Capítulo 13
Estaba leyendo tranquila tratando de despejar mi mente de todos mis problemas, sentada frente al fuego de la chimenea de la sala común, cuando un chico alto y pecoso se estiró en el sofá de manera que sus pies quedaron encima de mis piernas. Quitándome por completo del trance en el cual estaba.
— ¿Podrías tener más cuidado George? —le reclamé mientras juntaba el libro que se había caído por su culpa, y lo colocaba sobre una de las pequeñas mesas.
— Lo siento querida —sonrió— ¿Qué leías?
— ¿Y desde cuándo te interesa la lectura? —alcé una ceja.
— Desde nunca, solo quería ser amable contigo.
— ¿Qué haces aquí? —Pregunté curiosa— ¿No era que ibas a dormir por la tarde?
— Es imposible con Peter en la habitación, ronca como un cerdo y además se tira muchos gases —hizo un gesto con su cara que me causó mucha gracia— ¿Qué tal la charla con Sirius? ¿Se tomó bien la noticia?
— Mejor de lo que creía —levanté las cejas— hablamos con Dumbledore para que nos dijera dónde estaba Regulus —hice una pausa para respirar hondo y chequear que ningún alumno estuviera lo suficientemente cerca para escucharnos— Dijo que sus padres vinieron hace tiempo para llevárselo. Dumbledore les preguntó por qué y contestaron que su hijo tenía cosas más importantes que escribir ensayos, preparar pociones y revolotear en una escoba.
— En resumen... —hizo señas para que prosiguiera.
— En resumen, lo sacaron del colegio porque Voldemort lo reclutó —susurré.
— ¿Pero sigue vivo?
— No lo sé —suspiré— Sirius fue a la lechucería con Remus ahora, para enviarle una carta a Regulus. Todo depende de si él la contesta o no.
— ¿No le preguntaste a Samantha si ellos se hablaron?
— No quiere hacerlo —negué con la cabeza— no quiere contarle que está embarazada y que él es el padre.
— Interesante —dijo sorprendido— ese pequeño detalle te olvidaste de decírmelo.
— Con todos estos líos se me olvidan algunas cosas —agarré el libro otra vez— iré a dejar esto a la habitación, en seguida vuelvo —me levanté del sofá pero George se agarró de mi buzo— ¿Y ahora qué?
— No me abandones —hizo puchero con su boca— voy a estar solo.
— Pero me tardaré menos de un minuto. Suéltame tonto —reí— lo quiero llevar a la habitación y listo.
— ¿Sabes la cantidad de cosas que se pueden hacer en menos de un minuto? —levanté una ceja.
— ¿En serio? —dije con sarcasmo.
— Muy serio —se levantó del sofá y me sacó el libro de las manos sin que pudiera darme cuenta.
— ¿Qué haces? Dámelo —intenté sacárselo pero cada vez levantaba más y más su brazo. Odiaba que fuera tan alto, aunque a la vez me encantaba.
— Lo pondré un lugar seguro —se acercó a una de las estantes y lo colocó arriba de todo— nadie llega ahí.
— ¿Y por qué no lo guardaba yo en mi habitación? —refunfuñé.
— Mucho trabajo —se rió— además así lo tienes más a mano y no perderás tiempo yendo a buscarlo luego. Ahora bien, basta de charla o tendremos menos tiempo para comer —sonrió— ven —me agarró de la mano y, casi arrastrándome, me llevó por fuera del retrato de la señora gorda y caminamos rumbo hacia las cocinas.
Los elfos de esta época ya se habían acostumbrado a las visitas inesperadas de George. Las cuales por cierto, eran mínimo tres o cuatro veces por semana.
Después se quejaba de que le dolía el estómago...
Entramos y, todos, luego de saludarnos amablemente, comenzaron a traernos cantidades grandes de comida y bebida. Estaban felices de vernos y de querer alimentarnos. A pesar de que rechazáramos algo, lo dejaban arriba de la mesa por si lo queríamos comer luego.
Nos sirvieron té en unas tazas azules y chocolate caliente en otras de vidrio. Trajeron una gran torta de mousse de limón con vainilla, que estaba deliciosa, no podía dejar de comerla. Sigo creyendo que tenía algún hechizo o poción, aunque George dijera que estoy loca, pero es que ¡Realmente era muy adictiva! Y jamás me solía pasar eso con algún postre.
