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13. Controlar al mounstro.

Connor cerró la puerta de la cafetería con llave, luego me dio el llavero, el cual me apresuré a guardar en mi bolso.

—Vamos, te llevo a casa —dijo y tiró de mi mano sin dejarme protestar, negué sonriendo cuando me subí al auto. Una vez estuvimos en marcha, Connor encendió la radio, dejándola a un volumen considerable—. Entonces... ¿Cuándo ibas a contarme sobre tu novio el narco?

—No le digas así —golpeé su hombro, causando su risa. Sonreí con él—. Pensé que lo conocías, has ido al lote de carreras... Supuse que lo sabías. Y no es mi novio.

—Sabía de su nombre —dice—, pero no conocía su cara, nunca lo había visto... ¿Cómo que no es tu novio?

—Estamos... conociéndonos —comienzo a jugar con mis dedos, muerdo mi labio inferior—. Él me dijo que yo era suya...

—¿En serio? ¡Dios santo! —exclama sonriendo—. Eso es intenso, Bai. Y, eso lo proclama como tu novio, niña boba... Oh, cierto, tú nunca has tenido novio.

—¡Sí he tenido! —comento, él ríe más fuerte.

—Eso quiere decir que... —hace un movimiento con la cabeza, ladeo el rostro confundida—. ¿No te lo haz follado?

—¡Connor! —lo reprendo, siento las llamas subir por mi cara. Otra vez se ríe—. ¡No te rías! Y no. No hemos... No ha pasado nada.

—Vaya, se me hace extraño que no te haya follado en una de sus citas... o en su auto...

—¿Por qué estamos hablando de esto? —cuestiono interrumpiendo sus babosadas—. Corrección: ¿Por qué estoy hablando de esto contigo?

—Porque no tienes amigas con las que puedas hablar sobre el pene de tu novio —grito, él sonríe, tapo mi cara con mis manos—. Bailee...

—¿Qué? —cuestiono mirándolo de reojo.

—¿Has visto un pene alguna vez? —jadee.

—¡Por el amor de Dios! —volví a golpearlo—. Ya no hables, ¿sí?

—Está bien —estira su mano y pellizca mi mejilla. Aparto su mano de un golpe—. Ya, no te molestes.

—Bien —me cruzo de brazos—. Solo no digas más... estupideces.

—Okey.

El transcurso a mi departamento fue tranquilo, siempre es bueno reírse y más si es con mi loco amigo. Connor es una de las personas más directas que conozco y esa es una de las tantas cualidades que me gustan de él. Su claridad al momento de hablar y el que no le importen las opiniones de los demás.

No cambiaría a mi mejor amigo por nada en el mundo.

[...]

Me removí en la cama cuándo sentí mi teléfono vibrar, me estiré y tomé el aparato de la mesita de noche, lo llevé a mi oreja.

—¿Sí? —cuestioné sin siquiera abrir los ojos.

—¿Bailee? —preguntaron al otro lado de la línea.

—Sí, soy yo —confirmé medio dormida.

—Bailee, soy Rachel —fruncí el entrecejo, me acomodé sobre la cama y me senté, revisé el teléfono, el número desconocido llamó mi atención—. Bailee, ¿sigues ahí?

—Sí, sí. Estoy aquí —sacudí la cabeza, despertándome un poco—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Es Jordan —dijo mí una de las tantas alarmas en mi cabeza se activó.

—¿Qué pasa con Jordan? —dos disparos se escucharon al fondo—. ¿Rachel? ¿Qué sucede?

—Mierda... Bailee, debes venir... Jordan está fuera de control —jadea, un nudo sube de mi estómago a mi garganta—. Mira, Jordan está en la está en la playa esa a dónde él siempre va... No sé que pasa, pero Joel no me quiere decir y tampoco me deja ir. Debes buscarlo, no puedes dejarlo solo, ¿me escuchas? Él te necesita. Te necesita más que nunca.

—Ya voy... —me puse de pie de un salto y busqué mis jeans, los cuáles me apresuré a poner.

En algún momento colgué y metí el aparato en la cinturilla elástica de mi pantalón, me puse mis zapatillas de piso y me coloqué una sudadera. Me recogí el cabello en una coleta alta, despejé mi rostro y salí disparada del departamento. No sin antes, tomar mis llaves y algo de dinero.

