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EPÍLOGO | PARTE II



Ocho meses después.



Ahí estaba yo, un hombre que caminó por el infierno y salió ileso a pesar de los golpes recibidos. Un hombre que tenía las manos manchadas de sangre, pero que tuvo el privilegio de lavárselas con agua pura. Un hombre que vio morir a casi toda su familia, pero no se dejó matar por el dolor. Un hombre que arrastraba un pasado lleno de tristeza y de muerte, pero que dejó la carga caer como lo que era, pasado. Una bestia que fue salvada por un ángel en medio de un callejón oscuro, bajo una tormenta que resultó ser el día más brillante de mi vida.

Pero pasaría por eso mil veces más, si la recompensa fuera esta.

—Mírala, Jordan —me dijo mi ángel con las mejillas rojas y llenas de lágrimas, con los ojos brillantes por la ternura, la alegría y el amor infinito que ella poseía. Y con una enorme sonrisa, esa sonrisa que amaba con toda mi alma—. Es hermosa.

—Es perfecta, mi amor —acaricié su barbilla con mis dedos, le sequé las lágrimas y besé sus labios lentamente—. Gracias, mi cielo. Gracias por hacerme tan feliz.

—Se lo debemos a la vida, Jordan —murmuró contra mis labios y luego se alejó, mis ojos se enfocaron en el pequeño bulto rosado que descansaba en los brazos de mi vida.

Mi hija, mi princesa, mi niña preciosa.

Mi Julieth.

Tenía una sutil capa de cabello castaño claro, casi rubio cubriendo su cabecita, tenía las mejillas rosadas, la boquita roja y unas pestañas abundantes. Pero lo más impresionante, dos grandes esferas verdes, o quizás azules ¿Quién podría saberlo? Eran los mismos ojos de su madre. Tenía la mirada de mi ángel.

—Es tan bonita —la voz de Bailee fue un suspiro soñador, estaba embelesada con la belleza de nuestra hija.

—Es igual de hermosa que tú, amor —le dije, su rostro se elevó y se apoyó en mi pecho, besé su cabello, ahora más rojizo que castaño y suspiré aliviado de tenerla tan cerca de mí—. ¿Estás cansada? —pregunté sabiendo que las horas habían sido muy largas, pero hace dos exactamente, habíamos visto por primera vez a nuestra pequeña.

—No, estoy bien —dijo, me miró a los ojos y me cautivó rápidamente—. Creo que lo más cansado fue la venía al hospital.

—Sí —sonreí al recordar la fatídica noche que habíamos tenido—. Creo que nuestros hijos son los niños más raros del planeta.

Bailee caminaba de un lado para el otro por toda la habitación, histérica. Por poco y se subía a las paredes, pero creo que su enorme vientre de nueve meses le hará esa tarea un poco difícil.

—¿Papá? —la vocecita de Eliam llamó mi atención, bajo mi mirada hacia la carita preciosa de mi hijo.

—¿Si, campeón? —sacudí su indomable cabello rubio despeinado.

—¿Qué tiene mamá? —miro a Bailee entrar y salir del closet más veces de las necesarias.

—No lo sé, bebé —suspiré, miré a mi hijo nuevamente y sonreí—. ¿Por qué no vas a ver una película?

—¿Bob Esponja? —preguntó ilusionado y yo asentí, Eliam abrazó mi cuello y luego besó mi mejilla—. Iré a la sala.

—Con cuidado —le dije al verlo bajar de la cama y salir corriendo hacia la sala. Me enfoqué en Bailee que solo llevaba puesto un short de tela que apenas y cubría su trasero y un pequeño top, me deslicé por la cama hasta sentarme en la orilla—. Amor...

—¡Estoy gorda! —exclamó, me pasé la mano por la cara sin saber que decirle—. ¡No me queda nada! Ni los vestidos, los pantalones... ¡Nada! —se llevó las manos al cabello y tiró de él—. ¡Estoy horrible!

—Amor, basta. No digas eso... —de sus ojos salían pequeñas lágrimas que me partían el corazón—. Cielo, no llores. Ven acá.

—No quiero —se cruzó de brazos como niña pequeña y frunció el entrecejo.

—Ven aquí, Bailee —tendí mi mano en su dirección y ella, refunfuñando, la tomó. Tiré de ella ligeramente y la posicioné en medio de mis piernas—. No quiero que vuelvas a decir que estás horrible, porque no es así —intentó hablar, pero la fulminé con la mirada—. Estás hermosa, eres la mujer más hermosa que haya visto en toda mi vida, eres perfecta.

