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Capítulo 23

Habían pasado cinco días. Ya me había perdido miles de veces por el castillo y hasta me había salteado una cena por ese problema. Además no había hecho ningún amigo como para que me acompañara o me guiara. El único con quién hablaba era Cedric, pero él estaba en otra casa, y sólo nos veíamos en las materias que hufflepuff y gryffindor compartían juntos.


Esa mañana me levanté como siempre y luego de cambiarme vi que Blinky estaba picoteando y ululando en la ventana para poder entrar.

— Calla a ese animal —me dijo Angelina tapándose la cara con la almohada.

— Lo siento —dije apenada abriendo el vidrio.

No sé por qué le molestaba tanto, si ya casi era la hora del desayuno.

Agarré la carta que traía en la pata y le acaricié un ala. El ave volvió a salir volando. Me senté en mi cama y abrí el sobre, que era de parte de mi madre. La carta decía:



¡Hija!


¡Qué feliz me pone saber que estás en la casa que querías! Perdón por no haber escrito antes pero estuve muy atareada con el ministerio.

¿Has hecho amigos ya? ¿Cómo te está yendo? ¿Conociste a Dumbledore? ¿Algún chico lindo? Por aquí estamos todos bien. ¿Y por allí?

Remus te manda muchos abrazos y está muy alegre de que hayas quedado en la misma casa que él. Dijo que te avisara que luego de la luna llena te escribirá. Meda y Ted vinieron a visitarme ayer y también te felicitan. La abuela vendrá unos días la semana siguiente.

Escríbeme en cuanto puedas.

Te amo hija.

PD. No te metas en problemas.



Guardé la carta dentro del cajón de mi mesa de luz y bajé a la sala común. Había unos chicos esperando en la entrada. Apenas me vieron dejaron de hablar. Pasé rápidamente a través del retrato para alejarme.

Estos cinco días habían sido una tortura. La gente me miraba raro, se callaban cuando yo estaba cerca o se reían de mí. No entiendo por qué lo hacían pero ya me estaba empezando a cansar.

Iba como todos los días anteriores caminando tranquila hacia el gran comedor para desayunar. Acomodé mejor mi mochila en el hombro y seguí mi rumbo. Todo era normal hasta que llegué al final de las escaleras y me topé con un grupo de alumnos de slytherin. Muy probable que eran de tercer año. Parecían mayores que yo pero no tanto.

— Miren quién está aquí —dijo un chico alto, castaño y bastante robusto frenándome a mitad de camino— la pequeña Black.

— Permiso —dije intentando evadirlo. Pero fue inútil. Todo el grupo comenzó a rodearme.

— ¿A dónde quieres ir Black? —Preguntó una chica pelirroja y rellenita— ¿Ya les dijiste a tus padres que no has quedado en slytherin?

— Sí, y me agrada estar en gryffindor —dije con la cabeza alta— ahora si me disculpan debo irme.

— ¿Y aún no te han castigado por eso? —dijo un rubio que estaba más atrás que los demás. Los otros tres se rieron— es una traición a tu familia. Yo te desheredaría.

— Ya déjenme en paz —intenté escaparme otra vez pero me agarraron del brazo.

— ¿Ya lo visitaste en Azkaban a Sirius este año? —dijo la chica nuevamente.

— No sé de qué hablas —murmuré confundida.

— De seguro es su padre —agregó el que no había hablado todavía— debe ser divertido saber que es un asesino ¿No? —se volvieron a reír.

— Ya basta, suéltenme —dije forcejeando para que me dejaran de agarrar el brazo — no conozco a ningún Sirius.

— Así que la pequeña sabe mentir —murmuró el rubio— ¿Qué tal si le damos un regalo de bienvenida? —se acercó y me sonrió macabramente.

— ¿Qué? —dije asustada.

