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Capítulo 2


— Atención por favor, todos ustedes —dijo la profesora McGonagall con un tono de firmeza en su voz. Mientras tanto George y yo mirábamos con curiosidad a los ocho estudiantes de gryffindor, quienes estaban parados en pijama al final de una pequeña escalera caracol que debía dirigir hacia los dormitorios, ya que estábamos todos dentro de la sala común.

Minutos atrás nos encontrábamos esperando fuera del despacho de Dumbledore mientras él le comentaba "la sorpresa" que había preparado para ese año a McGonagall. Por supuesto que no era ninguna sorpresa, salvo para mí y para George, pero había que arreglárselas de alguna forma para no interferir demasiado con el pasado. Por lo menos hasta que se arreglara el giratiempo.

De momento el secreto quedaría guardado entre nosotros dos y Dumbledore.

El plan era ese, pero de ser necesario -y cuando digo de ser necesario me refiero a que sea algo sumamente importante y de vida o muerte- nadie más se enteraría de nada. Salvo que, como mencioné, requiriéramos que alguien más se enterara del asunto por cuestiones de fuerza mayor.


— Este año tendrán nuevos compañeros —volvió a hablar la profesora— Ellos son Isadora Dickens y George Williams. Han venido desde Estados Unidos por un intercambio escolar de unos meses. Provienen del colegio Ilvermorny. Espero que sean amables y los traten bien —hubo un murmullo entre todos ellos pero la profesora los calló de inmediato— ahora déjenlos dormir ya que deben estar cansados. Mañana podrán preguntarles todo lo que quieran ¿Comprendieron?

— Si profesora —contestaron todos al unísono.

— Bien —se giró para hablarnos a nosotros dos— cualquier problema no duden en avisar a las autoridades, en especial usted señor Williams —señaló al gemelo— porque le advierto que sus compañeros son algo —se aclaró la garganta— revoltosos.

Quise reírme, no tenía idea de por qué pero tenía ganas de hacerlo. Nunca había escuchado a McGonagall decir palabras poco formales, por así llamarlo. Además, si conociera quien era en verdad George, sabría muy bien que él podía llegar a ser el más revoltoso de todos incluso sin tener a su hermano gemelo cerca.

— Mañana a primera hora diríjanse al despacho de Dumbledore de nuevo. Me informó que necesitaría hablar con ustedes una vez más —miró a los demás chicos y luego se despidió con un gesto con la cabeza— Que descansen bien todos.

Vi cómo se encaminaba hacia la salida con paso firme y atravesaba el retrato de la Señora Gorda, cerrándose éste con un fuerte click.

Tragué saliva e hice contacto visual con George unos segundos. Ahora todo dependía de nosotros dos y minutos más tarde estaría sin él durmiendo, así que nada más tendría mi ineptitud social para valerme por mí misma.


— Así que tenemos nuevo compañero y compañera —murmuró un chico de pijama rojo acercándose a nosotros. Era bastante alto, de pelo negro liso y ojos grises claros— me llamo Sirius Black, un placer —estiró su mano hacia nosotros. George no dudó en estrechársela. Lo más probable es que todavía no le hubiese hecho conexión las dos neuronas que tenía dentro de la cabeza.

Sin embargo, yo sentí que me quedaba paralizada. Sentí que todo mi cuerpo se había endurecido y mis ojos no podían cerrarse por la sorpresa.

Tenía unas ganas terribles de gritar ¿Cómo es que había llegado hasta aquí? Pero hubiera sido muy descortés, y ni hablar de que me creerían loca, desquiciada, demente, y otros sinónimos.

Realmente me encontraba en un gran lío.

Luego recordé: Había llegado por culpa de las travesuras de Fred y George y por mi tonta idea de usar un giratiempo en vez de ser más sociable. Así que cuando volviera al futuro debía cambiar esa actitud de inmediato.

¿Pero cómo podía ser que mi tío estuviese aquí?

