Capítulo 21
Recuerdo como unos meses atrás llegó mi carta de Hogwarts. Estábamos celebrando mi undécimo cumpleaños en el jardín trasero. Hacía un clima lindo para estar allí en la tarde reunida con la pequeña familia, y a pesar de que todavía fuera invierno, ya se podía apreciar un poco de la primavera.
Soplé las velas de la torta y sin que nadie pudiera habérselo imaginado, una lechuza cayó directo sobre la torta.
Además de casi morir de un infarto –creo que eso fue lo que le sucedió al pobre animal- me embarré toda mi ropa celeste con torta de chocolate. Jamás salieron las manchas. La lechuza salió volando sin pedir disculpas por el desastre. Mi torta estaba arruinada. Mi familia espantada. No sabía qué hacer, si reír o llorar, pero sólo me dediqué a limpiarme un poco los ojos y a abrir con cuidado la carta que había llegado de no sé dónde, ya que al estar cubierta de chocolate no se leía nada.
— Entré a Hogwarts —susurré mirándolos a todos con una enorme sonrisa en la cara. Mi prima fue la primera en abalanzarse para estrujarme en un abrazo y decirme que prometía no molestarme mucho en el colegio.
Y hoy por fin había llegado el día.
Sonreí. Apagué rápidamente el reloj despertador y me levanté de un tirón de la cama. Comencé a saltar como una idiota por toda la habitación.
¡No lo podía creer! ¡En unas pocas horas me estaría encaminando hacia Hogwarts!
Estuve durante muchos años esperando por este día y ahora no faltaba casi nada. Me coloqué las pantuflas y salí como un rayo al cuarto de mi madre. La emoción se había apoderado de mi cuerpo por completo.
— ¡Ma! ¡Mami! ¡Mamá! —Comencé a gritar mientras me subía a su cama— ¡Rápido! ¡Levántate y cámbiate! —la destapé.
— Hija —Murmuró aún con los ojos cerrados— ¿Qué hora es?
— Las ocho en punto —Dije abrazándola.
— ¿Y qué haces despierta? Ve a dormir.
— ¡Pero es primero de septiembre!
— ¿¡Por qué no me despertaste antes!? —Se despegó de mí, dejándome acostada en la cama, y corrió hacia su armario. Era algo raro que a mi madre se le pasara una fecha importante o se atrasara en ir a algún lugar. Pero claro, justamente hoy, un día casi tan importante como mi cumpleaños se le había olvidado por completo.
— Lo siento, creí que lo sabías —dije apenada sentándome en el borde de la cama.
— Es que sí, lo sabía —Dijo ella sacando un par de zapatos— Pero se me olvidó.
— ¿Y qué vamos a desayunar? —pregunté jugueteando con mi pelo.
— No lo sé Isa, tenemos que apurarnos —Agarró un traje azul oscuro y lo dejó en el borde de la cama— ¿Ya te bañaste?
— Lo hice ayer antes de acostarme —Me estiré.
— ¿Terminaste con las valijas? —Sacó una camisa blanca y terminó por cerrar el armario. Le sonreí y corrí hacia mi habitación. Supongo que ella me había entendido muy bien.
La valija grande por lo menos ya estaba hecha, sólo quedaba empacar unas cosas más en la pequeña y ya estaría todo.
Hacía tres días que ambas habíamos llegado de París; Francia, de visitar a mi abuela. Todas las vacaciones de verano lo hacíamos, aunque sólo fuera por poco tiempo. Me encantaba pasar el rato con ella y aprender cosas nuevas sobre la magia. Aunque por otro lado no me gustaba el hecho de que estando allí nunca veía a mi madre. Siempre tenía "asuntos" que atender, algún trabajo del ministerio, algún encargo, buscar algo que quería comprar... En fin, "asuntos" como decía ella.
Pero esta vez visitar a la abuela Julie estuvo más entretenido. Me había acompañado a comprar algunas de mis cosas para el colegio. Fuimos a un enorme lugar detrás de un hotel viejo y desarreglado. Había una gran plaza redonda en el medio y todos los negocios se extendían a su alrededor, aunque había un estrecho camino que dirigía hacia otros dos callejones. Uno era casi igual al anterior solo que en el medio había una fuente, y por supuesto, menos locales. Y en el otro no lo sé, mi abuela no me dejó entrar ni por curiosidad. Sólo logré ver que era un lugar oscuro y tenebroso.