—¿De verdad? —preguntó secándose las lágrimas.

—Por supuesto —sonreí—. ¿Sabes que te hace más hermosa aún? —coloqué mis manos en su panza, en dónde mi hija se sacudió—. Esto. El que lleves a nuestra hija dentro de ti, eso te hace más hermosa aún.

—Te amo —sorbió su nariz y me mostró una media sonrisa—, pero ya quiero que salga, pesa mucho.

—Está muy grande —digo besando su gran vientre—. Julie, amor. Tienes que salir ya, mamá, papá y tu hermanito Eliam quieren conocerte.

—No se lo digas mucho, se lo tomará en serio —la risa de Bailee es todo lo que me llena de paz, sus ojos se conectan con los míos y su mano viaja a mi cuello, vuelve a sonreír.

—Te amo —le recuerdo, creo que he dicho esa palabra demasiadas veces en el día, pero ella se las merece, ella fue la única en ganarse mi amor incondicional.

Entonces, escuchamos ese característico sonido de algún líquido cayendo al suelo, mi mirada sube a la de Bailee y está abre mucho los ojos.

—El bebé ya viene —susurró.

Luego, todo fue un caos.

—¿Dónde está Eliam? —preguntó, su voz me sacó de mis pensamientos.

—Debe estar en la sala de espera —le digo, asiente.

—¿Puede entrar? —pregunta mirándome fijamente—. Quiero que conozca a su hermanita.

—Veré que puedo hacer —le doy un beso en los labios y me inclino a besar suavemente la frente de mi pequeña—. En seguida vuelvo.

Me bajo de la camilla y me abro paso fuera de la habitación, cuando llego en el pasillo, me quedo de pie ante la imagen que se presenta ante mis ojos. Tony estaba de pie junto a la recepcionista, mirando como idiota a Sasha, la hija de Aison Miller, mi socio.

Cuando llegué a Nueva York, no sabía qué hacer, me tomé un tiempo para olvidar todo lo mal que había pasado en los últimos meses de mi vida, me quedé con Bailee en la casa que Jonathan se había encargado de comprar y aproveché a mi familia.

Luego de un mes, decidí salir, no iba a esconderme toda la vida. Después de todo, mi apellido estaba limpio y podía usarlo con toda libertad. Tenía dinero, demasiado, a decir verdad, pero necesitaba trabajar, moverme y no quedarme estancado en un solo día. Me tropecé con un sujeto, un ex boxeador que estaba buscando en que invertir su tiempo y dinero, una cosa llevó a la otra y ahora somos socios, casi familia.

Pero ahora estaba de pie presenciando semejante imagen, Sasha era la hija menor de Aison, tenía dieciocho años y le hacía de niñera a Eliam cuando Bailee o yo necesitábamos ayuda. Tony, sin embargo, se había venido a vivir a Nueva York por una propuesta de trabajo en este hospital, era ginecólogo obstetra. Pero lo más sorprendente, era que el pelinegro se había tropezado con Sasha una vez en nuestra casa, ella estaba cuidando a Eliam y mi amigo había ido de visita aquel día.

Desde entonces, él no ha podido sacársela de la cabeza. Creo que fue amor a primera vista.

—¿Aún sigues acosando a Sasha? —le pregunté una vez que estuve a su lado, él se sobresaltó y me miró con odio—. Si sabes que es una niña, ¿verdad?

—No estoy acosando a nadie —siseó entre dientes, oculté una sonrisa—. Además, no es una niña, tiene dieciocho.

—Sí, y tú tienes veintinueve —le recordé, arqueé una ceja y lo miré con burla—. Es una niña delante de ti.

—No me apoyes tanto, ¿quieres? —rodó los ojos y volvió a mirar a Sasha que estaba jugando con Eliam.

—Te gusta mucho, ¿verdad? —le pregunté, él suspiró y obtuve mi respuesta—. ¿Por qué no hablas con ella?

—Tú lo has dicho, hermano. Es una niña —frunció el ceño, pero antes de que pudiera decirle otra cosa, el me interrumpió—. ¿Todo bien con Bailee?

—Sí, de hecho... ¿Eliam puede entrar? —cuestioné—. Quiero que conozca a Julie.

—Claro —asintió.

