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48. Navidades diferentes.



Veinticuatro de diciembre y la nieve estaba por todas partes, la gente está revolucionada y las casas tenían más luces que todas Las Vegas. Eran las ocho de la mañana y yo estaba inquieto, mi mano le daba leves golpes al volante como si eso fuera lo que hiciera que el tiempo pasara más de prisa. Mi teléfono sonó y observé como el nombre de Joel se marcaba en la pantalla, por lo que me apresuré a contestar.

—Todo listo —dijo, suspiré de alivio y seguí escuchando—. Cerré el trato con el sujeto y me dijo que podías venir a verlo hoy.

—Eso era todo lo que quería escuchar —dije y puse el teléfono en altavoz, luego encendí el auto y comencé a conducir hacia la casa de mi padre—. No tuve tiempo, fue lo primero que se me ocurrió.

—Lo entiendo —lo escuché reír—, de todas maneras, sé que le va a gustar... La vista es increíble.

—Iré por ella —comenté—. Espero y esté despierta.

—Está de vacaciones, déjala dormir —negué divertido—. Dale muchos saludos a todos de mi parte, tengo que atender unos asuntos.

—¿Está todo bien? —pregunté sin poder guardarme mis palabras.

—Sí, solo tengo que solucionar unos problemas —suspiró—. Todo esto se está extendiendo y necesito reforzar toda la seguridad.

—Lo entiendo —le dije comprendiendo su situación y es que, si estuviera en su lugar, estaría igual que él—. Todo va ir bien, no te preocupes.

—Lo sé, hermano. Bueno, llegaré en dos días, espero la pasen bien —deseó y yo hice igual.

—Feliz navidad, hermano.

—Feliz navidad, Jordan.

[...]

Estaba nervioso, como la mierda que sí. Pero necesitaba calmarme, necesitaba respirar.

Bailee soltó una risita nerviosa cuando le ayudé a bajar del auto, tuve que vendarle los ojos con un pañuelo porque sabía que ella no podía cumplir la promesa de mantener los ojos cerrados por todo el camino, así que esa fue mi única alternativa.

—¿A dónde me llevas? —preguntó aferrándose a mi brazo, sonreí al escuchar la curiosidad en su voz, coloqué mi mano en su espalda baja para guiarla al interior del edificio.

—Sorpresa —susurré en su oído sacándole una sonrisa.

—No dejarás que me caiga, ¿verdad? —estábamos caminando demasiado lento.

—No, subiremos al elevador —le informé y ella asintió.

—¿Iremos a un punto alto?

—Sí, y deja ya de preguntar qué no te diré nada más —ella bufó por lo bajo y una vez dentro del ascensor pulse el botón del piso 30.

—No es justo, no sé si me llevarás a un rascacielos y me aventarás de ahí —se cruzó de brazos e hizo un puchero. Rodeé su cintura con mis brazos y la pegué a mi pecho.

—Ya es muy tarde para aventarte de un acantilado —comenté cuando el ascensor comenzó a subir—. Ha sido un tiempo extraño contigo junto a mí, la hemos pasado muy bien —dije mientras ideaba como hacerla enojar—. He llegado a la conclusión de que, eres buena persona. Entonces, he decidido conservarte.

—¡¿Conservarme?! —exclamó y abrió la boca indignada—. ¿Me estás llamando mascota?

—Algo por el estilo —le seguí y un grito de exasperación salió de sus labios, se removió con fuerza entre mis brazos, pero no la solté—. Es broma...

—¡No me gustan esas bromas, Jordan! —gruñó entre dientes y volvió a cruzarse de brazos—. En todo caso, yo fui quien te salvó en aquel callejón oscuro.

—¿Me salvaste? —pregunté con ironía y ella asintió.

—Sí, si no fuera por mí, estarías quien sabe dónde —hizo un gesto con la mano y elevó su barbilla en señal de suficiencia—. Deberías agradecerme, en vez de burlarte de mí.

—Bueno, señorita salvavidas —pegué mis labios a su mejilla—, gracias por llegar a mi vida y salvarme del agujero oscuro en dónde me encontraba.

