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33. Peleas sin sentido.



Seis días después.


Un trueno resonó logrando que diera un pequeño rebote sobre la cama, sacándome de mi tan preciado sueño, logrando hacerme parpadear. Mi piel se erizó al ver como un rayo de luz entraba por las oscuras cortinas de la habitación de Jordan, sabiendo perfectamente que otro trueno retumbaría en el silencio de la habitación.

Jordan apretó su agarré en mi cintura y me arrastró más hacia el calor de su pecho, reconfortando mi cuerpo de la manera en la solo él sabía hacerlo. Su dulce y fuerte aroma se desprendía de las sábanas mareándome, dándome a entender que mi hogar era a su lado.

Su respiración pausada hacia cosquillas en mi cuello y yo solo soy capaz de pasar mis dedos por los tatuajes de su brazo. Mis ojos van al reloj digital en la mesita de noche, los grandes números marcan las cinco de la mañana, así que faltaba aún cinco horas para que me fuera a trabajar.

Me giré con suavidad hasta quedar frente al atractivo y sexy rostro de mi novio, con mi dedo comencé a delinear sus labios rosados y me concentré en la pequeña herida que abarcaba el inferior. Jordan aún tenía visible su labio partido y la pequeña cicatriz que se encontraba en su ceja, sin mencionar el moretón que aún se divisaba en su pómulo izquierdo.

Aún y cuando tenía varios moretones cubriendo su cuerpo, no podía pasar por alto el hecho que parecía un adorable niño sumergido en el sueño. Recordaba esa noche en la playa, sus lágrimas, su miedo. Tan solo pensar en dejarlo me daba escalofríos. Amaba a Jordan con todo mi ser, lo que sentía por él no tenía explicación con palabras y era tan fuerte que me dolía el pecho.

Su entrecejo de frunció y arrugando la nariz sacudió levemente su cabeza, hasta capturar mi dedo entre sus dientes.

—Tomate —murmuró con los ojos cerrados, su voz ronca provocó que todo mi cuerpo se erizara—. ¿Por qué estás despierta?

—Está lloviendo —dije a modo de explicación, asintió suspirando.

Sus brazos se apretaron más a mi alrededor y juntó nuestras narices, robándome una sonrisa boba.

—Voy a protegerte de los truenos —dijo adormilado, a lo que yo simplemente asentí.

Sus labios se pegaron a mi frente, dejándolos ahí por un largo rato, hasta que recordé un tema que debía tratar con él.

—Jordan —pasee mis manos por su pecho, cerca del tatuaje que rodeaba su hombro.

—¿Mmh? —suspiró nuevamente y me acerca más a su cuerpo, como si aquello fuera posible.

—Papá me invitó a cenar a su casa este sábado —susurro demasiado bajito, pero entre el silencio de la habitación, sé que me escuchó—. Y quiero que vengas conmigo.

—Tu padre sabe quién soy, Bailee —dice, subiendo sus dedos por mi espalda—. No creo que se sienta cómodo con un criminal dentro de su casa.

Me levanté de golpe, sentándome lo más alejada que podía de su cuerpo, apretando la sábana alrededor de mi desnudes.

—Que sea la última vez que digas que eres un criminal, ¿me escuchaste? —siseo entre dientes, sus ojos se cierran otra vez, pero esta vez en un gesto de exasperación—. No quiero que vuelvas a referirte a ti mismo de esa forma, ¿Entiendes?

—Nena, soy un criminal —se sienta a modo que estamos frente a frente, sus manos tomaron las mías —Cariño, sé que quieres ayudarme a verme de otra manera, pero es imposible —afirmó, esta vez tomando mi rostro entre sus manos. Sus ojos azules clavados en los míos, como si buscara hacerme entender de una vez por todas la realidad— Soy un asesino, Bailee. He hecho cosas que no te imaginas y otras que ni siquiera sé cómo explicarlas —apretó la mandíbula y su mirada se endureció, a un punto de parecer aterradora—. Soy un criminal te guste o no, hay cosas que jamás van a cambiar y no lo harán aún y cuando tú lo quieras.

Mi pecho se contrajo ante sus duras palabras y la rabia comenzó a esparcirse por mi torrente sanguíneo. Alejé sus manos de mí y sin importarme el hecho de estar desnuda, comencé a buscar mi ropa, vistiéndome lo más rápido que mis manos me dejaban.

—Bailee...

—Cállate, Jordan —dije tangente, si dejarle el derecho a protestar.

