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Capítulo 31


Mi madre regresó del centro con dos grandes bolsas repletas de golosinas y postres para que yo llevara a la casa de los Weasley. Ya había acomodado todo en el bolso que había traído a París y en una pequeña mochila. Me había puesto un short de jean, una musculosa con unos voladitos de color verde y mis zapatillas negras.

Eran mis aliadas en todo momento.


Agarré mi mochila y me la coloqué en los hombros para dirigirme hacia la sala de estar. Blinky se quedaría, no la iba a llevar para darle más trabajo a la familia Weasley. En casa había dejado una valija mucho más grande con el resto de la ropa, con el uniforme y todas las cosas de Hogwarts, excepto por la varita y los libros que todavía no los había comprado.

— ¿Ya estás lista? —me preguntó mi mamá mientras se acomodaba un poco su ropa. Asentí con la cabeza y fui a darle un abrazo a mi abuela.

— Que te diviertas —me dijo ella sonriendo— y espero que no hagas tanto lío en Hogwarts este año.

— Puedo prometerte divertirme —me reí— pero lo segundo no sé —escuché a mi mamá hacer un bufido y mi abuela se rió— ¿Iré primero? —le pregunté.

— No, deja que yo vaya con las cosas y luego vienes —afirmé con la cabeza.

Mi madre agarró con una mano las bolsas que había traído y con la otra tomó mi bolso. Unos segundos después entró en la chimenea y desapareció entre las llamas verdes de la red flu.

Yo agarré un puñado de polvos que mi abuela me tendió y los tiré en la chimenea prendida. Cuando las llamas cambiaron de color a verde me introduje dentro y dije fuerte y claro: A la madriguera.


Odiaba esta sensación. Odiaba viajar por la red flu. Todo daba vueltas y sentía como se me retorcía el estómago, tenía que cerrar siempre los ojos porque me mareaba con mucha facilidad y no quería llegar y ya estar vomitando por todos lados.

Qué horror sería eso.

Inclusive prefería viajar por desaparición que usar la red flu.

Sentí suelo firme y aire puro. Abrí los ojos y di un gran respiro. Había llegado a la chimenea correcta. Mi madre estaba esperando por mí junto a la señora Weasley, Fred, George y Ginny.

— Menos mal que no te perdiste —dijo la pequeña pelirroja sonriéndome. Le faltaba un diente delantero.

Apenas salí de la chimenea Fred me dio un abrazo y luego también lo hizo George, casi sin esperar a que su hermano terminase. Saludé a la señora Weasley amablemente y por último a Ginny.

— Ven, rápido, tienes que ver cómo se hace una desgnomización —Dijo Fred agarrándome de la mano para llevarme afuera al jardín sin dejarme siquiera respirar. George nos siguió por detrás. El resto de la familia estaba allí limpiando el lugar de gnomos.

Ron era el único que estaba sentado disfrutando del espectáculo, lo saludé y me senté con él junto a los gemelos. Charlie me vio y me dedicó una sonrisa a lo lejos, ondeando su mano.

— ¿Alguna vez habías visto una? —me preguntó George emocionado.

— No, es la primera vez —contesté— había leído sobre esto en algunos libros.

— Es entretenido mirar —agregó Ron— hacerlo no.

— Me lo imagino —murmuré.

— Isadora —dijo Ginny apareciéndose en el jardín— tu mami te llama unos segundos —afirmé con la cabeza y me levanté del suelo para volver adentro junto con la pelirroja.

— ¿Me llamabas? —le pregunté a mi madre.

— En un rato me voy —se acercó para darme un abrazo— arreglé con Molly que te llevará a tomar el tren el primero de septiembre.

— ¿Entonces no vuelvo a casa el treinta y uno?

— Si no quieres no. Yo iré a la estación a despedirme y de paso llevo tu otra valija.

— Claro —sonreí— y no te olvides a Blinky.

— No hija —me dio un pequeño beso en la frente— ve con tus amigos, yo en unos minutos me vuelvo. Y compórtate Isadora —me regañó— nada de líos, por favor —rodé los ojos— ¿Escuchaste?

— Si mamá —respondí como si fuera algo obvio. Le di un pequeño abrazo más y volví al jardín junto a los hombres de la familia.



