
Me senté junto a Cedric en la fila de la izquierda, ya que compartíamos clase con hufflepuff, y detrás nuestro se acomodaron Fred y George. Las dos primeras hileras eran nada más y nada menos que todas las mujeres del salón exceptuándome, y me revolvía de furia aquello. ¿Qué tanto amor podían tener por él? ¡Si era un completo idiota!
— Acepto que es alguien lindo —murmuré— pero eso no le quita lo estúpido. No las entiendo la verdad.
— Tranquilízate —habló Cedric— o te explotará la vena de la frente —me reí.
— Ni que fuera tan así Ced —sonrió.
— Tal vez sea buen profesor, no lo sabemos todavía —negué con la cabeza.
— No te ilusiones mucho mi amiguito —reí. Miré a mí alrededor para ver la nueva decoración del aula. Estaba llena de cuadros por doquier y todos eran exclusivamente de la misma persona... La humildad se la había dejado en casa.
Escuché un ruido en la puerta de entrada y por allí se apareció el profesor.
Pelo rubio ondulado, ojos azules y una gran sonrisa que ya me daba asco a estas horas de la mañana: "El famoso Gilderoy Lockhart" tendría el placer de darnos clases durante el resto de nuestra estadía en el colegio (Y es en estos momentos cuando deseo que la maldición del puesto no decida romperse).
Caminó entre nosotros todavía dejando ver sus resplandecientes dientes y luego se paró enfrente de toda la clase. Se acercó hacia Rose Zeller, y agarró un ejemplar de Recorridos con los trols para levantarlo hasta su pecho. La portada, cómo no, era él guiñando un ojo.
Que por cierto, este año nos había pedido comprar la colección completa de sus libros, como si eso ayudase en algo.
— Disculpen el retraso —se aclaró la garganta— estaba con unas admiradoras —guiñó un ojo y se escucharon unos tontos suspiros adelante— yo —señaló la portada del libro— soy Gilderoy Lockhart. Caballero de la Orden de Merlín, de tercera clase, miembro honorario de la liga para la defensa...
— Contra las fuerzas de la inteligencia —escuché susurrar a Fred e intenté controlar mi risa agachando mi cabeza.
— Contra las fuerzas oscuras —prosiguió el profesor que pareció no haber escuchado aquella burla— y ganador en cinco ocasiones del Premio a la sonrisa más encantadora, otorgado por la revista Corazón de Bruja. Pero no quiero hablar de eso. ¡No fue con mi sonrisa con lo que me libré de la banshee que presagiaba la muerte! —se escucharon unas risas, incluida la de Cedric que por supuesto iba con sarcasmo.
Siguió hablando unos segundos más y luego decidió darnos una encuesta sobre sus libros, aunque en realidad eran cincuenta y cuatro preguntas sobre su vida.
¿Qué interesante, no?
Decidí contestar cuatro o cinco al azar para ver si acertaba o no y hasta allí llegaría mi interés por él. Ced hizo lo mismo y por lo que parecía, Fred y George estaban inventándose unas respuestas muy divertidas. Escuchaba como entre ellos se leían lo que habían contestado y no pude contener unas grandes carcajadas en tres ocasiones, las cuales, me consiguieron un pequeño castigo después de clase.
Según Lockhart fue por no saber comportarme en clase.
Por supuesto, y como siempre, Fred y George me acompañaron en el sentimiento y también fueron castigados por sus burlas hacia el profesor. Y Fred se ganó uno extra por preguntarle "¿Nos hemos equivocado también en la que dice que vive en el Valle de las sonrisas?"
Ese chico era increíble.
Pero lo peor de todo era que al final de la última clase del día viernes, a las seis de la tarde, teníamos que ir al despacho de Lockhart para cumplir con nuestro primer castigo del año. El cual seguramente sería limpiar sus cuadros o pintarle uno nuevo, quien sabe.
Fred y George habían decidido pasar aquel lunes volando en escoba por los terrenos y yo los veía desde abajo, mientras los tres esperábamos a que se hiciera la hora de la clase de encantamientos. Habíamos tratado de saludar a "Cally" el calamar gigante, pero era en vano. Todavía no la habíamos conocido.
Sí. Los tres habíamos acordado en que era hembra y que se llamaba Cally. Con algo había que divertirse en el colegio... Y ya teníamos descartado ir al bosque prohibido durante un tiempo largo, al menos.