Bajé las escaleras lo más rápido que pude, temí caerme, pero por suerte mantuve el equilibrio. Corrí calle abajo en busca de algún taxi, en cuanto encontré una solo di la dirección. El conductor un poco reacio, aceptó llevarme.

El camino se me hizo eterno y los cuarenta minutos que me tomó llegar a mí me pareció el tiempo más largo del mundo, no sabía que pasaba, pero algo realmente malo como para que Rachel buscara mi ayuda.

Bajé del auto y le pagué al taxista una vez que llegamos, mis pies caminaron lo más rápido que mi cerebro les permitió, sentí un par de disparos más pero aun así no frené mi andar. Hasta que lo vi, luchando contra el arma en medio de la arena, con el ceño fruncido y una botella de licor en la mano.

Tragué saliva con dificultad y me encaminé hacia él, dejando una distancia considerable.

—Jordan —murmuré o más bien, susurré, mi voz salió en un tono demasiado bajo, pero él se giró y me observó con sus ojos inyectados en sangre, su mirada era dura... Intimidante.

Parecía una bestia.

—¿Qué carajos haces aquí? —siseó con los dientes apretados, mirándome con furia.

—Yo...

—¡¿Quién carajos te llamó?!— me quedé completamente quieta debido a su potente voz, mi corazón se aceleró demasiado, haciéndome jadear—. ¿Por qué estás aquí, Bailee? —se agachó y tomó la botella, llevándosela a los labios, bebió un largo trago de alguna clase de alcohol. Volvió a mirarme—. ¡No debes estar aquí!

Su mano se eleva y lanza la botella en dirección contraria, por lo que prácticamente llega a mí, terminando en el suelo, haciéndose pedazos. Retrocedo un paso sin saber qué hacer con exactitud.

Su respiración era un verdadero desastre, su pecho subía y bajaba con fuerza, sus ojos estaban dilatados. Lo vi avanzar en mi dirección, pero yo retrocedo un paso hacia atrás, al ver cómo me alejo, se detiene.

No sabía cómo reaccionar, nunca se había comportado así conmigo, y estaba asustada. Sabía que Jordan era intimidante, pero así, era aterrador.

—Suelta el arma, Jordan —le pedí con suavidad, el rubio apretó la mandíbula y dejó caer la pistola a la arena—. Aléjate del arma.

Dio un paso lejos de ella sin dejar de verme, fue entonces cuando fui capaz de acercarme a él. Tenía los ojos rojísimos, la mirada desorbitada y la respiración agitada. Llevé mis manos a su rostro y acaricié suavemente sus mejillas, en mis de un segundo lo tenía abrazándome, con su rostro en mi cuello y los brazos apretados en mi cintura.

—Vas a dejarme —susurra con la voz contenida, y cuando menos me lo espero, la humedad toca mi piel.

Está llorando.

—¿Qué? No voy a dejarte —acaricio su espalda con suavidad—. Estoy aquí.

—Te irás —aclara—. Te irás. Vas a irte —repite, una y otra vez.

—No me voy a ir —le digo.

—No, no, no —niega y se agacha, arrodillándose frente a mí. Abraza mi cintura y apoya su mejilla en mi vientre—. No te vaya, Bailee. No me dejes. Tú no, por favor. No me abandones, mi ángel.

Cuando me agaché junto a él, tiró de mi cuerpo al suyo, dejándome en medio de sus piernas. Sus brazos se apresuraron a rodearme, su rostro se escondió en mi cuello. Yo abracé su cuello con mis manos, pagándolo más a mí.

A este punto las lágrimas caían como cascada sobre mis mejillas, mi rostro debía estar rojo por el susto y estaba totalmente aterrorizada, no podía dejar de llorar. Jamás me había sentido tan asustada y me dolía saber que era por él, o más bien, por su estado.

—Está bien —asentí, me aparté un poco para poder ver su rostro, sonreí—. Tranquilo, ¿sí? Todo está bien ahora. Estoy aquí contigo —su mano sube a mi mejilla, sus ojos bien abiertos y brillantes—. ¿Por qué estás aquí?

