Capítulo 28
Me levanté de buenos ánimos. Me duché y me cambié silenciosamente para no despertar a mis compañeras ya que eran las ocho de la mañana de un sábado, y me dirigí a la habitación de los alumnos varones de primer año. Se me había hecho tarde porque tenía mucho sueño la noche anterior.
Iba a tocar la puerta pero ya estaba abierta. Me asomé y pude ver a McGonagall dentro, asi que tan solo giré de nuevo y esperé en el pasillo superior entre ambos dormitorios. Se suponía que los varones no podían entrar a las habitaciones de mujeres, pero no había restricción a la inversa porque "las niñas tenían mejor criterio y eran más responsables".
Así que estar entrando en el cuarto con una profesora presente, ya era algo más grave que simplemente decir que estuve jugando con ellos en la noche.
Pocos segundos después aparecieron los tres detrás de McGonagall.
— Buen día Black —dijo ella con firmeza en la voz cuando me vio. Y siguió su rumbo, para sorpresa mía. Creía que iba a retarme o algo así.
Lee y Fred venían detrás de McGonagall, medio dormidos, y por último estaba George cerrando la puerta de su habitación.
— ¿Qué sucedió? —le pregunté al pelirrojo mientras seguíamos a los otros dos y a la profesora— ¿Cómo se enteró?
— No lo sé —murmuró— luego de que nos levantamos y nos duchamos, apareció fuera de la puerta. ¿Le contaste a alguien?
— Claro que no —susurré— ¿Les dijo algo?
— Nos dio un sermón sobre lo que hicimos y ahora nos envió con Dumbledore a su despacho.
— ¿Crees que nos expulsarán? —Dije preocupada.
— Espero que no —contestó nervioso— pero a ti no te llamó. No le dijimos que estabas involucrada. Deberías volver a la sala común.
— Soy culpable yo también, es mi deber estar aquí tanto como ustedes —dije preocupada— Espero que sólo nos castiguen. A pesar de todo, este lugar estaba empezando a gustarme —George me sonrió.
— No diremos que estuviste allí —susurró— es para mejor. Pero quizás te conviene arreglar el asunto de la varita, ¿No? —afirmé con la cabeza.
Los minutos restantes estuvimos los cinco en silencio. Llegamos a la tan conocida entrada para el despacho de Dumbledore y McGonagall pronunció "Caramelo de limón" para que la entrada se abriera.
— ¿Qué haces aquí Black? —dijo ella mirándome de arriba abajo como si mi ropa no fuera la adecuada para que una niña de once años la usara. Pero solía mirar así a todo el mundo.
— Necesitaba hablar con el director —dije despacio. Asintió con la cabeza.
— ¿Usted también fue parte?
— No —agregó Fred con rapidez— no, ella no tuvo nada que ver.
McGonagall nos volvió a mirar a todos, algo desconfiada. Veníamos de varios meses siendo castigados y echándonos la culpa mutuamente por quien hizo cual cosa y quien otra... así que era de esperar que no se tragara por completo aquel cuento.
— De acuerdo. Subamos juntos, luego puedes hablar con Dumbledore.
Agaché la cabeza y entré dentro junto a los demás. El director se encontraba parado en el medio del despacho y se sorprendió al vernos. Tenía su típica túnica violeta y sus gafas de medialuna caídas a la mitad de su nariz.
— ¿Qué sucedió querida Minerva? —dijo Dumbledore mirándonos a nosotros cuatro.
— Los Weasley y Jordan —contestó McGonagall— destruyeron una de las camas y rompieron el vidrio de la ventana de la habitación.
— ¿Y la señorita Black?
— Tiene un asunto que hablar con usted —el anciano asintió con la cabeza.
— Bien, gracias Minerva, yo me encargo ahora —dijo Dumbledore señalando la puerta— puedes retirarte.
— Con permiso —dijo saliendo del despacho y cerrándola tras ella.
— Profesor nosotros no quisimos romper la cama —dijo Fred antes que alguien más pudiera decir algo— y tampoco la ventana.
— La ventana se rompió porque el dosel de la cama chocó contra ella —agregó Lee.
— Sí —habló George— y además no era nuestra intención romper la cama. Como sabe usted, señor, profesor, son muebles muy antiguos ya.
— Así es —afirmó Lee— y con un poco de sobrepeso se desarma en seguida.
— Yo también estuve allí, señor —agregué en voz baja. George me miró con cara de resignado, supuse que hubiera preferido dejarme al margen de aquello pero no podía simplemente hacerme la desentendida cuando esta vez sí que había hecho algo yo.