Me compró un caldero, un telescopio y una lechuza hembra hermosa. Tenía todo su plumaje gris excepto en su cara, que era de color blanco al igual que su pico, y tenía dos grandes ojos amarillos.
Primero pensé en llamarla Yema, por lo del color de sus ojos... No me critiquen, tengo sólo once años y mucha imaginación... Pero a mi querida abuela le parecía horrendo y tuve que cambiarle el nombre. Me tomó unos días decidir por uno, pero luego de rebuscar en varios libros que me gustaban y hablando con mi madre, elegí por fin llamarla Blinky.
Por último fuimos a la tienda de varitas de Gregorovitch, donde conseguí mi ramita mágica. Fue lo más entretenido de todo el recorrido: probar varitas y ver cuál me elegía a mí. Intenté como unas cuatro veces pero la quinta fue la vencida luego de dejar la tienda desordenada y haber hecho explotar la vitrina.
Madera de fresno, veinticuatro centímetros, poco flexible y núcleo de pelo de unicornio. Tenía un color marrón claro, casi amarillo.
El resto de las cosas, como el uniforme y los libros, terminamos de comprarlas en el callejón Diagon. Porque por supuesto no había túnicas de Hogwarts en Francia y los libros estaban todos escritos en francés. Y aunque yo sabía hablar ese idioma y también leerlo –de forma algo precario igualmente- no valía la pena comprarlos allí, técnicamente sería el doble de esfuerzo a la hora de estudiar.
Y volviendo al presente...
Terminé de guardar todas mis cosas y me cambié con rapidez. Bajé hasta la cocina y mi madre ya estaba lista, bien arreglada para luego ir al trabajo y además había preparado unas tostadas que estaba comiendo.
Agarré un tazón, cereal y leche de la heladera y me senté en la mesa para desayunar yo también. Apenas había agarrado la cuchara para empezar a comer cuando resonó un fuerte sonido proveniente de la sala de estar. Mi madre se giró espantada para verme, dejó precipitosamente todo lo que estaba haciendo y caminó hasta la puerta de la cocina.
— ¡Ah, por Merlín! —Bufó— ¡Qué susto me has dado! —dijo volviendo a entrar a la cocina. Estiré mi cuello hacia atrás para ver en la sala. Frente a la chimenea había un hombre alto y de pelo rubio oscuro sacudiéndose el polvo de su chaqueta.
— Hola pequeña —dijo sonriéndome cuando levantó su cabeza. Tenía ojos celestes como el cielo y varias cicatrices por su cara.
— ¡Remus! —contesté con alegría. Él se acercó y me dio un tierno beso en la frente y luego saludó a mi mamá.
— ¿Cuántas veces te dije que avisaras antes de venir? —dijo mi madre acercando dos tazas a la mesa.
— Como unas ciento sesenta y dos veces... supongo que ciento sesenta y tres con la de recién —Remus se sentó a mi lado mientras yo seguía comiendo mis cereales.
— Diez años y todavía lo sigues haciendo —ella puso la pava con té en la mesa y buscó en la heladera un pedazo de torta y mermelada para untar en las tostadas— No lo puedo creer Remus.
— Lo siento Sam, es que mi alma pide a gritos hacer bromas —sonreí— Y sabes que esta es la única forma que tengo de hacerlas.
— Pobre de mí —se sentó enfrente mío— ¿Quieres torta? —me preguntó. Negué con la cabeza y continué con mis cereales— ¿Tú Rem?
— Con gusto acepto. Sabes que no rechazaría nada con chocolate —Agarró la pava y llenó ambas tazas con té— ¿Con azúcar? —preguntó Remus.
— Dos cucharaditas por favor —dijo mi madre terminando de cortar un pedazo de torta que se la entregó a él— Además sabías que hoy vendría, Samantha... ¿O piensas que me perdería de acompañar a mi ahijada en su primer viaje a Hogwarts? —me sonrió.
Sí, Remus era mi padrino. ¡Y era el mejor del mundo!
Nos visitaba sin falta una vez por semana y pasaba año nuevo con nosotras y mi abuela que viajaba desde Francia. Remus también venía en navidad, pero en nochebuena prefería quedarse solo y mientras tanto ambas íbamos a la casa de Andrómeda y Ted Tonks, quienes eran primos lejanos o algo así. Aunque yo siempre decía que eran mis tíos y que Nymphadora, su hija, era mi prima.
La verdad es que mi familia era muy pequeña. Mi abuelo había fallecido varios años atrás, así que casi ni me acuerdo de él. Y de mi padre nunca supe nada. Cuando se lo pregunto a mi madre ella solo me dice que había sido un gran hombre. En cuanto a mi familia paterna, jamás dijo una sola palabra de eso. Igualmente intento no hablarle sobre el tema porque se nota que le afecta mucho.
Una vez logré sacarle un poco de información a Remus, quien me dijo que mi apellido: Black, era de un linaje de sangre muy pura, que era un apellido muy reconocido en el mundo mágico aunque a la vez tenía mala fama y que la gran mayoría de los Black habían estado en slytherin. Inclusive mi padre.
A veces me pongo triste porque él no está aquí, pero Remus técnicamente ha sido como un padre para mí y un gran amigo para mi madre.
¿Qué más les puedo contar? Mmm...
¡Ah! Mi nombre completo es Isadora Joanne Black, creo que no lo había dicho antes, ni tampoco me presente correctamente.
Bien, mi cumpleaños es el 11 de febrero y tengo once años, eso supongo ya lo dedujeron. Suelo ser un poco tímida, pero con confianza soy muy extrovertida, divertida y cariñosa. Me encanta leer libros. Soy bastante ordenada, no me olvido con facilidad de las cosas y suelo ser respetuosa.
Físicamente, mi altura es normal para mi edad, aunque mi prima siempre me dice que seré bajita y nunca podré pasarla. Espero que se equivoque.
Tengo el pelo por encima de los hombros, rubio y un poco ondulado. Yo lo quería largo, y es más, antes era muy largo... Pero un día decidí "recortarlo un poco" y todo terminó en caos. Igual por suerte ahora está bastante normal.
Mi cara no es muy ancha, mi barbilla es un poco puntiaguda o triangular, como prefieran decirle. Tengo una boca no muy grande pero no muy chica y una nariz pequeña y redonda. Y mis ojos... ¡Amo mis ojos! ¡Son violetas!
¿Es extraño verdad? Jamás conocí a alguien con ojos así que no sea metamorfomago y por eso estaba muy orgullosa de ellos.
Ya cuando los tres habíamos terminado de desayunar, guardamos las valijas en el baúl de nuestro auto rojo y nos dispusimos a partir hacia Londres.
El auto era bastante nuevo, un Fiat uno. Había salido al mercado hacía unos cinco años atrás y desde ese momento mi madre lo compró con sus ahorros para así poder manejarnos más fácilmente por la ciudad. No le gustaba eso de aparecerse o utilizar polvos flu, siempre le gustó la forma en que los muggles hacían las cosas, así que me tuve que acostumbrar a eso.
Si bien el auto era bastante pequeño atrás, estaba hechizado para que fuera más espacioso. Eso era bastante bueno en estas ocasiones que había que viajar casi dos horas. Me recostaba tranquilamente en la parte trasera y dormía una linda siesta.
Vivíamos en un pequeño pueblito llamado Ottery St. Catchpole, bastante lejano a Londres, en el suroeste de Inglaterra. Allí hay un pueblo bastante grande de muggles llamado Ottery St. Mary, pero más en las afueras de ese lugar rodeando el río Ottery, cerca de las colinas y detrás de un bosque pequeño, se estableció desde hace muchos años una comunidad mágica. Varios compañeros de trabajo de mi madre se encontraban esparcidos por allí, incluso otros tantos niños que asistían a Hogwarts también.
Cuando por fin habíamos llegado a la estación de tren sólo faltaban unos quince minutos para que se hicieran las once en punto y el tren por fin partiera hacia el colegio.
Remus colocó las maletas sobre un carrito y yo lo empujé alegremente por todo el edificio. Llegamos hasta una pared de ladrillos que estaba entre medio del andén nueve y del andén diez y mi madre me dijo que corriera hacia allí y pasaría al otro lado.
Creí que estaba loca y le dije que me lo demostrara, así que ella apretó su cartera contra el cuerpo y corrió. Para mi sorpresa, no chocó contra el muro, sino que desapareció. Remus puso una mano en mi espalda y comenzó a contar hasta tres. Sabía que cuando terminara iba a correr conmigo.