— Espero que lo disfrutes Black —el chico robusto que me sostenía el brazo, me agarró por la cintura y me alzó arriba de sus hombros. Comenzó a caminar rápidamente por el pasillo mientras yo gritaba que me soltaran. Vi como la pelirroja abría una puerta y me dejaron allí dentro. Quise levantarme para salir corriendo pero ya era muy tarde. Habían cerrado la puerta con llave. Y lo peor de todo es que no habíamos aprendido ningún hechizo para estos casos de emergencia.

Mamá me dejaba leer libros sobre encantamientos y transformaciones, algunos de pociones también, pero me prohibió usar la varita antes de venir aquí. Por lo cual, por más que supiese algún hechizo –de haberlo leído- no tenía ni la más mínima idea de cómo era su movimiento o su pronunciación correcta.

Tonto colegio.

Estaba adentro de un armario pequeño con una escoba vieja, unos cuantos trapos y algunas otras cosas que no sé qué eran, además de telarañas y bichos asquerosos.

Comencé a golpear con fuerza la puerta y a gritar. ¡Hola! ¿¡Alguien!? ¡Estoy aquí!

Pero nada...


No fue después de unos diez minutos cuando alguien pasó por allí que me escuchó.

Alohomora —pronunciaron desde el otro lado de la puerta. Instantáneamente se abrió y por poco no caí al piso porque estaba apoyada en ella— ¿Te encuentras bien? —me preguntó un joven alto, pecoso y pelirrojo. Seguro que estaba en sus últimos años.

— Sí. Muchas gracias —contesté con timidez.

— De nada —junté mi mochila del suelo y antes de que pudiera ponérmela en el hombro el chico la agarro por mí— déjame ayudarte.

— No hace falta.

— No me molesta —me sonrió— me llamo Charles Weasley —dijo mientras yo salía de aquel pequeñito armario y cerraba la puerta tras de mí.

— Así que otro Weasley. Supongo que eres hermano de los gemelos —asintió con su cabeza— me llamo Isadora.

— Black —agregó.

— Si —dije apenada.

— No te preocupes, no te juzgaré por tu apellido... Por cierto ¿Desayunaste ya?

— No —me reí— mi estómago ruge como un león.

— Qué bien, porque el mío está igual. Ven, vayamos al gran comedor —comenzó a caminar y le seguí el paso— ¿Qué hacías ahí dentro?

— Me gusta encerrarme a veces, sabes —se rió— en realidad, unos de slytherin lo hicieron. Les pareció gracioso.

— No es una noticia nueva —dijo negando con la cabeza— muchos se creen mejores que los demás. ¿Y sabes quiénes eran?

— No. No tengo idea. Una chica era pelirroja, uno rubio y otros dos de pelo castaño. Como de tercero o cuarto año.

— Si hubiera llegado unos minutos antes les hubiera quitado varios puntos.

— ¿Eres prefecto? —pregunté asombrada y el asintió con su cabeza.

— Prefecto de sexto año. ¿Por qué creías que sabía tu nombre? Es mi deber aprendérmelos.

Ambos llegamos al gran comedor, donde había poca gente. Traté de divisar si en la mesa de las serpientes estaban los chicos que me habían molestado pero no había señales de ellos.

Nos encaminamos a nuestra mesa y nos sentamos enfrentados. Se ve que ambos estábamos muy hambrientos, porque ninguno habló hasta terminar dejando vacío el plato.

Cuando estábamos por salir del lugar, los gemelos se aparecieron frente a nosotros. De seguro querían hablar con su hermano pero no se percataron de mi presencia hasta que me puse del lado de Charles, siendo observada por ambos niños.

— Ah, Fred, George —dijo Charles frenándolos.

— ¿Qué? —dijeron los dos al unísono.

— ¿Por qué no acompañan luego a Isadora a pociones? —Ellos bufaron— después de todo tienen que ir al mismo lugar.

— Sí, bien —dijo uno entrando enojado al comedor. El otro se cruzó de brazos y se quedó mirándome.

— La van a acompañar, ¿Escuchaste Fred? —dijo Charles regañando al hermano que aún seguía allí.

— Ya entendimos —Fred entró murmurando cosas y se fue a sentar junto a su gemelo.