La verdad que todos eran muy amables conmigo en la casa. La señora Weasley siempre me ofrecía comida a cualquier hora y el señor Weasley en las cenas no me dejaba ni comer de tantas preguntas que me hacía: ¿Para qué sirve un barrilete? ¿Cómo ponen música en los discos? ¿Cómo hacen funcionar un encendedor?... Un millón y una preguntas sobre cosas muggles me había hecho. Creo que la mayoría se las contesté y podía ver como se entusiasmaba cada vez más en saber sobre lo que yo había aprendido en mis –pocos- años de vida mitad muggle y mitad mágica.

Los hermanos de los gemelos eran bastante simpáticos, sobretodo Bill y Charlie.

Bueno, digamos que Charlie siempre fue simpático conmigo. Ambos siempre estaban molestándose entre sí o haciendo chistes (y de los buenos).

Ginny y Ron vivían pidiéndome jugar con ellos. La señora Weasley me había dicho que siempre hacían eso con los amigos de sus hermanos, ya que no tenían con quien más jugar. Me dio pena así que varias veces me puse a jugar con Ginny y sus peluches, con Ron al ajedrez mágico o a las escondidas también con ambos y los gemelos.

Percy casi siempre estaba callado o leyendo algo, se ve que era alguien muy centrado y tímido. En el colegio no lo veía tan seguido pero estos días pudimos intercambiar información sobre libros. Aunque en realidad fue más un préstamo de novelas muggles de mi parte con él, y libros de encantamientos avanzados suyos para conmigo.


Los gemelos en cambio, eran todo lo contrario a Percy. Hacían un escándalo de aquellos por cualquier idiotez y casi que se mataban entre sí. Vivían peleándose pero por tonterías y le hacían bromas a todos los de la casa.

La señora Weasley por supuesto los regañaba a diario y me ponía de ejemplo de comportamiento. Por suerte no sabía que yo no era ninguna santa y que incluso a mi madre le habían llegado tantas cartas de McGonagall como a ella...



Era el día anterior a la vuelta de Hogwarts y estaba durmiendo plácidamente en la cama que me habían preparado junto a Ginny, cuando de pronto alguien comenzó a pellizcarme las mejillas.

Abrí los ojos y vi a la pequeña pelirroja sonriéndome.

— Fred y George me dijeron que te despertara así. Lo siento —dijo apenada.

— ¿Esos dos no tienen nada mejor que hacer, verdad? —se rió.

— Te están llamando, ve a su cuarto —se acercó hacia la puerta— yo iré abajo a desayunar —me saludó con la mano y luego cerró la puerta después de salir. Me daba mucha ternura la pequeña.

Me levanté bostezando y me cambié rápido con lo primero que encontré. Un short azul oscuro, una remera floreada y mis zapatillas. Me miré en el espejo que tenía Ginny y más o menos acomodé mi cabello.

Bajé un piso para ir hasta el cuarto de los gemelos y la puerta estaba abierta. Ambos sonrieron al verme y Fred me hizo señas en el suelo para que me sentara allí, George estaba sobre su cama.

— ¿Cómo despertaste? —me preguntó Fred al acercarme hacia él. Lo miré con cara enojada.

— Son unos idiotas —ambos se rieron. Decir eso significaba que su broma había tenido efecto— ¿Qué necesitaban de mí?

— Nada, sólo queríamos charlar un rato —comentó George— queríamos mostrarte algo también.

Fred estiró sus brazos y sacó una libreta del interior del cajón de su mesita de luz. Rebuscó entre las primeras páginas y me mostró lo que parecía ser unos bocetos de algo así como un caramelo con muchos colores.

— ¿Qué se supone debería ver?

— Se nos ocurrió una noche —comentó Fred— es un caramelo que te pinta el cabello. Algo así como los caramelos pintalengua, pero en el pelo.

— ¿No existen ya? —George se encogió de hombros— es decir, suena a algo simple como para que no haya alguno...

— Al menos en Inglaterra no los hemos visto. Ni en el callejón Diagon ni en Hogsmeade, según nos han dicho nuestros hermanos —afirmé con la cabeza, tratando de recordar casi toda la lista de golosinas y artículos de broma que vendían en el callejón y los que había visto en Francia.

— ¿Y cómo funciona?

— Bueno... esa es la parte difícil, ¿Cierto? —Habló George— de momento solo tenemos la idea y un dibujo, algunos hechizos... Pero nada concreto. ¿Crees que se podría hacer?