Veo como las mejillas de Bailee se tornan rosadas, pero antes de que siga molestándola el clic del ascensor suena, diciéndome que hemos llegado.

—Vamos —volví a guiarla fuera del ascensor y caminé hacia la única puerta que estaba en aquel piso—. No te muevas —le indiqué y ella asintió, saqué las llaves de mi bolsillo y abrí la puerta, volví a tirar de ella hasta adentrarla al lugar y la posicioné en la mitad—. Espera un segundo...

—Estoy nerviosa —la escuché decir mientras yo cerraba la puerta, me posicioné detrás de su cuerpo y la rodeé con mis brazos—. Quien sabe que habrás hecho...

—Te va a gustar —le dije y mi ángel sonrió.

—Eso no lo sabes —murmuró, besé su hombro que estaba cubierto por su característica chaqueta de jean azul claro.

—Lo hará, lo prometo —susurré y dejé un beso en su mejilla—. ¿Lista?

—¡Sí! —chilló y reí sin poder evitarlo—. ¡Jordan, por favor!

—Ya está, ya está, mujer —deshice el nudo detrás de su cabeza y quité el pañuelo de sus ojos.

No esperé gritos de emoción ni nada parecido, porque sabía que ella no entendería al principio, por lo que únicamente, la observé. Me detuve a su lado y la vi detallar todos a nuestro alrededor, sus ojos estaban brillantes y curiosos, sus labios entreabiertos soltando el aire en pequeñas respiraciones. Caminó hacia el centro de la sala y se quedó de pie frente a la parte trasera del gran sofá gris que ahí estaba, su mano se paseó por el mueble y su cabeza se inclinó hacia atrás para mirarlo todo.

—¿Te gusta? —le pregunté, me miró un segundo, pero luego desvío sus ojos hacia el enorme ventanal que dejaba ver los demás edificios alrededor de la ciudad. Coloca su mano sobre el vidrio templado y sonríe, su rostro se gira en mi dirección y asiente.

—Es hermoso todo —vuelve a girarse y enfoca las escaleras que están a un lado de la sala, pero su atención se centra en mí—. ¿Qué hacemos aquí?

—Bueno, luego de nuestra conversación hace dos días en el restaurante con respecto a tu departamento... —su rostro se ladea y sus ojos comienzan a agrandarse cuando entiende por dónde va mi explicación—. Y, como ya sabes, no voy dejar que pises ese lugar de nuevo —fruncí el entrecejo y sacudí la cabeza—. También, has estado quedándote en casa conmigo desde hace casi un mes, y entonces pensé... ¿Por qué no tener un espacio más amplio para los dos? —comenté deliberadamente y sus labios se entreabrieron, pude ver la sorpresa en sus irises azules—. Bailee, aquel día en el callejón cuando tú llegaste... Vi mi vida pasar frente a mis ojos, y todo lo que estaba en esa vida, en ese futuro incierto... Y Tú. Solo estabas tú —me acerqué a ella y sujeté sus frías y delicadas manos entre las mías—. Y deseé que ese futuro se hiciera realidad y no sabes las fuerzas y las ganas con que la voz en mi cabeza gritó un; «Quiero una vida contigo» y por eso —la miré, miré sus ojos azules cristalinos, miré las motas verdes esparcidas por sus irises y me enamoré más de su mirada dulce, cálida y amorosa—. Mi amor, mi tomate, mi ángel —le susurré, viendo cómo su respiración comenzaba a agitarse y sus ojos a brillar por las lágrimas—. Hoy, te pregunto... ¿Quieres vivir conmigo?

Su nariz se estaba tornando roja, sus mejillas adquirieron ese color rosa pastel que tanto me encantaba y sus labios se abrieron más para tomar una profunda respiración. Dio un paso en mi dirección y colocó una mano en mi pecho, mientras que con la otra acarició mi mejilla y luego mis labios.