—Gracias, hermano —palmeó mi hombro y luego de suspirar, se dio vuelta y desapareció por el pasillo. Me encaminé hacia la castaña que sostenía a mi hijo entre sus brazos—. Me distraje y olvidé que estaban aquí, disculpa —le dije, ella negó con una sonrisa y se puso de pie.

—No se preocupe, yo entiendo —tomé a mi hijo y este rodeó mi cuello con sus pequeños brazos—. Sabe que me gusta estar con Eliam, ¿cierto, pequeño?

—Sí —Eliam mostró sus pequeños dientes en una sonrisa tierna.

—Gracias por cuidarlo, Sasha —le sonreí—. No sé qué haríamos sin ti.

—Volverse locos —se ríe—. Creo que me iré a casa.

—Por supuesto —la castaña besó la mejilla de mi hijo.

—Felicidades por la nueva bebé —se despidió con la mano y caminó hacia la salida.

—¿Listo para conocer a tu hermanita? —le pregunté a mi hijo quien aplaudió encantado.

—¿Ya veremos a Julie? —asentí mientras caminaba hacia la habitación—. ¡Por fin!

—Sí, por fin —suspiré y abrí la puerta, Bailee seguía embelesada mirando a Julieth, y no era para menos, mi hija era hermosa—. ¿Mira quién está aquí?

—¡Mami! —exclamó bajito, como le habíamos dicho y eso llamó la atención de mamá, Bailee sonrió.

—Hola, mi cielo —senté a Eliam en la camilla junto con la casta y esta besó su frente—. Te extrañé, cariño. ¿Te divertiste?

—Sí, jugamos a las escondidas y luego comimos galletas —explicó mi hijo sin trabarse en ninguna palabra—. ¿Esa es Julie?

—Sí, bebé. Es tu hermanita —le dijo Bailee, Eliam miró a Julieth como si fuera un dulce de chocolate, sus ojitos azules brillaron como dos estrellas en medio de una noche oscura.

—Es pequeñita —hizo un gesto con la mano, Bailee sonrió y acarició su espalda—. Es muy bonita, mami. Cómo tú —los ojos de mi ángel se cristalizaron ante las palabras del pequeño, quien se inclinó y besó la mejilla de su mamá. Después desvió su mirada a Julie, se acercó despacio a ella y le dio un tierno beso en la nariz—. Te quiero, Julie.

[...]

Las cosas eran un caos en casa, Julie es la niña más tierna del mundo, pero también es la más llorona, Bailee no ha dormido absolutamente nada desde que llegamos del hospital hace una semana. Julieth se duerme a las ocho de la noche y tiende a despertarse a las dos de la madrugada, Bailee le da un biberón y se vuelve a dormir hasta las cinco de la mañana, para después no dejar de llorar. La castaña pelirroja se duerme donde sea, puede estar preparando el biberón de Julie, pero se queda dormida de pie y eso me preocupa.

Mi pobre ángel está exhausto, aún y cuando intento ayudarla, hay cosas que no puedo hacer yo, sino ella. Me he encargado completamente de Eliam, mi hijo ya es un niño independiente, pero en algunas cosas, necesita mi ayuda.

La noche de hoy estaba siendo ligera, Bailee se durmió en el sofá y tuve que subirla en brazos hasta nuestra habitación, estaba muy cansada y cayó rendida apenas Julie lo hizo. La metí bajo las sábanas y besé su frente unos segundos.

Bailee fue aquello que nunca esperé, pero que, sin embargo, era todo lo que necesitaba. Aún recuerdo la primera vez que la vi, y se me eriza la piel de tan solo pensar en aquel día.

La espero, y cuándo siento que está por rebasar el callejón, tiró de su brazo. Un jadeo asustado escapa de su boca, pero en menos de un segundo ya la tengo arrinconada contra la pared, con una mano sobre su boca y mis ojos observando los suyos.

Grandes, azules... o verdes, ¿cómo carajos voy a saberlo? A centímetros de mí es toda pestañas largas, mejillas rojas y mirada horrorizada. Respira con fuerza, su pecho sube y baja contra el mío, pero yo solo no puedo... No puedo dejar de mirar sus ojos.

Un dulce y leve aroma me vuela la tapa de los sesos, el corazón se me detiene un instante y reanuda su latir al siguiente. No sé que mierda decirle, pero, justo ahora, no quiero alejarme.

La lluvia nos está empapando, la brisa nos envuelve, una extraña electricidad arrasa con todo lo que creí había construido en mi vida. Sí, esos muros de concreto que me rodeaban y me protegían ya no estaban. Todos cayeron. Todos. Ya no quedaba ninguno.