— Habría que investigar pero debería ser posible, sí.

— Ey torbellinos —dijo Charlie apareciéndose por la puerta de la habitación. Los tres nos giramos sobresaltados— Ah, hola Isa —sonrió al verme y moví mi mano en señal de saludo— Iremos al callejón luego de que desayunen, así que si pueden bajar rápido mejor, porque estará todo lleno de gente —nos miró a los tres y luego siguió caminando por el pasillo.

— ¿Tan temprano? —Se quejó Fred— no nos dejan vivir en esta casa.

— No es tan temprano —rodé los ojos— son las diez recién.

— Por suerte Bill no vendrá y se puede quedar con Ron y Ginny —dijo George levantándose de su cama— siempre se ponen insoportables en el callejón Diagon.

— ¿Ron no entraba este año?

— El siguiente —dijeron ambos al unísono.


Fred y yo nos levantamos del suelo y los tres bajamos las escaleras hasta la cocina. Ginny estaba tomando algo que parecía leche chocolatada y estaba comiendo un pedazo de torta.

— Buenos días —dijo Molly al vernos.

— Hola mamá —contestaron los gemelos sentándose en la mesa. La mujer pelirroja se me acercó y me dio un pequeño beso en el cachete como hacía conmigo y con Ginny todas las mañanas.

— Siéntate querida —me indicó una silla libre e hice caso a lo que me decía— ¿Quieres que te prepare algo?

— No, gracias, no se moleste. Comeré pastel.

— Yo quiero unos panqueques —dijo Fred sirviéndose té con leche en una taza.

— Para ti no hay nada —dijo la señora Weasley frunciendo el ceño— te convendría mejor comportarte antes de pedirme algo.

— ¡Pero tengo hambre mujer! ¡No me llena esto! —señaló el pastel.

— Lástima, porque no hay otra cosa —cambió su mirada fulminante hacia su hijo por una cariñosa y amable hacia mí— pero si tú quieres algo Isadora no dudes en decírmelo.

— Quiere panqueques —dijo Fred "tosiendo". Molly lo miró enojada nuevamente y se acercó al fregadero a seguir lavando y acomodando los platos y cubiertos. Mientras tanto nosotros cuatro seguimos desayunando en silencio, hasta que Ron bajó a la cocina.

— ¿Ya nos vamos? —preguntó animadamente.

— Cuando terminen de desayunar ellos cuatro iremos —le contestó su madre.

— ¿Ron vendrá? —se quejó George.

— Y Ginny también —agregó su pequeña hermanita sonriendo. Los gemelos bufaron.

— Nosotros tres iremos solos a comprar por nuestra cuenta —le dijo George a su madre— Ginny y Ron que te acompañen a comprar libros.

— Ustedes tres se perderán —dijo Molly negando con la cabeza— además ni saben cómo comprar algo y quieren hacerlo solos.

— Pero aprenderemos, ¿Verdad? —Agregó Fred— ¿Vamos a ir como siempre en manada pelirroja? Creí que ya habíamos superado esa etapa.

— Luego veremos. Termina de desayunar —George rodó los ojos y continuo comiendo el pastel resignado, al igual que Fred.



Unos minutos después ya estábamos en el callejón Diagon. Habíamos viajado por polvos flu otra vez.

Como lo odiaba.


Los gemelos habían logrado convencer a su madre de que los tres fuéramos por cuenta propia a comprar mi varita, mi escoba y algunas otras cosas, pero con la condición de que no nos separáramos y que a las doce en punto volviéramos a la entrada para encontrarnos todos de nuevo. Ron y Ginny irían con ella y Charlie y Percy estaban los dos solos por su cuenta.

Los gemelos y yo fuimos primero a la tienda de repuestos para comprar pergaminos, tinta y plumas, que siempre nos faltaban. Luego pasamos al emporio de las lechuzas porque yo tenía que conseguir más comida para Blinky y continuamos nuestro trayecto hacia Ollivander's para conseguir mi preciada varita.

— ¿Podemos ir a Gambol & Japes primero? —dijo Fred mirando la tienda roja y alegre que se encontraba a unos metros de donde estábamos.

— Ya estamos aquí en Ollivander's, entremos y luego vamos —contesté.