— Isadora no pesa nada —dijo Fred— pero imagínese nosotros tres, gordos como estamos, que comemos hasta explotar, subidos en la misma cama.
— Y tuvimos que hacerlo porque la rata de Lee se había escapado de su jaula —agregó George— y nos daba miedo que nos mordiera.
— Porque es muy mala —dijo el moreno— no la domestiqué muy bien todavía.
— ¡Exacto! —Fred sonrió y yo rodé los ojos. Si iban a mentir por lo menos podían hacerlo bien y no ser tan obvios ¿Verdad?— Y claro la cama no aguantó nuestro peso y se rompió.
— Por suerte la rata de Lee no se encontraba abajo —dijo George para finalizar. Dumbledore nos miró, uno por uno lentamente, y luego se aclaró la garganta.
— ¿Y qué hacía usted ahí señorita Black? —me preguntó curioso.
— Ah pues, verá señor Dumbledore —comenzó a hablar George antes de yo pudiera abrir la boca— Isadora es nuestra amiga y había venido para prestarnos unos libros de la biblioteca.
— Para hacer la tarea y estudiar para los exámenes —agregó Fred— y se quedó un rato explicándonos unos hechizos.
— Claro —habló Lee— y uno de ellos nos salió mal y apuntó directo a la jaula de Rita y ella se escapó.
— Rita es su rata —dijo Fred aguantándose las ganas de explotar en risas.
— Sí, Rita —murmuró George también aguantándose la risa.
— Bien, no se preocupen —dijo Dumbledore— seguramente ya está todo arreglado otra vez, los elfos lo habrán acomodado. Solo no lo vuelvan a hacer.
— ¿Ya está? —preguntó Lee sorprendido.
— Si señor Jordan, sólo no le comenten a McGonagall que salieron de aquí sin ser castigados —señaló la puerta otra vez— pueden retirarse. Excepto usted —dijo dirigiéndose a mí. Los tres chicos salieron del lugar y yo me quedé dentro.
Supuse que no hacía falta aclarar que nadie le había dicho a la profesora McGonagall que yo estaba involucrada, de hecho el anciano lo debió de conjeturar según lo charlado.
— Sé que todo eso fue una mentira.
— Profesor yo —intenté decir pero me interrumpió.
— ¿Cuál fue la verdadera razón? Sólo tengo curiosidad.
— Eh... —dije un poco nerviosa— estábamos jugando los cuatro en la habitación, ya que yo estaba un poco desanimada, y comenzamos a saltar en las camas. Y bueno, una terminó rompiéndose.
— ¿Y cuál era el motivo de tu tristeza? —dijo poniendo sus manos detrás de su espalda.
— Bueno, ese era el otro tema por el cual venía a verlo...
— Puedes confiar en mí, tal vez te pueda ayudar —suspiré.
— Mi varita se rompió. No sé cómo o si fue alguien —dije rápidamente. Miré al anciano irse hacia una de sus estantes— tal vez la rompí yo misma sin darme cuenta, o fue alguien sin querer —Agarró una caja larga y se acercó hacia mí nuevamente— no sé cómo sucedió —seguí hablando. Dumbledore abrió la caja y me entregó una varita bastante parecida a la mía.
— Núcleo de pelo de unicornio, treinta centímetros y madera de roble —dijo entregándomela— debería funcionarte por lo menos para terminar lo que queda del curso.
— Ah... Muchísimas gracias señor —dije agarrando la varita con ambas manos— a fin de año la devolveré, lo prometo.
— No hace falta, puedes quedártela. Tengo muchas de sobra para estos casos —hizo una pequeña sonrisa— ahora ve con tus nuevos amigos, seguro están preocupados esperándote —yo también sonreí.
— Gracias —dije saliendo del despacho.
Los tres -bien como había dicho Dumbledore- estaban esperándome afuera y me bombardearon con preguntas apenas salí. Solo les mostré mi varita nueva y nos fuimos a la sala común para pasar el rato ya que era temprano todavía.
Yo mientras tanto me dediqué a escribirle una carta a mi padrino, ya que hacía unas dos semanas que no tenía noticias de él. Además debía contarle que había conseguido su maravilloso mapa, que había hecho buenas migas con más gente y que no tenía varita.
Me senté en uno de los escritorios con todo lo necesario que iba a utilizar y comencé a escribir.
Querido Remus:
¡Tengo buenas noticias! Pero primero que nada ¿Cómo te encuentras? ¿Recuperándote de tu última luna llena todavía? Espero que estés bien.
Yo estoy de maravilla. ¿Recuerdas a esos chicos de los que viví hablando estas vacaciones? ¿Fred y George? Digamos que ya no nos llevamos tan mal como antes porque, créelo o no, consiguieron el mapa del merodeador... ¡Tu mapa! Por supuesto que no sabían cómo abrirlo y necesitaron de mi gran y brillante cerebrito...
Espero que Hogwarts esté preparado para nosotros tres porque haremos explotar todo el colegio (No se lo digas a mamá por favor)
Y esto tampoco; una chica rompió mi varita y tengo que usar una prestada que me dio Dumbledore. Cuando vuelva a casa se lo contaré ya que no me queda otra, porque si o si tengo que comprar una varita nueva.
Una pena. Realmente me gustaba la anterior.
En fin. Te mando un abrazo y muchos besos.
Isa.
Revisé la carta para ver que todo estuviera en orden y acomodé los útiles. Doblé el pergamino al medio y lo introduje dentro de uno de los sobres que ya había escrito con mi nombre.
— Isa —dijo Lee desde uno de los sillones.
— ¿Sí? —levanté la vista hacia él.
— Iremos a desayunar, ¿Vienes?
— Tengo que enviar esto —señalé la carta que estaba en mis manos— adelántense ustedes, luego los alcanzo.
— Te esperamos entonces —dijo uno de los gemelos levantándose del sofá. Subí las escaleras de caracol y entré al cuarto silenciosamente. Igual Angelina se estaba arreglando el pelo y Alicia parecía estar en el baño.
Me acerqué a la jaula de Blinky y le di un poco de comida antes de que emprendiera viaje.
Cuando terminó su bocadillo le abrí la ventana de la habitación. Le entregué la carta diciéndole que se la llevara a Remus y luego de que saliera volando cerré el vidrio otra vez. Todavía seguía haciendo un poco de frío.
Vi a Lee sentado leyendo el periódico y me uní a él. Fred y George no estaban, vaya a saber dónde se habían metido esta vez. Había unos pocos alumnos ya levantados y desayunando, ya que la gran mayoría comenzaba a despertarse a estas horas y recién dentro de unos minutos bajaban a comer algo -si es que lo hacían.
— ¿Fred y George? —pregunté sentándome enfrente de Lee. Bajó su periódico y lo acomodó sobre la mesa.
— No lo sé —se encogió de hombros— dijeron que me quede hasta que ellos vuelvan. Así te hago compañía y no te quedas sola.
— Siempre metidos en algo esos dos —reclamé sirviéndome un poco de jugo de naranja en un vaso. Vi a Charlie sentado cerca de mí y me saludó amablemente ondeando su mano, así que se lo devolví yo también.
— Estamos de vuelta —dijeron ambos gemelos sentándose al costado de su amigo.
— Ah, ya estás aquí —habló George mirándome, algo sorprendido.
— ¿Y yo ya me puedo ir? —dijo Lee parándose.
— Claro —murmuró Fred un poco exhausto.
— ¿No te quedas? —Pregunté— creí que desayunaríamos juntos.
— Me cansé de esperarlos a los tres y desayuné solo. Iré a recostarme un rato hasta el almuerzo —afirmé con la cabeza— nos vemos luego —juntó su diario y se fue caminando hasta la sala común.
— ¿Dónde estaban? —dije sirviéndome un pedazo de pastel de frutilla en el plato.
— En el baño —contestaron con rapidez. Los miré con ciertas dudas.
— ¿Y qué hicieron en el baño que les falta el aire?
— Nafgda —intentó decir George con la boca llena de comida. Me reí al ver que unas migajas salían de su boca— lo siento —dijo avergonzado luego de tragar.
— ¿De verdad no hicieron nada? —pregunté todavía sospechando.
— ¡Black! —gritó una voz chillona. Tan fuerte que parecía que los vidrios de todo Hogwarts podían haber explotado en miles de pedazos.
Me giré para mirar la entrada del gran comedor. Todos los alumnos allí presentes hicieron lo mismo.
Amanda Sanders estaba parada en la puerta, empapada de la cabeza hasta los pies, llena de algo que suponía yo era pintura verde o... Algo similar.
Había un rastro verdoso detrás de ella y el líquido goteaba formando un charco justo debajo de donde se encontraba. Si estuviera Filch viendo la escena seguro tendría un paro cardíaco sabiendo que nadie más que él tendría que limpiar aquello.