Es que está un poco mareada por el viaje todavía —dijo George con rapidez, para sacarme del aprieto. Caí de nuevo en la realidad y vi que mi tío seguía esperando a que yo apretara su mano, así que eso hice, aunque todavía con cierto recelo.

— Sí, disculpa —dije apenada.

— No hay por qué. Veo que en Estados Unidos no son de mantener mucho contacto —agregó Sirius sonriendo de lado.

Uno de los chicos que estaba detrás se aguantó la risa. Usaba gafas cuadradas y tenía el pelo desarreglado y negro... no me cabía duda de que ese era James Potter.

Entonces le presté atención al resto de ellos; el rubio con cicatrices en la cara era Remus Lupin, mi padrino. El bajito era Peter Pettigrew. La chica pelirroja era Lily Evans. Y había otras tres chicas que no reconocía, siquiera cuando dijeron que sus nombres eran Mary McDonald, Brigitte Klaus y Leanne Calvin.

Supuse que George pensaba lo mismo que yo porque su cara de terror lo delataba. Nos encontrábamos en medio de un gran lío que habíamos causado nosotros y nada más que nosotros -y bueno también Fred, pero él se había salvado de esta situación incómoda.

— Entonces, Isa ¿Te puedo decir Isa verdad? —me preguntó Lily Evans quitándome de mis pensamientos. Yo asentí con mi cabeza— ven, te mostraremos donde queda nuestra habitación. Me imagino que de seguro quieres recostarte un rato por el viaje. Por cierto, me llamo Lily —querida, eso ya lo sabía. El grupo de las cuatro chicas subieron la escalera y las seguí. No sin antes mirar por última vez a George, preocupado.

Ya me estaba imaginando que nuestro futuro no sería el mismo.

¿En dónde nos habíamos metido?


Cuando llegamos al dormitorio de las chicas pude reconocer que era muy parecido al que utilizaba en ravenclaw, solo que en vez de cubrecamas, cortinas y adornos azules, estos eran rojos. No diferían mucho en cuanto al mobiliario ni en la disposición de las cosas.

— Esa es la cama de Lils —dijo Mary señalando la última— esta es la mía —se sentó en la más cercana a la puerta— Lea y Bri duermen allí —señaló dos camas al lado de la puerta del baño.

— Y aquella será la tuya, acaban de agregarla hace un rato —dijo Leanne apuntando a la única que estaba debajo de una gran ventana— no entendíamos nada cuando la colocaron los elfos, siquiera ellos sabían por qué los habían mandado a hacerlo. Pero ahora ya sabemos —sonrió— ponte cómoda Isa.

— Me encantaría hablar toda la noche contigo —agregó Lily sonriendo también— pero si prefieres dormir, no me opondré.

— Eh, si —dije algo nerviosa— prefiero dormir, esto del viaje me dejó muy cansada.

— ¿Cómo vinieron? —preguntaron Mary y Brigitte al mismo tiempo.

— Por... traslador —contesté— del colegio hasta la estación de acá. De Londres.

— ¿Estuvieron en el tren? —Preguntó Mary desconcertada.

— Cierto —murmuró Lily— yo los vi sentados en un compartimiento, mucho antes de que cualquier alumno subiera ¡Ya me parecía raro!

— Bueno, te dejaremos descansar ahora —murmuró Leanne— Nosotras debemos hacerlo también. Ya después tendremos mucho tiempo para charlar.

— Tiempo es lo que me sobra —les dije en chiste. Por suerte no habían entendido aquella indirecta.

Cerré las cortinas de la cama y me eché para atrás mirando el techo en un punto ciego, tratando de despejar mi mente lo más rápido posible para dormirme. 



— ¿Ustedes también tienen escaleras movedizas? —me preguntó Lily mientras ella y Mary caminaban conmigo hasta el despacho de Dumbledore. Les dije que no hacía falta que me acompañaran hasta allí pero no hubo forma de convencerlas a que no lo hicieran.

Ciertamente tenía sentido que me escoltaran porque yo era nueva y no conocía el castillo. Pero cuanto menos tiempo pasara con cualquiera de las personas de esta época era para mejor.