— ¿No puedes entrar sola y nosotros te esperamos allí? —preguntó George indicando la tienda de bromas con la cabeza.

— Pero su madre dijo que no nos separemos —les recordé a los gemelos.

— Vamos Isa, son sólo unos minutos —dijo Fred— estaremos ahí esperándote, no nos iremos a otro lado.

— ¿Y por qué no me esperan a mí si son sólo unos minutos? —Me crucé de brazos— no les cuesta nada.

— Por favor —George junto sus manos y se arrodillo en el suelo a mis pies— ¡Te lo suplico!

— Bien, bien —rodé los ojos— levántate que estás haciendo demasiado escándalo —el pelirrojo se levantó sonriendo y me dio un beso en la mejilla para luego ir corriendo hasta la tienda de Gambol & Japes. Fred lo siguió por detrás agradeciéndome demasiado. Yo me giré resignada a entrar sola a la tienda de Ollivander's.

Al abrir la puerta sonó una campanilla en el fondo. Era un lugar pequeño y bastante vacío. Había sólo una silla, un jarrón apoyado en una esquina de la tienda, un mostrador y detrás de él se expandía una cantidad inmensa de estantes repletas con cajas estrechas y largas, llenas de varitas.

A decir verdad, la tienda de Gregorovitch era mucho más lujosa, si mal no recordaba.

Me acomodé mejor la remera, ya que se arrugaba a causa de la cartera que estaba llevando, y revisé si mis zapatillas aún seguían atadas porque no tenía nada mejor que hacer mientras esperaba.

Tosí.

Pero nada. Nadie se aparecía para atenderme.

Me acerqué al mostrador curiosamente y miré una de las puertas traseras.

— Buenas tardes —dijo una voz amable. Me sobresalté al ver un anciano aparecer por entre uno de los estantes.

— Hola —dije nerviosa— Buenas tardes —quité mis manos de encima del mostrador.

— Creí que no vendrías, ¿Gregorovitch, eh? —Hizo una sonrisa de lado— Todos los Black han comprado durante siglos varitas Ollivander's, parece que el destino así lo quiere.

— ¿Disculpe? —Dije confundida— ¿Cómo sabe quién soy? No le dije mi nombre ni nada sobre —me interrumpió.

— No me ha hecho falta que me lo dijeras. Isadora Black —me miró entrecerrando los ojos— Recuerdo cuando tu padre vino aquí por primera vez. Veintiséis centímetros, poco flexible, madera de roble, núcleo de pluma de fénix. Una varita muy buena para encantamientos debo mencionar.

— ¿Conoció a mi padre? —pregunté sorprendida.

— Regulus. Por supuesto. Era un chico muy entusiasta y educado, tenía un brillo especial en su cara. Tienes algunos de sus rasgos —se aclaró la garganta— tu madre en cambio, prefirió una varita flexible, madera de sauce, treinta centímetros. Perfecta para transformaciones.

Regulus.

Regulus.

Regulus.


No podía quitarme ese nombre de la cabeza. Por fin sabía que así se llamaba mi padre. Me hubiera gustado enterarme de aquello por parte de algún familiar, pero después de tantos años sin saberlo ya no me hacía mucha importancia eso.

— Bien —dijo sonriendo— demasiada charla y poca acción. ¿Con qué brazo coges la varita?

— Eh, con la derecha —extendí mi brazo. Ya sabía que necesitaba medirlo. Gregorovitch había hecho lo mismo el año pasado.

Me midió del hombro al dedo, de la muñeca al codo, del hombro al suelo y para sorpresa mía, también me midió alrededor de la cabeza. El anciano se alejó hacia las cajas y la cinta métrica continuaba mágicamente haciendo lo suyo.

— Bien, prueba esta —la cinta se enrolló sola y cayó sobre el mostrador. Agarré la varita que me estaba ofreciendo— Es igual a la que tenías antes —la agité esperanzada de que fuera la correcta y así podría salir de allí, pero sólo logré hacer derribar varias cajas de varitas.

— Lo siento —dije apenada apoyando el objeto sobre el mostrador.

Qué raro —se frotó la barbilla— Núcleo de pelo de unicornio, madera de fresno, veinticuatro centímetros. Poco flexible. Juraría que era igual a la que poseías. Busquemos otra entonces —dijo acercándose a los estantes. Volvió con una caja nueva. La abrió y me mostró su contenido— madera de haya, treinta y dos centímetros, núcleo de corazón de dragón —la agarré con cuidado— vamos, pruébala. Está hecha para tu talla. Debería funcionarte.