Terminé de ponerme mis Vans y comencé a abotonarme la camisa, sintiendo como la rabia poco a poco se iba convirtiendo en lastima. Lástima por mí misma al ser tan idiota por querer ayudarlo a dejar de verse como un loco psicópata.

—Mi ángel...

—¡Basta ya con eso! —exploté, girándome en su dirección y encontrándolo sentado en la orilla de la cama—. ¡Deja de decir que soy un ángel! —mis ojos comenzaron a nublarse y sabía que no había minutos suficientes como para que la primera lágrima bajara. Su mirada recorre mi rostro, no sabiendo dónde mirar específicamente y me da a entender que no sabe qué hacer—. Si fuera un maldito ángel ya habría hecho que te sacaras de la cabeza semejante estupidez —seguí con los botones de mi camisa, luego caminé hacia el escritorio que ahí se encontraba y tomé mi bolso—. Así como tú piensas que yo soy un ángel que llegó a tu vida para ayudarte a sanar, déjame decirte que yo también opino lo mismo respecto a ti —lo vi de reojo entre mis lágrimas—, pero me doy cuenta de que yo no he hecho muy bien mi tarea, porque sigues estancando en el mismo lugar.

Me encaminé hacia la puerta y la abrí dispuesta a salir.

—Bailee, por favor —negué al escuchar la súplica en su voz—. Es demasiado temprano... Está oscuro...

—Caminaré, no me importa —tragué el nudo en mi garganta—. Estoy enfadada y demasiado triste conmigo misma, Jordan —le aclaré sin mirarlo—. Y ciertamente, lo último que quiero es cucharte decir esas cosas.

Salí de la habitación cerrando la puerta impidiéndole seguirme, no queriendo decirle nada más y que él tampoco tuviera que decirme nada. De lo contrario, ninguno de los saldría ileso emocionalmente.

Me apresuré a bajar las escaleras, evitando hacer demasiado ruido. No quería encontrarme con nadie porque no quería dar explicaciones, pero para mí muy mala suerte, cuando uno de los gorilas que custodiaban la enorme casa de Jordan me abrió la reja que daba hacia la calle, el gran auto de Joel se abrió paso y fue inevitable que no me viera. El auto se detiene frente a mí y el vidrio baja, dejándome ver a mi cuñado.

—Bailee, ¿qué haces tan...? —las lágrimas en mis mejillas dejaron sus palabras a medias, su ceño se frunció—. ¿Qué te hizo ese imbécil?

—Nada que no se pueda arreglar conversando —dije, porque sabía que tenía razón.

En una conversación profunda quizás lograríamos dejar todos estos puntos sobre la mesa.

—¿Y por qué no estás conversando con él? —cuestionó, bajé la mirada sin saber que decir.

—Porque no quiero llorar, y si hacemos eso ahora terminaré llorando —susurro.

—Bueno, sube. Te llevaré a tu casa —negué.

—No quiero molestar...

—Bailee, ya pasamos por la parte de la molestia —dijo divertido—. Vamos, sube.

Un poco indecisa, lo hice. Abroché mi cinturón y me dediqué a observar por la ventana, una que otra lágrima bajaba por mi mejilla, y es que nunca había peleado con Jordan y este sentimiento que estaba abarcándome el pecho no me gustaba.

—¿Por qué él piensa de esa forma? —cuestiono de repente—. Sé que ha hecho cosas malas, pero él puede intentar... no sé... ¿Cambiar? ¿Dejar el pasado atrás? —empecé a jugar con el cierre de mi bolso—. No quiero que cambie su actitud y tampoco su manera de ser... porque lo amo así, tal cual y como es —muerdo mi labio unos segundos—. Pero me encantaría que supiera que no es una mala persona, o al menos intentar verse de la forma en la que yo lo hago.

—Jordan es una bestia loca andante, Bailee —comenta Joel llamando mi atención—. Tiene cientos de defectos, así como también tiene muchas virtudes y una de esas es amar incondicionalmente... así como te ama a ti, así como nos ama a nosotros que somos sus hermanos en silencio y así como amaba a mamá —frunzo el entrecejo mirándolo de reojo—. También tiene muchos demonios, pero tú eres ese ángel que pelea contra ellos.

Extasiada por las palabras de Joel, miro hacia el parabrisas, centrándome únicamente en el cielo nublado de Londres. Tragué el nudo de espinas que se había formado en mi garganta después de salir de aquella habitación, en dónde dejé al amor de mi vida.




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