—Yo... no soy bueno para ti, no soy bueno para nadie —murmura, mi ceño se frunce, quiero negarme, pero le doy su tiempo para que se explique—. Bailee, yo... Tengo TEI —suspira y mi corazón se oprime, no dejo de mirarlo. Sabía lo que significaba—. No puedo controlarme, cuando algo me molesta... simplemente exploto y yo no puedo parar —un destello extraño cruza su mirada, toma mi rostro entre ambas manos—. Por eso no quería acercarme a ti, al principio... Yo quería protegerte y no quería que presenciaras esto... Lo lamento mucho.

—Está bien —llevé mis dedos a sus labios, sonreí otra vez. Estaba asustada, pero no quería alejarme de él—. No ibas a lastimarme...

—Bailee, no tengo control de mi mente ni de mi cuerpo cuando estoy... Acabas de verme, no puedo controlarme...

—Sí lo hiciste —lo interrumpí—. Solo tienes que respirar —llevé mi mano a su pecho, sintiendo como su corazón latía a ritmo casi imperceptible, iba demasiado rápido—. Tienes que pensar en otra cosa, en algo que te haga feliz, que te ayude a olvidar porque estás molesto junté su frente con la mía, sonreí mirando sus ojos—. Si algo te deja más tranquilo... puedes prometerme que no vas a lastimarme —sugiero, él asiente con rapidez—. ¿Prometes no hacerme daño?

—Lo prometo —susurra, inhalo profundo y vuelvo a sonreír. Su mano fue a mi cuello y me acercó a sus labios, cerré los ojos por instinto. Acuné su rostro entre mis manos, y seguí con aquel beso, lo que consideré como su promesa.

Él podía tener trastorno explosivo intermitente, tal vez no podía controlarse... pero yo podía ayudarlo, yo quería ayudarlo. Por alguna extraña razón, había estado creando unos sentimientos de protección hacia este hombre y no iba dejar que decayera, estaría con él... sin importar nada.

—Hace tanto tiempo no sabía cómo parar —susurra sobre mis labios, cerrando sus ojos—. Estabas asustada, no creo que pueda sacarme esa imagen de la cabeza nunca.

—No fue tu culpa —le dije, buscando sus ojos—. Jamás te había visto así, fue un shock para mí. Pero sabía que no me lastimarías.

Y lo abracé, con todo lo que tenía, durante mucho tiempo.

La brisa comenzó a volverse más helada, y el olor a lluvia llegó a mí, despertándome del trance que me hacía sentir este hombre. Sus manos no dejaban de acariciar mi rostro, sus ojos recorrían cada detalle como si estuviera analizándome.

—Hace frío —dije pasando mis dedos por el corto cabello de su nuca, su nariz rozó la mía, cerré los ojos suspirando—. Vamos, te llevaré a tu casa...

—No, no iré a mi casa —dijo, fruncí el ceño—. No quiero ir.

—¿Quieres que vayamos a mi departamento? —cuestioné confundida, negó—. ¿Entonces?

—Ven, te mostraré —con algo de dificultad, se puso de pie. Lo que me indicaba que aún seguía ebrio, me puse de pie también. Lo vi buscar su chaqueta y volver a mí, juntando nuestras manos con firmeza, frené mi andar cuando estuvimos cerca del auto.

—No puedes conducir así —su ceño se frunció—. Vamos, Jordan. Estás ebrio, no puedes manejar —intentó replicar, pero lo detuve—. Ven, dame las llaves, yo conduzco.

—No sabes a dónde vamos.

—Puedes decirme —extendí mi mano en su dirección, sonreí—. Las llaves.

Rebuscó en su bolsillo y sacó el llavero, lo puso en mi mano y luego rodeo el auto para subir al asiento del copiloto. Entré al Mustang y me puse el cinturón, encendí el auto, pero esperé a que me indicara a dónde iríamos

—Entonces, ¿a dónde iremos? —cuestioné, él estiró su brazo y encendió el GPS, colocó una dirección.

—Síguelo —ordenó, asentí y me puse en marcha.




Ay, Jordan, yo te amo.

3/3

¡Fin del maratón!

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