— Gracias —dije— no hacía falta, yo puedo ir sola.

— Te vas a perder si estás sola, además es una buena oportunidad para hacer amigos, te caerán bien mis hermanos —me sonrió— bueno, debo irme. Nos veremos luego.

— Nos vemos —le devolví la sonrisa y entré otra vez al gran comedor.

¿Podría haberme ido en ese mismo momento al aula de pociones?

Sí. Por supuesto.

Pero él tenía razón. Quizás era la oportunidad de hablar con mis compañeros de casa y de curso y llevarnos bien. Después de todo tendríamos que compartir unos siete largos años juntos.

Me senté enfrente de los pelirrojos y estos dejaron de hablar casi al instante. Saqué un libro para hacer de cuenta que estaba leyendo, aunque no podía concentrarme, sentía como sus miradas penetraban sobre mí.

Cuando al fin terminaron de comer, se levantaron con tal rapidez que guardé el libro como pude, me coloqué la mochila sobre la espalda y los alcancé trotando.

— Apúrate, no querrás llegar tarde con Snape —dijo uno de los pelirrojos.

— ¿Snape? ¿Quién es Snape? —pregunté incrédula. No recuerdo que alguien en la familia haya dicho ese nombre.

— El profesor de pociones —dijo el otro— es uno de los más odiados por los alumnos.

— ¿Y por qué? —volví a preguntar intentando acelerar mi paso. Los chicos caminaban muy rápido.

— Porque sí, es malvado —dijo uno de ellos.

Doblamos la esquina en un pasillo y había una gran cantidad de alumnos esperando frente a una puerta. Supuse que estaba cerrada y por eso nadie podía entrar, además que no era cordial abrirla si ningún profesor lo hacía primero.

Intenté pasar a través de la multitud pero cuando lo logré ya no estaban los gemelos.

Miré confundida para varias direcciones. No podía ser...

Corrí hasta el final mientras escuchaba algunas risas de los alumnos que estaba dejando atrás. Llegué a un patio con más gente y ahora si estaba perdida otra vez.

Bufé, cansada, y me acerqué hacia una chica de ravenclaw. Me aclaré la garganta para que se diera vuelta y notara mi presencia.

— ¿Sí? —dijo mirándome.

— Disculpa, ¿Me puedes decir cómo llegar a las mazmorras?

— Claro, vas derecho por allí —señaló el camino contrario por donde había venido, cruzando el patio— y al final verás un viaducto. A la izquierda antes de entrar hay un pasillo con unas escaleras, bajas por allí y estarás en las mazmorras.

— Gracias —dije caminando otra vez.

Atravesé el patio y seguí las instrucciones que me había dado la chica. ¿Cómo habían logrado desaparecer esos dos? Aunque sea tenía que haber visto dos cabezas naranjas en la lejanía. Seguí mi camino hasta las mazmorras y busqué el aula de pociones. Abrí la puerta y para mi sorpresa ya estaban todos adentro, inclusive el profesor.

— Tarde —dijo él fríamente.

— Lo siento —cerré la puerta con cuidado— me perdí.

— Siéntate —dijo con voz gruñona. Le hice caso y tomé asiento en una de las mesas más cercanas junto a dos chicas de ravenclaw. Escuché a los gemelos reírse en la mesa de al lado, pero hice caso omiso.

— Está por tomar lista —me susurró amablemente la chica que estaba junto a mí.

— Allen, Harriet —dijo el profesor. La otro alumna que estaba en mi mesa levantó la mano— Beart, Michael —un rubio que estaba sentado adelante levantó su mano— Black, Isadora —dijo despacio. Alzó su vista mientras yo bajaba con lentitud mi mano. Me miró confundido y luego de dudar si hablar o no, siguió tomando lista— Clapton, Eva —esa era la chica que estaba conmigo.

— Me da miedo —le susurró Eva a su amiga.

— Lo sé —contestó ella.

— Davies, Roger —siguió diciendo el profesor. Saqué un cuaderno, pluma y tinta de mi mochila, y comencé a hacer garabatos mientras Snape continuaba tomando lista. Se estaba tomando su debido tiempo para nada más decir nombres.



Después de un rato escuché algunas partes de su discurso, pero la verdad era que ya estaba bastante desconcentrada, perdida en mis propios pensamientos y dibujos idiotas.

— Aprenderán la sutil ciencia... —escuché decirle— hacer pociones... Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos con varitas... dudarán que esto sea magia... No pretendo que... Les enseñaré a embotellar... ¡Black! —dijo sorprendiéndome.

— ¿Sí? —levanté la vista del cuaderno. La hoja ya estaba repleta de pequeños garabatos.

— ¿Qué obtengo si mezclo agua del río Leteo, bayas de muérdago y ramitas de valeriana?

— No lo sé —dije.

— ¿No has tocado ningún libro todavía verdad? —Se acercó hasta mi mesa y arrancó la hoja en la que había dibujado— obtienes una poción del olvido, y será mejor que lo recuerdes si no quieres reprobar —algunos se rieron por lo bajo. El profesor hizo un bollo con la hoja y la incendió en el aire con la varita. Viendo el lado positivo, por lo menos no me habían quitado puntos.

Pero justamente a mí no me podía decir que no había leído ningún libro.

Si me hubiese preguntado por la poción matalobos se la hubiese recitado de arriba abajo y se hubiera sorprendido de que con once años supiera hacer un brebaje tan avanzado... Bueno que no sabía hacerlo en realidad, mi madre no me dejaba experimentar. Pero si algún día lo necesitase para dárselo a Remus, él podía estar seguro de que yo lo haría funcionar.

Snape nos puso en parejas de a dos, quedé junto a Lee Jordan, y nos hizo hacer una poción para forúnculos. Era una de las más fáciles y simples, así que no tuve problema en prepararla. 



Al final del día estaba en la sala común, sentada en uno de los escritorios para escribirle una respuesta a mi madre.



Mamá;


No hice amigos todavía, aunque hay un chico en hufflepuff con el que me llevo bastante bien. Con los demás casi ni me hablo, me esquivan. No son muy amigables como pensé.

Por ahora todo marcha bien, tuve un percance con el profesor de pociones porque me distraje en clase... pero sólo eso. Se llama Snape, ¿Lo conoces? ¿Fue tu profesor?

A Dumbledore lo veo siempre en la cena, parece ser un anciano muy inteligente.

Si te encuentras con Remus antes de luna llena dile que espero su carta y dale un abrazo de mi parte. También a la abuela. Ya hablé con Tonks y ella les agradeció a los tíos.

Me alegro de que estén todos bien.

         Besos,

                         Isa.



Guardé la pluma, cerré el tintero y metí el pergamino dentro de un sobre en el cual había escrito la dirección detrás y mi nombre. Estaba a punto de subir a mi habitación cuando me frenó un pelirrojo.

— Isadora —dijo él sonriendo— ¿Cómo te fue?

— Bien, gracias por preguntar Charles.

— Dime Charlie, odio ese nombre —rodó los ojos— ¿Fred y George te acompañaron? Porque si te hicieron algo los mato.

— Sí —mentí— lo hicieron —agaché la cabeza.

— Es un buen comienzo.

— Discúlpame Charlie, pero tengo que enviar una carta.

— Claro, ve —me sonrió— que duermas bien si no te veo.

— Gracias, igualmente —dije comenzando a subir las escaleras. Entré a mi cuarto y Alicia estaba allí. Cuando me acerqué a mi cama ella salió de la habitación. Saqué a Blinky de su jaula y le entregué la carta— llévasela a mi madre —le dije acariciándole la cabeza.

El ave ululó y salió por la ventana abierta. La cerré para que no entrara el frío de la noche y me coloqué el pijama. Busqué algún libro de lectura, me acomodé en la cama y cuando me quise dar cuenta me había dormido en pocos minutos.

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