Agité la varita como lo había hecho la vez anterior y uno de los cuadros que estaban colgados en la pared salió disparado contra los vidrios.

— Disculpe —volví a decir.

Luego de varios otros intentos, unos cinco para ser exactos, ya me estaba dando por vencida. Al anciano parecía gustarle eso, cada vez que yo fallaba se entusiasmaba un poco más.

— Una clienta difícil —se giró sobre sus pies murmurando— Me pregunto si esta servirá. La estaba guardando para una ocasión así —se acercó hacia las cajas y agarró una que estaba cerca del suelo. La abrió y se volvió hacia mí— he fabricado pocas varitas de este estilo, ya que suele ser difícil encontrarles un dueño —la agarró con cuidado y la colocó frente a sus ojos para inspeccionarla.

Era una varita completamente negra con algunos relieves en plateado y con una piedra violácea sobre el final mango. Era muy linda.

¡Esa! ¡Quiero esa señor Ollivander! ¡Me la llevo aunque no me sirva!

— Veintiséis centímetros, poco flexible, madera de roble, núcleo de pluma de fénix. Muy poderosa. Es bastante especial —me entregó la varita y la agarré con el mismo cuidado que lo había hecho él— pero primero agítala.


Le hice caso y apenas la moví sentí un calor repentino en mis dedos. De la varita salieron chispas plateadas como si fueran pequeños fuegos artificiales. Ollivander aplaudió entusiasmado y me quitó la varita para guardarla con suma prolijidad en su caja.

— ¡Bien hecho! —Dijo contento— No creí que esta varita se llevara bien contigo, pero parece que así es. Serán diez galeones.

¿Diez? Mejor que mi madre no se entere de que esa varita había sido más cara, porque si no me mataría.

— ¿Y qué tiene de especial? —pregunté recordando lo que había dicho antes el anciano mientras le pagaba, contando las monedas que debía darle.

— Verás —comenzó a hablar— las varitas Ollivander's están hechas de diferentes maderas —comenzó a nombrarlas— de fresno, roble, nogal, cedro, caoba, cerezo, olmo, abeto... podría seguir pero no quisiera aburrirte —me entregó la caja dentro de una bolsa— la tuya está creada con algo más que madera, y eso es porque contiene también una piedra preciosa. En este caso es una amatista.

— La piedra violeta —asintió con la cabeza.

— Son escasas las varitas de este estilo porque llevan más tiempo de fabricar, sin embargo las piedras le confieren un mayor valor al núcleo. Es fascinante. Son muy buenas para encantamientos de todo tipo.

— Es una varita muy linda —le sonreí.

— Y muy poderosa también. Seguro que sabrás sacarle el máximo provecho a ella —susurró— además, tiene las mismas propiedades que la varita de tu padre, y no debe ser una casualidad —se acercó hacia mí y con una mano apoyada sobre mi espalda me acompañó hasta la salida.

Lo saludé amablemente y me dirigí unas tiendas más adelante para encontrarme con Fred y George, esperanzada de que aún tuvieran todas las bolsas de compras y que no hubieran perdido ninguna. Les debía de contar lo que había aprendido, pero en privado


Antes de volvernos a la madriguera pasamos por la tienda de artículos de quidditch y compré mi escoba nueva. Una nimbus 1900, último modelo, lo mejor en el mercado hasta el momento. Era como la que le habían regalado a Cedric un tiempo atrás.



Hoy nos tocaba volver a Hogwarts. Me desperté temprano para poder desayunar y luego terminar de empacar todo en mi pequeño bolso y acomodar mejor las chucherías que llevaba en mi mochila.

Esta vez sólo fuimos Charlie, Percy, los gemelos y yo junto al señor Weasley en su pequeño auto, un Ford Anglia, que había hechizado (al igual que mi madre) para que fuera más grande su baúl y la parte trasera, así entrábamos cuatro personas atrás cómodamente.

Todos nos pusimos a charlar sobre costumbres muggles y Percy de vez en cuando se quejaba porque Fred y George le quitaban las gafas y jugueteaban con ellas. Eran imparables esos dos.

Cuando llegamos a la estación, faltaban unos quince minutos para que el tren partiera así que hicimos todo a las apuradas. Mi madre me estaba esperando en la entrada del andén 9 y ¾ junto a mi lechuza y mi valija. La saludé y acomodé en su carrito mi nueva escoba y la otra valija para luego ambas atravesar la barrera, después de que el último Weasley había pasado.

Y allí estaba otra vez. Esa locomotora roja que tanta emoción me causaba verla.


El señor Weasley y sus dos hijos mayores me ayudaron a guardar mis pertenencias en el tren y yo me despedí con rapidez de mi madre para poder subirme, ya que en unos cinco minutos debía partir.

Le di un fuerte abrazo.

— Adiós mamá —me solté de ella luego de unos segundos— cuando llegue te escribo una carta.

— Mándale una a Remus también —afirmé con la cabeza.

— Nos vemos en las vacaciones —me sonrió y luego me acerqué hacia los gemelos para subir los tres al expreso de Hogwarts. Buscamos un compartimiento vacío y nos acomodamos contra la ventanilla para saludar, pero el tren ya había dado marcha.


Nos pusimos a charlar alegremente sobre nuestro nuevo año, quidditch y todos los planes que habíamos ideado contra Filch y su horrenda gata, hasta que la señora del carrito de golosinas se pasó por nuestro compartimiento.

Compré un paquete de grageas para Fred y George y para mí compré una rana de chocolate. Apenas la abrí saltó al asiento contrario. Por suerte saltaban sólo una vez, así que la atrapé y le di una mordida.

— ¿Juntan lo cromos? —les pregunté a los gemelos mientras miraba el que me había tocado.

— No, pero nuestro hermano Ron lo hace —contestó Fred, quien se había sentado frente a mí.

— ¿Quieren llevárselo? —Miré a George y le extendí el cromo— yo lo voy a tirar de todas formas.

— No nos acordaremos de dárselo —dijo Fred encogiéndose de hombros e intentando abrir el paquete de grageas. Rodé los ojos. Yo se lo guardaría a Ron.

— Tienes manchado —George señaló mi boca.

— ¿Qué? —pregunté. Pasé mi mano por mi cara tratando de limpiarme en vano— ¿Qué tengo? ¿Ya está?

— Chocolate, ahí —volvió a señalar un costado de mi boca. Pasé mi lengua por donde me había indicado. Escuché a Fred reclamar contra su paquete de golosinas— No, todavía tienes —George se rió despacio y se acercó para limpiarme suavemente con sus dedos— ahora sí, ya está —me sonrojé y giré mi cabeza para que no me viera.

— Gracias —Dije. George se aclaró la voz.

— El invencible Andros —dijo el pelirrojo leyendo la parte trasera del cromo— Un valiente mago griego de la antigüedad. El único en haber producido un patronus del tamaño de un gigante —terminé de comer mi rana de chocolate— y es pelirrojo también. Se parece a mí.

— Que buen chiste —dije riéndome— ¿En qué se parecen?

— En todo —George se cruzó de brazos— somos un calco.

— Entonces yo también me parezco —dijo Fred riéndose— estás mal de la cabeza Feorge.

— Además no creo que seas valiente —dije— ni griego... Y seguramente no sabes ni que es un patronus.

— Bueno —rodó los ojos— pequeñas diferencias, además sí soy valiente —Fred se rió y yo intenté aguantarme la risa— ¿Qué es lo que te causa tanta gracia? —le pegó una patada a su hermano, quien le devolvió un puñetazo en la rodilla.

— George, si eres valiente deberías demostrarlo más seguido —dije sonriendo— no deberías asustarte con una mariposa volando.

— ¡Que no era una mariposa! —Gritó— ¡Era una abeja con alas súper gigantes y quería matarme!

— Claro —me reí— como digas.

— ¿De verdad no me crees valiente? —Preguntó George frunciendo el ceño— No es que tuviera que sacrificar mi vida por alguien, pero si ese alguien significase mucho para mí lo haría. ¿Crees que no soy capaz de hacerlo? —saqué mi varita.

— Pruébalo entonces —apunté a Fred— estoy a punto de matarlo.

— No lo harás —George hizo una sonrisa de lado.

— ¿Y qué te hace pensar eso? —Hice la misma sonrisa que él— ¿Sabes que si lanzo la maldición te quedas sin Freddie, verdad?