—Y pensar que me enamoré de ti desde el primer instante en que te vi —susurré, acaricié su mejilla—. Eres todo lo que quiero, todo lo que necesito y todo lo que amaré por el resto de mi vida, con cada latido de mi corazón.

Un leve llanto se escuchó a través del intercomunicador que teníamos en la mesita de noche, era Julie. Volví a besar la frente de mi ángel y fui a ver qué generaba el llanto de mi hija.

Entro a la habitación pintada de color rosado y enciendo la luz, el olor a bebé me invade por completo y me llena de alegría, camino despacio hacia la cuna de madera color blanco y observo como Julie se retuerce sobre el colchón en un llanto incesante.

—¿Qué sucede, preciosa? —sostengo a mi bebé entre mis brazos, es tan pequeña que solo abarca la mitad de mi antebrazo, su conjunto rosa pastel es una ternura—. ¿Qué es, princesa? ¿Por qué lloras? —beso su frente con cuidado, sus ojitos azules están empañados por las lágrimas—. Ya no llores, papá está aquí.

Salgo de la habitación y bajo las escaleras son lentitud, camino a la sala y me siento en el sofá. Observo a Julie, su carita es rosada y su boquita es muy pequeña, hemos tenido que darle agua con un algodón, porque su boquita no abarca el chupete.

—Eres la muñeca de esta casa, la princesa de papá —comencé a hablarle, intentando que dejara de llorar, pero no parecía funcionar del todo—. Tienes que dejar de llorar, Julie. Las niñas valientes no lloran, solo sonríen —una de sus manitos apretó mi dedo con mucha fuerza, sonreí—. ¿Ya te dije lo hermosa que eres? —acaricio su mejilla gordita, su llanto se disipa y me mira atentamente—. ¿No? Pues, eres una princesa hermosa —como si me entendiera, suelta un pequeño ruidito que me hace sonreír—. No tendrás novio hasta los cuarenta, eres solo mía.

—No seas tan posesivo, es solo una bebé —la voz de Bailee llama mi atención, miro hacia las escaleras y ella viene bajando con Eliam entre sus brazos—. Se despertó por el llanto de Julie, vino a buscarme y como no te encontramos, vinimos por ti.

—Ya veo —sonrío, recuesto mi espalda en el sofá y pongo a Julie sobre mi pecho—. Creo que deberíamos buscar una casa más grande.

—¿Por qué? Así estamos bien —dice sentándose junto a mi, la cabecita de Eliam está en su hombre y su boquita entreabierta me dice que está dormido.

—Para que las habitaciones estén más separas y así no se escuchen mucho los ruidos —explico, ella asiente. Su cabeza se reclina hacia atrás y cierra los ojos, la miro y las palabras salen de mi boca antes de que pueda procesarlas—. Cásate conmigo.

—¿Qué? —sus ojos se abrieron a capacidad, sonreí.

—Que te cases conmigo —vuelvo a decir, recalcando cada palabra. Su respiración comienza a agitarse y sus mejillas se sonrojan, rebusco en el bolsillo de mis jeans esa cajita que he estado ocultando—. He estado esperando el momento indicado para proponértelo, pero ya no aguanto más —niego, me acomodo un poco, sosteniendo a Julie con una sola mano contra mi pecho. Acuno la mejilla de Bailee con mi mano y sumerjo mi mirada en la suya—. Mi amor, te amo y te amaré siempre, eres la madre de mis hijos, me has dado todo lo que siempre he querido... —tomo aire y seco la lágrima solitaria que baja por la mejilla de la castaña—. Me has hecho el hombre más feliz de la puta tierra, y no necesito nada más, solo que seas mía. Para siempre —inhala profundamente, sonrío otra vez—. Entonces, mi ángel. ¿Me darías el grandísimo placer de tenerte cómo mi esposa?

—Oh, Dios —jadea, acomoda a Eliam sobre sus brazos y rodea mi cuello con uno de sus brazos, me besa una y otra vez—. Claro que sí, claro que quiero ser tu esposa —un beso—. Te amo, mi amor —beso—. Te amo, te amo.

—Y yo te amo a ti.

Ya lo dije antes, pero no está de más decirlo otra vez.

Estaría dispuesto a caminar mil veces más por el infierno, pelearía con cada uno de mis demonios, viviría mi vida incontables veces, si la recompensa fuera la misma.

Con mi ángel salvando mi vida.




FIN

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