Cuando los gemelos decidieron que era momento de bajar a tierra firme se recostaron en el césped conmigo y nos pusimos a charlar unos minutos más, mientras terminábamos de disfrutar lo poco que nos quedaba del tiempo libre.
— Deberíamos ir volviendo —dije bostezando— así guardan las escobas y llegamos a tiempo a clases. No quiero caerle mal a Flitwick.
— Ay Flitwick —me imitó Fred con una voz aguda— eres mi profesor preferido. Te amo —los gemelos se rieron.
— Yo no hablo así, mentiroso —le di un golpe suave en el hombro y me levanté del suelo— iré a buscar mi mochila, ustedes deciden si vienen o no.
— Bien, bien —bufó George parándose también. Fred, aunque le costó un poco más, le siguió a su hermano.
— ¿No creen que deberían inventar un teletransportador en el castillo? —Se quejó Fred— todo está lejos de todo, es demasiado ejercicio para un simple niño de catorce años.
— ¿Y por qué no tomamos un atajo a la clase? —Sugirió George mirando su escoba.
— ¿A qué te refieres hermano? —preguntó Fred. Su gemelo señaló lo que estaba sosteniendo en sus manos— Oh, cierto. Todavía este año no hemos volado a nuestras clases.
— Es un castigo asegurado —dije— saben que está prohibido y que siempre los retan.
— Deberíamos hacerlo, no quiero caminar hoy —contestó Fred sin oírme— ¡Qué gran idea Feorge!
— No, no lo es —me crucé de brazos.
— Bueno, no participes en ello y listo. No será la primera ni la última vez que te lo pierdes —comentó George montándose nuevamente en su escoba. Rodé los ojos y Fred hizo lo mismo que su hermano.
Los tres sabíamos que eso era buscar problemas, pero ellos eran así, no pensaban las cosas dos veces y les encantaba llamar la atención.
Es verdad que hubiera sido muy divertido hacerlo y ver la cara de los demás. Yo me hubiese estallado en risas, pero me había propuesto comportarme más como una dama a partir de ahora. Y eso significaba que todo lo que involucraba poder ser castigada tenía que tomarlo con mucha más precaución. Lo de Lockhart fue un pequeño desliz de inicio de clases y se lo merecía... Esto era algo muy obvio como para andar haciéndolo.
Los gemelos contaron hasta tres y se elevaron del suelo para dirigirse derecho hacia las puertas del castillo. Yo los seguí caminando por detrás y luego de unos segundos los había perdido de vista.
Varios minutos después de salir de la sala común había algunas alumnas comentando la idiotez que habían hecho Fred y George. Lo cual me sacó una pequeña sonrisa, que no duró mucho.
Un chico rubio menor que yo venía caminando hacia mí, acompañado de otros dos mucho más robustos que él. Los tres vestían túnicas de slytherin así que intenté esquivarlos, siempre me parecían muy sospechosos cuando venían en manada hacia donde yo me encontraba.
Había tenido malas experiencias en el pasado.
— Ey Black —me llamó uno de ellos. Creí que los había podido evadir pasando a su lado, pero supongo que no.
Frené y giré mi cabeza hacia él, aunque dispuesta a salir corriendo en cualquier momento si se me acercaban o lista para lanzarles algún conjuro si hacían algún movimiento extraño.
— ¿Sí? —dije levantando una ceja. El rubio era quien me llamaba.
— Creí que nunca nos toparíamos como para tener esta conversación —se acercó unos pasos y sus dos amigos quedaron detrás. Lo miré un poco más detenidamente pero no reconocía quién era.
— Disculpa, no sé de qué hablas pero tengo que ir a clases.
— Malfoy —el rubio me agarró del brazo— Draco Malfoy. Somos primos segundos, por si no lo sabías.
Perfecto. Lo que me faltaba era que viniese un niño a hacerse el superior conmigo y a pretender que somos familia. Al menos familia lejana.
Y que fuese un Malfoy.
Habiendo compartido ya tantas clases y tantas horas con su hermana mayor Deneb, sin ninguna complicación ni ningún percance de por medio, no entendía por qué ahora sí los estaba teniendo con su hermano menor.
Ya desde el momento en que el rubio pisó el primero de septiembre la estación de tren de Londres.
— ¿Qué sabes tú? —arrugué la nariz.
— Soy un Malfoy. ¿Te crees que no conozco a mi propia familia? —fruncí el ceño.
— ¿En serio? —Pregunté— Y entonces, ¿Por parte de quién somos primos?
— De tu padre Regulus. Fue primo de mi madre.
