8. El comienzo de todo.
Lo había dicho y en voz alta, delante de él.
Y fue realmente liberador, como si eso hubiese sido quitarme un peso de los hombros, como quitarme el nudo que tenía en la garganta y que no me dejaba respirar.
—Eso no es lo que quieres —afirmó, levanté el rostro para verlo mejor, sus ojos incrédulos.
Negaba, como si quisiera convencerse de que no era cierto.
—¿Y tú qué carajos sabes? —rodé los ojos haciendo que una lágrima se escapara, sequé mi rostro con brusquedad. Lo vi tragar forzado—. ¡No sabes nada mí! No me conoces en nada. No sabes lo que siento, lo que pienso y lo que hago —le espeto, ahora rabiosa por lo que me hizo hace dos semanas atrás—. ¿Cómo puedes irte y dejarme como si nada? ¡No sabes cómo me sentí! ¿Por qué te fuiste así?
—Estabas asustada —se apresura a responder, arrugué el entrecejo—. No quería que tuvieras miedo, no quería que me tuvieras miedo.
Pude ver más allá del azul de sus ojos, pude ver... ¿La desesperación? No sabía describirlo. Él no quería que le tuviera miedo. ¿Qué?
—Yo no tenía miedo de ti —susurro negando, ladee el rostro. Solté una risita por lo bajo—. No sé si lo sabes, pero... nunca había visto morir a una persona tan cerca —sus dedos rozan mi mejilla, cierro los ojos en efecto por su caricia—. Tenía miedo de ese sujeto, de la maldad en su mirada y... el odio que parece sentir por ti —doy un paso hacia él, su cabeza baja un poco y así puede verme mejor, volví a sonreír—. No te tengo miedo, porque sé que no vas a lastimarme —susurro.
—¿Cómo estás tan segura de eso? —preguntó aterrorizado, me encogí de hombros.
—Porque estamos solos, si quisieras hacerme daño, ya lo habrías hecho —afirmé, me fijé en sus ojos—. Además, no dejarías que nada malo me ocurriera, ¿verdad?
—Jamás —negó, mordí mi labio inferior—. Tan solo pensar en que alguien te lastime... incluso si soy yo... me enfurece —su mano acuna mi mejilla amoratada, cierro los ojos otra vez. Este hombre tiene algo que me derrite por dentro—. No sería capaz de hacerte daño, Bailee. Nunca.
Su rostro se acerca al mío, su respiración se mezcló con mis jadeos de anticipación, mis manos hicieron puños el cuello de su chaqueta. Quería que me besara, anhelaba sentir sus labios sobre los míos, pero no podía, no hasta que todo estuviera claro.
—Pero tengo miedo de otra cosa —dije, sus labios estaban rozando los míos. Se detuvo un instante para poder mirarme.
—¿A qué le tienes miedo? —preguntó, sentía otra vez las lágrimas acoplándose bajo mis ojos.
—Tengo miedo de que me beses y después te vayas —susurré mirándolo directamente a los ojos, vi un destello cruzar por su mirada fría—. Tengo miedo de que te alejes de mi como aquella noche.
Pude ver la duda en sus ojos, estaba confundido, lo sabía. Yo me sentía igual, cerré los ojos en resignación cuando no volvió a acercarse, sabiendo perfectamente que era una locura el pensar en siquiera darnos un beso, pues él no veía nosotros.
Dejé caer mis manos, él alejó las suyas de mi rostro. Di un paso hacia atrás, miré su rostro atentamente, luego tragué el nudo en mi garganta. Suspiré y me di la vuelta, apoyando mis manos en el mesón. Las lágrimas estaban a punto de escapar de mis ojos, en cualquier momento lloraría, lo sabía. Soy demasiado sensible... frágil.
—Al carajo con todo el mundo —lo escuché murmurar.
Lo siguiente que pasó me dejó congelada.
Sus manos tomaron mi cintura haciéndome girar tan rápido que lo único que sentí después, fueron sus labios contra los míos. Un gemido de sorpresa salió de mi boca, la ferocidad de su beso me estremeció de pies a cabeza, mi cuerpo entero tembló bajo sus manos.
Llevé mis manos a su nuca, poniéndome de puntillas para poder llegar más a su boca, sus manos bajaron por mi espalda hasta mi trasero, en dónde de un solo movimiento me levantó, haciendo que rodeara su cintura con mis piernas.
Sentí sus dientes mordisquear mi labio inferior, le di pase libre a su lengua para que jugara con la mía, una guerra de posesión y dulzura se desataba dentro de nosotros. No sé en qué momento llegué a estar sentada sobre la encimera, con su pecho pegado perfectamente contra el mío.
Pasé mis dedos por sus mejillas hasta su cabello rubio, su boca descendió de la mía hasta mi cuello, en dónde aspiró mi aroma, sus manos apretaron los lados de mi cintura y un jadeo escapó de mi boca. Su rostro se apartó un poco, me observó y una risa salió de sus labios rosados, enviando el calor a mis mejillas.