Bueno, casi nunca... muy pocas veces... ¡Está bien, lo confieso! Me sucedía siempre.
— No gracias, tal vez un poco de eso si —ambos escuchamos un murmullo de voces provenientes de la entrada donde los elfos estaban acorralando a dos hombres, ofreciéndoles cualquier tipo de comidas. Cuando por fin pudieron escapar, George y yo nos dimos cuenta de que eran James y Sirius.
— ¿Qué hacen aquí? —pregunté con curiosidad.
— Vinimos a buscar provisiones —contestó James acercándose hacia los hornos, la gran mayoría tenía cocinándose tortas.
— Todos los domingos a la tarde venimos aquí —agregó Sirius sentándose enfrente de nosotros— ¿Verdad Evy? —aceptó unos caramelos de calabaza.
— Es verdad señor Black —dijo la elfina haciendo una reverencia y alejándose otra vez.
— Además —James se acercó a la mesa con un paquete bastante grande de galletas, con diversas formas y colores— no los vimos en la sala común y nos preocupamos.
— Pensamos que se habían perdido —Sirius tragó uno de los caramelos.
— Pero luego los vimos en el mapa... ¿Cómo sabían de este lugar?
— Remus me lo mostró un día —contesté con rapidez.
— Y ella quiso enseñármelo —agregó George.
— Tonto Lunático —murmuró James terminando de comerse una galleta negra con chips blancos— se suponía que esto era un secreto. No, muchísimas gracias —rechazó unos chocolates.
— Bien chiquillos —Sirius se levantó— iremos a molestar a Filch. Tengo que despejar mi cabeza ¿Quieren sumarse?
— Nos quedaremos un rato más —contesté— igual gracias por la invitación.
— Allá ustedes que se lo pierden —ambos ondearon sus manos y salieron por el retrato nuevamente.
Luego de la cena, ocurrió lo menos esperado.
Todos subimos a la sala común y una lechuza picoteaba afuera de una de las ventanas. Me acerqué para abrirle a la pobre ave. Ella sólo atinó a dejar caer una carta y salió revoloteando sus alas otra vez. Cerré la ventana ya que hacía frío y junté la carta del suelo.
— ¿Para quién es? —me preguntó James acercándose.
— Dice —leí con atención, entrecerrando mis ojos. La letra estaba bastante desprolija, parecía que aquello había sido escrito a las apuradas— para Sirius Black.
Mi mente por unos segundos quedó en blanco. Tenía miedo de dar vuelta aquello y ver quién la había enviado.
— ¡Sirius te han mandado una carta! —gritó James en medio de la sala. Que amable por su parte, siempre quiere pasar desapercibido. Le entregué la carta a Sirius y este me miró igual de espantada que estaba yo.
— ¿Tan rápido iba a contestar? —susurró. Giró el sobre y lo leyó— es de parte de Regulus —Sirius nos miró a todos y después de unos segundos en silencio salió disparado hacia su habitación.
Por supuesto, los que estábamos allí y sabíamos la historia no lo pensamos dos veces y también corrimos detrás de él. James fue el único que no estaba enterado de nada pero que aun así se sumó al chismerío.
— Ábrela, rápido —dije impacientemente, cerrando la puerta del dormitorio de los chicos de séptimo.
— Espera, tranquila —Sirius se sentó en su cama y yo me puse en la que estaba frente a él. Remus y George se sentaron cada uno a un costado de Sirius y James quedó parado cerca de la puerta sin entender nada.
— ¿Por qué te escribió Regulus? —pregunto él.
— Porque yo le escribí —contestó Sirius abriendo uno de los cajones de su mesa de luz. Agarró un abrecartas y procedió a utilizarlo en el sobre, con lentitud y delicadeza.
— ¿Le escribiste? ¿Por qué lo hiciste? —preguntó nuevamente James.
— Porque tenía que hablar con él.
— ¿Para qué? —James se puso a mi lado mientras que Sirius dejaba el abrecartas plateado sobre la cama y con cuidado quitaba el pergamino que había dentro, como si se tratase de una bomba que fuera a explotar en cualquier momento.
— Déjame leer Cornamenta.
— ¿Pero de qué tienen que hablar?
— Después te cuento —murmuró Sirius.