— Yo... —lo miré sorprendida durante unos segundos— no lo sabía, no tenía ni idea. ¿Y por qué tu hermana nunca lo dijo?
— Mi hermana no sabe ni la mitad de las cosas de nuestra familia, no le interesa. Pero supuse que tú eras más inteligente —me miró despectivamente— y por eso quería hablarte... No debes saber nada de tu apellido, de tu familia, ni de la importancia que tiene. Andas juntándote con traidores de la sangre, lo he notado, y encima quedando en gryffindor. Qué desperdicio.
— Debería darte vergüenza ser así —me solté de su agarre con brusquedad— vas por el camino equivocado.
— A ti debería darte vergüenza.
— ¿Sucede algo? —escuché una voz detrás de mí. Me giré y pude ver a Alicia cargando dos libros entre sus brazos. Suponía que recién se había pasado por la biblioteca, ya que estábamos a pocos metros de allí— ¿Qué no tienen clases ustedes? —lo miró reprobadoramente a él y a los otros dos de slytherin.
— Cuídate Black —el chico frunció el ceño— será mejor que vigiles cada rincón, no siempre habrá alguien para salvarte —dijo dándose vuelta hacia sus amigos.
— Eso te convendría hacer a ti —susurré para luego girarme y caminar hacia Alicia, todavía mirándolos de soslayo para asegurarme de que no hicieran nada a mis espaldas. Los tres chicos se dirigieron en sentido contrario al nuestro.
— No te preocupes —murmuró la pelinegra— se cree la gran cosa por ser un sangre pura. No le prestes atención —sonreí de lado.
— Gracias —me devolvió la sonrisa— ¿Qué llevas allí? —pregunté indicando con mi cabeza los libros que cargaba, mientras al mismo tiempo comenzábamos a caminar hacia el salón de encantamientos para nuestra próxima clase.
— ¿Ah, esto? —Dijo sorprendida— son para un trabajo de aritmancia, necesitaba un poco de información porque me cuesta bastante la materia.
— ¿Necesitas ayuda? —Pregunté— Oliver sabe sobre esos temas.
— ¿Wood? —Afirmé con la cabeza— no creo que tenga tiempo de explicarme, ya demasiado con que es el capitán del equipo.
— Deja que yo le pregunto, no creo que le moleste.
— Bueno, gracias —me sonrió— ¿Por qué no estás con George y Fred? Es raro no verlos juntos.
— Decidieron ir a la clase de encantamientos volando en sus escobas —ella se rió— seguro ya estén castigados.
— Son dos idiotas —murmuró negando con la cabeza. Continuamos el recorrido hablando un rato más y luego adentro nos separamos, ya que ella se fue a sentar con Angelina y yo con los gemelos... Quienes habían tenido una larga charla con McGonagall segundos antes.
A pesar de todo lo sucedido tiempo atrás, y de haber entablado dos o tres palabras por año nada más, Alicia parecía realmente apreciarme y quererme, aunque fuera solo un poco.
Los pequeños detalles son siempre algo importante para mí y la chica me había demostrado minutos antes de entrar a la clase que yo le importaba. ¿Para qué se había metido en el medio de la pelea con Draco sino? Supongo que podía pensar, y también decir, que por fin alguien era mi amiga.
— Su madre estará encantada con las nuevas noticias —dije sonriéndole a los dos pelirrojos— primero se escapan a buscar de forma clandestina a don Potter, luego se burlan de un profesor a días de empezar el colegio y ahora envían una lechuza para avisar de su mal comportamiento en menos de una semana. No tienen remedio —me reí.
— Fue una de las mejores decisiones de nuestras vidas —habló George contento.
— Además, mamá está mucho más preocupada por Ron y sus tonterías con el auto —agregó Fred conmocionado— ¡Casi lo expulsan! Aunque fue algo formidable debo recalcar.
— Lo fue. Pero nosotros jamás llegaremos a ese punto —volvió a hablar George— primero fugados que expulsados —su gemelo asintió.
— Tal cual, Feorge —negué con la cabeza— Por suerte no nos castigaron. Pero nos confiscaron las escobas. McGonagall nos las devolverá el día del primer partido de gryffindor —bufé.
— Qué desastre, les dije que no lo hicieran —les reproché— si perdemos por ustedes sufrirán mi ira.
— Tranquila fiera —George sonrió— los Weasley nunca perdemos.
— ¿Es una apuesta? —alcé una ceja. El pelirrojo negó y colocó una mano en mi hombro.
— Es una afirmación.
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