— ¡Black! —volvió a gritar, esta vez menos fuerte, y comenzó a acercarse hacia mí. Con un poco de dificultad debo decir, ya que los zapatos se le pegoteaban en el suelo. Sentí como todos me miraban mientras Amanda refunfuñaba para sus adentros y apretaba los puños con fuerza— ¡Me las pagarás mocosa! ¡Me las pagarás!
— Pero si yo no te hice nada —dije sorprendida, sin comprender por qué venía a atacarme a mí— estuve aquí todo el tiempo.
— ¿Te piensas que soy estúpida? —Fred y George se rieron. Los miré enojada y ambos agacharon la cabeza.
Habían sido esos dos...
— Más o menos —le sonreí— veo que se te cayó algo encima, querida. Deberías limpiarte un poco antes de pasearte por todo el colegio ensuciándolo.
— Te mataré —Murmuró. Dicho esto se lanzó sobre mí para intentar estrangularme o golpearme, quien sabe que quería hacer conmigo. Por suerte los prefectos que estaban allí desayunando me la quitaron de encima.
Soy muy joven para morir todavía.
— Ven Amanda, acompáñame —dijo uno de slytherin mientras la agarraba del brazo. Me dirigió una mirada reprobadora y luego empujó a la chica hasta la salida, mientras ella seguía gritando "Me las pagarás Black" con su tono de voz inolvidable e insoportable.
— ¿Te encuentras bien? —dijo Charlie ayudándome a levantarme de mi asiento. Los gemelos se habían parado para ver si yo no estaba muerta luego de ese incidente.
— Sí, estoy bien —dije mirándome, chequeando que no tuviese nada roto otra vez— gracias Charlie.
— ¿Fred, George? ¿Tuvieron algo que ver con esto? —giró sus ojos hacia sus dos hermanos menores. Ambos se encogieron de hombros— juro que no los catigaré...
— Si fueron ellos nunca te lo confesarán —murmuré.
— Mira, ella nos conoce menos que tú y ya sabe eso —agregó Fred afirmando con la cabeza. Charlie negó, resignado. El pelirrojo juntó su libro, agarró un bizcocho y salió del comedor despidiéndose de nosotros.
Mi ropa, mis manos y mi cara estaban verdosas. Pero mucho menos que Sanders.
— Pareces cubierta de moco —dijo George sonriéndome.
— Qué gracioso —bufé. Me levanté del asiento dispuesta a salir de allí y vi que todos seguían viéndome.
— ¿No te pareció divertida la pequeña broma? —dijo Fred riéndose. Lo miré enojada y seguí mi rumbo fuera del comedor.
— ¡Espera, Isa! —gritó George detrás de mí.
— ¿Qué quieren ahora? —me frené en mitad del pasillo.
— ¿Te molestó? —preguntó. Su gemelo apareció al lado con un pedazo de pastel en la boca y su campera roja a medio caer de sus hombros— Se lo merecía por lo que te hizo.
— ¡Pero les dije que no lo hicieran! ¡Quiero resolver mis problemas yo sola! —Me crucé de brazos y los sentí todos pegajosos— y además me llenaron de esta mierda a mí también —ambos se rieron.
— Es sólo pintura verde —dijo Fred— no era nuestra intención que la cara de galletita te atacara —una pequeña sonrisa se formó en mi rostro— ¡Sonreíste! ¡Listo! ¡Misión cumplida!
— Son unos tontos —sonreí girándome y comenzando a caminar otra vez hacia el baño para limpiarme un poco antes de volver a desayunar. Los gemelos aparecieron a mi lado caminando también— ¿Cómo lo hicieron?
— Nos escondimos en uno de los pasadizos a esperar que Amanda caminara por allí y —lo interrumpí.
— ¿No usaron el mapa? —pregunté.
— No recordamos como hacerlo funcionar —dijo Fred apenado.
— Les falta aprender todavía —murmuré riendo— la próxima vez avísenme, no me dejen afuera de toda la diversión. Además tres cabezas piensan mejor que dos.
— Lo haremos —contestó George— parece que hoy es un buen día, ni castigados ni expulsados.
— Nos vengamos de Sanders —agregó Fred enumerando— y arreglaron nuestra habitación.
— Tengo una varita otra vez —dije sonriendo— y amigos estupendos —Fred pasó su mano por mi cabeza y me despeinó un poco. Me quejé y colocó su brazo por mi hombro para caminar abrazados el resto de trayecto que nos quedaba. George mientras tanto se había copiado de su hermano, me despeinaba y yo le daba pequeños golpes en el brazo.
Me gustaba esto de tener a los gemelos de mi lado.
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