— ¿Se reconciliaron ustedes dos?
— ¡Ya cállate! —dijimos todos al unísono. James estaba a punto de hablar otra vez pero se ve que le pareció mala idea hacerlo, así que se quedó callado mientras Sirius leía atentamente.
Pasaron unos segundos, minutos tal vez.
A mí me parecía una eternidad.
Necesitaba saber que decía esa carta y si de verdad Regulus estaba vivo todavía o era una carta falsa enviada por otra persona.
Sirius volvió a doblar el pergamino a la mitad y se frotó la cara.
— No entiendo cómo puede ser mi hermano —murmuró todavía con su mano en la frente. Eso quiere decir que... Regulus ¿Seguía vivo? Pero ¿No se suponía que estaba desaparecido? ¿No era que jamás se supo algo de él?
Mi cabeza estaba llena de preguntas sin responder.
Me alegraba saber que no había muerto pero a la vez, no sé cómo explicarlo, me sentía mal por dentro. Es decir, mi padre llegó a saber sobre mi existencia. Él lo sabía y aun así no ayudó en nada a mi madre y la dejó sola.
— ¿Qué dice? —pregunté impaciente, reacomodándome en mi asiento.
— Ten, léela en voz alta. Yo ya perdí la cordura —estiró su brazo para entregarme el papel. Lo desdoblé y comencé a leerla, con muchos nervios.
— Sirius, no sé qué quieres de mí. No tenemos nada de qué hablar ya, lo único que nos une es tener la misma sangre. Y será mejor que no les diga nada de esto a nuestros padres, te asesinarían. Tampoco veo porque tanto alboroto en que deje el colegio ¿No era que tan solo mi presencia ya te molestaba? Ponte feliz, haz una fiesta, ya no te molestaré más —Sirius me interrumpió.
— Es un idiota de los grandes.
— Continúo... Ya no te molestaré más. Ni a ti ni a Samantha que tanto me odia ¿Y por qué tenemos que hablar de ella? Hasta donde yo sé, no somos novios, no somos amigos, no tenemos nada en común —se me hizo un nudo en la garganta— ya no es nada en mi vida.
— Lo estrangularía con todas mis fuerzas —Sirius volvió a interrumpir— perdón. Sigue Isa.
— Pero si tan importante dices que es el asunto, envíame otra carta. Si no es así ni gastes tinta y papel en responderme —doblé el pergamino y lo dejé arriba de la mesa de luz.
En su defensa, todavía mi padre no sabía de mi existencia. ¿Quizás eso lo haría cambiar de parecer?
— ¿Ahora alguien si podría explicarme? —Dijo James, quien había esperado en silencio.
— Regulus dejó embarazada a Samantha —agregó Remus.
— ¿Qué? —Sus ojos se pusieron como dos platos— ¿Es broma?
— ¿Por qué todos preguntan eso? —Reclamé— no lo es.
— ¿Y qué le habías escrito antes? —le dijo George a Sirius.
— Que teníamos que hablar, que era algo importante sobre Samantha y no podía esperar. Y le dije algunas cosas sobre dejar Hogwarts... y otras tantas sobre mis padres, pero eso no importa.
— Ahora a insultar se le dice "cosas" —agregó Remus levantándose de la cama— ¿Qué harás? ¿Responderle?
— Por supuesto que sí —contestó— aunque no le contaré nada. Le diré que tenemos que vernos o algo así.
— ¿Y cómo piensas verlo? Ninguno de los dos puede mágicamente desaparecer fuera o aparecerse aquí —dijo James.
— Lo sé Cornamenta, es verdad. Pero Dumbledore siempre tiene la solución a todo —guiñó un ojo— seguro que me ayudará con esto.
Yo seguía confundida.
Le devolví la carta a mi tío y miré el suelo durante largo rato mientras los chicos continuaban hablando sobre qué haría Sirius cuando se viese con su hermano. Yo nada más quería encontrarle por fin la solución a esto o, por lo menos, saber qué fue lo que en realidad sucedió con mis padres...
¡Y con mis abuelos también!
Cómo me pude olvidar de ellos...
Tanto los paternos como los maternos, ambos lados se habían hecho los desentendidos con la situación de mi creación y de mi nacimiento. Así que habría que tratar de solucionar ese problema también.
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