— Si, nuestro castillo es muy parecido a este —contesté mirando a George y a Sirius quienes ya estaban frente a la puerta del director esperando.

— Ah, buenos días damisela —me saludó Sirius haciendo una reverencia muy tonta.

Por favor, esto era una pesadilla. Mi propio tío intentaba ¿Coquetear conmigo? ¿O simplemente era así de idiota con todos?

— Buenos días —dije sin ganas. Tal vez así se daría cuenta que no estaba dispuesta a seguir una relación con él; es más, siquiera tenía intenciones de empezar una.

— Buen día Lilian, Marianne —agregó el chico saludándolas a ellas también. Pero ambas rodaron los ojos al unísono sin darle importancia. Se ve que hacerse el bufón era algo cotidiano en Sirius Black.

— ¿Quieren que los esperemos? ¿No se perderán para volver a la sala? —preguntó Lily mirándonos a George y a mí.

— No, no hay problema, sabemos volver solos —contestó George.

— Pero si acaban de llegar... —murmuró Sirius confundido.

— Es que este castillo se parece al de ellos, justamente antes Isadora nos comentaba eso —agregó Mary.

— ¡Ah! —Exclamó Sirius sonriendo— entonces nos veremos más tarde. Hay cosas por hacer —hizo un ademán con su mano y comenzó a caminar por el pasillo. Las dos chicas también nos saludaron entusiasmadas y lo siguieron por detrás al mayor de los Black.

— Deberíamos tocar —inquirió George acercándose a la puerta para golpearla, pero antes de que lo hiciera ésta se abrió sola como por arte de magia.

Nunca me cansaría de sorprenderme en este mundo.

Ambos entramos dentro del despacho y Dumbledore nos esperaba con tranquilidad sentado detrás de su escritorio.

— Buenos días —dijo él amablemente.

— Buenos días profesor —contestamos al unísono.

Nos ofreció tomar asiento frente a él pero ambos estábamos todavía alborotados mentalmente, o mejor dicho abrumados, como para estar quietos durante unos segundos.

— Los he llamado para pedirles información sobre las asignaturas que cursaban, porque como saben, están en séptimo año y dudo que concurran a todas las materias.

— ¿Quiere saber cuáles eran las materias que cursábamos en nuestro año? —preguntó George, a lo que el director afirmó con su cabeza— yo sólo tenía cuatro. Transformaciones, defensa contra las artes oscuras, cuidado de criaturas mágicas y encantamientos.

— Yo estaba en pociones, transformaciones —comencé a enumerarlas— encantamientos, herbología, defensa contra las artes oscuras y aritmancia.

— Bien, veo que hay gente estudiosa en el futuro —dijo mirándome. Tenía ganas de reírme pero me aguanté. Fred y George no eran alumnos muy aplicados.

— Tengan estos horarios entonces —nos ofreció dos planillas largas que contenían todas las asignaturas con la hora que comenzaba cada una. Solía hacer ese trabajo el jefe de cada casa: repartían los horarios el primer día en el desayuno. Pero supongo que esta vez había que hacer una excepción de nuevo. Ambos tomamos las planillas— intenten no faltar a las clases, sé que será una tortura —miró a George— tener que repetir esto en el futuro, pero deben pasar desapercibidos —hizo una pausa— y recuerden manejar con cautela la información que dan.

— Si profesor —contestamos.

Hizo una pequeña reverencia señalando la puerta y salimos fuera del despacho nuevamente, luego de despedirnos.



— ¿Y cómo te fue con las chicas? —me preguntó George mientras comenzaba a caminar a la par mía.

— Bastante mejor de lo que pensaba —contesté encogiéndome de hombros— no me hicieron muchas preguntas, pude dormir y, por ahora, me tratan bien.

— Que suerte tienes. Peter es el único que se duerme temprano de ellos. Remus se pasa gran parte de la noche leyendo y luego encima tiene pesadillas —agregó— y Sirius y James no se acuestan hasta que terminan de pelearse y hablar de mujeres. ¡Es más! No dejaban de hacerme preguntas sobre ti —dijo horrorizado— fue tan... tan... traumante. Tu propio tío preguntándome qué tipo de chicos te atraían. Si los que eran cómo él o —lo interrumpí.