— Tú no sabes esos conjuros —susurró Fred preocupado— dime que mientes.

— No miento, sé perfectamente como librarme de ti en un segundo —acerqué mi varita más hacia su cara— ¿Qué vas a hacer George? ¿Dejarás que muera frente a tus ojos?

— Ya déjate de idioteces —me quitó la varita de un tirón— no estamos en una situación de riesgo como para sacrificarme.

— ¿Y cómo lo sabes? —Dijo Fred espantado— Isadora está tan loca que tal vez me hubiera matado para ver si eras o no valiente —George chasqueó con la lengua.

— No seas idiota —respondió su hermano— ella es un pan de dios, no mataría ni a una mosca —me devolvió la varita. Rodé los ojos y la guardé nuevamente en el bolsillo de mi buzo.

— Eres un cobarde Weasley —le dije.

— Tú también Black.

— ¿Y yo por qué? —alcé una ceja.

— Por no matar a Fred.

— ¿Qué tengo que ver yo? Quítenme del medio —Se quejó Fred— son los dos unos cobardes y punto.

— Y tú también lo eres —agregó su hermano— tendrías que haberle quitado la varita o ¿Ibas a dejar que te mataran?

— ¡Ella no me iba a matar! ¡Tú mismo lo has dicho hace unos segundos!

— Bla bla —George hizo una mueca con su boca y yo me reí— cobarde.

— Cobarde mis polainas. Tengo la solución —dijo Fred subiéndose al asiento animadamente. Nota mental: Que Fred tuviese una idea solía ser la mayor parte de las veces algo malo— Hagamos una prueba de valentía.

— ¿A qué te refieres? —murmuré sin comprender.

— Ya sabes, una prueba. Los que logren cumplirla serán los valientes.

— ¿Y cuál es tu supuesta prueba? —alcé una ceja, incrédula.

— Eh... pues no sé.

— Tiene que ser algo que podamos hacer los tres —agregó George— y que sea algo que realmente nos cueste. No simplemente hacer una broma y —Fred lo interrumpió.

— ¡Lo tengo! Hay que besar a alguien antes que se terminen las vacaciones de invierno —sonrió. George exclamó un "diuj" y luego Fred volvió a hablar— si nadie lo logra para esa fecha, podemos posponerla. Luego vemos. Claramente Isa tú besarás a un chico y nosotros a una chica... A menos que alguno de ustedes dos prefiera lo contrario y no me lo hayan dicho todavía.

— ¿Be-besar a alguien? —Dije nerviosa— No creo que sea una buena idea.

— ¿Por qué no? —Fred se encogió de hombros— no es nada de otro mundo. Los adultos lo hacen todo el tiempo. Además en algún momento tendremos que hacerlo ¿Cierto? Bill tuvo su primer beso a los doce años. Charlie a los trece creo... Percy no lo sabemos.

— ¿Pero cómo conseguiremos besar a una chica? —Preguntó George, quien también se veía nervioso— digo, no somos los más apuestos del mundo y no se fijan en nosotros porque, bueno, tenemos doce años. ¿Quién se fijaría?

— Y bueno supongo que gente de nuestra edad —dije, aunque no muy convencida por todo el asunto.

— Y además somos inexpertos en esto —volvió a hablar el pelirrojo— Quiero decir, ¿Cómo besas a alguien? Ninguno sabe... —me miró— creo.

— No, claro que no sé besar George —fruncí el ceño.

— Claro, ¿Entienden el punto? —Fred se volvió a sentar por fin— será más entretenido ya que es más difícil, y nos dará experiencia para el futuro.

— Hermano estás loco, yo paso de esta.

— ¿Te acobardas Weasley? —dije mirándolo.

— ¿Y tú no? —Dijo frunciendo el ceño— hace unos segundos creías que esto era la peor idea del mundo.

— Pero creo que cambié de opinión —sonreí— me gusta, podríamos intentarlo. No perdemos nada con hacerlo.

— ¡Listo! —Dijo Fred sonriendo también— dos contra uno. Feorge ve fijando un blanco disponible o te quedarás sin beso para el fin de las vacaciones —me reí disimuladamente y escuché a George murmurar por lo bajo que nos odiaba

Anotar en mi cuaderno mental: Primer aventura de este año, besar a un chico.

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