—Mi amor —jadeó y sonrió después, sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral y supuse que ya tenía el cincuenta por ciento ganado—. Mi amor, claro que sí —soltó una risita y un par de lágrimas, rodeó mi cuello con sus brazos—. Por supuesto que quiero vivir contigo.

Y no, jamás en toda mi vida había sentido tanta felicidad como ahora. Mis brazos se cerraron alrededor de su cintura y la apreté contra mi pecho con demasiada fuerza, escondí mi rostro en su cuello, aspirando ese aroma que quería tener siempre conmigo. Definitivamente, era el hombre más feliz de la puta Tierra.

—No sabes cuánto te estoy amando ahora —murmuré y ella ríe fuerte, se alejó de mí y me mostró toda su perfecta dentadura.

—Si te hubiese dicho que no ¿ya no me amarías? —preguntó con diversión.

—Tal vez —me encogí de hombros.

Imbécil —dijo y no entendí nada, pues habló en español.

—¿Disculpa? —ladeé la cabeza.

—Nada —le restó importancia, dio un salto en su lugar y me abrazó otra vez—. Gracias por esto.

—Haría lo que fuera por verte sonreír siempre —le confesé y chilló. Sujeté su rostro entre mis manos y la besé castamente—. Feliz cumpleaños, mi ángel —le susurré y eso le borró la sonrisa de golpe, su mirada se desvió y bajó la cabeza. Entrelazó sus manos delante de ella y comenzó a jugar con sus dedos, mi entrecejo se frunció y con mis dedos sujeté su barbilla e hice que me mirara—. ¿Qué sucede?

—Nada —sacudió la cabeza.

—No puedes mentirme —le informé, la conocía demasiado bien—. ¿Sucede algo por tu cumpleaños?

—Algo... Yo... —se aclaró la garganta y se pasó un mechón de cabello detrás de la oreja—. ¿Recuerdas cuando te conté lo de mi padre? —asentí—. Bueno, era navidad y pues...

—Tu cumpleaños te recuerda ese día —deduje, asintió aún sin mirarme, sin saber que más hacer la estreché entre mis brazos—. Amor, lo lamento mucho...

—No, está bien —pasó sus manos por mi torso y se alejó para mirarme—. Has cambiado mi cumpleaños —me dijo mientras se ponía de puntillas y rozaba mis labios con los suyos—. Definitivamente, este es el mejor cumpleaños de todos.

—¿En serio?

—Oh, sí —se enganchó a mi cuerpo como si de un koala se tratase y me besó con ternura, como solo ella sabía hacerlo—. Te amo, te amo, te amo.

—Yo también te amo, muñeca —le di un apretón a su trasero por sobre el vestido y ella echó la cabeza hacia atrás para reírse—. Entonces, ¿te gusta el departamento?

—¡Sí! Es hermoso —se deshizo de mi agarre y comenzó a caminar—. Es bastante grande y luminoso —dijo—. Me gustan los colores. ¿Cuándo lo has conseguido?

—Estaba buscando el regalo perfecto para tu cumpleaños y para navidad también —le informé al tiempo que la seguía dentro del lugar—. Joel me ayudó bastante, no fue fácil conseguir un departamento en estas fechas... La mayoría de las personas están de vacaciones.

—Jordan —dijo girándose de golpe, sus ojos se clavaron en los míos y me hice una idea de que iba a preguntar.

—Está completamente legal, no hay fraude alguno —aclaré con rapidez y vi la tranquilidad invadir su mirada—. Puedo mostrarte los papeles, si quieres.

—Confío en ti —me sonrió—. Siempre confiaré en ti, Jordan —vino hacia mi otra vez y me miró desde abajo—. Solo que, no me gustaría que alguien llegara a matarnos mientras dormimos.

—Eso no pasará —solté una carcajada y ella se sonrojó ligeramente y sonrió después—. Yo haré que nunca nadie te vuelva a hacer daño, cariño. Lo prometo.

—Lo sé, amor. Lo sé —apretó mis mejillas y me besó con ímpetu—. ¡Sigamos viendo!

Salió corriendo y reí, había encontrado el regalo perfecto.





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