Me preparé y salí disparada con él cuando dijo ¡Tres!
Mi corazón latía tan rápido. No podía despejar aquella felicidad de mi cara al ver por primera vez esa locomotora roja echando vapor por los aires. Parecía un sueño hecho realidad.
Dejé que Remus se encargara de llevar mi equipaje para guardarlo en el tren, ya que yo no tenía tanta fuerza, y me giré para sonreírle a aquella mujer que había sido mi compañera durante mucho tiempo. Ella era mi guerrera, mi luchadora.
Era mi vida.
— ¿En qué casa crees que estaré? Estoy preocupada por eso —Dije acomodándome mi cabello — Ya sabes la fama de mi apellido, no quiero estar en slytherin. Remus dijo que casi todos son todos unos creídos y yo no soy así. Pero tía Meda terminó en slytherin y ella tampoco es así... pero bueno sabemos que una excepción.
— ¿Y en cuál casa sí te gustaría estar?
— Es complicado —fruncí el ceño mientras pensaba— hufflepuff no estaría mal porque Tonks está allí. Pero tú eras de ravenclaw y Remus de gryffindor. No puedo elegir.
— Entonces, Isa, deja que el sombrero elija por ti. Te colocará en el lugar más apropiado.
— Pero sly... —me interrumpió.
— Pero si tanto te molesta estar en slytherin podrías decírselo —ella se agachó y me dio un gran abrazo— de todas formas, entres a la casa que entres yo estaré muy orgullosa de ti —ambas nos separamos y pude ver que sus ojos estaban lagrimosos.
— Ay mamá, no es para tanto —susurré algo avergonzada, rodando los ojos— volveré para navidad, además te escribiré cada semana —ella sonrió.
— Lo sé —me volvió a abrazar— es que te voy a extrañar mucho mi niña.
— Ya está todo acomodado —dijo Remus apareciéndose en escena.
— Gracias —contestamos ambas.
— No hay de qué —sonrió— ¿Y? ¿Lista para la gran aventura?
— ¡Sí! —Dije emocionada— ¡Ya quiero hacer todas esas cosas que hacías tú con tus amigos!
— No por favor, no quiero que te echen del colegio —dijo preocupada mi madre.
— Samantha —Remus rió— no le pasará nada.
— Tiene razón mamá, él me enseñó todos los trucos que tengo que saber para que no me atrapen.
— ¿En qué pensaba cuando decidí nombrarte su padrino? —se reprochó a sí misma riendo también.
— Probablemente en que yo era la mejor opción disponible —sonrió— bueno, lamento decirlo pero ya me tengo que ir.
— ¿Ya? ¿No puedes esperar que el tren salga? —dije decepcionada.
— Estoy llegando tarde a una reunión —me levantó y me dio un fuerte abrazo— pero prometo ser el primero en llegar a la estación cuando vuelvas. ¿Me escribirás cierto?
— Por supuesto —sonreí al mismo tiempo que me dejaba en el suelo otra vez— y también te enviaré alguna estatua —ambos reímos. Vimos a mi madre tapándose la cara y volvimos a reír.
— No hace falta, me conformo con una carta. Creo que a tu pobre madre le dará un infarto si te robas algo del colegio.
— Qué lástima, hubiera sido divertido ver a mi lechuza llevar un paquete tan grande.
— Nos vemos a la vuelta pequeña, te estaré esperando.
Me dio un beso en la frente, se despidió de mi mamá y salió por la misma pared por la que habíamos entrado.
— ¿Has visto a Nymphadora por aquí? —pregunté mirando alrededor.
— No querida —contestó— aunque lo más probable es que te topes con ella en el tren.
A Nymphadora ya casi la trataba como una hermana. Pasábamos las vacaciones juntas y ahora pasaríamos tres años en Hogwarts. Éramos bastante unidas a pesar de que nos llevábamos casi cinco años de diferencia porque al igual que yo, ella también era hija única.
Le di otro abrazo más a mi mamá. Éste duró varios segundos, casi una eternidad diría yo. Y cuando por fin me soltó subí alegremente al tren.
Busqué un pasillo que no estuviera tan abarrotado de gente y ya cuando lo hice eran las once en punto.
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