— ¿Y qué le contestaste? —dije sorprendida.

— ¡Que no, Isa! Por supuesto —Se aclaró la garganta— le dije que te gustaban los chicos como yo.

— ¡George! —Lo golpeé despacio en el hombro— no debiste. Van a pensar que gusto de ti.

— Era eso o que Sirius creyera que tiene oportunidades contigo. Además, ¿Hay algo de malo con eso? —Giró su cabeza para sonreír de lado.

Mi corazón latió más deprisa.

Me molestaba que hablara del tema conmigo. No porque fuese mentira, o algo incómodo, sino porque era verdad. Y George siempre lo decía en chiste y con ese tono burlón con tan idiota que me hacía confundir sobre sus sentimientos...

— ¿Tal vez que es mentira? —contesté con rapidez antes de continuar perdida en mis pensamientos y que pasase una eternidad en silencio. Luego fruncí el ceño.

— Ya te lo dije Tonks —me guiñó un ojo— algún día caerás a mis pies.

— Dickens, Dickens —repetí— acuérdate que ese es mi nuevo apellido. Y tú eres Williams.

Dijimos la contraseña que McGonagall nos había dado el día anterior para la sala común y pasamos por el retrato de la Señora Gorda sin problemas. Me acerqué hacia las escaleras de caracol para subirlas y George se sentó con pesadumbre en uno de los sillones rojos que daban frente a la chimenea apagada.

Llegué a mi nuevo dormitorio y por suerte ninguna de las chicas estaba allí. Junté todo lo necesario para ir a clases y me colgué la mochila en un hombro. Cuando bajé el gemelo seguía en la misma posición de antes.

— Nos vemos Georgie —dije pasando a su lado.

— ¿No te quedas? —Negué con la cabeza.

— Me toca pociones ahora —contesté.

— Oh, ¿Nos encontramos luego en el patio?

— Aritmancia —le dije apenada.

— ¿Y después?

— Ambos tenemos transformaciones. Pero luego estamos libres.

— Perfecto. Allí te veo entonces —sonrió.

Le devolví la sonrisa y haciéndole un saludo con la mano salí por el retrato una vez más.

— ¡Isadora, espera! —gritó alguien detrás de mí. Volteé para ver. Remus Lupin venía caminando con paso rápido para tratar de alcanzarme— ¿Tienes pociones? ¿O escuché mal? —Asentí con mi cabeza— te acompaño, si no te molesta.

— Claro que no, si no me molesta estar con George, menos contigo —sus mejillas se pusieron rojas.

— ¿Y qué sabes si soy mejor o peor persona que él? —comenzamos a caminar juntos.

— Intuición —ambos reímos— además Lily y Mary me dijeron que eras muy inteligente, con eso basta para saber que eres mejor.

— Más inteligente, pero sólo eso —sonrió.

— Todavía hay mucho tiempo para conocernos.

— Seguro —mientras bajábamos las escaleras hacia las mazmorras un chico de pelo negro y de ojos grises pasó a nuestro lado. Tenía un presentimiento de quién era, pero si de verdad era él, Remus sabría contestármelo.

— ¿Conoces a ese chico? —pregunté haciéndome la despistada.

— ¿El de slytherin que acaba de pasar? —contestó con repugnancia.

— Sí, ese mismo.

— Pues sí... se llama Regulus. Da la casualidad que es el hermano menor de Sirius —arrugó la nariz— ¿Por qué lo preguntas?


Lo sabía.

Lo sabía.


El único recuerdo que tenía de él era una foto en la que estaba con mi madre en el castillo, en uno de los puentes de piedra, ambos en quinto año porque así lo describía una pequeña leyenda en la parte trasera.

Así que no me era muy difícil reconocer su cara en estos momentos teniendo en cuenta que era la misma que la de aquella fotografía.

— Era solo curiosidad —mentí— justamente creí que se parecía mucho a tu amigo —reí nerviosa— ¿Te cae mal? Noté que lo decías con un poco de desagrado.

— ¿Mal? Esa palabra queda corta. Bah, Sirius y él se llevan mal. Y bueno, como amigo de Sirius todos sus enemigos son los míos también —reí— en realidad Sirius odia a toda su familia, no sólo a su hermano.

— Ah, qué triste —dije apenada— no me gustaría pelearme con mis padres, o con mi hermana.

— ¿Tienes una hermana? —preguntó sonriendo.

— Eh, si —dije nerviosa— se llama Penélope —le mentí de nuevo.

— Mira, allá está el aula de pociones —señaló la última puerta, de paso cambiando el tema de la charla— el profesor te caerá muy bien. Es uno de mis preferidos.

— Eso espero. No quisiera empezar mal mi primer día de clases aquí —sonreí y ambos entramos dentro del aula. Por poco se me escapa que tengo una hermana llamada Nymphadora. Casualidad que es un nombre súper raro y poco común, como para en el futuro conocer a más de una persona llamada así.

Remus tomó asiento en una de las mesas junto a Lily Evans y Leanne Calvin. Lo seguí y las chicas nos saludaron con una sonrisa breve mientras continuaban hablando entre ellas, pero el murmullo en el aula era grande y no se escuchaba ninguna conversación ajena.

Lo bueno de tener pociones en esta época era que... Vamos, no era posible que Snape estuviese dando clases. Si bien su cara demandaba varios años, no creo que tuviera tantos como para ser profesor en 1977. Bastaba con cruzar los dedos y rezarle a la virgen para que no entrase por aquella puerta.

— Oye ¿Te puedo decir algo? Sin que te enojes —dijo Remus sacándome de mis pensamientos.

— Claro.

— Nunca conocí a alguien con ojos tan lindos.

— Gra-gracias —me ruboricé un poco.

— No hay de qué. Siempre me digo a mí mismo que si alguien tiene algo especial que lo hace destacar, se lo deberían decir —dijo con rapidez— aunque no suelo hacerle muchos halagos a la gente.

— ¿Y por qué no?

— Prefiero guardármelos para mí —sonrió— ayer a la noche Williams dijo que gustabas de él —me susurró en el oído, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo.

— ¿Quién? —pregunté confundida.

— Tu amigo, George Williams. El pecoso, alto, de ojos azules ¿Te suena?

— Si, si —por un momento había olvidado que el apellido de George ahora era Williams y que había dejado de ser pelirrojo. Iba a tardar un tiempo en acostumbrarme a aquello. Sobre todo si siempre me están presentando información sorpresiva sobre nuestra relación— pero no gusto de él —me reí nerviosa— es muy bromista y suele molestarme siempre. No deberías creerle lo que dice sobre mí.

— Oh, lo siento, no sabía. Pero de ahora en más te haré caso —sonrió— por el simple hecho de que me caes mejor y te apellidas como un escritor muggle que adoro.

Si tan sólo supieras Remus...


Ambos empezamos a hablar acerca de libros, de forma muy entusiasmada, pero pocos minutos después la clase comenzaría. El profesor de pociones se presentó como Horace Slughorn y estaba segura de que alguna que otra vez había escuchado su nombre.

Y si bien Snape no iba a dar clase, él estaba presente en el aula. Al parecer estaba en séptimo año el también pero en slytherin. No sabía que había sido compañero de tantos conocidos míos pero debía de haberlo sospechado por varias interacciones pasadas que tuvo con Remus y Sirius.

¿Y cómo haría para aguantar todo este tiempo ocultándoles a mi tío y a mi padrino lo que somos?

¿Y a mis padres?

Se me formó un pequeño nudo en la garganta. Recordé que había visto por primera vez a mi padre, vivo, a metros de mí, y él no tenía ni la más mínima idea que quién era yo y nunca lo tendría.

Nunca me conocería de no haber sido por este estúpido error.

Y sin embargo tiene que seguir siendo una realidad para él; No puede saber quién soy.

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