—No puedo irme, no puedo alejarme de ti —sus grandes manos tomaron mi rostro inclinando mi cabeza hacia atrás, sus ojos azules se clavaron en los míos—. Eres mi ángel guardián.
Mordí mi labio inferior tratando de contener la sonrisa que amenazaba con dividir mi rostro en dos, esa felicidad que me invade el pecho, cerré los ojos sintiendo como su respiración se acercaba a mi rostro, sus labios rozaron los míos.
—No te alejes de mí —le susurro, con una necesidad desconocida en el tono de mi voz. Con los ojos cerrados, tracé las líneas de sus labios—. No vas a lastimarme aunque quisieras.
—Jamás te haría daño —acaricia mis mejillas—. Te protegería de todo.
Y nos besamos otra vez, como si, de alguna forma, fuera difícil alejarnos.
—Ya tienes lo que querías —siento su sonrisa sobre mi boca, abro los ojos—. Seré tu sombra a partir de hoy —se me escapó una risita de júbilo—. Ahora dime quién demonios le hizo eso a tu mejilla —dejé de reírme de golpe, mis ojos se abrieron a tope.
—Yo... este... —tragué saliva con fuerza—. Mi vecina tiene problemas con su ex novio y yo... él... este... solo la ayudé.
—¿Qué sucedió exactamente? —cuestionó poniendo sus manos a cada lado de mi cuerpo, su rostro estaba a mi altura, su ceño estaba fruncido.
Su mirada expectante en espera de mi explicación.
—Llegué del trabajo y cuando estaba subiendo las escaleras... me los encontré en el pasillo —dije—. Varias veces había escuchado sobre su relación y el maltrato que existía en ella, pero nunca lo había presenciado. Estuve a punto de entrar aquí... pero no podía dejarla ahí, él la estaba amenazado y yo solo...
—Te interpusiste —bajé la mirada, empecé a jugar con mis dedos—. ¿Te hizo algo más?
—No —señalé mi mejilla—. Ese fue el precio de ayudar a otra persona, pero valió la pena.
—¿Por qué carajos tienes que ser tan buena? —acarició mi mejilla, su ceño fruncido llamó mi atención—. Voy a matarlo.
—¡No! —tiré de su brazo antes de que se alejara—. No hace falta que hagas... eso. Él no está de todos modos —busqué sus ojos, su mano libre se paseó por su cabello, parecía estresado.
—Algo me dice que vas a cambiar mi rutina —murmuró, ladee el rostro algo confundida, él sonríe—. ¿Ya cenaste? —niego con rapidez—. Vamos.
—¿A dónde? —cuestiono, sus manos me ayudan a bajar del mesón.
—A cenar —ruedo los ojos, escuchó su risa vibrar en mi pecho.
—Me gusta el restaurante al que me llevaste el otro día —digo después de buscar mi abrigo y colocándomelo.
—Entonces, iremos a ese —se limita a responder, abro la puerta y cuando cierro una vez que estamos afuera, veo la maceta junto al borde del balcón.
—La encontraste ahí, ¿cierto? —señalo, me mira confundido—. La llave.
—No deberías dejarla en ese lugar —me la entrega, camino hacia la repisa en dónde descansa el extintor de incendios—. Alguien peligroso pudo encontrarla antes que yo.
—¿En serio? —cuestioné con ironía, quise reírme, pero me contuve.
—Es totalmente en serio —sentenció y volvió a su usual seriedad, pero buscó mi mano, cosa que me aceleró el corazón y fue una sensación demasiado grata.
Sensación que estaba comenzando a gustarme.
[...]
El sonido de un trueno resonó por todo mi departamento, apreté mi sabana más a mi cuerpo, tapándome completamente. Me giro hasta quedar de perfil, observo las gotas de agua que resbalan por mi ventana.
Hoy hizo más frío de lo normal, Londres se puso en mi contra. No es que sea friolenta, es más, todo lo contrario, me gusta el frío. Pero esta clase de clima me congela hasta los pensamientos, literalmente.
Mi martes pasó más rápido de lo que esperaba. Mi día consistió en visitar a mamá y conversar un largo rato con ella, luego cerró sus ojos y se quedó dormida. Supuse que, fue mucha actividad por un día. A parte de que, la jornada en la cafetería se fue volando, el lugar estaba prácticamente vacío, a excepción de Lance, que apreció a eso de las dos de la tarde y se fue con nosotros a la hora de cerrar.
Fue divertido, ver cómo Connor estaba tan cómodo con él, lo que me alegraba demasiado. Hace mucho tiempo no lo veía así, Elton le gusta, más de lo que quería admitir en voz alta.
Esperaría como buena amiga hasta que él se sintiera cómodo y me contara.
Otro trueno retumba y doy un salto en la cama, una risita se me escapa por mi repentino temor, suelto un suspiro y cierro los ojos, disponiéndome a descansar.
Porque amarlos a los, así, juntitos, es mi ETERNA pasión.
¿Confirman?
¡Voten y comenten mucho!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro