Capítulo 37
Había tenido un sueño tan lindo y perfecto; me encontraba con los gemelos atendiendo una gran tienda de bromas como lo habíamos planeado para nuestro futuro y yo estaba hablando animadamente sobre mi boda con Ginny Weasley.
Me pareció un poco raro no poder recordar con quién me iba a casar, pero de todas formas había sido un sueño tan real y tan hermoso que por su culpa me levanté tarde de la cama, queriendo en un intento fallido, retomar el sueño para ver cómo seguía.
Ya era la hora del almuerzo cuando quise darme cuenta.
Me duché rápido y me cambié para bajar a la cocina a ver qué preparaba mi madre para comer.
— ¿Remus? —Pregunté sorprendida al verlo acomodando la mesa— ¿Qué haces aquí? Se supone que deberías estar en tu casa, en unos días es luna llena.
— Buen día —dijo sonriéndome al verme— Tomé la poción matalobos hoy, no te preocupes que no tendré ningún ataque —me senté en una de las sillas y pude notar que Remus había acomodado todo sólo para dos personas.
— ¿Quién no va a comer? —pregunté confundida.
— Tu mamá no se sentía muy bien. Por eso me encargué de la comida yo mismo.
— Mmm —hice una mueca con la cara— ¿Salió rico eso? No quiero terminar intoxicada, eh —me reí. Remus colocó una olla en la mesa con lo que parecía ser pollo y otra con arroz. No era lo más rico del mundo pero sabía que él había puesto su mayor mérito y amor en ello, y eso lo hacía más sabroso todavía.
Estuvimos en silencio todo el rato. Cosa que me pareció bastante extraño porque siempre solíamos hablar de a montones y sobre cualquier cosa, sobre todo de Hogwarts y cómo me estaba yendo hasta ahora.
Terminamos de comer y ayudé a Remus a quitar la mesa.
— Deja que yo lo hago —dijo cariñosamente apoyando su mano en mi hombro. Cogió la varita de su abrigo y la movió para que todo lo que habíamos usado se guardara donde debía o comenzara a limpiarse en el fregadero— ¿Por qué no subes a tu cuarto a mirar televisión un rato?
— No tengo muchas ganas —contesté encogiéndome de hombros.
— ¿O a leer algo quizás? Creo imaginar que no terminaste el libro que te regalé —negué con la cabeza— yo iré a ver si tu madre necesita algo más.
— Bien. De acuerdo —lo dejé solo en la cocina y subí sin ánimos a encerrarme en mi habitación de nuevo. Agarré a Romeo y Julieta y me lancé en la cama para insertarme dentro de aquella historia trágica de romance.
Un día más. El último día dentro de esta casa sin poder salir y ya me iría a Hogwarts otra vez, mañana luego del mediodía. ¡Faltaban menos de veinticuatro horas!
Quedaba poco tiempo ya para volver a ver a Oliver, abrazar a Cedric y hacer travesuras con los gemelos. ¿Qué más podía pedir?
Ah, cierto.
El tonto quidditch que casi me había quitado la vida en dos oportunidades -¿Exagerada? ¿Dónde?- Supongo que si convenzo a mi madre de que ya no me haré daño y todos los otros jugadores me cuidarán, tal vez, remotamente tal vez, me deje quedarme en el equipo.
Minutos más tarde, cuando ya todo se estaba "pudriendo" en la novela, la relación de ambos jóvenes aumentaba en pasión y amor, cuando había llegado a la mejor parte y no quería siquiera parpadear para no desaprovechar el tiempo, alguien me interrumpió... como siempre.
— Isadora —llamó mi mamá a la puerta. Bajé la vista del libro y suspiré resignada.
— Puedes pasar —dije. Ella entró despacio en la habitación y sin cerrar la puerta se sentó en la punta de la cama— ¿Ya vamos a hablarnos o seguiremos dándonos la espalda como todos estos días? —murmuré frunciendo el ceño.
— Isa, yo... —intentó decir. Me miró afligida, hizo una pausa y luego agachó la cabeza— no puedo —dijo casi en un hilo de voz. Colocó sus manos sobre su cara y escuché como empezaba a llorar. Aquello no era bueno, no era para nada bueno. Dejé el libro a un costado y me acerqué hasta donde estaba ella para colocar una de mis manos en su espalda.
— Mamá —susurré preocupada— ¿Qué sucede? ¿Te sientes mal? —negó con la cabeza y despegó ambas manos de su cara. Ya estaba roja como un tomate— Dime qué pasa, por favor. No me asustes así.
— ¿Sam estás aquí? —giré mi cabeza y vi a Remus dar unos pasos a través del marco de la puerta— ¿Le has contado?
— No, no puedo —dijo ella levantándose de la cama y saliendo a toda prisa de allí para irse, muy seguro que al baño. Me levanté yo también para intentar seguirla pero Remus me agarró de los brazos y me detuvo.
— ¿Qué sucedió? —Dije nerviosa— ¿Qué pasa Remus?
— Tranquila —me empujó hacia atrás con suavidad— ven, siéntate —hizo unas señas a la cama y le hice caso. Remus se acomodó a mi lado y pasó su brazo por mi espalda para darme un abrazo.
— ¿Por qué actúa así mamá? —Volví a preguntar— ¿Qué pasó? Quiero que alguien me responda.
— Isa —Remus suspiró— tu abuela... —hizo una pausa. Quería que siguiera hablando, quería que no confirmara mi teoría que hacía unos milisegundos había conjeturado pero ya las lágrimas comenzaban a amontonarse en mis ojos.
— ¿Ella...? Remus... No... —lo miré esperanzada de que así no fuera, pero él afirmó con su cabeza.
— Esta mañana —susurró para luego desplomarme en su pecho.
Dejé caer varias lágrimas sobre su camisa mientras él me abrazaba y con cariño acariciaba mi cabeza. Ya lo veía venir, mi abuela estaba enferma y hacía rato que había empeorado su situación, era una bomba de tiempo que estallaría en cualquier momento. Solo que no esperaba que fuese ahora...
Me dolía, sí. Pero hace rato que me estaba preparando para recibir una noticia así aunque me tomó un poco por sorpresa.
— Quiero ir a ver a mamá —dije despacio mientras despegaba mi cuerpo del de Remus.
— No creo que sea muy conveniente Isa. Quiere estar sola un rato.
— Pero tal vez me necesite —me sequé algunas lágrimas— debe estar destrozada.
— Así es —afirmó con la cabeza— pero pronto volverá a ser la misma de siempre. Tú madre es muy fuerte y lo sabes.
— No quiero que esconda su debilidad sólo por mí —agaché la cabeza.
— Podrías charlarlo con ella en algún momento, cuando ya esté más frío el tema.
— Sí. Tienes razón —otra lágrima recorrió mi mejilla— ¿Se sentirá bien cuando me vaya? Tal vez deba faltar este cuatrimestre a Hogwarts para quedarme con ella.
— Isa —tomó mi mano— tienes que ir. A tu madre le vendrá bien estar sola para despejar su cabeza y concentrarse en el trabajo, y a ti también te vendrá bien ir con tus amigos. Además si le llegas a plantear esa situación le agarrará un ataque de nervios —afirmé con la cabeza— En un rato la acompañaré a la casa en Francia para resolver unos asuntos, mientras tanto irás con Cedric. Ya le avisamos.
— ¿Crees que mamá siga enojada conmigo? —murmuré.
— ¿Enojada? —Sonrió de lado— jamás lo estaría contigo, es sólo que teme que te hagas daño. Sé buena y compréndela, mucho más ahora que sucedió todo esto.
— Lo haré —susurré— ¿Me harías un favor?
— Lo que sea.
— Cuida de ella mientras yo no esté —lo abracé y él me recibió cálidamente con sus flacos pero amorosos brazos mientras algunas lágrimas más se derramaban por mis mejillas.
— Claro pequeña —susurró acariciándome el cabello.
— Ted y Andrómeda vendrán por ti en unos minutos —dijo mamá acomodando el cuello de mi campera como si tuviera cinco años y no pudiera arreglar mi ropa yo misma. Asentí con la cabeza— compórtate en lo que queda del año, por favor.
— Lo intentaré —murmuré. Ella se cruzó de brazos y frunció el ceño— haré lo posible para no meterme en líos —alcé la mano en forma de promesa— lo prometo con todo mi corazón.
— ¿Guardaste todo? ¿No te falta nada?
— No. Está todo ya —dije mirando mi valija en la cual arriba estaba una jaula con Blinky y mi escoba— ¿Por qué me dejas llevar la escoba otra vez?
— Ah, sobre eso —acarició mi cabeza— creo que fui muy dura contigo. Te gusta el quidditch y te hace feliz, no puedo prohibírtelo.
— No, está bien... No volveré a jugar si eso quieres —agaché la cabeza— entiendo que vivo lastimándome y no quiero causarte más preocupaciones mamá.
— Hija —apoyó sus manos en mis hombros— si te lo prohíbo será peor porque lo harás a escondidas. Te conozco —sonreí por dentro. Tenía razón— prefiero que lo hagas con mi consentimiento.
— Gracias —la miré a los ojos— de verdad —sonó el timbre de casa.
— Debe ser Ted —dijo ella dirigiéndose a la puerta.
— ¡Tía! ¡Tía Sam! —Se escuchaban los gritos de Tonks desde afuera— ¡Somos nosotros!
— Ya viene Dora, tranquila —la calmó su padre.
Mamá abrió la puerta y pude divisar a aquella dupla tan risueña saludando desde la entrada. Se saludaron entre los tres y Ted luego me acercó para darme un pequeño beso en la mejilla.
Me despedí de mi madre con un fuerte e interminable abrazo, mientras la magia se encargaba de guardar mis cosas en el coche.
— ¡Vamos a Hogwarts otra vez! —gritó feliz la loca de mi prima agarrándome de la mano para empujarme dentro del vehículo, cuando al fin me libré de los brazos de mi madre.
El camino estuvo bastante tranquilo. Me enteré que una de las amigas de Nymphadora era la hermana mayor de Oliver, y justamente la había conocido el primer día que subí al expreso de Hogwarts. Vaya coincidencia.
Parecía una buena y cariñosa chica, espero que no haya cambiado desde aquella vez. No quisiera empezar con el pie izquierdo conociendo a la familia de él y que su hermana sea una arpía. Pero supongo que no habrá cambiado, además para aguantar a mi prima hay que tener mucha paciencia y estar igual de loca que ella.
Cuando llegamos a la estación ambas nos despedimos de Ted con un pequeño abrazo y atravesamos el andén juntas. Había menos personas que de costumbre, varios alumnos pasaban las fiestas en el colegio, por una u otra razón, y por lo tanto éramos menos los que tomábamos el tren para regresar a casa.
La familia Weasley ya estaba allí. Molly, Charlie, Percy, Fred y George. Esta vez faltaban los más pequeños y Bill. Los gemelos me divisaron desde unos metros adelante y nos acercamos los tres sonriendo para ellos darme un abrazo doble. Les encantaba hacerme eso.
— Hola —Tonks movió la mano en forma de saludo.
— Fred, George —los presenté— mi prima, Nympha —ella gruñó— eh, digo, Tonks —me corregí— es que no le gusta su nombre —susurré. Ambos rieron.
— Isadora —la señora Weasley había venido hasta nosotros y me saludó con un fuerte abrazo— Me enteré de lo sucedido, ya sabes, por Arthur. Lo lamento mucho. ¿Cómo has estado? ¿Tu madre?
— Bien. Estamos bien... —intenté sonreír y la mujer afirmó con su cabeza.
— Sabes que por cualquier cosa estamos a su disposición.
— Si, gracias —contesté con amabilidad.
— Tonks —habló Charlie apareciendo detrás de su madre— hace rato que no te veía —sonrió y luego la saludó con un corto abrazo— ¿Y cómo anda mi estrellita del quidditch? —Me saludó a mí también— ¿Preparada para lo que queda del año?
— Más que preparada —afirmé, señalando mi escoba con la cabeza— regresé con todas las energías al tope —sonrió otra vez.
— Bien, voy subiendo mamá —Charlie le dio un pequeño beso seguido de un abrazo y se encaminó adentro del tren. Tonks la saludó también y le siguió el paso por detrás al pelirrojo.
Seguro se sentarían juntos a platicar, mi prima me había dicho que eran "amigos" por así decirlo. Alguna que otra vez conversaban juntos o se ayudaban en pociones, que era lo que más les costaba a ambos y cosas así. No eran muy amigos, conocidos digamos, pero se llevaban bien. ¿Cómo yo y Félix? Bueno, más o menos así. Si no es porque el chico ese está siempre pegado a Cedric creo que jamás hubiera notado que existe, pero de vez en cuando entablamos conversación o trabajamos juntos en las clases que gryffindor y hufflepuff coinciden.
— Eh, ¿Subimos ya? —Agregó Fred nervioso interrumpiendo mi pensamiento— no quisiera que el tren marchara y nosotros —su madre lo interrumpió.
— ¡Ah! ¡Isadora! —Exclamó muy efusiva— tengo algo para ti —La miré confundida mientras la señora Weasley rebuscaba adentro de un pequeño bolso que traía debajo de su brazo— Ten querida —me entregó un paquete no muy grande y mullido, con una envoltura colorida— espero que sea tu talle.
— Mamá —Fred rodó los ojos— te dijimos que no se lo dieras.
— Nos haces pasar vergüenza —comentó George ruborizándose.
— Oh, tonterías —ella sonrió. Yo seguía igual de confundida que al principio— es un suéter tejido por mí, los hago para navidad. Ese es tuyo —señaló lo que tenía en mis manos— sucede que Fred y George no me dejaron enviártelo antes. Dicen que es algo bochornoso para ellos —me reí.
— Muchas gracias señora Weasley, seguro me encantará —le devolví una sonrisa— me vendrá bien en estos días de invierno.
— Y ahora si nos vamos —exclamó Fred al escuchar el silbido del tren. Los tres saludamos rápidamente a Molly y nos subimos al expreso de Hogwarts que acababa de partir.
Revisé algunos compartimientos para ver si encontraba a Oliver, pero no había señales de él, aunque sí de Cedric. Lo vi solo, con sus ojos avellana dirigidos sobre la ventanilla, así que entré en el compartimiento junto con los gemelos.
— Hola Castaño —dije sonriéndole. Me senté a su lado y él me despeinó un poco el cabello.
— Hola Violetita —contestó. Fred y George se sentaron delante de nosotros e hicieron un pequeño saludo con la cabeza a Cedric.
— Odio ese apodo —dije.
— Lo sé —se encogió de hombros— por eso me gusta decírtelo.
— Qué molesto eres —me reí.
— ¿Todo bien? —Le preguntó Cedric a los gemelos— ¿Las vacaciones?
— Sí, todo bien —contestó George desinteresado mirando por la ventanilla.
— Un poco aburridas a decir verdad —agregó Fred— Bill, nuestro hermano mayor, consiguió trabajo en Gringotts en Egipto y se fue allí hace unos meses. No pudo venir para las fiestas, pero por suerte ya estamos volviendo al colegio, allí hay diversión asegurada con Filch y su tonta gata —Cedric se rió y yo solamente me limité a sonreír.
— ¿Así que Bill se fue? —Comenté— creí que él era más partidario de trabajar en el ministerio de magia —Fred negó con la cabeza.
— No le gusta mucho el ministro y como organiza todo —contestó— por eso decidió irse bien lejos...
Hubo un pequeño silencio incómodo.
— ¿Y cómo está Oriana? —le pregunté a Cedric. El día que había ido a su casa me comentó que ella se había quedado en Hogwarts pero estaba enferma, tenía neumonía.
— Mejor. Según la carta que recibí hoy dijo que ya para mañana le daban el alta —contestó— madame Pomfrey soluciona todo en un periquete.
— Lo sé muy bien —agregué divertida.
— ¿George te sientes mal? —le preguntó Fred a su hermano.
— ¿Yo? —El pelirrojo se giró para mirarnos a los tres— Estoy bien, ¿Por qué?
— Te ves un poco distraído —murmuró Fred— bah, no importa.
— Hablando de gente distraída —dijo Cedric— ¿Saben quién se fracturó una pierna cayendo de las escaleras? Rose Zeller.
— ¿La insoportable Zeller? —agregué. Cedric afirmó con la cabeza— está bastante mal de la cabeza esa chica.
— Muy —habló Fred— ¿Pueden creer que hace unos días se me acercó a preguntarme si había hecho los deberes de transformaciones? —todos nos reímos— justo a mí.
— Debió ser para entablar conversación —agregó Cedric— según lo que me cuenta Oriana, está loca por ustedes dos —los gemelos se miraron extrañados— dice que son su mayor amor —me reí.
— De verdad que necesita un psicólogo urgente —dije— ¿Ustedes dos? ¿Su mayor amor? ¿En qué clase de mundo estamos viviendo?
— Qué graciosa —dijo Fred con sarcasmo— nos tienes envidia porque las chicas nos adoran.
— Si Fred, no sabes cuánta envidia les tengo —rodé los ojos.
El resto del viaje transcurrió normal pero bastante animado. Hablamos un poco sobre Hogwarts, nuestros profesores, nuestros compañeros y las materias, compramos unas grageas de todos los sabores para jugar a ver a quién le tocaba el peor sabor, por supuesto que yo fui la ganadora cuando mastiqué una con sabor a vómito, y luego nos pusimos a charlar un poco más sobre quidditch.
Cuando llegamos al castillo me encontré con Oliver y pasamos lo que quedaba de tiempo juntos, antes de que fuera la hora de la cena.
Me quedé charlando con Oliver un rato más en la sala común hasta que decidió irse a dormir, ya que mañana tendría una reunión con Charlie temprano, seguramente por cosas de quidditch.
— Bien, parece que yo también me iré a mi habitación —les dije a los gemelos cuando pasé por su lado.
— No, señorita Black —habló George— usted se queda un rato más. Tenemos que ponernos al día con las noticias sucedidas en esta semana.
— ¿Podemos aunque sea subir a su habitación? —Me quejé sentándome al lado de Fred en el sofá— quiero recostarme un poco, me duele toda la espalda.
— Nos quedaremos aquí —murmuró Fred— en la habitación no es muy seguro porque Lee puede escucharnos.
— ¿Y no podemos ponernos al día mañana a la tarde? Tengo sueño.
— No —contestaron ambos.
— Tenemos asuntos de qué hablar —agregó George.
— ¿Qué asuntos? —Dije confundida— Tan importantes que nuestro amigo no puede saberlo...
— Ya sabes —me guiñó un ojo— esos besos antes de las vacaciones —le lancé un almohadón en la cara.
— ¡Ey! —Frunció el ceño— era un chiste nada más —Fred rodó los ojos.
— Asuntos importantes, no sobre besos y los cuernos de Oliver —agregó su hermano.
— ¡Basta con eso! Insoportables —Me crucé de brazos— él no tiene la culpa de que ustedes dos sean un par de tontos.
— No quiero decir nada pero —Fred hizo una sonrisa pícara— bien que estabas entretenida con el beso de George —gruñí.
— Eres un idiota Fred —me levanté del sofá pero él tironeó de mi buzo logrando que me derrumbara otra vez en el mismo lugar.
— Es importante, de verdad —habló George— sabemos algo que de seguro te interesará. Sobre ese tal... Regulus —esto último lo dijo casi en un susurro. Tan bajito que tuve que deducirlo por las mímicas que hizo con su boca.
Me quedé callada por unos minutos mientras repensaba si quedarme o no a escuchar lo que los gemelos tenían para decirme, pero la curiosidad y las ansias de saber más sobre mi padre me ganaron así que decidí quedarme un rato más. Ambos se pusieron a hablar sobre el quidditch mientras yo me quedaba poco a poco dormida al lado de Fred.
— Despierta —dijo alguien sacudiéndome el brazo. Abrí los ojos con pesadumbre y vi a los gemelos a mi alrededor— no aguantas nada Isadora —murmuró Fred riéndose.
— Les dije que tenía sueño —me excusé bostezando— ¿Y bien? —Pregunté mirando la sala común ya vacía— ¿Qué me iban a contar entonces?
— Ah, eso —habló George acomodándose en su asiento otra vez— ¿Recuerdas el día que nos castigaron y encontramos el nombre de Regulus Black en un trofeo?
— Si George, lo recuerdo.
— Nos llamó un poco la atención a nosotros también saber quién era —volvió a hablar— así que le preguntamos a nuestro padre.
— ¿Y él lo conocía? —pregunté sorprendida.
— Así es —afirmó Fred— cuando estaba en su último año, ese tal Regulus entró a primero, a slytherin. Nos contó también que fue un mortífago —mi piel se heló— se unió al cumplir los dieciséis, pero unos años después desapareció misteriosamente. Creen que lo mataron, o lo hizo el mismo innombrable porque se había entrometido en sus asuntos.
— Pero todo eso es algo hipotético —agregó George— nadie sabe qué le pasó en realidad.
— Interesante —susurré.
— Y también sabemos que ese mismo Regulus fue hermano de Sirius Black —volvió a hablar George— el asesino. Supongo que la locura venía de familia ya.
— Curioso —murmuró Fred— tú tienes el mismo apellido que ellos —me miró entrecerrando los ojos— ¿Tienes algo que ver con esos dos? Ya sé que nos has dicho que no en el pasado, pero como te interesaste en uno de ellos, me parece un poco raro.
— Yo, eh, tal vez sí sea pariente —contesté nerviosa— pero no lo sabía en realidad, me enteré hace unos días.
— ¿Eres hija de Sirius Black? —preguntó George sorprendido.
— No, no —me apresuré a decir— de él no. De su hermano, Regulus.
— Oh, y por eso estabas tan empecinada en descubrir quién había sido —comentó Fred calmado— ¿Y pero por qué no lo sabías?
— Porque mi madre... bah, en realidad todos los que lo sabían me lo ocultaron —dije— y más les vale a ustedes dos que guarden esto en secreto, no quiero que se entere todo el colegio que soy sobrina de un asesino.
— Tranquila, sabemos cuidar secretos —sonrió George.
— ¿Y por qué tu madre te lo escondió todo este tiempo? —Habló Fred— es tu madre.
— No lo sé —desvié la mirada al fuego de la chimenea— según ella fue porque yo era muy pequeña para comprender y lo hacía por mi bien. Aunque tampoco, por lo que me contaron ustedes, me dijo la historia completa. Se salteó la parte de que mi padre fue un mortífago.
— Bueno —habló George— digamos que tampoco es una historia muy enternecedora para contarle a una niña de seis años. Supongo que fue por esa razón que quiso esperar —Fred coincidió con él afirmando la cabeza.
— Algo así —susurré todavía mirando la chimenea.
Se hizo un pequeño silencio entre los tres.
— Creo que deberíamos ir a dormir —murmuró George— mañana nos costará levantarnos temprano.
— Tienes razón —dije parándome con pereza.
Los gemelos hicieron lo mismo que yo y caminamos escaleras arriba escuchando un chiste tonto de parte de Fred.
Nos despedimos para que cada uno se fuera a su correspondiente dormitorio y apenas entré al mío, en el mayor silencio posible para no despertar a mis compañeras, me abalancé en mi cama con ropa y todo para terminar sumida en un profundo sueño a los pocos minutos.
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